Capítulo 14
2171palabras
2023-01-12 14:50
Benjamin estaba en su oficina trabajando en el portátil computadora cuando le llegó una repentina llamada de su padre. Algo extrañado,  se preguntó con qué propósito contactaba con él, ya que no solía hacerlo en general. "Hola, papá."
"¿Tienes algo que decir en tu defensa, Benjamin? ¿Cómo es posible que no nos lo hayas contado antes?", le espetó Harold, ante la perplejidad de su hijo por tan pronta e incoherente acusación.
“No entiendo a qué te refieres, papá.”

“¿Qué está pasando contigo y esa secretaria tuya? ¿Tanto te merece la pena ese amorío de tres al cuarto, dada tu posición?"
Benjamin no se esperaba que de pronto le saliese con esas, así que se quedó medio en blanco, y el padre insistió: "No puedo creer que te juntes con mujeres como esa, hijo... Me decepcionas."
"¿Cómo que 'mujeres como esa', padre?", inquirió Benjamin con una expresión de irritación que le salió instintiva ante el desprecio de su padre hacia Elissa.
“Esa mujer tiene un hijo, Benjamin.”, reveló Harold con tono tan condescendiente como reprensivo, dado que el hombre tenía muchas expectativas con respecto al futuro de su hijo. Además, el hombre ya gozaba de un prestigio intachable a nivel público, y temía seriamente por el porvenir de esta reputación si de repente salía a la luz que su hijo, Benjamin Harold, tenía de amante a una mujer que ya era madre.
El Raymond más joven se quedó de piedra. ¿Cómo se habría enterado de eso? Pero cuando le hizo esta misma pregunta, su padre ni siquiera se molestó en responderle. En realidad lo que pasó es que le llegaron unas fotos en las que salían Benjamin y Elissa juntos, así como un texto en el que figuraba la noticia de que la mujer tenía un hijo. Las fotos de Elissa con un niño fueron modificadas con Photoshop, claro está, pero Harold no estaba al tanto de ese detalle.
“Háblame de una vez, hijo: ¿qué relación tienes con esa mujer?"

Benjamin suspiró, y aprovechó la oportunidad para confesarle ante su padre lo que sentía por Elissa. 'De perdidos al río.', pensó. "Sí, padre; me gusta. Es más, estoy enamorado de ella."
"¿Qué? ¡Pero si ya tienen un niño, Benjamin! No hay cosa en el mundo que me haga aceptarla como mi nuera.", anunció Harold con firmeza. Benjamin ya se esperaba esa reacción por su parte en un principio, pero ahora que había surgido esta nueva complicación, trató de encontrar el modo de hacerle entrar en razón mientras el otro seguía condenando su relación con Elissa: "¡Quiero que te alejes de esa mujer ahora mismo y que la despidas! Ni qué decir tiene que no puedes tener en tu ambiente laboral a alguien como ella, en vistas de lo ocurrido."
Benjamin entró en pánico ante la premura con la que la situación le exigía que se pronunciase, y soltó lo primero que se le vino a la mente: “El niño es mío, papá." Se sintió culpable en cuanto fingió dar a entender que tenía un hijo bastardo, pero no se le ocurrió otra cosa así, a bote pronto.
Harold Raymond casi se quedó en el sitio por el shock. "¿Qué...? ¿Un hijo tuyo...?"

"Sí, papá. Sé que debería habéroslo contado antes, a ti y a mamá, pero la situación no era la idónea aún..."
“¡Ay, hijo mío! ¿Cómo te atreves a ocultarnos algo así de importante?" Sus palabras seguían siendo características de una reprimenda, pero el tono se había suavizado ya bastante. "Háblanos acerca de vuestro vástago, Benjamin; quiero saberlo todo.", requirió Harold, esta vez ya sin sentir inquina alguna hacia Elissa. De hecho, no solo ya no la repudiaba, sino que se había alegrado al instante ante la noticia de que era abuelo.
El dedo de Benjamin tamborileó sobre el escritorio de roble oscuro, mientras la pierna le temblaba de la inquietud. Conformó improvisadamente una patosa versión de la realidad que estaba a punto de inventarse, ya que ni siquiera sabía si Elissa era madre de un chico o una chica, y ni mucho menos estaba al tanto de su nombre. "Se llama... O sea, le hemos puesto 'Julia' de nombre." A medida que iba pronunciando cada sílaba, su temor iba en aumento al pronosticar la mortal ira de su padre cuando se enterase de la falacia que estaba pergeñando en ese momento.
Harold, por otro parte, estaba radiante como un astro con luz propia. "¿Y cuándo nos vas a traer a tu novia y a la niña para acá, a que las conozcamos bien?" En su mente ya había perdonado a Elissa, y poco le importaban las dichosas fotos manipuladas que recibió.
"¿Entonces ya no estás en contra de nuestra relación?", trató de cerciorarse el más joven.
“Jamás te haría eso, Benjamin. Si ya has tenido una hija con ella, no puedo oponerme a vuestra unión." Al menos había conseguido convencer a su padre de que bendijese a Elissa como su nuera, pero le estaba carcomiendo cada vez el sentimiento de culpa. "Menuda alegría que se va a llevar tu madre cuando se lo cuente, hijo." Eso sumó a su culpabilidad, por supuesto.
Como no le quedó más remedio a cambio del éxito que había logrado con su torpe mentira, accedió a que conocieran a Elissa y su hija. “Sí, padre: las llevaré a casa de vez en cuando." Después de esa afirmación tan vaga, Benjamin cambió rápidamente de tema y se puso a debatir sobre negocios, ya que a duras penas podría seguir mintiendo tan a las bravas durante más de diez minutos seguidos. Al cabo de un par de minutos más, zanjaron la conversación y colgó la llamada. Colocó el teléfono sobre la mesa del escritorio junto al portalápices, suspirando de agobio y atusándose el cabello como solía hacer cuando estaba intranquilo. Si le contaba aquello a Elissa, no le cabía la menor duda de que la joven dimitiría ipso facto. Al fin y al cabo, su secretaria estaba bastante alerta después de la confesión amorosa que le hizo la vez pasada, y hacerle saber esta nueva problemática traspasaría unos límites que no debían tocarse siquiera por el momento. Fantaseó con un futuro en el que, tras conquistar finalmente el corazón de la mujer, la mentira que se había visto forzado a urdir se convirtiese en realidad... Pero claro, nunca podría cambiar el hecho de que él no era el padre ese supuesto hijo.
...
En la mansión del alcalde.
La residencia de los Havells abarcaba una extensión enorme y, como no podía ser de otra manera, contaba con más de cincuenta habitaciones. Kimberly siempre soñó con vivir una vida llena de opulencia y lujos de todo tipo, así que tras casarse con el alcalde dio con su deseada gallina de los huevos de oro. No le importaba demasiado que su marido apenas pasara tiempo en casa con ella, sino que priorizaba el dinero con el que la sustentaba. Después de una dura tarde de compras en el centro comercial, Kimberly regresó a la portentosa vivienda, y le ordenó inmediatamente a la criada que le sirviera lo antes posible un zumo de naranja bien fresquito. Acto seguido se metió en su habitación y dejó caer la montaña de bolsas que llevaba sobre la cama. El móvil le sonó justo en ese momento, y al atender la llamada le invadió el semblante una sonrisa de complacencia: era la persona a quien contrató en su momento para mandarle las fotos a Raymond. Kimberly se esperaba el rotundo éxito de su plan, pero la mueca de entusiasmo se esfumó cuando la otra persona le informó de la infructuosidad de su artimaña.
"¿Cómo dices?", soltó la Sra. Havells, cejijunta.
“No estoy al tanto de todos los detalles de lo ocurrido, pero parecer ser que Harold Raymond tuvo una conversación con su hijo, Benjamin Raymond, y ambos llegaron a una especie de acuerdo tras el cual se consensuó el bienestar de Elissa.
En ese momento, Amanda, que pasaba por delante de la habitación su madre, la oyó recitar una retahíla de improperios a modo de protesta contra alguien. Así pues, abrió la puerta de la estancia y se aproximó a ella, curiosa. Kimberly vio a su hija acercándosele por detrás a través del espejo que tenía enfrente. “¿Seguro que has entregado las fotos como te dije?”, preguntó con los dientes apretados, apretándose los brazos con furia.
Amanda supuso que se trataba de Elissa, por lo que prestó aun más atención a la pataleta de su madre. “¡M*ldita escoria, no sirves para nada!", vociferó, para luego colgar la llamada abruptamente y arrojar el móvil hacia el otro lado de la cama, llena de frustración.
"¿Qué ha pasado, mamá?", le preguntó Amanda, al tiempo que le colocaba una mano sobre el hombro. Kimberly le contó que su plan había fallado, que Harold Raymond no fue a por Elissa ni siquiera después de haber visto las fotos.
“¡M*ldita sea...! Seguro que el tal Benjamin le ha vuelto a salvar el pellejo de alguna manera. ¿Por qué siempre tiene tanta suerte...? No sé qué vamos a hacer ahora, la verdad.", se lamentó Amanda con una mueca de displicencia. 
“Pero algo hay que hacer, eso desde luego...”, agregó con un murmullo tras una pausa, mientras meditaba con ahínco.
Kimberly tuvo entonces una nueva idea y, casi dio un brinco cuando se levantó de la silla. Agarró el bolso y le pidió a Amanda que la acompañara. "¿Adonde vamos?", inquirió Amanda, siguiéndola escaleras abajo.
"Pronto lo sabrás.", respondió de manera enigmática la otra, con una fina sonrisa plantada en la cara.
...
Las dos mujeres se internaron en el edificio nada más salir bajarse del coche. “¿No es aquí donde vive Elissa? ¿Qué pintamos en este antro?", se quejó Amanda con molestia, pero su madre no dijo nada, sino que tan solo se limitó a avanzar hasta la puerta del propietario del piso. Kimberly contaba con la información necesaria para poner en práctica su estrategia, ya que les había ordenado a sus sicarios de antemano que recabasen todos los datos que pudiesen acerca del casero de Elissa. Tocó el timbre del susodicho, llena de confianza en sí misma.
El hombre le abrió le puerta. Según sus fuentes, supuestamente se trataba una persona bastante chapada a la antigua, de mentalidad conservadora. "¿En qué puedo ayudarle?" preguntó, sin tener idea de quiénes eran esas dos mujeres frente a su puerta.
Kimberly exhibió una sonrisa falsa mientras se quitaba las gafas de sol. "¿Podemos pasar?" El propietario dudó al respecto, pero al suponer que podían haber ido a verle con motivo del piso, accedió.
"¿Te quieres esperar calladita?", regañó Kimberly a Amanda ante la insistencia de esta preguntándole acerca de qué tenía en mente hacer, y la hija se sentó a su lado en el desgastado sofá,, resoplando. El casero les preguntó si estaban allí interesadas en alguno de sus pisos. "No, en realidad hemos venido para solicitar su ayuda en otro asunto.", apuntó con una sonrisa que inquietó al otro ligeramente. "Iré directo al grano: quiero que eche a Elissa de este edificio.”, concretó la Sra. Havells con seriedad.
El propietario arqueó una ceja. "¿Quién es Elissa y por qué iba a hacer eso?" Tenía mala memoria para recordar las caras, y como encima ahora mismo había más de sesenta inquilinos, le resultaba bastante difícil saber quién era cada cual. Kimberly sonrió y sacó unos cuantos cientos de dólares de su bolso para medio zarandearlos en las narices del otro, a ver si lo tentaba  Los ojos del propietario se quedaron paralizados ante el dinero, más aún cuando ella estiró la mano hacia adelante para que pudiera ver claramente la cantidad que le estaba ofertando.
“Si hace lo que le digo, obtendrá mucho más que esto.”, añadió Kimberly, sabiendo que jamás se negaría tan suculento trato. “¿Y bien? ¿Está dispuesto a trabajar para mí?"
La expresión severa del casero desapareció como por arte de magia; ahora en cambio mostraba una expresión lisonjera. “La echaré hoy mismo.”, prometió. "¿Cuánto me dará por hacerlo entonces?"
Kimberly se levantó del sofá y le dio los fardos de billetes que le había enseñado antes. "Cincuenta mil dólares." El casero jamás había visto esa cantidad de dinero en su vida, así, tan emocionado como abrumado, aceptó la oferta. Kimberly echó mano de su bolso de nuevo, como si allí albergase el tesoro del rey Midas, y sacó los cincuenta mil dólares para entregárselos al hombre, Antes de salir de su vivienda, Kimberly le advirtió al arrendador: “Si por algún casual no cumple con lo pactado, me cobraré su vida.” Y no sonó tan improbable, sobre todo con su tono y talante viperino.
Kimberly y Amanda caminaron hacia el coche en silencio. La hija se quedó impresionada, pero como el estado de ánimo de su madre no era el mejor, optó por mantener la boca cerrada. Cuando echaran a Elissa, no tendría adónde ir, y lo más probable era que incluso si consiguiera otro sitio donde hospedarse, la madre se aseguraría de que no le durase mucho tiempo.