Capítulo 25
987palabras
2022-12-12 14:04
A la mañana siguiente salí de mi apartamento sintiendo una gran aprensión y llamé a la puerta de Astepon.
"¡Hola!", lo saludé, haciendo acopio del valor necesario para mirarlo a los ojos.
"Buenos días", respondió inclinando la cabeza, y luego cerró la puerta con la mano que tenía a la espalda. "Bien, vamos; tengo tu traje de baño listo".

"Espera, hay algo que quiero decirte", le dije en voz baja.
Tras haber reflexionado al respecto durante toda la noche, había decidido no ir a nadar, de modo que quería hablar con él sobre la posibilidad de que me decantara por otro deporte.
"¿Qué te sucede? No me gusta nada tu aspecto", dijo mirándome a la cara.
Afortunadamente, por fin había notado algo extraño en mí.
Me incliné hacia él, ansiando que me ofreciera alguna alternativa a la natación, y le pregunté: "¿Es absolutamente necesario que aprenda a nadar? ¿No hay otra forma en la que pueda adelgazar? ¿Podría recurrir a un gimnasio?"
"¿Por qué estás tan temerosa? ¿Acaso no quieres afrontar las miradas hostiles o algo por el estilo?", me preguntó con suavidad.

"Yo... yo...", balbuceé bajando la cabeza. No me atrevía a explicarle la razón por la cual no quería nadar.
Las dolorosas experiencias que había vivido en el pasado habían dejado profundas cicatrices en mi alma; cada vez que las recordaba sentía un profundo dolor. Sin embargo, no quería que se enterara de mi traumática experiencia, pues en tal caso me consideraría una mujer débil e incompetente.
"¿Acaso le tienes...". Hizo una breve pausa y prosiguió: "¿Acaso le tienes miedo al agua?"
"¿Miedo al agua?" Me quedé pensando durante un momento. "Sí, así es; me asustan las piscinas. ¡Cada vez que veo una me parece que me va a devorar!", admití meneando la cabeza con violencia.

Decía la verdad, pero, por alguna razón, guardó silencio cuando le confesé aquel temor.
Le lancé una mirada furtiva con cierto nerviosismo y vi que fruncía el entrecejo; parecía estar meditando acerca de algo.
Debió haber percibido mi mirada, pues en aquel instante me miró, sin haberme dado tiempo para desviar la vista.
Su rostro se relajó; ya no fruncía el ceño y me lanzó una cálida sonrisa.
"Tranquilízate, Meita. Cuenta conmigo para ayudarte a vencer ese temor. Ten presente que solo si conquistas un temor que aún no has enfrentado podrás lograr una transformación desde tu interior", declaró haciendo gala de sabiduría.
Pese a que comprendía sus palabras, no era capaz de vencer aquel miedo.
Mientras vacilaba y luchaba contra mi temor, sentí que una de sus grandes y calurosas manos aferraba uno de mis hombros.
"Confía en mí y confía en ti misma", me alentó.
De repente sentí como si una corriente eléctrica recorriera mi cuerpo, estimulando mis nervios y haciéndome sentir un cosquilleo.
El calor que me transmitía la palma de su mano era tan intenso que comenzó a esparcirse por todo mi cuerpo a través de la tela de mi vestido, desde el hombro hasta los pies.
Por un momento las hormonas que emanaban de su cuerpo distrajeron mi mente, haciéndome olvidar temporalmente mis temores más arraigados. Su suave encanto me deleitaba.
Finalmente no pude dejar de acceder a su invitación a ir a nadar, así que nos dirigimos a la piscina.
Al cabo de veinte minutos estaba vistiendo mi traje de baño, mi gorro de natación y mis gafas acuáticas. Salí del vestidor y me encaminé hacia la piscina; entonces sentí de inmediato que los demás me miraban con hostilidad.
Mi ajustado vestido de baño negro ceñía mi abdomen, de manera que se notaban mi prominente vientre y mi enorme cintura, además de mi gigantesco trasero y mis caderas bastante flácidas.
Puesto que el suelo alrededor de la piscina estaba resbaladizo, me movía con la torpeza característica de los pingüinos.
Oí que, a lo lejos, la gente se burlaba de mí abiertamente, así que aceleré el paso, presa del pánico.
Se estaban mofando de mí como lo había hecho otro grupo de personas hacía muchos años. Al recordar esa amarga experiencia imaginaba lo que sucedería después.
Temía que de nuevo varios chicos se juntaran para insultarme y luego me arrojaran a la piscina e intentaran ahogarme. 
Era tal el pánico que sentía que no me percaté de que Astepon se aproximaba a mí.
"¡Meita!", gritó para llamar mi atención. "Relájate; respira hondo. Ya estás a salvo, así que tranquilízate", indicó.
Seguí su consejo. Respiré hondo y logré recobrar la calma.
Advertí que me miraba con preocupación.
"Lo siento mucho; todavía estoy muy atemorizada", dije tímidamente.
"No prestes atención a lo que los demás puedan pensar de ti, Meita", me aconsejó con mucha seriedad. "Olvida lo que acabas de ver y escuchar, y aparta de tu mente los pensamientos negativos. Solo cierra los ojos y ven conmigo".
Sentí que sus grandes y cálidas manos tomaban las mías. Sus palabras, pronunciadas con una voz profunda y seductora, resonaban en mis oídos.
"Cierra los ojos y pon la mente en blanco".
Obedeciendo sus indicaciones, cerré mis ojos con lentitud, esforzándome por olvidar el temor que me atenazaba. Centré mi atención en las palmas de sus manos.
Al sentir la calidez de las mismas me invadió una sensación de serenidad y confianza.
Respiré hondo y le lancé una mirada.
Estaba de pie en la piscina, esperándome, mientras yo me hallaba parada en los escalones que descendían a la misma. Desde aquel ángulo podía ver claramente sus tonificados músculos pectorales y sus cincelados abdominales.
Vi su pecho salpicado de gotitas de agua que se deslizaban por sus pectorales hasta llegar a su bañador.
Seguí con la mirada el recorrido de los hilos de agua, que descendían hasta su cintura y su vientre.
En ese momento noté que su bañador realzaba sus partes íntimas; me sonrojé y aparté la mirada.
¡Cielos, qué cuerpo tan atractivo!, pensaba maravillada. Temía que no fuera capaz de refrenar mi deseo de abalanzarme sobre él.