Capítulo 65
1244palabras
2023-01-22 00:01
Entré en pánico al percatarme de que había gruñido de dolor porque le había clavado accidentalmente las tijeras que tenía en la mano.
"¡Respóndeme! ¿Estás con un hombre?", insistió entretanto Tony al otro lado de la línea.
Su tono de enfado me hizo sentir bastante incómoda, pues actuaba como si fuera un hombre que sospecha que su esposa lo traiciona, cuando ni siquiera éramos novios.
Alcé la cabeza y miré a Astepon como pidiéndole disculpas: "Sí, así es. Hay un hombre a mi lado", admití tratando de contener la ira que me invadía.
Le entregué las tijeras para que cortara los mechones de mi pelo enredados en los botones de su camisa. Cuando por fin logré liberar mi cabello, se oyó la voz enojada de Tony al otro lado del teléfono: "¿Hay un hombre contigo? ¡Explícame esta situación ahora mismo!"
Sus palabras me hicieron sentir tan exasperada que me sentía al borde de perder el control. Me estaba juzgando sin haberme dado la oportunidad de explicarle la situación.
Puesto que Astepon me estaba observando, hice un esfuerzo por dominarme y salí de la habitación. Me dirigí al balcón y le dije a Tony: "Cálmate, por favor. Ni siquiera has escuchado mis argumentos, así que no deberías estar alterado".
"Está bien, voy a calmarme", aceptó.
Oí que una puerta se cerraba pesadamente al otro lado de la línea. Luego, ligeramente irritado, me preguntó: "¿Por qué hay un hombre en tu alcoba?"
Respiré hondo y miré por la ventana el oscuro cielo. "Es Astepon, mi vecino. Hoy me ayudó a resolver un problema, así que lo invité a casa a cenar como gesto de agradecimiento. Pero cuando nos disponíamos a cenar ocurrió un pequeño accidente: mi cabello se enredó en los botones de su camisa. Cuando llamaste estábamos tratando de liberar mi cabello encrespado. Entonces encontré unas tijeras, pero cuando estaba a punto de usarlas para cortar el cabello enredado en su camisa lo pinché con ellas accidentalmente. Entonces lanzó el grito de dolor que escuchaste", expliqué.
Mi indignación había ido in crescendo. Al final, inhalé profundamente y le pregunté: "¿Te parece una explicación convincente?"
Guardó silencio durante unos instantes y luego dijo: "Lo siento, Meita. Me preocupo demasiado por ti. Quiero saber todo sobre ti...".
Cerré los ojos y recobré mi autodominio. "Yo también lo lamento. Será mejor que nos tranquilicemos", señalé. "Hay algo que quiero dejarte claro: no me gusta la gente que quiere someter a los demás a su control, pero yo no estoy dispuesta a tolerar tus imposiciones", le recriminé.
Corté la comunicación y permanecí en el balcón un rato. Ya más calmada, regresé a la sala de estar.
Lo encontré sentado a la mesa del comedor, esperándome. Esbocé una sonrisa y comenté: "Lo siento. Será mejor que comamos pronto, antes de que la comida se congele".
Me senté frente a él y extendí la servilleta sobre mi regazo. Él hizo lo propio.
Procedimos a comer en silencio; reinaba una atmósfera silenciosa e inquietante. Me llevé calmadamente a la boca un trozo de pechuga de pollo sazonado con romero.
"El bistec tiene un sabor exquisito. Debo reconocer que tus dotes culinarias son realmente impresionantes", me elogió.
Sus palabras me sacaron bruscamente de mi ensimismamiento, Levanté la cabeza y observé que comía con refinamiento. Mi estado de ánimo mejoró ligeramente y repuse cortésmente: "Me halaga tu opinión; espero que sea de tu agrado".
"Debo admitir que todos los platillos que preparas me encantan", repuso. "Aunque no me destaco propiamente por mis habilidades culinarias, me las apaño para cocinar un pavo asado medianamente decente. Falta poco tiempo para el Día de Acción de Gracias, así que me gustaría invitarte a cenar en esa fecha", declaró.
"¿Lo dices en serio?", me sorprendí. Su invitación me hizo sentir muy emocionada, pues faltaban un par de meses para aquella celebración, lo que implicaba que no dejaríamos de vernos tan pronto.
Entonces le pregunté con cautela: "¿De veras podré visitarte el Día de Acción de Gracias?"
"Por supuesto", me respondió con una leve sonrisa. "Invitaré a muchos amigos que no pueden pasar el Día de Acción de Gracias con su familia a una celebración en mi casa. Espero tener el placer de disfrutar de tu compañía en ese ágape".
Me preguntaba si estaba insinuando que yo pertenecía a su extenso círculo de amistades.
Aunque acababa de declarar que éramos amigos, la verdad era que cuando se trataba de ocasiones especiales se veía forzado a hacerlo para sacarme de aprietos.
Pese a que estábamos solos manifestaba que nos unían lazos de amistad, lo cual era un gesto sumamente conmovedor.
"Muchas gracias por tu amable invitación. ¡No puedo perder la oportunidad de probar tu pavo asado!", repliqué al tiempo que le lanzaba una mirada de agradecimiento.
"Ja, ja, ja. Estoy seguro de que te encantará", contestó.
La deferencia con la que me trataba hacía que mi humor mejorara de manera paulatina, hasta el punto de que por fin esbocé una sonrisa.
La cena fue muy amena y una vez concluida se dispuso a marcharse. Observando las normas de la etiqueta lo acompañé a la puerta.
"¿Te apetecería que diéramos un breve paseo?", me preguntó de golpe en el umbral.
Vacilé durante unos instantes. Considerando que el cielo estaba oscuro como boca de lobo, sin estrellas visibles a simple vista, que la fría calle estaba débilmente iluminada por las luces amarillas de los postes de la calle, y que podríamos toparnos con hombres ebrios en las calles y ser presa fácil de los asaltantes que merodeaban por los alrededores, su idea me parecía una insensatez.
"No te angusties; no nos alejaremos", me tranquilizó, aplacando mis temores con una sonrisa.
Lancé un suspiro de alivio. Tomé mi abrigo del perchero situado junto a la puerta y salimos de la casa.
Las escaleras de la entrada a mi casa estaban construidas contra la pared exterior de la edificación. Mientras descendía por la escalera el helado viento nocturno hizo que me estremeciera de frío.
"¿Tienes frío?", me preguntó. Caminaba delante de mí para protegerme del frío viento.
Aquel simple gesto me hizo experimentar una sensación de calidez.
"Te agradezco mucho tu preocupación por mí", declaré.
"Tú y Tony no estaban conversando amablemente, ¿verdad?", me preguntó de repente.
Terminé de bajar las escaleras. De pie detrás de él, le lanzaba una mirada inexpresiva a su nuca.
Sabía que había sido testigo de nuestra pelea, pero me intrigaba el hecho de que de repente se hubiera interesado en aquella discusión.
"No me malinterpretes", dijo mientras se volvía hacia mí, bloqueando las frías y bramantes ráfagas de viento. "Tony acaba de enviarme un mensaje pidiéndome el favor de que te pida disculpas en su nombre".
No pude articular palabra alguna ante el hecho de que me comunicara la disculpa de Tony.
Fruncí los labios y aparté la mirada con tristeza. "Ya veo", contesté.
"Espero que no te moleste su actitud. Simplemente te protege celosamente", explicó con seriedad.
"Tal vez sea así", concordé con voz apagada. Sus palabras me hicieron sentir agitada.
Nos quedamos callados. Solo el viento que silbaba a nuestro alrededor rompía el silencio.
La tensión se podía cortar con un cuchillo.
Tras una larga pausa, escuché que suspiraba y luego decía: "Si quieres, puedo confiarte un pequeño secreto que guarda Tony".
Me quedé petrificada. No había esperado aquella confidencia. Me preguntaba qué era aquello sobre lo que Tony pretendía tender un manto de silencio y cuál era el motivo por el cual Astepon ansiaba revelármelo.