Capítulo 23
2160palabras
2022-11-14 10:27
Mientras se transformaba en una espada flamígera, marcando una vez más en el aire el swing fatal apuntando hacía el tornado azul, pero en el último momento detuvo su movimiento y no dio el grito que le faltaba al recordar las palabras de Raiza Vin de Mirídia.
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Él no quería matar a nadie y mucho menos a la gente de Raiza, dijo una vez más en voz alta y levantando también la vista al cielo, dirigiéndose a la barrera que lo protegía y clavando la espada en el piso.
-¡AGUAANTA AVE MARIAAAA, Y QUE SEA LO QUE DIOSS QUIERAA!
Y se quedó ahí arrodillado, esperando un ataque desconocido y devastador por parte del último de los tornados, esperando que su barrera lo soportara mientras se aferraba con todas sus fuerzas a la espada, tratando así de recordar la oración al Ave María, tratando así de reforzar la resistencia de su protección.
Ave María madre de Dios
Ruega por él.
-¿Ave María ruega por él? ¡Será ruega por mí! Se me hace que así no va. –se preguntaba mientras trataba de recordar la oración.
Santa María Purísima.
Sin pecado concebida.
-¡Diablos! ¿Cómo pretendo así que los santos me ayuden si ni siquiera me sé sus oraciones?
Y mientras trataba de recordar la oración se veía las manos y antebrazos sangrantes, sus cabellos se pegaban a su rostro endurecidos por la sangre que recogían furiosos de su cara, tratando de limpiar las heridas que los golpes de la arena y las piedras, le habían causado en su frente y mejillas.
Santa María madre de Dios,
Ruega por él…
-¡Si creo que es así! Espero que eso baste por ahora.
Dijo sintiendo llegar a la debilidad ahí arrodillado, sosteniéndose de la espada y esperando el ataque del tornado que no llegaba, levantó la vista para darse cuenta que el tornado azul ya se estaba desvaneciendo, transformándose en nubes de lluvia que a ras del suelo, al levantarse y disolverse, dejaban cientos de hombres desperdigados y sin orden alguno, era el ejército de Mirídia, que presurosos recompusieron su formación haciendo una columna militar, para irse dividiendo mientras caminaban hacia él, rodeándolo hasta quedar alineados, cerrando así un círculo a su alrededor.
-¡Vaya! Tal vez se dieron cuenta que no iban a poder romper la protección del Ave María y decidieron enfrentarme ahora mano a mano, pues bien tenemos mucho trabajo por hacer Espada del Destino, pero antes de que te calientes recuerda que no quiero matar a nadie.
Dijo mientras se preparaba para la librar la batalla.
Mano a mano, el ejército del tornado azul permanecía inmóvil rodeándolo, mientras la única nube de tormenta que había quedado en el cielo, que a la vez parecía ser la que comandaba el ataque, de repente descargó un nuevo relámpago en la tierra, que lo hizo sobresaltarse y voltearse presuroso al escucharlo, de una nube de polvo y humo provocada por el relámpago al estallar en el piso, surgió una figura, un titán, un coloso, un gigante de más de 5 metros de estatura, que cabello largo de color plata y figura humana, apareció de la nada caminando de un lado a otro, sin apartar sus también platinadas pupilas de quien ya estaba de pie blandiendo la espada con las 2 manos, a la espera de los acontecimientos, el coloso vestido con la clásica toga griega, caminó hacia él, deteniéndose cuando estuvo a unos diez metros de distancia, y caminando de un lado a otro sin apartar sus platinadas pupilas, le preguntó al guerrero que ya tenía la espada en guardia alta esperando el combate mano a mano.
-¿Cuál es tu nombre?
-No lo recuerdo. –le contesta con voz segura.
-¿Qué clase de demonio mentiroso eres que dices no recordar tu nombre? ¡Dime cómo te llamas! –vuelve a preguntar el coloso con modales enfurecidos.
-Me llamo Yurik.
-Así que ya recordaste tu nombre, insensato, yo soy Júpiter Fidius el dios del trueno, te lo digo para que te abstengas de jugar conmigo.
-No me hagas preguntarte lo mismo dos veces, no provoques mi furia, miserable demonio.
-No preguntaste dos veces lo mismo y las dos veces te contesté la verdad, no recuerdo mi nombre pero me llamo Yurik, piensa un poco en lo que preguntas y encontrarás la lógica de mis respuestas.
El coloso seguía caminando de un lado a otro sin apartar sus ojos de él, era impresionante su musculatura y mientras seguía moviéndose volvió a preguntar.
-¿Por qué nos atacas?
-Yo no los ataqué, tan sólo me defendí y no soy un demonio, ni pretendo robar nada, ni destruir nada, tan sólo soy alguien que está perdido.
-¿De qué mundo vienes y a que raza perteneces?
-Mi planeta se llama Tierra y pertenezco a la raza humana:
Dijo mientras observaba los movimientos del coloso y del círculo de guerreros a su alrededor, era desconfiado por naturaleza y temía un ataque por la espalda, como ya lo había hecho antes aquél ejército transformado en tornado de viento.
-¿De la Tierra? ¡Y dices ser uno de los miserables humanos!
Preguntó inquisitivo y con voz amenazante el dios, y Yurik que mantenía la espada todavía activada en llamas en guardia alta, dijo con voz a medio alzar.
-Ameeeeen.
Y haciendo un swing hacía el coloso, la espada despidió una media luna, a manera de boomerang de fuego que el dios apenas y pudo esquivar.
-¿Por qué me atacas, insensato?
-¡No insultes a mi raza! –contestó decidido. -Podemos continuar este diálogo como gente civilizada sin insultos ni amenazas.
-¡Mientes! –dijo Júpiter visiblemente contrariado. -Si eres uno de los miserables humanos no puedo confiar en ti, porque me traicionarás cuando te dé la espalda, como suelen hacerlo todos los de tu maldita raza.
-¡AAAMEEEENN!
Gritó el guerrero haciendo un swing en alto, que provocó que apareciera otra media Luna que incendió los pastizales a la espalda del gigante, obligando a los guerreros alineados a romper bruscamente el círculo para evitar ser consumidos por las llamas.
-¡NO INSULTES A MI RAZA!
-Te lo pido por favor y por última vez.
El coloso dudó un instante, algo impresionado por lo que Yurik había hecho.
-Está bien, está bien, guarda tu espada y tienes la palabra de un dios de que dialogaremos en paz, pero si me traicionas tendrás que enfrentarte con todos los dioses olímpicos que vendrán juntos a pedirte cuentas.
-Sea pues, tú también tienes mi palabra de caballero.
Dijo aceptando la propuesta del dios, clavando a la vez a la espada en el suelo, que ya se había apagado, desactivándose por sí sola, y Júpiter, acercándose un poco más le preguntó.
-¿Quién es tú dios?
-Dios. –le contesta sereno.
-¿Dios? ¿Qué clase de dios se llama Dios? ¡Debe de tener un nombre!
Y Yurik cerró los ojos como forzando su mente, aunque recordaba el nombre de Jesucristo, él sabía que había alguien más, pero no lo recordaba, en ese momento se le vino a la mente el nombre de María y el de José, sabiendo que estaba a punto de recordar otro nombre, apretó los ojos ante la impaciente mirada del dios olímpico, que no dejaba de caminar de un lado a otro cual si fuera un león enjaulado.
-Yahvé (1).
Le contesta repitiendo al fin el recuerdo que le había solicitado a su mente.
-¿Yahvé? No existe dios en el Olimpo que tenga ese nombre; ¿Dios de qué? ¿Es dios o diosa?
-No soy griego, por eso Yahvé no vive en el Olimpo; Yahvé es Dios, vive en el paraíso y es el dios de todas las cosas, el único verdadero que existe y siempre ha existido.
-¡No hay tal dios! –replicó Júpiter. -Tengo miles de años de haber sido creado por los humanos.
Y jamás nunca eh conocido a ningún dios con el nombre de Yahvé, además no hay un dios de todas las cosas, únicamente Gaia, la fuerza que coordina a todas las cosas y seres vivientes del universo, una fuerza que los humanos nunca comprenderán.
-¡Claro que Dios existe! Y fue él, el que creó a los humanos a su imagen y semejanza, los dioses del Olimpo no y nunca existieron, tan sólo son fantasías que crearon los antiguos cuando aún no sabían de la existencia del verdadero dios.
-¡Ja, ja, ja, ja! –rio Júpiter estrepitosamente. -¿Así que un dios creó a los humanos y los humanos nos crearon a nosotros, por no saber de la existencia de un único y verdadero dios? Lo dicho, los humanos nunca comprenderán la complejidad de la fuerza de Gaia y ahora dime; ¿Qué te trae a Mirídia y por qué no te regresaste por donde llegaste cuando viste que preparaba mis ejércitos para atacarte?
-Por qué no tenía por qué huir, así como ustedes no tenían por qué atacarme, si me acerqué fue para dialogar con ustedes que me atacaron dos veces y digo, yo no sé en el Olimpo, pero de donde yo vengo, todo enemigo tiene al menos el derecho a una declaración de guerra antes de ser atacado, y ustedes me atacaron dos veces sin avisarme, ayer y hoy, así que no me dejaron de otra sopa más que defenderme de tus tornados con los poderes de la Espada del Destino.
Contestó señalando con la mano derecha a la espada, que seguía desactivada e inmóvil ensartada en el piso.
-¡Mientes! Confiesa que vienes al oráculo de los dioses olvidados a pedir un deseo oscuro, como la mayoría de los que llegaran antes de que fundáramos la ciudad de Mirídia, y se crearan los ángeles para impedir la entrada al templo, a cualquier demonio o ser vivo que quisiera llegar; ¡Confiesa y tal vez te dejemos vivir!
-No estás en posición de amenazar mi querido Júpiter Fidius. –dijo esbozando su acostumbrada media sonrisa. -No me atacarás porque tengo tu palabra de dios y siento que su fuerza está conteniendo tu furia.
-Sé que mi espada se apagó al sentir la fuerza de tu nobleza, también sé que no romperás tu palabra sin que yo rompa la mía, y si eres un dios sabio sentirás que al igual que tú, yo no romperé mi palabra de caballero, aunque pienses que todos los humanos somos miserables y traicioneros.
-Tienes razón, al igual que tú siento la fuerza de tu nobleza, sé que no me atacarás y podemos llegar a un acuerdo, ahora sólo necesitas decirme que fue lo que te trajo a los límites de la ciudad de Mirídia, debes de tener una razón muy fuerte y convincente, como para que hayas aceptado el reto de enfrentar a los tornados y al Rey de los dioses olímpicos. –dice el dios suavizando su tono de voz.
-Está bien, nada me cuesta decirte el motivo. –dice Yurik convencido. -Vine hasta aquí buscando a una chica, una que me robó el corazón, la misma que me pidió que me fuera y me la llevara conmigo, la que prefirió dejar su vida y a su pueblo, con tal de evitar que se librara ésta batalla en la que podría haber muerto yo, y muchos de los guerreros de su ejército que forman a los tornados de Mirídia, ella es una de sus princesas, su nombre es Raiza.
-¿Qué? ¿Viniste hasta aquí y enfrentaste a mis tornados por amor? ¿Arriesgaste tu vida por una de las hijas de Coballo? –dice Júpiter mirando al cielo. -¡Dioses del Olimpo! ¡La profecía se ha cumplido! Sigue tu camino noble caballero, no te atacaré más y déjame estrechar tu mano, que tengo mucho placer en haber conocido a un caballero tan noble y valiente.
Y extendiendo su enorme manaza le dijo.
Sonriéndole mientras sus manos estrechaban.
-Aunque seas uno de los miserables humanos.
Y éste, esbozando su acostumbrada media sonrisa aceptó la broma del dios que ya se estaba despidiendo, y extendiendo su mano derecha hacía la nube de lluvia que aún permanecía en el cielo, desapareció al tiempo que un relámpago estallaba en el suelo, la nube comenzó a desvanecerse y el Sol apareció detrás de ella, a tres cuartos del cielo ya acercándose al poniente, en la dirección donde aparecía aquél palacio azul que tanto lo había impresionado, recogiendo la espada, claro, después de buscar en todos los bolsillos de su overol que nada le faltara, reemprendió el camino y los guerreros del viento que lo rodeaban se desvanecieron en el aire, dejándole el camino libre, la espada se había desactivado sola y ya no estaba en llamas, así como el Ave María que ya había desaparecido, volteó a observar las 2 torres lodosas que habían quedado como mudas testigos de la batalla, pensando por un momento en regresar a hacer algo por los sobrevivientes, pero recordó que solo perecían con fuego.
-Tan sólo son torres de lodo.
Pensó esbozando su acostumbrada media sonrisa y continuó su camino.