Capítulo 62
1288palabras
2023-01-19 00:01
Bajé la cabeza avergonzada. Luego, pasé por debajo de su brazo y entré en su casa.
"¿Qué hiciste anoche?", me preguntó con frialdad. Cerró la puerta y se acercó a mí. "Cuando saliste de aquí anoche, tu piel tenía un aspecto normal", comentó sorprendido.
Me cubrí la cara y me senté en el sofá. Con suavidad, le confesé lo sucedido: "Vi una mascarilla facial que recomiendan las influenciadoras especializadas en belleza en Internet. Aseguraban que le confería a la piel una apariencia más firme y suave, así que me la apliqué todas las noches. Sin embargo, anoche la piel comenzó a dolerme y sentía picazón. Cuando desperté esta mañana tenía este lamentable aspecto...".

Bajé la cabeza; él no dejaba de mirarme. Mi voz perdió firmeza.
Temía que me reprendiera al considerar que había malgastado sus energías durante el pasado mes.
"Arroja a la basura todas esas mascarillas ahora mismo. Estás experimentando una reacción alérgica", me ordenó en tono imperioso. Era la primera vez que lo escuchaba hablar así.
"¡Oh! ¿Y ahora qué debo hacer?", le pregunté sorprendida.
Los productos para el cuidado de la piel pueden causar graves alteraciones. En alguna ocasión leí que una chica había sufrido de severas alergias y pústulas en el rostro por haber utilizado productos para el cuidado de la piel cuya calidad era muy deficiente. Su rostro jamás volvió a ser normal.
Me aterraba la idea de que a mí me sucediera lo mismo.

"No te preocupes. La reacción de tu piel solo fue leve", me tranquilizó con suavidad. "Quítate el maquillaje primero. Voy a traer la pomada enseguida", indicó.
Se volvió y entró en su misteriosa, oscura y pequeña habitación.
Aquella estancia era su guarida secreta. Una vez abrí accidentalmente la puerta de la misma, pero todo lo que vi fue oscuridad. Sin embargo, cuando estaba a punto de alejarme, advertí que estaba de pie detrás de mí. Esa fue la primera vez que lo vi ardiendo de cólera contenida; me estremecí de miedo.
Desde entonces no volví a atreverme a explorar su casa sin su consentimiento.

Eché a correr de vuelta a casa para quitarme el maquillaje. Sin la base líquida, la piel de mi rostro ofrecía un aspecto verdaderamente aterrador. Contemplé con preocupación mi rostro en el espejo. Ahora mi expresión era triste. Bajé corriendo las escaleras y me dirigí a su casa.
Estaba aguardándome en el sofá. Sostenía la pomada en su mano. Suspiré para mis adentros al sentarme a su lado.
"Siento mucho haberte causado problemas de nuevo", me excusé.
Bajó la cabeza y concentró toda su atención en quitar la tapa del tubo de pomada. Luego, sumergió un hisopo de algodón en la pomada blanca cremosa y me la aplicó en la cara.
Aquella fría crema me causó dolor en la piel, así que aparté el rostro de manera involuntaria.
"No te muevas", me ordenó observándome con seriedad. Podía sentir su aliento en mis oídos. "Te dolerá un poco, ya que la pomada estimulará tu piel. Seré muy cuidadoso".
El tono de su voz era muy suave, y su mirada atenta. De golpe nuestras miradas se cruzaron. Era incapaz de apartar la mirada.
"Nunca vuelvas a comprar un producto cualquiera para el cuidado de la piel", me reprendió al tiempo que me lanzaba una mirada hostil. "Tu piel es muy delicada. En los documentos que te di se señala claramente que posees una piel muy delicada. Por eso solo debes usar ciertos productos. Pero al parecer no los leíste con atención".
"Lo hice", lo contradije. Lo miré con aire culpable y luego argumenté débilmente: "Pero esa mascarilla es muy popular en Internet. Muchas influenciadoras la recomiendan...".
"No debes confiar ciegamente en los productos que recomienda la gente en Internet. Es solo publicidad en la que las empresas invierten ingentes sumas de dinero", explicó.
Mientras hablaba, deslizaba el hisopo sobre la base de mi oreja. Sentí un cosquilleo; no pude evitar inclinar la cabeza, acercando la barbilla al cuello.
"Tus movimientos son muy delicados. Siento cosquillas", dije. Hice mi mejor esfuerzo para contener la risa mientras tensaba mi cuello.
Sus manos dejaron de moverse de inmediato. Se hizo un extraño silencio. Me quedé desconcertada al darme cuenta de que mis palabras podrían ser malinterpretadas.
"Me refiero a ...". Tosí mientras trataba de aclarar el sentido de mis palabras. "Me refiero a tu mano. Tus movimientos son tan suaves y delicados que siento un cosquilleo, así que debo esforzarme para no reírme".
Astepon guardó silencio. Giré la cabeza torpemente para mirarlo y advertí que estaba hundiendo un hisopo de algodón limpio en el tubo de pomada. Luego, la aplicó en el otro lado de mi cara, pero esta vez lo hizo ejerciendo mayor presión.
"¿Todavía sientes cosquillas?", me preguntó mientras aplicaba la pomada.
Una fuerza misteriosa parecía controlar el movimiento del hisopo. "Ya no siento tantas cosquillas", repuse.
No sentía mucho dolor. Inhalé profundamente mientras experimentaba la sensación de hormigueo que me producía la pomada. Sin embargo, una vez que desapareció, la fragancia de la pomada persistía y, por supuesto, el inconfundible aroma que exhalaba él.
Su cara está muy cerca de la mía. Habría bastado una leve inclinación de mi cabeza para besarlo. Nuestra postura y proximidad sugerían una gran intimidad. Sin embargo, su mirada era tan límpida que aparté de mi mente cualquier pensamiento sensual.
"Dime, ¿crees que soy demasiado duro?", preguntó.
Sus palabras me sorprendieron. Abrí los ojos como platos y lo miré desconcertada.
Me preguntaba qué idea quería expresar al emplear ese vocablo, pues la palabra "duro" se puede usar para describir muchas cosas. Puede aplicarse al acero, a la voluntad y también al m*embro viril.
Un sinfín de posibilidades de uso de esa palabra cruzaron por mi mente, pero al final pensé que era tan caballeroso que jamás haría una broma subida de tono.
Convencida de que no estaba haciendo insinuaciones sexuales, asentí y dije con sinceridad: "Sí, eres demasiado duro".
"Explícate, por favor", me dijo al tiempo que retiraba el hisopo de mi cara y arqueaba una ceja delante de mí. 
"Me refiero a que la dureza se asocia contigo en muchas formas", repliqué mientras le lanzaba una mirada inocente. "Aunque eres amable y considerado, a veces actúas con dureza y rudeza. Por ejemplo, cuando Hayden me hostigó en la piscina, te enfrentaste a él valientemente para defenderme y le advertiste que me dejara en paz".
"Entiendo. ¿En qué otra forma palabra asocias esa palabra conmigo?", me preguntó.
Me quedé inmóvil durante unos instantes mientras pensaba en todo lo que había sucedido desde que nos habíamos conocido.
"Tus músculos son muy duros", contesté mirándolo a los ojos y luego le dije con seriedad.: "Eres fuerte; la gente se siente segura cerca de ti".
Me había sentido frágil e impotente en un sinfín de ocasiones. Sin embargo, cuando estábamos juntos me sentía protegida y cómoda. Todos mis temores parecían esfumarse.
"Además, tus puños son duros y fuertes. Los usaste para golpear a una escoria y para interceptar la botella de vidrio que Amelie me arrojó", le dije mirándolo a la cara. Con voz cada vez más suave agregué: "Tus manos también son duras y fuertes. Me llevaron al hospital, me arrastraron a través del límite entre la vida y la muerte, y me ayudaron a redescubrir mi amor por la vida y a adquirir la valentía necesaria para afrontarla".
"Y...". De repente me interrumpí, incapaz de seguir hablando. Respiré hondo.
Mientras hablaba sentía que nuestro vínculo se fortalecía.
Pese a que nos habíamos conocido hacía menos de un mes, me había acostumbrado a convivir con él. Nuestras vidas parecían estar inextricablemente unidas.
Pensaba con tristeza en cómo sería mi vida cuando el proyecto hubiera concluido y no volviéramos a vernos. ¿Qué haría entonces?