Capítulo 59
1157palabras
2022-12-19 00:01
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El punto de vista de Tyler.
Apenas abrí los ojos en una cama fría y vacía, supe que ella se había ido. Red se fue sin despertarme, sin despedirse de mí, sin decirme su verdadero nombre.

Recordaba cada detalle de los momentos que pasamos juntos anoche. Fue mi primera vez, y también la de ella. Fue mi debut en el sentido de que no tuvo que ver meramente con acostarme con ella. Hubo también un grado de intimidad que nunca experimenté con ninguna otra mujer, ni siquiera con mi exnovia Maxine.
Evocaba con exactitud cómo gemía cada vez que llegaba al clímax, y ese sonido era como un estribillo en mi cabeza. Fue entonces cuando me percaté de que nuevamente tenía una erección. Se me paraba con solo visualizar partes de su cuerpo, y con oler los restos de su aroma en la habitación.
No podía dejar de besarla o acariciarla, incluso cuando tenía el fusil disparando en su interior. Sentía la necesidad de abrazarla. Siempre estaba en mis brazos de alguna manera, independientemente de la posición, y todo fue inédito para mí. Me resultaba increíble pensar que alguna vez experimentaría una pasión y una sensualidad así de grandes.
Mi mano no pudo contenerse. Me estaba mas*urbando con ella en mi mente, y durante un segundo sentí la frustración de que lo estuviera haciendo mi mano y no la de ella. Hacía solo unas pocas horas tenía la p*ja metida en su apretada ch*cha, como si cada uno estuviera hecho a la medida del otro.
Arremetía cada vez más rápido y más fuerte. La visibilizaba mirándome con esos inocentes ojos azul celeste, mientras me abría paso dentro de ella y la atraía para besarla. Cada vez que me miraba, tenía que sostenerle suavemente el rostro entre mis manos. Me maravillaba lo sexi que era a pesar de ser tan frágil y delicada.
Recordaba haberla besado antes de rodearla con mis brazos, y haber aspirado el olor a vainilla de su cabello rojo, al tiempo que su trasero se colocaba sobre mi m*embro.

Volteó la cabeza para darme un besito en los labios, y ese era el último recuerdo que tenía de ella, antes de que ambos cayéramos en un profundo letargo. O supongo que así lo hice. Ella no se habría ido a hurtadillas si también se hubiera quedado dormida.
Derramé la l*che encima de las sábanas. De todos modos, ya la habíamos manchado con nuestra humedad de anoche, así que, ¿qué le importaba al tigre una raya más? Además, en este momento me sentía inmensamente insatisfecho.
Cuando estaba doblando las sábanas, vi que tenían una mancha roja. Luego miré las sábanas blancas que tenía en las manos, tenían sangre. ¿Era virgen?
Sí, lo era.

Mi mandíbula se puso tensa. Apreté los dientes, y me levanté desnudo. ¿Por qué se fue sin avisarme? ¿Por qué no me dejó una nota? Cuando la tuve entre mis brazos, se me ocurrió la idea de que se despertara viniéndose.
Gemiría y se retorcería hasta verme la cabeza entre sus piernas, y me apretaría fuerte. Entonces, desayunaría con su néctar y le daría los buenos días y mis labios impuros besarían los de ella. Pero me desperté sumamente decepcionado.
La iba a encontrar. Estaba decidido a hacerlo. Ahora me daba cuenta de lo tonto que fui al no llegar a saber su verdadero nombre. Debí haberle preguntado. Bueno, lo hice, pero ella solo me dijo Red. Simple y llanamente Red, y yo sabía que no era su verdadero nombre.
Ahora no tenía nada, ninguna huella de ella, a no ser su imagen facial, que llevo grabada en mi mente.
Estaba recogiendo las sábanas, lentamente, cuando vi un objeto de color plateado caer sobre la cama. Era un pequeño arete, en forma de flor, bañado en plata, con un cuarzo de color rosa y un diamante en el centro. Lo tomé con la mano temblorosa y lo así fuerte.
Creía haber visto a alguien con ese pendiente puesto, pero no precisaba cuándo ni a quién.
Encontraría a Red a cualquier precio. No me iba a dar por vencido. Esa mujer me robó algo y le iba a pedir que me lo devolviera: el corazón.
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Estaba sentado en la gradería, con la mirada tan vacía como el campo de fútbol que observaba. Varias semanas habían pasado desde el encuentro con Red en mi casa, en mi habitación.
La temporada navideña había llegado y no había nadie. Pero mis piernas me habían traído aquí nuevamente. Ni siquiera sabía lo que estaba haciendo. ¿Por qué estaba allí?
¿Por qué seguía esperando a Red y buscándola por doquier? Había dos lugares en los que tenía la esperanza de verla. El primero era el propio bar.
La esperé allí durante los primeros días, sentado varias horas en el vestíbulo, como un idiota, y rogando que se apareciera de repente. Pero, ¿por qué iba a aparecer?
Si ella hubiera querido puntualizar algunas cosas, habría esperado a que me despertara, en lugar de marcharse.
Y el segundo lugar era este, la escuela. Sabía que había visto una estudiante con esos aretes, pero no podía desentrañar quién era. Y era raro, porque nunca había visto una chica pelirroja con el cabello tan flamígero como el de ella.
Abrí la mano, miré el pequeño arete y sentí que el corazón se me apretaba. Te extraño, Red. Por favor, vuelve a mí.
No he contado esto a nadie. Ninguno de mis amigos lo sabía, ni siquiera Justin. Tampoco mis padres, que me preguntaron, ya que el guardia de la puerta les dijo que una chica vestida de rojo había salido de la casa esa mañana temprano.
Apreté el pendiente con más fuerza. Lo llevaba conmigo todo el tiempo, solo por la mínima posibilidad de encontrarla. Quería devolvérselo y atarla con mis brazos para que jamás se volviera a ir. Pero eso nunca sucedió.
Me levanté de mi asiento en las gradas y eché a andar de regreso al edificio escolar, cuando una mano me detuvo.
"Tyler", dijo en voz queda. Era aquella dulce voz que una vez me puso el corazón a latir aceleradamente.
Suspiré fuerte mientras le aparté la mano y seguí caminando, ignorándola deliberadamente.
Maxine Cooper. La chica que una vez amé. La hembra que me rompió el corazón.
Regresó de la competencia y, como era de esperar, ganó. Pero ya no me importaba.
“Tyler, espera”.
"¿Qué quieres?". Le pregunté con calma, tratando de ser cortés.
"Tenemos que hablar...", susurró y bajó la mirada. “Tenemos que hablar sobre nosotros”.
"¡Basta, Maxine! Ya han pasado tres meses y he pasado página”.
Ella daba la impresión de estar perturbada. Se me acercó y extendió la mano lentamente para tocarme el brazo. “Por favor, Tyler. Tienes que escucharme. Por favor, déjame explicarte, …”.
"¿Para qué? No soy estúpido, Maxine. Bruscamente, mi estado de ánimo se tornó iracundo.
“Por favor… lo siento mucho, Tyler. Quiero que regreses...", suplicaban sus ojos.