Capítulo 22
812palabras
2022-12-12 11:40
Tras haber regresado de la tienda, pasé el fin de semana siguiendo estrictamente las instrucciones que Astepon me había impartido.
Me desperté a las seis y media de la mañana y, tras darme un rápido baño, salí a correr durante una hora.
Sin embargo, las carreras matutinas eran una verdadera tortura para mí.

Solo era capaz de correr durante cinco minutos, pero ahora debía hacerlo durante una hora. Incluso antes de salir de casa ya podía sentir mis músculos tensos y adoloridos.
Acatando las indicaciones que había recibido, corrí durante una hora, y luego mi cuerpo estaba tan adolorido que parecía que el mismo diablo me hubiera sometido a crueles torturas.
Sin embargo, realmente valía la pena sudar un poco.
Ignoro si se trató del efecto milagroso del tónico que Astepon me había dado o simplemente de una reacción de mi mente, pero en todo caso tras un par de días mi acné se hizo mucho menos visible.
Eran novedades alentadoras que me colmaban de felicidad y me infundían bríos para enfrentar el mundo.
El lunes por la mañana me presenté a trabajar muy nerviosa; me preguntaba si mis colegas advertirían algo diferente en mí. Había cubierto las marcas de acné con la base, siguiendo las indicaciones de Luna; además, me había aplicado lápiz labial y vestía la capa que Astepon me había obsequiado.

Al llegar a la oficina y ver a mis compañeros de trabajo, bajé la cabeza en un acto reflejo, eludiendo su mirada.
Suponía que me lanzaban miradas despectivas, como era habitual.
"¡Oh, Dios mío! ¿Acaso es mi imaginación? ¿Estoy soñando? ¡Juro que la Meita que está delante de mí no es la misma de siempre".
Quien así hablaba era Evie McNeil. Pero no se estaba burlando de mí. Por el contrario, se mostraba impresionada ante mi apreciable cambio.

"Estás luciendo el nuevo atuendo primavera-verano de FG, ¿verdad? A pesar de que eres obesa te sienta muy bien", agregó.
Al parecer me estaba alabando, lo que hizo que sintiera nacer en mí un asomo de confianza.
Levanté la vista y le sonreí. Luego, oí que seguía elogiando mi aspecto. "¡Oh, Dios mío! Tu piel...", comentó mostrándose mucho más sorprendida.
Corrió hacia mí con sus tacones de siete centímetros de alto y mientras me lanzaba una mirada emocionada comentó: "¿Qué maquillaje estás usando? Es magnífico; desde lejos no puedo ver todas esas marcas desagradables en tu rostro. Además, ese color de carmín adorna tus labios maravillosamente y hace juego con tu tono de piel".
Era la primera vez que se aproximaba a mí, y su reacción producía en mí una mezcla de felicidad y nerviosismo.
Sintiéndome lo suficientemente valiente como para replicar, me dispuse a hacerlo, pero súbitamente escuché la voz de Amelie. "Meita, escuché que hoy debes representar al equipo editorial en una reunión sobre escritura colaborativa", observó.
La miré fijamente por unos instantes y luego asentí lentamente.
"¡Ja, ja!", se carcajeó. "¿Acaso tienes la intención de hacer el ridículo en una reunión con un cliente al presentarte vestida de esa manera?"
Estaba atónita, pues a mi modo de ver la ropa que llevaba puesta era apropiada. Además, Astepon había escogido aquel atuendo para mí y Evie acababa de referirse a mí en términos elogiosos.
"Pues yo...", respondí en tono vacilante. Sin embargo, no logré articular una palabra más. Me invadió la timidez y no conseguí defenderme de sus hostiles críticas.
Vi que en su cara se dibujaba un gesto de arrogancia cada vez más evidente mientras proseguía con sus insultos. "¿Acaso no te importa dar una mala impresión ante un cliente cuando te vea vistiendo ropa de imitación? Tengo entendido que no se trata de un proyecto demasiado ambicioso, pero su productora es famosa en los círculos de la industria por su buen gusto en el vestir. ¡Odia a las personas que no tienen dinero para comprar ropa fina pero deciden comprar prendas de imitación para sentirse mejor consigo mismas!", espetó.
Podía soportar que Amelie se burlara de mí, pero no de la capa que llevaba puesta, pues el mismísimo Astepon me la había dado. No estaba dispuesta a tolerar que calificara a esa capa como una prenda de mal gusto.
Estaba tan enojada por su rudeza que, por primera vez, la contraataqué.
"¡Esta ropa no es de imitación!", la contradije. A continuación, haciendo acopio de valor para mirarla a la cara, añadí: "¡Es auténtica!"
Se hizo entonces un silencio en la oficina y todos los presentes me miraron con incredulidad.
Tal reacción general era previsible, pues cualquiera se sorprendería al ver a alguien modesto y humilde, acostumbrado a recibir insultos y a ser ridiculizado, reunir la valentía necesaria para plantar cara a sus detractores.
Cuando me di cuenta de lo que acababa de hacer, el temor se apoderó de mí.
¡Acababa de refutar la afirmación de Amelie, así que ahora debería prepararme para afrontar su reacción airada!