Capítulo 26
1294palabras
2022-12-12 14:12
El encanto que irradiaba hizo que mi mente entrara en trance. Cuando volví a la realidad me encontré en el último escalón.
Quizá fueran las hormonas, pues en ese momento olvidé mi temor a las piscinas y me sumergí en un encuentro íntimo con él, deseando que el tiempo transcurriera lentamente.
Venciendo mi timidez apoyé un pie en el fondo de la piscina, pero al hacerlo pisé algo, lo que hizo que me deslizara hacia delante un poco.
En ese momento lancé un grito y caí en sus brazos.
Me di cuenta de que se esforzaba por sostenerme, pero el enorme peso de mi cuerpo se lo impedía. Lancé un grito de sorpresa y oí el sonido del agua al agitarse. En medio de mi confusión aferré sus hombros y rodeé su cintura con mis piernas.
Oí que lanzaba un gruñido. Se esforzó por mantener el equilibrio hasta que finalmente lo consiguió.
Ahora estábamos de pie en la piscina en una posición muy sugestiva: mis brazos rodeaban sus hombros, mientras que mis piernas aferraban su cintura. Entonces me moví un poco y al hacerlo rocé sus partes íntimas.
Me ruboricé de vergüenza al sentir que mi zona íntima comenzaba a humedecerse.
Podía oír muchos comentarios ofensivos a mi alrededor.
"¡Miren, esa mujer gorda y fea está abrazando a un chico apuesto! ¡Es una desvergonzada!", dijo alguien.
"Debe ser una mujer adinerada, pues de lo contrario un hombre tan guapo no estaría junto a ella", afirmó otra persona.
"¡No puedo creer que un hombre tan apuesto sea un gigoló! Seguramente ella lo mantiene", aseguró alguien más.
Aquellas palabras me hirieron profundamente. Me dolía que se hubieran atrevido a especular maliciosamente sobre nuestra relación.
Me sentí consternada; los pensamientos agradables que habían ocupado mi mente hasta ese momento se esfumaron de repente al percatarme de que los demás tenían una mala opinión de él por el hecho de que me hiciera compañía.
Era de esperarse; todos criticaban a quienes estaban conmigo.
Me solté de él sintiéndome culpable. "Siento mucho que se hayan formado una opinión errónea de ti. Deja que les aclare las cosas de inmediato", me disculpé.
"No, no lo hagas. Persistirán en su opinión infundada aunque les digas la verdad sobre nuestra relación", se opuso con firmeza.
"Pero me siento culpable, ya que de no haber sido por mí seguramente no tendrían ese mal concepto de ti", comenté con tristeza.
"Tranquilízate. Si les demuestras que te preocupas por su opinión entonces se burlarán de ti con mayor crueldad, mientras que si conservas la calma y los ignoras, seguramente ya no querrán importunarte", explicó con serenidad.
Me preguntaba si tendría razón en eso.¿Realmente me dejarían en paz si no prestaba atención a sus comentarios malintencionados?
Sonreí con amargura al pensar en ello.
Miré a mi alrededor y percibí las miradas desagradables y cargadas de odio que me lanzaban todas aquellas personas; eran como víboras reptantes que me miraban con sarcasmo, celos, curiosidad y desdén.
Sin duda estaban aventurando opiniones sobre nuestro vínculo, haciendo comentarios despreciativos en voz baja y mofándose de nosotros.
Comprendí que no dejarían de burlarse simplemente por el hecho de que despreciara sus comentarios.
"Ya deja de mirarlos y centra tu atención en mí", indicó.
Sus palabras me hicieron reaccionar y lo miré sorprendida. "¿Y después qué?", pregunté.
"Después deberás blindar tus sentidos", repuso.
"¿Blindar mis sentidos, dices?", repliqué perpleja.
"Así es. No los mires, no los escuches, no te preocupes por lo que digan y no les preguntes nada. Concéntrate en lo que está frente a ti", me aconsejó.
"De acuerdo. Lo intentaré", acepté.
Intenté olvidar todo lo que acababa de suceder, de aislarme de los sonidos del mundo exterior y de concentrarme en la natación.
Pero en cuanto sumergí la cabeza en el agua se apoderó de mí aquel viejo temor a ahogarme, entré en pánico y me moví con agitación en el agua.
Sentía que el agua era como una serpiente que se deslizaba a través de mi nariz y de mis vías respiratorias; experimenté un dolor desgarrador en el pecho mientras luchaba en vano por salir a la superficie.
Abrí la boca para pedir ayuda, pero no lo logré, y el agua entró en mi boca, ahogándome.
Luchaba con desesperación para mantenerme a flote, y justo en el momento en que estaba convencida de que me ahogaría sentí un par de manos que me tomaban por la cintura y me sacaban del agua. Fue como si las alas de un ángel me hubieran rescatado.
Entonces el aire entró en mis pulmones y sentí que volvía a la vida.
Instintivamente aferré el cuello de la persona que estaba a mi lado y tosí con fuerza.
"No temas; deja que tu cuerpo se relaje. Abre tus extremidades y flota libremente en el agua", indicó.
Al oír su voz y sentir su aliento en mi oído una corriente eléctrica recorrió mi cuerpo.
De nuevo los latidos de mi corazón se aceleraron, fuera de control.
Apartó mis manos de su cuello y me sostuvo por detrás de la cintura para que flotara boca abajo en el agua.
En ese momento era presa de los nervios, así que mi cuerpo no lograba reaccionar. Mis extremidades estaban tan rígidas como las de un robot y la timidez me invadía. Entonces escuché por encima de mí su voz seductora, que me instaba a mantener la serenidad. "Relájate", me pidió.
Miré con ojos como platos el agua azul que tenía frente a mí y luego sentí que una mano se posaba en mis cintura.
¡Dios mío, me estaba tocando de nuevo! Ahora estaba tocando mi zona más sensible. ¡Qué maravillosa sensación!
Me mordí con impaciencia mi labio inferior mientras sentía un cosquilleo en mi sexo.
Estuve a punto de gemir de placer ante aquel contacto íntimo.
Cerré los ojos y respiré hondo, intentando distraer mi mente, pero como por arte de magia me tomó por la cintura con una mano y ajustó la posición de mi cuerpo con la otra.
¡Había tocado casi todas las partes de mi cuerpo; aquello era demasiado para mí!
Deslicé mis extremidades ejecutando un movimiento complejo mientras practicaba mi técnica de natación estilo espalda, pero me di cuenta de que me costaba hacerlo.
Me sonrojé mientras chapoteaba y contenía la respiración, atenta a sus instrucciones, hasta que por fin conseguí nadar empleando el estilo espalda. Entonces me soltó y dejó que nadara con entera libertad.
No podría decir con exactitud cuánto tiempo transcurrió, pero, mientras comenzaba a descubrir el placer de nadar, de repente me di cuenta de que, inadvertidamente, había dejado de prestar atención a aquellos insidiosos y de que había logrado despojarme del temor que sentí cuando estuve a punto de ahogarme.
¡Ahora podía nadar con toda tranquilidad! ¡Finalmente había vencido mi miedo a hacerlo!
Me sentí tan feliz que lo busqué entre la multitud, deseosa de compartir con él la alegría que colmaba mi corazón en ese momento. Ansiaba que supiera que ya no me asustaban las piscinas.
Sin embargo, cuando por fin logré hallarlo, la alegría y emoción que llenaban mi pecho se desvanecieron de inmediato.
Fue como si el agua de un glaciar hubiera caído sobre mí.
Me sentía así porque acababa de ver a una mujer con un cuerpo escultural que lucía un atractivo bikini, el cual dejaba al descubierto sus largas y pálidas piernas y su esbelto talle, rodeando con las piernas su cintura mientras él la abrazaba íntimamente.
Me quedé petrificaba durante unos instantes y luego parpadeé. No me cabía la menor duda de que era Astepon.
Aquella mujer había tomado la iniciativa de besar sus labios mientras la sujetaba por la cadera. Al parecer estaban muy excitados; supuse que pronto buscarían un lugar tranquilo donde pudieran dar rienda suelta a sus instintos.