Capítulo 24
1379palabras
2022-12-12 13:57
Pensé que había llegado el momento de rebelarme.
Pero, sin darme la oportunidad de intervenir, Amelie prosiguió: "Meita debe asistir a una reunión de gran trascendencia esta tarde y si lleva esa capa sin duda la reputación de la empresa se verá empañada".
El rostro de la señora Dema estaba contorsionado por la ira.
Amelie me miró orgullosa; la alegría de la victoria se reflejaba en sus ojos.
Ansiaba defenderme de sus ataques, pero al pensar en lo que me había hecho sentí que no tendría la voluntad para enfrentarla.
Era una intrigante. Siempre buscaba causar problemas con sus palabras.
En una oportunidad un libreto de su autoría causó un gran problema y cuando Robert le pidió explicaciones al respecto dijo que todo se debía a una alteración del mismo hecha por mí.
Intenté explicarle lo sucedido pero mis argumentos no eran convincentes. Carecía de pruebas que demostraran que las inconsistencias de la trama no eran mi responsabilidad y que Amelie me había obligado a ayudarla a cambiar el libreto.
Identifiqué las debilidades del libreto y luego procedí diligentemente a corregirlas, pero insistió en hacer uso de su propia versión.
Pero lo que más me molestó fue el hecho de que sus gritos enloquecidos convencieron a Robert de que decía la verdad, así que este me culpó de la poca solidez del libreto y decidió retener parte de mi bonificación.
Me habían desairado en tantas ocasiones que había dejado de importarme que lo hicieran.
Decidí actuar con estoicismo y guardar silencio.
Al notar mi silencio, Amelie siguió actuando con arrogancia. Me sonrió con desdén y declaró: "Meita, te aconsejo que no te vayas a obsesionar con la compra de imitaciones en el futuro...".
"¡Ya cállate, Amelie!", la interrumpió la señora Dema con voz severa.
Su exclamación me desconcertó. Me preguntaba cuál era la razón de su enojo.
"Sra. Dema...", repuso tímidamente con un destello de pánico en sus ojos.
"¿Así es como sueles intimidar e insultar a tus colegas?", preguntó con furia la señora Dema.
"Pero...pero... no lo hice señora", se defendió con cierto nerviosismo al tiempo que me lanzaba una mirada de advertencia.
"Escuché toda la conversación que sostuvieron. Estabas diciendo que tu colega está usando una imitación, ¿verdad?"
"Sí, así es, ¡pero solo buscaba el bien de la empresa!", se excusó.
Percibí que su voz se hacía temblorosa; al parecer había advertido que sus mentiras habían desatado la ira de la señora Dema.
"Aseguras que tu colega viste una prenda de imitación, pero desoyes sus explicaciones. ¿Por qué adoptas esa actitud?" preguntó.
"Pues porque...porque...", contestó con vacilación.
"¡Porque sabes que esa prenda es genuina!", espetó la señora Dema. "Presté atención a la discusión y estoy segura de que esta no es la primera vez que la hostigas", la recriminó.
"¡No, señora! Le juro que no es así", mintió, recurriendo a la táctica de adoptar una expresión patética para parecer más convincente.
"Tu ridícula expresión no logrará engañarme", repuso. "Estás aprovechando esta oportunidad para hacer un escándalo con el único fin de deshacerte de Meita porque quieres privarla de la oportunidad de trabajar en un proyecto de gran envergadura. Deja de fingir que actúas en defensa de los intereses de la empresa; no eres más que una egoísta".
"¡No! ¡No! ¡No lo soy!", dijo Amelia en tono vacilante, retrocediendo nerviosamente al darse cuenta de que había descubierto sus oscuras intenciones.
Se respiraba una tensa atmósfera en el lugar y ninguno de mis colegas, que también solían intimidarme, se atrevía a decir una palabra en defensa de Amelie.
Todos ellos habían regresado a sus puestos de trabajo calladamente y ahora fingían trabajar.
"Lo siento mucho, señora Dema; me encargaré de apaciguar los ánimos", se disculpó Robert, avergonzado por aquella riña entre sus subordinadas.
"Espero que así sea. Tendrás que prestar mayor atención al estado emocional de tu personal y a la forma en que sus integrantes interactúan", observó.
Por fortuna para Robert, la señora Dema no quiso indagar más sobre aquel asunto.
Él asintió con una agradable sonrisa y luego acompañó respetuosamente a Dema mientras esta se marchaba.
Me alivió que se hubieran ido, pero Amelie no iba a dejarme tranquila. "Solo espera un poco, Meita. ¡No voy a dejar que logres tu objetivo!", me amenazó apretando los dientes al tiempo que me lanzaba una mirada malvada.
Inquieta por su advertencia, ahora me preocupaba que la reunión sobre el proyecto que íbamos a tener aquella tarde no transcurriera sin tropiezos.
Pronto dieron las cuatro de la tarde y, con estricta puntualidad, me dirigí con temor a la sala de juntas, armada de la información pertinente.
Afortunadamente, la reunión transcurrió sin inconvenientes. Tanto el cliente como mis colegas de los demás departamentos acogieron con gran entusiasmo mi esbozo del libreto, por lo que al final del encuentro se decidió por unanimidad que colaboraría como escritora en ese nuevo proyecto, ayudando al escritor principal de Black & White Pictures con el esbozo del libreto y con el diseño de los diálogos entre los personajes.
Me llevé una gran sorpresa, pues jamás pensé que pudiera alcanzar aquel logro tan significativo. Pero por fin mi sueño se había hecho realidad. ¡Ya podía escribir libretos para cine y televisión atribuyéndome plenamente el crédito!
Todo aquello hacía que desbordara felicidad; no podía dejar de sonreír.
Estaba segura de que Robert pronto se enteraría de aquella noticia y se la transmitiría a los demás integrantes del equipo editorial, así que ya no me preocupaban la inquina que se reflejaba en el rostro de Amelie ni sus amenazas.
Lo que verdaderamente me interesaba en aquellos momentos era comprometerme seriamente en un proceso de cambio de imagen y demostrarles a todos mi talento.
Todo lo demás era secundario. Por fin dejaría atrás aquella vida miserable y un nuevo horizonte se abriría ante mí.
Pasé la siguiente semana revisando el esbozo del libreto; tras una primera lectura lo había juzgado bastante bueno. Estaba entregada de lleno a mi trabajo, lo cual me producía una sensación maravillosa.
Amelie no me importunó durante aquellos días; quizá Robert le había advertido que no debía hacerlo.
También noté el cambio de actitud hacia mí de otros colegas de trabajo. Evie y Philip ahora me saludaban y Galilea, pese a que todavía me despreciaba, casi nunca me provocaba.
Gracias a Dios, aquel buen ambiente me ha permitido trabajar relajadamente. Juro que ha sido la semana más agradable desde que me incorporé a la empresa. Ahora corro una hora todas las mañanas, sigo un régimen alimenticio bastante saludable, tomo un baño cada noche y cuido con esmero la piel de mi rostro cada día.
Astepon también me suministró una gran cantidad de material que me sería de gran ayuda para mejorar mi forma de vestir. Ahora todas las noches consagro media hora a la lectura de toda esta información, memorizando las prendas y accesorios que mejor se acomodan a mis necesidades de vestuario.
Para complementar todo aquello, durante aproximadamente treinta minutos veo videotutoriales de belleza y sigo a varias blogueras especializadas en belleza, con el fin de familiarizarme un poco más con las técnicas y habilidades relacionadas con la aplicación del maquillaje.
En resumen, ahora mi semana es muy activa.
Durante las últimas horas del viernes recibí un mensaje de Astepon, pidiéndome que fuera a la piscina de Eshela a las diez de la mañana del día siguiente para realizar una práctica de natación.
Aquella petición me llenó de aprensión, pues desde que me volví poco agraciada y gorda no había ido a una piscina.
En una ocasión estuve a punto de perecer ahogada, cuando un grupo de chicos decidió atacarme debido a mi fealdad. Me arrojaron a la piscina y hundieron mi cabeza en ella. Por fortuna, el salvavidas llegó justo a tiempo para detener aquella imprudente acción, pues de lo contrario habría muerto.
Al pensar en las miradas hostiles de toda la gente a mi alrededor, contemplando con desprecio mi cuerpo gordo, prefería abstenerme de meterme en una piscina.
Sin embargo, era Astepon quien había trazado aquel curso de acción, por lo que me preocupaba que se sintiera decepcionado de mí si no practicaba un poco de natación. No quería que me tildara de cobarde.
Cuando pienso en todas estas situaciones incómodas siento que estoy en un laberinto cuya salida no consigo hallar.