Capítulo 61
1023palabras
2023-01-18 00:01
"¡D*monios!", maldije. Presa del pánico, me solté de él.
Vi que se frotaba la nariz mientras se levantaba del suelo. Su expresión me hacía sentir intrigada.
"¡Lo siento mucho! Fui torpe y desmañada. No conseguí ejecutar ese movimiento con gracia y fluidez", le dije mirándolo nerviosamente.

"No te preocupes", dijo. Clavó los ojos en mi pecho por un momento, y luego comentó: "Tu cuerpo es... más flexible de lo que suponía".
"¿Eh?" No daba crédito a mis oídos.
No comprendía cómo podía considerar que poseía un cuerpo flexible cuando ni siquiera había sido capaz de ejecutar un movimiento tan simple.
Ladeó la cabeza, tosió y anunció: "Bien, eso es todo por hoy. Mañana seguiremos".
Era la primera vez que finalizaba una sesión tan pronto. Aunque quería saber las razones por las cuales había decidido interrumpirla, no pretendía interrogarlo. Después de todo era mi maestro y los alumnos siempre deben obedecer a su maestro.
Así pues, simplemente le agradecí la lección de baile y me dispuse a partir, pero me detuvo.

Me volví y lo observé. Él estaba de pie bajo la luz.
Era alto y erguido. "Mañana aumentaré la intensidad de tus entrenamientos para garantizar que puedas asistir al banquete de celebración en magníficas condiciones físicas", me dijo en un tono de voz que encontré bastante seductor.
Sus palabras resonaron en mi mente.
El plan de ejercicios que había diseñado para mí ya era muy exigente, y ahora quería que fuera mucho más extenuante. ¿Acaso pretendía matarme?

Sin embargo, la posibilidad de eliminar la grasa de mi cuerpo siguiendo aquella rutina me animaba a perseverar, así que me mostré de acuerdo. "¡Está bien, haré mi mayor esfuerzo!", acepté con entusiasmo.
Durante los siguientes días me ceñí estrictamente a sus instrucciones. Trotaba durante una hora por la mañana y luego me daba lecciones de baile durante ese mismo tiempo después del trabajo. Luego, practicaba boxeo con el saco de arena durante más de una hora en su sala de entretenimiento.
Invariablemente abandonaba su casa sintiéndome exhausta.
Por fortuna aquella ardua rutina a la que me sometía surtió el efecto deseado, pues al cabo de solo tres días ya había perdido otros 2 kilogramos de peso.
Durante este período mi piel carecía de lustre, así que compré un par de cajas de mascarillas faciales y me apliqué una cada noche con la esperanza de recuperar la lozanía de mi piel.
Los dos primeros días las mascarillas no me generaron reacciones adversas. Sin embargo, a la tercera noche, sentí un dolor agudo en la piel. Soportándolo estoicamente, mantuve la mascarilla sobre mi rostro. Más tarde advertí que que mi cara estaba roja e hinchada. A la mañana siguiente, me desperté con la cara cubierta de pequeñas erupciones..
Entré en pánico. Era lunes, es decir que solo faltaban 5 días para el banquete, de modo que ansiaba con desesperación que mi rostro recuperara su aspecto normal. Odiaba la idea de ser el hazmerreír del banquete. Tal vez incluso Tony me despreciaría.
Aunque se hallaba en un viaje de negocios y no regresaría antes del viernes, ello no había sido óbice para que nos mantuviéramos en contacto. De hecho todas las noches antes de acostarnos nos comunicábamos por videollamada. Ambos sentíamos un inmenso deseo de asistir al banquete. Solía alabar mi apariencia, así que se sorprendería si viera mi rostro en ese estado.
Rogaba que mi vida jamás volviera a ser tan deprimente como lo había sido en el pasado.
Pese a que usaba el doble de la cantidad de base que solía aplicarme, en el trabajo Amelie logró percatarse de las alteraciones de mi rostro.
Durante el almuerzo mantuve la cabeza gacha, utilizando mi cabello para ocultar mi rostro de todas las miradas.
Pero tal vez no debía sentirme así, pues ahora concitaba la atención de mis colegas, que en el pasado me habían condenado al ostracismo.
"¿Acaso estoy viendo visiones? ¿No es esta miserable mujer con la cabeza gacha la formidable guionista Meita?", preguntó Galilea en tono burlón. "Juraría que estoy equivocada. Meita ha sufrido una transformación radical recientemente. Supongo que casi ha olvidado cómo se ve con la cabeza gacha".
Entonces sentí una punzada de dolor en el pecho. Aunque quería contradecirla, prefería no hacerlo por temor a que notaran las erupciones que afeaban mi rostro.
Pero Amelie no iba a dejar que aquella oportunidad de humillarme se le escabullera de las manos. Mi silencio hacía que se sintiera envalentonada.
Así que se aproximó a mí, apartó el cabello de mi cara y dijo: "Quero descubrir quién es esta mujer".
Me volví bruscamente presa del pánico y con un movimiento ágil oculté el rostro con la mano.
"¡Oh, Dios mío! ¿Qué le pasó a tu cara?", dijo en tono melodramático.
Su reacción me hirió profundamente, así que solo acerté a cubrir mi rostro en silencio.
"Pues te lo mereces", se regodeó. "Me reafirmo en mi postura: ¡La gente como tú está condenada a ser la escoria de la sociedad! Sin embargo, te obstinas en aprovechar esta oportunidad para ascender en la escala social. ¡Soñar no cuesta nada!"
Sus palabras me causaron una profunda tristeza. Sentía que no podría dejar el pasado atrás; era como si todo siguiera igual.
Sin embargo, también en ese momento me di cuenta de que mi fealdad era la razón por la cual sufría de un complejo de inferioridad y tenía un carácter pusilánime. No mostraba una actitud realista al esperar una renovación total en un lapso de solo 20 días. Después de todo no bastaba un cambio físico, sino que además se imponía la necesidad de una transformación de índole espiritual.
Aunque me sentía abatida, estaba decidida a afrontar las adversidades, así que al salir del trabajo fui directo a la casa de Astepon en vez de dirigirme a la mía.
Llamé a su puerta y al cabo de unos instantes me abrió la puerta, envuelto en una bata de baño y con el pelo mojado. Podía oler el aroma de su champú. Al parecer había salido muy deprisa.
Lo miré con cierta aprensión y advertí la sorpresa en sus ojos. "¿Qué le pasó a tu cara?", preguntó con preocupación.