Capítulo 19
1505palabras
2022-12-08 16:47
A la mañana siguiente salí de casa a las nueve de la mañana. El sol del fin de semana me parecía más placentero que de costumbre, y me encontraba de buen humor mientras descendía por las escaleras llevando la gabardina de Astepon en una bolsa. Me encontré con él cuando cerraba la puerta de su apartamento.
Aquel día vestía un traje gris claro complementado por una corbata a cuadros de color gris oscuro; su pelo estaba cuidadosamente peinado, lo que acentuaba su apostura y su aspecto refinado.
Mi corazón, que hasta ese momento había estado en calma, se agitó de nuevo.
Debo admitir que para mí fue un verdadero placer ver a aquel apuesto hombre aquella mañana, y pese a que yo era plenamente consciente de que nuestra relación era estrictamente la de mentor y aprendiz, ello no me impedía admirar su apostura.
Quizás él había oído mis pasos, pues cuando me aproximé se volvió a mirarme. La luz del sol jugueteaba en sus ojos azul celeste, lo que realzaba la belleza de los mismos.
"Buenos días, Meita", me saludó sonriente.
"Buenos días, Astepon", respondí. Al mirar sus ojos profundos mi corazón comenzó a galopar en mi pecho, fuera de control.
En un intento por ocultar mi timidez, le entregué presa del pánico la bolsa de manijas que llevaba en la mano y le dije tartamudeando: "Aquí, aquí está su gabardina. Yo, yo la lavé y la sequé".
"¡Oh, muchas gracias!", repuso él aceptando cortésmente la bolsa, la cual dejó dentro de su apartamento.
Miré su larga espalda y respiré hondo nerviosamente.
En ese preciso instante, se oyó la bocina de un automóvil desde la calle. Me volví y vi a Luna en el asiento del conductor de un Cadillac de plata, sonriéndome.
"¡Buenos días, Meita!", me saludó bajando la ventanilla.
"¡Buenos días, Luna!", contesté alzando mi mano forzadamente.
No podía recordar cuándo había sido la última vez que había interactuado con amigos de aquella manera.
Astepon echó llave a la puerta de su apartamento, se aproximó a mí y me indicó que lo acompañara a su automóvil. En cuanto el vehículo se puso en marcha, me pareció estar soñando.
"¡Oye, chica! ¿Cómo te sientes hoy?", me preguntó Luna, sacándome de mi ensimismamiento.
Al mirarla vi que me sonreía amablemente, lo cual me produjo una sensación de relajación.
"Nada mal. Recibí su mensaje de correo electrónico con las recetas seleccionadas para mí. Hoy me desayuné con un par de huevos y un vaso de leche entera de 250 mililitros", respondí.
Por esa razón en ese momento me sentía muy hambrienta, pues solía desayunar tres sándwiches y cuatro salchichas, todo ello acompañado de un vaso de leche de 500 mililitros.
Puede parecer demasiada comida, pero no era ninguna exageración.
"¡Debes seguir así! Ya te acostumbrarás", comentó para darme ánimos.
Yo miraba por la ventanilla el paisaje que íbamos dejando atrás rápidamente. "¿Adónde nos dirigimos?", pregunté con cierto recelo.
"Ya lo verás", repuso, negándose a develarme el misterio.
Al cabo de media hora de viaje nos detuvimos frente a un centro comercial y entonces exclamó: "¡Hemos llegado! Hoy vivirás un emocionante día de compras".
Me apeé del automóvil con cierta aprensión, sintiéndome fuera de lugar mientras contemplaba el edificio lujosamente decorado que se alzaba ante mis ojos.
Las tiendas de los centros comerciales son un paraíso para los compradores, pues están atiborrados de mercancías de marcas de prestigio y de otras no tan ostentosas. Jamás había ido de compras a un lugar con aquellas características, pues con el dinero que costaba un traje allí fácilmente podría pagar un mes de mi alquiler.
"De veras lo siento, pero yo...no puedo pagar la ropa aquí", le dije tímidamente a Astepon.
"No te preocupes, relájate; no hemos venido para que compres nada", me tranquilizó. Tal afirmación hizo que gradualmente dejara de sentirme avergonzada y lograra calmarme.
A una señal de Astepon, Luna sacó unos auriculares Bluetooth y me los puso en las orejas. Me sentía confundida inicialmente, pero luego él me dio instrucciones.
"Busca una tienda donde vendan prendas que se adapten a tu estilo y pruébate algunos trajes", me pidió.
Al parecer no pretendía acompañarme.
Súbitamente un arrebato de pánico se apoderó de mí. Mi complejo de inferioridad había aflorado y me sentía temerosa en aquel lugar; ya podía ver las miradas de desprecio de los dependientes de las tiendas. Seguramente me lanzarían miradas fulminantes.
A ningún dependiente de tienda le agradaría atender a un cliente que vistiera ropas compradas en un puesto de ropa callejero. De hecho, mi aspecto era tan deplorable que tal vez ni siquiera me permitirían entrar en la tienda.
Mi pánico debió ser evidente, puesto que él me dio una palmadita en el hombro, me lanzó una mirada severa y dijo una sentenciosa frase: "No temas, Meita. Conseguir una pequeña victoria sobre tu mayor temor es la única forma en que cambiarás desde tu interior".
Una vez más su mirada me infundió una sensación de seguridad.
Me armé de valor y entré en aquel centro comercial.
Mis predicciones resultaron acertadas, pues me dirigieron un sinfín de miradas despreciativas e inquisidoras.
Creía que aquellas miradas, que parecían traspasarme como cuchillos afilados, me despedazarían, destrozando sin piedad mi débil espíritu.
Todos los clientes del lugar eran gente refinada que vestía muy bien, lo que me hacía parecer un mendigo extraviado que hubiera ido a parar a una flamante corte en la cual se celebrara un suntuoso banquete.
Bajé la cabeza y oculté el rostro con mi pelo. Luego, entré deprisa con la cabeza gacha en una tienda que seleccioné al azar.
Pese a que el lugar no exhibía mucha ropa, estaba exquisitamente decorado.
Un suéter naranja y blanco captó mi atención. Sus colores eran muy vivos y parecía ideal para lucir en la temporada de otoño.
"Sea usted bienvenida a FG, señora, ¿en qué puedo ayudarla?", dijo de pronto una melodiosa voz femenina justo frente a mí.
Me sentía un tanto acomplejada, pero entonces evoqué los alentadores consejos de Astepon y decidí actuar con valentía.
"Me gustaría probarme este", indiqué. Acerqué mi mano tímidamente a aquella prenda de color naranja y blanco para palpar su textura.
"Creo que no le sienta bien, señora", señaló la dependienta tras haberse aproximado a mí rápidamente. Pese a su tono cortés, advertí el desprecio en su mirada.
Toda mi valentía pareció esfumarse en aquel momento.
Cuando me disponía a marcharme de la tienda oí la voz de Astepon a través de los auriculares Bluetooth.
"No abandones la tienda. Debes tener la valentía de pedirle a la dependienta que te recomiende ropa que se ajuste a tu cuerpo", me instó.
Su voz era tan firme que obedecí sin chistar.
Entonces, soportando la mirada hostil de la dependienta, dije en tono vacilante: "¿Podría recomendarme alguna prenda?"
Permaneció inmóvil por unos instantes y luego me dijo con una sonrisa fingida: "Por supuesto, señora. Acompáñeme, por favor".
La seguí. Su tono aún era cortés, pero sus movimientos estaban desprovistos de entusiasmo.
"FG es una marca de artículos de lujo que se caracterizan por ser clásicos y auténticos. El diseñador de todas nuestras prendas es el célebre señor Anthony", explicó. "¿Qué talla suele usar, señora?", me preguntó luego. Mientras me hablaba observaba la ropa ordinaria que yo vestía.
Bajé la cabeza avergonzada. La altiva dependienta y el ambiente lujoso que me rodeaban despertaron en mí un sentimiento de inferioridad.
No estaba segura de encontrar allí prendas que se ajustaran a mi enorme cuerpo.
"XXXL", respondí en voz baja.
"Es una pena que estas sean las únicas prendas de esa talla que tenemos, pues la menos costosa vale quinientos", comentó.
¿Acaso me estaba tomando el pelo? ¿Quinientos por una sola prenda?
Me quedé petrificada, pues era absolutamente imposible que pudiera pagar esa suma de dinero por aquella prenda.
La empleada se volvió hacia mí, me miró y prosiguió: "Hay algo que olvidé mencionar, señora. Por favor disculpe la omisión. Nuestros clientes VIP son los únicos que tienen derecho a adquirir estas prendas. Si quiere llegar a ser uno de ellos debe hacer compras por valor de cien mil. ¿Va a pagar con tarjeta de crédito o en efectivo?"
Me rehusaba a creer que fuese necesario pagar aquella exorbitante suma para obtener la membresía VIP.
Ni siquiera tenía mil en mi billetera. ¿Cómo podría disponer de cien mil?
"Yo, lo siento, pero me temo que tendré que ir a otro lado. En todo caso muchas gracias por su amable atención", contesté al tiempo que retrocedía tímidamente.
Frustrada, bajé la cabeza, deseando desvanecerme en el aire.
Pero justo cuando me disponía a volverme para marcharme desilusionada, la dependienta lanzó un grito de sorpresa.
"¡Señor Mantle! ¡Para mí es un gran honor verlo hoy!", exclamó.
Me quedé pasmada. El único sonido que puede percibir en aquel momento fue una voz detrás de mí que se acercaba cada vez más; no les prestaba la menor atención a los sonidos desagradables que se escuchaban a mi alrededor.
Los latidos de mi corazón se aceleraron. No podía creer que Astepon estuviera allí.