Capítulo 18
1288palabras
2022-12-08 16:35
Si bien tenía muchos juguetes sexuales eléctricos, mis manos jamás habían entrado en contacto con el cuerpo de un hombre.
Era la primera vez que posaba mi mano en aquella parte de la anatomía masculina, que ahora estaba justo frente a mi rostro. No era una herramienta fría sino cálida, y lo mejor era que el dueño de la misma era un caballero bastante apuesto.
La sensación que me embargó en aquel momento escapa a toda descripción.
En aquellos momentos se respiraba una tensa atmósfera.
"¡Lo siento! ¡Fue... fue un accidente, no fue mi intención hacerlo!", me disculpé atropelladamente mientras me sonrojaba y me soltaba de sus brazos como pude, para luego cubrirme muy bien con su gabardina.
No tuve el valor necesario para mirarlo a los ojos, pero oí su risa.
Estábamos tan cerca el uno del otro que podía sentir su aliento soplando mi cabello con suavidad.
No estaba segura de qué había despertado su hilaridad; quizás fueran mis torpes acciones.
Mientras me encontraba allí, avergonzada y nerviosa, escuché pasos junto a la puerta del baño y luego oí que Luna preguntaba: "¿Qué está pasando? ¡Oh, Meita! ¿Qué... qué están haciendo?"
Me volví hacia ella sintiendo un ligero pánico. "Verás, lo que sucede es que me caí y me ayudó a levantarme", expliqué.
Sacudió la cabeza mientras caminaba hacia mí y me dijo en tono comprensivo: "¡Oh, lo siento mucho! Debí haber estado aquí para ayudarte, pero desafortunadamente tuve que ocuparme de algo".
"No te preocupes", repuse. Sacudí la cabeza, tomé su mano y salimos juntas del baño.
Sentí la intensa mirada de Astepon en mi espalda mientras avanzaba.
Luna me ayudó amablemente a volver a mi habitación.
"¿Puedes percibir el cambio, Meita? ¡Tu piel ya ha comenzado a transformarse!", exclamó junto a mi oído.
En cuanto dijo aquellas palabras me planté frente al espejo y contemplé mi piel en él.
Quizás fuese simplemente el efecto psicológico de las agradables palabras que Luna acababa de decir, pero en todo caso noté que mi piel se tornaba mucho más suave y que los granos rojos e inflamados que afeaban mi rostro ahora ofrecían un aspecto menos desagradable.
¡Sin duda el tónico había surtido el efecto deseado!, pensé con alegría.
Me miré al espejo sintiéndome muy feliz, segura de que muy pronto sería una Meita con un aspecto completamente renovado.
Luna me pidió que me cambiara de ropa y luego salió de mi habitación. Yo estaba de pie frente a mi clóset, apretando firmemente el abrigo de Astepon y sintiendo mi rostro caliente mientras evocaba el encuentro íntimo que acabábamos de tener en el baño.
Mi cuerpo húmedo había empapado su gabardina y yo consideré que debía lavarla antes de devolvérsela.
Mientras pensaba en ello respiré hondo, colgué la gabardina en un gancho y me di una palmadita en la cara con la intención de sacudirme la timidez que sentía. En cuanto mi rostro recuperó su coloración habitual me apliqué yodo en la herida de mi rodilla y salí de mi habitación.
Mis visitantes estaban esperándome en la sala.
Advertí que Luna sostenía en las manos un par de botellas que contenían cierto líquido, mientras que Astepon estaba sentado en el sofá con una pose elegante, leyendo en silencio la revista de cotilleo que yo había comprado.
Me acerqué a ellos con lentitud y me excusé: "Lamento haberles hecho esperar".
Sin decir palabra, Astepon me lanzó una mirada intensa; sentía que aquella mirada traspasaba mi cuerpo.
Miré avergonzada la pijama holgada de algodón que llevaba puesta. Aunque ocultaba mi grasa corporal me daba un aspecto grotesco.
Al percibir la tensa atmósfera que se respiraba en la sala me dirigí a la cocina con el fin de aligerar la tensión.
"¿Les apetece beber algo? ¿Coca-Cola? ¿Café? ¿Simplemente agua?", les pregunté para disimular mi ansiedad, pero él rechazó mi oferta.
"Eres muy amable, pero ya debemos marcharnos", replicó. "Luna, dale las cosas, por favor", le pidió a continuación.
Me volví y lo miré perpleja. Al ver lo que ella hizo entonces comprendí a qué se refería. Al parecer las dos botellas de vidrio que ella llevaba en las manos estaban llenas de una bebida verde. Me las entregó y me dio una detallada explicación sobre lo que debía hacer con ellas.
"Este es el tónico para renovar tu piel. Debes verter cinco mililitros de él en el agua de la bañera cada día y acostarte a las once en punto de la noche. Tendrás que dejar la comida chatarra, las bebidas carbónicas y la cerveza. A partir de mañana y durante un mes seguirás estrictamente nuestro programa de pérdida de peso basado en recetas deliciosas. Mañana te enviaremos un plan de ejercicios a tu correo electrónico".
Tras recibir aquellas instrucciones solo acerté a mirarla atónita, sin saber cómo reaccionar.
La miré inexpresivamente y luego miré disimuladamente a Astepon, que ya se había levantado del sofá y ahora estaba de pie bajo la luz.
"Vete a dormir temprano, Meita, y no olvides lo que Luna acaba de decirte", me aconsejó.
Me miró directamente a la cara con sus ojos azules, llenos de sabiduría y serenidad, induciéndome a la sumisión.
"Te prometo que seguiré tus indicaciones", respondí mientras asentía con la cabeza.
Estaba decidida a ser diferente, sin importar los escollos que tuviese que sortear durante aquel arduo proceso. No cejaría en mi propósito de convertirme en una mujer radicalmente distinta.
"Te llevaré a cierto lugar mañana a las nueve de la mañana", comentó Astepon sonriendo.
"¿Quieres que vaya contigo a algún lugar?", pregunté incrédula.
"En efecto. No basta con cambiar tu apariencia; también hay muchas cosas que deberás aprender", contestó sin darme más detalles. Posó sus ojos en mi pijama de algodón.
En aquel momento vi que Luna sostenía de manera misteriosa el bolso de plata que había traído consigo. Cuando lo abrió me sorprendió el contenido del mismo.
¡En su interior estaba todo el maquillaje barato que yo había comprado aquel día!
"Eso es... Esas son todas las cosas que compré hoy...", dije en tono vacilante con un hilillo de voz, pues me sentía invadida por el sentimiento de culpa.
"Nada de esto te será útil para renovar tu apariencia. Por el contrario, lucirás peor si empleas estos elementos", me advirtió él.
"Aunque sean baratos, creo que funcionarán", argumenté con una voz tan débil como un suspiro, pero ni siquiera yo misma daba crédito a aquella declaración.
Me pareció que había logrado escucharme. Tomó la bolsa de compras que yo había depositado en la mesa de centro que se hallaba junto al sofá, la cual contenía los dos trajes nuevos que había comprado aquella tarde. "En vez de adquirir diez trajes baratos, deberías usar ese dinero para comprar uno que realmente te siente bien", me recomendó.
Otras personas me habían dado ese mismo consejo en el pasado, pero, lamentablemente, debido a mi maltrecha economía, los trajes finos estaban fuera de mi alcance.
Al parecer el rubor de mi rostro le hizo darse cuenta de lo que sucedía, pues de inmediato dejó la bolsa de compras y me dijo con suavidad: "Bien, creo que hemos hecho lo suficiente por hoy. Duerme bien, Meita. Nos veremos mañana".
Acto seguido se marcharon y entonces advertí que eran las diez de la noche. Yacía en la cama y el estómago me rugía de hambre.
Tenía hambre de lobo; ansiaba con desesperación comer pollo frito y beber gaseosa. No obstante, recordando aquellas sensatas recomendaciones, traté de apartar de mi mente aquella obsesiva idea.
¡Vamos, Meita, contrólate! A partir de ahora deberás cambiar ligeramente tu conducta para conseguir convertirte en una persona mucho mejor, me dije para mis adentros.
Confiaba en que en adelante todo marcharía viento en popa. ¡Le daría un giro a mi vida!