Capítulo 60
1416palabras
2023-01-17 00:01
En cuanto Tony dijo aquellas palabras, escuché las expresiones de asombro de los demás. Estaba tan sorprendida como ellos. Pensaba pedirle que fuera mi pareja en el evento, pero ahora era él quien me hacía tal petición. Había imaginado que las cosas serían muy diferentes.
Estaba muy nerviosa, pues era la primer vez que me sucedía algo así. Sin embargo, Amelie me observaba tratando de hacerme sentir intimidada, y no quería parecer débil ante ella. 
"¡Por supuesto! Me sentiría muy feliz y honrada de ser tu pareja", repuse fingiendo sorpresa.

"Entonces tenemos un trato. Ya no puedes aceptar la invitación de otro hombre", respondió arqueando una ceja al tiempo que me lanzaba una sonrisa. Luego, su semblante volvió a tornarse grave y les dijo a los presentes: "Bueno, ahora debo irme. Que tengan un buen día".
En cuanto se marchó, todos los integrantes del Departamento Editorial comenzaron a hablar animadamente sobre nosotros. Escuché que Evie especulaba sobre nuestra relación en voz alta. Incluso se atrevió a maldecirme abiertamente. Amelie, por su parte, me dijo en tono de enfado: "¿Cómo lo hiciste? ¿Acaso le lanzaste un hechizo?"
"No lo sé. Tal vez haya sido eso", repuse encogiéndome de hombros.
"¡Te has comportado con gran arrogancia recientemente!", gritó de nuevo Amelie. "¿Te crees maravillosa solo porque eres la líder de un gran proyecto?"
"Sí, así es. Creo que soy fenomenal", respondí.
Las peleas y las disputas son así. Una vez que han comenzado, se repiten una y otra vez. Desde que logré que dejara de insultarme al replicarle no había vacilado en hacerlo cada vez que me provocaba. Ahora tenía la confianza suficiente para refutar con serenidad sus apreciaciones y obligarla a guardar silencio.

"¡Eres una...!" No sabía cómo responder a mis palabras. Me lanzó una mirada cargada de odio y luego regresó airadamente a su asiento.
Dejé escapar un suspiro de alivio. Esperaba que sus ataques cesaran, pues no deseaba que continuáramos enfrascándonos en riñas.
Entre personas maduras no deben producirse enfrentamientos.
Yo sabía que no sería una pareja de baile adecuada para un evento como aquel, pero por fortuna todavía faltaba una semana para el banquete, así que decidí aprovechar esos días para practicar mis pasos de baile.

No podría haber tenido un mejor mentor que Astepon.
Al salir del trabajo lo llamé por teléfono y le pedí que me diera lecciones de baile. Aceptó de inmediato.
"¿Qué clase de evento es? ¿Es una fiesta privada o un evento empresarial?", preguntó con suavidad.
Mientras conducía le respondí: "Se trata de un banquete de celebración organizado por la compañía. Habrá un baile y le prometí a Tony que sería su pareja. No me gustaría que fuera el hazmerreír de todos por mi culpa".
Guardó silencio durante unos segundos antes de responder. "Ven a mi casa a las ocho de la noche", indicó.
"¡De acuerdo!", acepté con gran entusiasmo. "¡Entonces nos veremos esta noche!"
Al llegar a casa preparé una cena sencilla y me duché lo más rápido que pude. Luego, encontré un vestido negro que había comprado el año anterior con la intención de lucirlo más adelante. Sin embargo, al ponérmelo, noté que me iba holgado, aunque el año anterior me quedaba muy ajustado.
De inmediato me subí a la báscula y al ver el peso que marcaba comencé a gritar de emoción.
En tan solo 20 días había perdido casi 13 kilogramos. No exageraba. Antes pesaba demasiado. Sin embargo, gracias a una dieta estricta, aunada a un entrenamiento intenso, era evidente que había logrado perder mucho peso. Pero tardaría al menos medio año en estar en forma.
Desbordante de felicidad, me puse el vestido y salí para encontrarme con él. Al verlo di un giro frente a él para que pudiera apreciar mi nueva figura.
"¡Me acabo de pesar y vi que he perdido alrededor de 13 kilos; no lo puedo creer!", exclamé. Lo miré emocionada y le dije: "¡Me propongo llegar a pesar no más de 81 kilogramos y creo que definitivamente es algo factible!"
"¡Felicitaciones!", exclamó sonriendo. De repente me sentí mucho mejor.
Su casa era el doble de grande que la mía. En un rincón había un viejo tocadiscos. En ese momento sonaba una melodía relajante que me infundía tranquilidad.
“Bien, comencemos”, anunció. Extendió su mano izquierda hacia mí en ademán de invitación a bailar. Respiré hondo, levanté la cabeza e inflé el pecho antes de tomar su mano.
Posó su mano derecha en la parte posterior de mi cintura.
Nuestros cuerpos se fundieron en uno solo. Podía sentir el calor de la palma de su mano, y también captaba el débil aroma floral que exhalaba su cuerpo.
Los latidos de mi corazón se aceleraron. Respiré hondo y me dije a mí misma que debía conservar la calma. Solo me estaba enseñando a bailar. Debía tener presente que no teníamos ninguna clase de relación diferente a la de profesor y alumna.
Me repetía aquello mientras prestaba atención a sus indicaciones.
"El baile de salón se basa en tres pasos", observó mientras me hacía una demostración. "Su primer compás es pesado, mientras que los dos siguientes son más ligeros. Fuerte, débil, débil".
Movió su pie izquierdo hacia delante y luego, con la mirada, me indicó que moviera mi pie derecho hacia atrás. Di medio paso hacia atrás con torpeza. Luego, obedeciendo sus orientaciones, empecé a balancearme de un lado a otro al compás de la música.
Tras haberme enseñado los pasos básicos del baile, procedió a mostrarme cómo debía ejecutar el giro. Me indicó que retrajera mi pie derecho y luego colocó su pie izquierdo entre mis piernas. Mis piernas eran rollizas, así que me sentía un tanto avergonzada. Al colocar su pierna entre las mías presionó mis pantorrillas.
"Gira 180 grados. Usa tu pie derecho como eje", me indicó con naturalidad.
Mi cuerpo estaba mucho más sensible de lo que yo habría querido. Estaba completamente entumecida, aunque solo me había rozado ligeramente.
Cerré los ojos y respiré profundamente, apartando de mi mente aquella maraña de pensamientos confusos que hervían en ella. Luego, siguiendo sus instrucciones, empleé mi pie derecho como eje y giré mi cuerpo 180 grados, cayendo en sus brazos. Rodeó mi cintura con sus brazos y me incliné hacia atrás con gran dificultad para elevar mi cintura cuanto pudiera.
¡Era una postura realmente agotadora!
"Quédate inmóvil", me pidió en voz baja. "Tu posición no es la adecuada. Debes relajar la cintura y usar los brazos y los muslos para mantener el equilibrio. Relaja la cintura tanto como puedas e inclínate hacia atrás".
Obedientemente ajusté mi postura y me esforcé por relajar mi cintura. Al parecer había conseguido la postura correcta.
“Debes hacerlo un poco mejor”, señaló con entusiasmo "Aún no has logrado la postura ideal. Inclínate más hacia atrás".
¡Santo cielo! ¿Acaso pretendía que acabara rompiéndome la cintura? Sin duda me fracturaría un hueso si seguía inclinándome hacia atrás.
"¡No, no puedo! Me caeré al suelo", exclamé mientras luchaba por levantar la cabeza y poner mi mano derecha alrededor de su cintura.
"No te preocupes, eso no sucederá. Te protegeré. Intentémoslo una vez más", me tranquilizó.
Sus palabras me infundieron valor para persistir, así que cerré los ojos, relajé la cintura y eché el cuerpo hacia atrás.
Temiendo caer, aferré sus piernas con las mías mientras sujetaba su cuello con la mano derecha. Me agarró por la cintura con sus anchas y gruesas manos. Percibía claramente cómo el calor de sus palmas se irradiaba a través de su ropa hasta llegar a mi cintura.
Me hallaba en tal estado de nervios que no lograba concentrarme en la maravillosa sensación que su mano despertaba en mi cuerpo.
Observé su barbilla bien definida y me incliné hacia atrás en un movimiento vigoroso. Había ajustado sus pasos gradualmente con el fin de mantener el equilibrio. Sin embargo, simultáneamente, mi cuerpo adoptaba una posición que me resultaba bastante incómoda.
Mis piernas oprimían sus muslos, así que era inevitable que rozara mi zona más sensible. Inmediatamente sentí que una corriente eléctrica fluía desde el punto de unión de nuestros cuerpos, privándome de toda mi fortaleza.
Ahora mis piernas estaban tan débiles que carecía de la fuerza necesaria para mantenerme en pie. Aquella postura me impedía tener estabilidad.
Súbitamente caí hacia atrás, arrastrándolo, y ambos terminamos en el piso.
Lancé un gemido. Entonces me di cuenta de que algo estaba presionando mi cuerpo. Tenía una sensación extraña en el pecho.
Soportando el dolor, observé mi pecho y vi con sorpresa que su rostro estaba oprimiendo mis senos.