Capítulo 17
1098palabras
2022-12-08 16:06
Tragué saliva e hice un esfuerzo por conservar la calma. Luego, me recosté en la tina, presa de los nervios y de la timidez.
Pero mi voluminoso cuerpo no cupo en la bañera, así que aquel líquido verde se derramó por los costados de la misma cuando agité el agua.
Aquella lamentable situación me hizo sentirme bastante avergonzada.

De repente algo hizo que me ruborizara y que el deseo sexual que me consumía solo momentos antes desapareciera al instante.
La razón de mi turbación era que podía sentir su mirada.
En el preciso instante en que estaba a punto de salir de la bañera, avergonzada, escuché de nuevo su voz.
"Debes relajarte, Meita. Ya deja de pensar en tu aspecto físico y libérate de la tensión y ansiedad que estás sintiendo", me dijo en tono suave y cortés.
Sus alentadoras palabras obraron un milagro, pues en aquel momento comencé a sentir cómo mi cuerpo se relajaba.
"Percibe los cambios que están sucediendo en tu cuerpo en este instante; siente cómo el agua tibia disipa tu agotamiento y ansiedad", comentó con una voz muy suave; era como una gota de agua que cayera delicadamente sobre mi corazón, proporcionándome una inmensa sensación de alivio.

Mi nerviosismo y timidez se desvanecieron paulatinamente y me concentré en mi cuerpo.
Podía sentir una maravillosa sensación de relajación y bienestar; tal vez el tónico había surtido efecto. Además, noté que mi piel se tornaba brillante y firme.
El agua tibia acariciaba mi cuerpo, ejerciendo un efecto sedante sobre mí; era como si de pronto hubiera regresado a la seguridad y tranquilidad que ofrecía el útero materno.
"Ahora sé consciente de cada palmo de tu cuerpo. Nota cómo el polvo y la suciedad se desprenden de tu piel, que recupera gradualmente su suavidad y finura originales", agregó.

Podía sentir claramente los cambios que estaban sucediendo en mi piel.
De hecho, recordé la envidiable piel de porcelana que poseía cuando era niña: pálida, suave, elástica y sin la menor imperfección.
"Ahora cierra los ojos e imagina que te encuentras en un mar de color azul puro", indicó.
Obedecí y vi surgir ante mí un océano azul sobre el que se reflejaba la luz del sol.
"Estás nadando en ese océano; sientes tu cuerpo cada vez más relajado y luego te fundes con el océano", prosiguió.
Las comisuras de mi boca se curvaron hacia arriba y comencé a deslizarme. Luego, realmente sentí el agua del mar y sumergí mi rostro en ella; humedeció mi cuerpo y sentí mi piel un tanto caliente y adolorida, pero era una sensación tolerable.
Abrí mis extremidades y nadé alegremente en el mar; jamás me había sentido tan relajada y libre. Estaba sola en el mar en ese momento. Aquel mar me pertenecía; el cielo azul y las nubes sobre mí poseían un encanto indecible que solo yo disfrutaba.
Era tan intensa mi sensación de éxtasis que cuando me despertó volví a la mundana realidad de mala gana.
"Bien, es es todo; nuestra primera sesión ha concluido", señaló.
Abrí los ojos y lo vi de pie frente a la bañera, mirándome. Sus ojos azul celeste me recordaban el océano onírico con el que acababa de deleitarme.
"¿Eso es todo?", repuse al tiempo que me ponía de pie e intentaba salir de la bañera.
Pero el peso de mi cuerpo era tan abrumador que al salir de la bañera perdí el equilibrio y caí sobre Astepon.
Cerré los ojos y gruñí de dolor mientras era presa de una sensación desgarradora.
Mi bata de baño se deslizó a lo largo de mi cuerpo, revelando mi cuerpo desnudo. Ahora me encontraba en una situación bastante embarazosa, pues él podía apreciar mi desnudez.
Estaba muy avergonzada de aquella situación ridícula en la que me había visto involucrada. Traté desesperadamente de levantarme, pero el suelo estaba demasiado resbaloso. Conseguí enderezar mi torso pero me resbalé y caí.
"¡Ten cuidado!", gritó Astepon alarmado por encima de mí y de inmediato sentí que sus fuertes y cálidas manos me agarraban por los hombros con el fin de impedir que volviese a caer.
De golpe sentí que me cubría con un abrigo caluroso; me percaté de que era la gabardina de color caqui que él llevaba puesta aquel día. Su estatura es tan imponente que su abrigo cubría por completo mi enorme cuerpo. 
Aquella prenda aún estaba impregnada de su aroma, lo que hizo que me ruborizara. Lo miré avergonzada al tiempo que me escudaba tras mi abrigo. 
"¿Estás bien?", me preguntó, preocupado por mi integridad física.
Traté de acomodarme, incorporándome con lentitud.
"Gracias", dije. Advertí que ahora estaba en cuclillas frente a mí. La luz del baño era tenue y su mirada me hizo sentir intimidada.
Me parecía imposible que pudiera existir alguna mujer que no se rindiera a sus encantos.
"Parece que diste un fuerte golpe en la rodilla. Deja que te ayude a ponerte de pie", declaró con voz suave.
Dada mi robustez vacilé antes de aceptar su ayuda, pero carecía de la fuerza necesaria para levantarme sola.
Seguramente advirtió mi vacilación, pues a continuación se dirigió a mí empleando un tono suave.
"Confía en mí", me pidió. Luego, lanzándome una mirada firme, me tomó por los hombros y me levantó. 
Entonces sucedió algo increíble: levantó mi cuerpo, que pesaba 120 kilogramos. Pese a que me apoyaba en él con prácticamente toda mi fuerza, se veía bastante relajado. 
Su fuerza y gracia me habían impresionado. Jamás había estado junto a un hombre tan maravilloso.
Al pensar en esto me embargó una sensación de tristeza. Cuando por fin pude mantener el equilibrio, de inmediato lo aparté cortésmente. 
"Gracias", le dije. "¡Ah!", grité inmediatamente después al volver a perder el equilibrio, pues ahora mi rodilla no lograba soportar mi gran peso. No había notado cuán lastimada estaba aquella parte de mi cuerpo.
Cerré los ojos atemorizada, esperando sentir un gran dolor.
"¡Cuidado!", exclamó, y luego sentí que una mano fuerte y poderosa me cogía por la cintura.
Pese a su esfuerzo caí en sus brazos, haciéndolo tambalearse hacia atrás.
Tras unos instantes de confusión, apoyó su espalda contra la ventana. Mi cara presionaba grotescamente su vientre y mis manos aferraban su cintura, pues temía caer.
Pero mientras experimentaba una sensación de alivio por no haber caído de bruces, escuché un gemido seductor.
¿Acaso él estaba gimiendo?, pensé sorprendida. Súbitamente advertí que así era, al percatarme de que una de mis manos estaba aferrando la parte más sensible de su cuerpo.
De repente sentí que su miembro viril comenzaba a aumentar de tamaño y que desprendía cada vez más calor.