Capítulo 21
991palabras
2022-12-08 16:58
Astepon se negó a permitir que la dependienta me ayudara a seleccionar las prendas que mejor me sentaban y prefirió hacerlo él mismo.
A decir verdad, para mí fue un gran alivio ver el horrible gesto que ella hizo en aquel momento. Seguramente él no pretendía ofenderla, pero su reacción fue divertida.
Astepon y yo recorrimos la tienda. Luego, me preguntó qué ropa desearía lucir.

"Esto es lo único que me gusta", respondí al tiempo que señalaba la prenda de color naranja en la que me había fijado.
Me lanzó una mirada rápida y me dio su opinión: "Sinceramente pienso que no te sienta bien".
"¿Por qué?", le pregunté mirándolo confundida. "Me parece muy llamativa".
Se quedó mirando mi cintura y me dio un consejo: "Te conviene usar prendas holgadas de línea A, pues realzan tus curvas y simultáneamente disimulan tus defectos e imperfecciones, mientras que ropa como esta hará que todos noten lo que quieres ocultar".
Nos dirigimos a la sección donde se encontraban las prendas de talla extragrande, seleccionó una capa de lana a cuadros de color gris y me la entregó. "Pruébate esto; de seguro lucirás hermosa", me alentó.
Aquella capa era de color oscuro y allí había prendas cuyo estilo era mucho mejor; no era una prenda que llamase la atención.

Me preguntaba si ese estilo realmente sería apropiado para mí.
Sin embargo, en cuanto me puse aquella capa, me fascinó.
Me hacía sentir muy cómoda y, en términos generales, realzaba mi figura; sin duda me sentaba mejor que cualquiera de las que guardaba en mi clóset.
A continuación, seleccionó otros cuatro atuendos, cuyos patrones y estilos eran diferentes.

Me probé todas las prendas y descubrí con alegría que cada una de ellas me hacía ver como una mujer completamente distinta, confiriéndome un aire de sofisticación.
La ropa era encantadora; si fuese algo más delgada sin duda me habría sentado de maravilla.
Aquel pensamiento hizo que volviera a cubrirme la oscura nube de tristeza y depresión.
El precio de una sola de aquellas prendas equivalía al valor de algunos meses de mi alquiler. Aunque fuese lo bastante delgada como para que me sentaran muy bien, no tendría el dinero necesario para comprar ninguna de ellas.
Puesto que no quería avergonzarlo, tras haberme probado las prendas le agradecí a la vendedora por su atención y mentí, diciendo que no me apetecía comprar nada por el momento.
Sorprendentemente, la dependienta no solo no se burló de mí, sino que además me sonrió, invitándome a regresar cuando quisiera comprar ropa.
Antes de marcharme, le eché un nuevo vistazo a aquella capa. Definitivamente era la prenda que más me gustaba de todas las que me había probado. De hecho, me encantaba.
Pero desafortunadamente era demasiado costosa para mí; no podía darme el lujo de gastar tanto dinero en una prenda.
Suspiré para mis adentros. Estaba tan abstraída que no escuché sus palabras.
"¿En qué estás pensando, Meita?", de repente oí que me preguntaba, interrumpiendo mis pensamientos.
Lo miré avergonzada y le dije con sinceridad: "Lo siento mucho, pero la verdad es que no puedo pagar esa ropa".
"No te preocupes, no necesitas disculparte. Todos tenemos derecho a elegir", me dijo en tono tranquilizador. "Sin embargo, espero que en adelante no te amilanes cuando debas afrontar esta clase de situaciones. Aunque no tengas un céntimo, debes mirar con aplomo a los empleados. Después de todo es su deber atenderte con la mayor cortesía", agregó tras una breve pausa.
Sus palabras me hicieron pensar en mi escasa autoestima y excesiva cobardía.
No había sido capaz de expresar mi descontento cuando la dependienta me trató despectivamente.
"Yo...", dije con vacilación sintiendo un nudo en la garganta. "¿Me consideras una fracasada?", le pregunté.
Lo miré, intimidada, y susurré: "Todo me ha salido mal hoy".
"No seas tan dura contigo misma, Meita", me tranquilizó con voz suave. "Lo importante es que has dado un valiente primer paso en tu proceso de transformación. ¡Es un gran comienzo!"
Sus palabras fueron algo consoladoras, así que quise agradecerle su actitud comprensiva.
Pero antes de que tuviera tiempo de hacerlo me entregó una caja de regalo. "Por favor toma este regalo, Meita", dijo.
"¿Un regalo... para mí?", repuse con cierta sorpresa.
Hacía años que la palabra "regalo" no se asociaba conmigo. De hecho, el único obsequio que recuerdo es el viejo automóvil destartalado que pertenecía a mi padre, el cual me regaló al cumplir 21 años.
Pero ahora Astepon había tenido la gentileza de darme un obsequio.
Abrí la caja con gran emoción y vi que contenía un hermoso juego de cosméticos primorosamente empacado, así como la capa de lana gris que acababa de probarme.
Desde que salimos de la tienda no había podido apartar de mi mente aquella capa.
Sin embargo, ahora que realmente la tenía frente a mí no me atrevía a tocarla.
Pese a que era de mi talla, a decir verdad no favorecía mi voluminosa figura.
Era una prenda adecuada para una mujer de aspecto seductor, no para mí.
Y además su costo era exorbitante.
"¡Lo siento, pero esta capa es demasiado costosa!", expliqué al tiempo que le devolvía la caja de regalo.
"Sé que estás sorprendida, pero quédatela, por favor. Es un beneficio que nuestra empresa ofrece a todos sus miembros", explicó. "Permíteme felicitarte por ser formalmente una de las participantes de nuestro programa Cambio de Imagen".
"¿De veras todos tienen una?", pregunté en voz baja.
Astepon asintió y extendió hacia mí la mano en la cual llevaba el regalo. "¡Debes tener confianza en ti misma; convéncete de que mereces las mejores cosas!", sentenció.
De manera que merecía lo mejor... jamás me habían dicho aquello.
Pensé que tenía razón; no debía rechazar aquella maravillosa caja de regalo. Había llegado la hora de convertirme en una mujer hermosa y esbelta. Solo así me brindaría su amistad.
Mientras aquellos agradables pensamientos ocupaban mi mente, extendí la mano para tomar la caja de regalo que me ofrecía amablemente.