Capítulo 11
2799palabras
2023-01-12 13:54
Benjamin miró por quinta vez consecutiva hacia la mesa donde Elissa debería estar trabajando, aún vacía sin su dueña ocupándola. Pensó que quizás le habría sobrevenido alguna contingencia que la hubiese hecho retrasarse, pero cuando la llamó para preguntarle al respecto, le preocupó escuchar el buzón de voz, ya que siempre solía contestar al teléfono. Pese a ello, le dejó hasta una hora más de margen, pero al ver que ni siquiera así aparecía por la empresa, la inquietud lo dominó. Cogió la chaqueta del perchero y salió de la oficina a toda prisa para ir a ver si le había ocurrido algo malo a su secretaria. Sabía que a esta le resultaría una situación incómoda encontrarle allí en la puerta de su casa, pero era un mal menos con tal de cerciorarse de que estaba sana y salva. Al fin llegó con su Porsche hasta el bloque de pisos donde ella residía, y tras dejarlo aparcado, subió las escaleras con rapidez hasta su vivienda.
Tocó en el timbre varias veces, pero nadie respondía, cosa que instigó su mal presentimiento. Incluso grito su nombre a viva voz para ver si así lograba otro resultado, pero al ver que nada de lo que intentaba daba fruto alguno, recurrió a la fuerza bruta y abrió la puerta con una serie de placajes compactos. Se sorprendió al ver que Elissa estaba tirada en el suelo del salón, e inmediatamente se abalanzó sobre ella para tratar de reanimarla. "¡Elissa! ¡Despierta, Elissa!", la urgió, casi en estado de pánico. La levantó en brazos para después recostarla sobre el sofá, con la cabeza apoyada con cuidado sobre un cojín que descansaba sobre el mullido brazo del mueble. Tras asegurarse de que estaba bien colocada, se fue a la cocina y volvió con un vaso de agua, el cual utilizó para rociarle algunas gotas sobre el rostro. Pocas veces en su vida sintió tanto alivió como cuando los ojos de Elissa parpadearon erráticamente. Se sentó a su lado y, sin darse cuenta, le agarró fuertemente de la mano. La mujer abrió los ojos lentamente, pero le pesaba la vista.
Giró la cabeza, y tras entreabrir los ojos levemente, se quedó anonada por unos segundos, hasta que al fin reconoció quién estaba allí a su lado y despegó los párpados con violencia. “¡Sr. Raymond...! ¿Cómo ha...?", balbuceó mientras trataba malamente de incorporar el torso.

"No hables ahora; descansa.", le aconsejó con prudencia, al tiempo que la ayudaba a acostarse de nuevo. Estaba muy débil aún, y mareada. "Voy a llamar al médico, ¿vale?", anunció, pero cuando acababa de sacar el móvil, Elissa lo detuvo agarrándolo del brazo.
Sacudió la cabeza. No quería acaparar la atención de un miembro cualificado del personal sanitario por algo tan leve como aquello. “No es nada serio, señor; me pondré bien en un periquete.”, dijo con una pequeña sonrisa, pero Benjamin no las tenía todas consigo, todavía bastante consternado. Se había asustado tanto cuando al verla derrumbada e inconsciente...
“¿Cómo estás tan segura eso? Será mejor que te revisen por si acaso, puede ser algo grave.”, la contrario autoritariamente, y tecleó el número del médico. Elissa protestó, pero Benjamin ya lo había llamado.
La mujer suspiró, avergonzada por que su jefe se tuviese que tomar tantas molestias por su culpa. "Lo siento, señor... Estaba a punto de salir ya de casa a trabajar, pero... Oiga, ¿y cómo ha conseguido entrar?"
Benjamin se repeinó el pelo hacia atrás para recuperar la calma del todo, al tiempo que le respondía: “Me resultó extraño no solo que tardases en llegar, sino que encima cuando te llamó me saltara el buzón de voz. Así pues, vine aquí a tu casa para ver si te había pasado algo, y como no me respondías ni al timbre ni a los gritos pelados, pues tuve que recurrir a tirarte la puerta abajo para entrar." Ahora Elissa estaba todavía más avergonzada si cabe, pero lo que no se esperaba era que su jefe se preocuparía tanto por su salud como para ir a buscarla hasta su propia casa con semejante ahínco y diligencia.
Minutos más tarde, un médico de mediana edad llegó a la casa para hacerle algunas pruebas a la chica, aún ligeramente desfallecida. Determinó que, dado su estado de debilidad, necesitaba guardar reposo durante unos días en casa y aislada de estímulos que pudiesen desencadenar nuevas reacciones de estrés o fatigas físicas. Benjamin se enfureció y entristeció por igual al enterarse de que su secretaria llevaba en ayunas desde el día anterior por la noche. Espero a que el médico se marchase, para luego recriminarle: "¿Se puede saber por qué no has comido nada hoy?"

“Tenía que ponerme al día con el trabajo acumulado, y no me di cuenta de que era tarde...”, argumentó Elissa tímidamente, y Benjamin suspiró. La chica trató entonces de alcanzar el vaso de agua, pero Benjamin se lo acercó rápidamente antes de que se forzase demasiado, y acto seguido la ayudó a beber de él con ternura, como si fuese una niña desamparada. Elissa no pudo evitar sentirse incómoda ante tantos cuidados y favores, así que dejó el vaso y proclamó: “Gracias por todo, señor, pero ya estoy mejor. No se preocupe más por mí, que seguro que le quedan multitud de asuntos pendientes en la empresa." Trató de no darle a entender que lo estaba echando, pero la verdad es que sonó totalmente a eso.
Benjamin, sin embargo, negó con la cabeza con firmeza. Se quitó la chaqueta, se remangó su camisa blanca hasta los codos y rebatió: “Por supuesto que no estás mejor; lo que necesitas es comer algo.” A continuación, se metió en la cocina a prepararle la comida que ella misma decidió no hacerse anteriormente.
"¡Señor! Por favor, no hace falta que haga tanto por mí, no sé cómo voy a pagárselo...", farfulló ella, sin saber qué hacer.
“¿Dónde tienes la sartén, Elissa?” preguntó, ignorando sus protestas, pero la secretaria se levantó guiada por su testarudo sentido de la honradez. jamás permitiría que su jefe se ocupase de ella como un enfermero en horario de trabajo y a costa de la gestión de su empresa.

“No hace falta, Sr. Raymond, de verdad...”, repitió como un disco rayado, y Benjamin prosiguió a hacerle oídos sordos mientras preparaba la sopa. "¡Señor!" gritó ya ella, irritada por la situación. Benjamin dejó de cortar las verduras y dio un paso hacia Elissa, la cual tragó saliva y se quedó quieta como una estatua en el sitio, arrepentida por su salida de tono.
El hombre, sin embargo, sonrió y se agachó ligeramente para igualar su altura. "¿Sí?", le preguntó.
Elissa estaba nerviosa, con la mejillas tan ardientes que parecía que le iban a explotar. “Es que... me siento mal por que tenga que hacer esto, señor. Es humillante que mi jefe me esté haciendo la comida en mi propio piso."
“Solo estoy cuidando de ti, Elissa, y como jefe tuyo que soy, esta es una de mis responsabilidades”, explicó, mirándola a sus ojos de café.
"Pero..."
"¿Vas a volver tú solita a tumbarte o quieres que te lleve yo en brazos? Yo como tú prefieras, ¿eh?", bromeó y ella se sonrojó aun más. Benjamin se rio entre dientes al ver su expresión adorable, y Elissa simplemente se retiró de vuelta al sofá sin decir nada más, derrotada.
Por otra parte, para el hombre era un lujo poder cocinar para ella, y deseaba en secreto hacerlo de manera recurrente. De hecho, quería hacer todo tipo de cosas con ella, compartir momentos juntos. Vivir juntos, cuidarla, abrazarla y estar a su lado en general. Mientras cocinaba, reflexionó sobre los sentimientos que le suscitaba aquella chica, y lo hizo de la manera más madura y objetiva que pudo, dada la situación.
Cuando la sopa estuvo lista al fin, la sirvió en un cuenco y se lo llevó a Elissa, quien yacía en ese momento tumbada sobre el sofá descansando los ojos un momento. Benjamin colocó la bandeja sobre la mesa de centro y se sentó junto a la muchacha.
Pasados unos segundos, Elissa abrió los ojos y se incorporó para sentarse en el sofá, cuando de pronto notó la presencia de Benjamin junto a ella. Este le sonrió y le acercó el cuenco mientras sostenía la cuchara. "Ya puedo yo...", arguyó ella tímidamente.
Benjamin la detuvo a mitad de oración colocándole el dedo índice sobre sus labios. Sus ojos se encontraron y, por un momento, Raymond se olvidó del mundo y la realidad que lo rodeaba, hechizado por aquella mujer.
A Elissa se le cortó la respiración, y parpadeó repetidas veces, tras lo cual Benjamin carraspeó instintivamente y salió del limbo. “Deja que te ayude a comer, Elissa." La susodicha se vio entonces en un brete, ya que sus principios morales le dictaban que no podía negarse a los mandatos de su jefe, a no ser que fuesen denigrantes o cruentos. Al notar la incomodidad e inseguridad de la otra, Benjamin exhaló una bocanada de aire a modo de resignación. “Vale, muy bien, come tú por tu cuenta. Pero luego no me culpes si te acabas echando toda la sopa encima.", la advirtió con humor, al tiempo que le hacía entrega del tazón y la cuchara."
“Gracias.", sonrió ella, y su estómago rugió de avidez al inhalar por la nariz el dulce aroma de aquel plato. Nada más meterse en la boca el primer sorbo, se sorprendió de que estuviera tan deliciosa. “La sopa está exquisita, señor; no sabía que se le diese tan bien la cocina." Aunque no debería sorprenderla, ya que desde que conocía a Benjamin, tuvo tiempo se sobra para darse cuenta de que era del tipo de persona que sabía defenderse más que decentemente en todo tipo de áreas de la habilidad humana.
“Bueno, hice un cursillo de cocina cuando estudiaba en el extranjero. Me gusta cocinar, me lo tomo casi como una terapia de relajación.", aclaró, mientras se encogía de hombros. Cuando Elissa le sacó el tema de su polivalencia no solo en cuanto a la cocina, sino también para con otras múltiples materias, el hombre dejó escapar una risa triste. “Desde que era chiquitín, fui criado para ser así. Mientras los demás niños salían a jugar y a divertirse, yo me quedaba recluido, puliendo mis habilidades sin ton ni son. Los envidiaba, por supuesto, pero hallaba una fuerte motivación para seguir haciéndolo siempre que mi madre me recordaba que, cuando fuera mayor, agradecería mucho la infancia que tuve... Supongo que no le faltaba razón." Era la primera vez que el hombre se abría a a Elissa con respecto a su pasado, y ella se sintió mal por él, infeliz por que él también hubiese pasado por una infancia difícil, dado su propio contexto. “Por desgracia, no solo sacar tiempo para cocinar todo lo que me gustaría.", agregó con tono de guasa para animar la conversación.
"No se preocupe; ¡ya verá como cuando se consiga una esposa decente, podrá cocinar para ella todo lo que le plazca! Y le aseguro que cualquier mujer se sentiría agradecida por tener un marido que le cocine.", lo animó ella con cierto humor, pero su sonrisa titubeó al ver que Benjamin se quedaba mirándola con ensimismamiento. Quizás se acababa de pasar de la raya con aquello que había dicho.
“Si es para ti, me encantaría cocinar los mejores platos todos los días, Elissa.”, dijo, y las pupilas de la muchacha se dilataron abruptamente. Ya no sabia si hablaba en broma o en serio. “Estoy harto de ser tu jefe, lo que yo quiero es cuidarte y estar a tu lado."
"¿Qué está diciendo, señor?", exclamó ella, dejando con manos temblorosas el cuenco sobre la mesa. Noto que se le revolvía el estómago por la situación que se estaba generando, la cual pintaba de lo más desagradable.
Para su sorpresa, Benjamin la tomó de la mano. “Me gustas mucho, Elissa, desde hace tiempo." En efecto, el interés de Raymond por la chica se remontaba a antes incluso antes de que le fuera asignada como su secretaria. Un día, mientras caminaba por las calles de Ciudad B, notó que un anciano esperaba junto a la acera para cruzar la calle. Benjamin notó que el hombre estaba ciego, pero mientras él dudaba un momento sobre si debía ir a ayudarle o no, una mujer vestida con una blusa azul y una falda a juego se dirigió sin dilación hacia el invidente. Benjamin se quedó allí, contemplando la escena.
"¡Vaya, ya se ha puesto verde el semáforo!", bramó la chica a los cuatro vientos de manera un poco forzada, y Raymond se cruzó de brazos, divertido ante la ocurrencia de aquella encantadora desconocida. Esta miró entonces al anciano a su lado, y al ver que tan solo se había sobresaltado ante su grito de advertencia, lo que hizo fue ponerse frente dando pisotones en el suelo para hacerle ver que ya podía empezar a caminar. Y así, sin siquiera ofrecer ayuda o mostrarse amable con el desvalido hombre, lo acabó ayudando a cruzar la calle. Benjamin los observaba desde el otro lado, y vio que el anciano palmeaba cariñosamente la cabeza de la mujer. O sea, que era perfectamente consciente de lo que había ocurrido. Durante casi una semana después de aquel entrañable incidente, la mujer rondó sus pensamientos de manera incesante, no solo por su aparente personalidad, sino también por la belleza deslumbrante de sus rasgos: su tez pálida, los ojos llenos de vida y carisma y su curvilínea silueta. Cuando supo que la mujer había recabado en su empresa, se sorprendió al reconocerla de aquella vez que ocurrió lo del invidente. Sin embargo, no la contrató para el puesto de secretaria por ningún motivo obsceno o parcial, sino que de verdad se trataba de una candidata de lo más apta, ya que derrochaba disciplina, talento e inteligencia. Así, tras todo lo que había visto y vivido con ella, Benjamin Raymond se dio cuenta de que la mujer indicada para él era Elissa, y siempre lo había sido.
La arriba mentada, sin embargo, se soltó de su mano al instante mientras se levantaba del sofá. "¿Habla en serio?"
Benjamin también se incorporó. "No haría bromas con esto, Elissa. Sé que es repentino, pero ¿no quieres darme una oportunidad siquiera, de verme como a un hombre y no como a un jefe de empresa?"
"Lo siento, señor... No puedo aceptar sus sentimientos.", musitó la chica.
"¿Tan difícil te resulta aceptarme como pareja?", insistió él, sin perder la esperanza pese a que le molestó un poco la respuesta anterior.
Elisa dio un paso atrás, abrumada. ¿Cómo iba a volver al trabajo después de aquello? "No puedo, señor... Yo no me siento así con usted, no de manera romántica." Sus palabras hicieron mella profundamente en el alma de Benjamin. Elissa pensó que acababa de tirar por tierra el futuro que le pudiese quedar en aquella empresa, así que lo miró a los ojos y se explayó un poco más: “Pero tiene que saber que le considero una gran persona, alguien que me ha ayudado cuando lo necesitaba, y eso siempre se lo voy a agradecer de todo corazón. Es solo que no me esperaba que se sintiese de esa manera conmigo, y aunque respeto sus sentimientos... Lo siento, pero no puedo corresponderle. Si me quiere despedir, lo entenderé perfectamente, no se preocupe."
Benjamin respiró hondo y después de un momento de reflexión, se puso su chaqueta y manifestó: “Qué te voy a despedir yo a ti, Elissa; mis sentimientos y tu rechazo no tienen nada que ver con el trabajo desempeñas bajo mi mando. Eres una excelente secretaria, y no querría socavar aun más mi bienestar prescindiendo del bien que aportas a mis negocios." Después de esa aclaración, Benjamin se despidió y se dirigió hacia la puerta, pero justo antes de salir hizo una pausa y se giró, esbozando una pequeña sonrisa. “Aunque me hayas rechazado, Elissa, nunca cesaré en mi empeño. Te prometo que algún día me alzaré merecedor de tu amor." ganaré tu corazón." Y con esa última declaración, se fue, dejando a Elissa quieta en medio del salón y mirando embobada hacia la puerta. Pasados unos instantes, parpadeó repetidamente y dejó escapar un gemido, con esa solemne despedida aún rondándole en los oídos como un eco. No sabía qué hacer, por mucho que el hombre le hubiese asegurado que no la iba a despedir. De ahora en adelante, la relación entre ambos habría de cargar con la lacra de su rechazo y el amor no correspondido del otro. Y con respecto a esa promesa que lanzó de conquistar su corazón... Ella no sabía si a lo mejor Raymond estaría dispuesto a esperar durante años, pero Elissa sabía rotundamente que, por el momento, su amor ya tenía un dueño indiscutible.