Capítulo 77
1280palabras
2022-11-28 00:01
GRACIE
Mientras de a poco tomaba conciencia, lo primero que se registró en mi mente fue que hacía frío, un frío escalofriante. Enseguida, apareció una repentina sensación de dolor; me dolía todo el cuerpo, en especial la cara; se sentía como si hubiera sido atropellada por un camión. El suelo debajo mío estaba duro y tal vez mojado. 
Por fin, aunque me pesaban los párpados, pude abrir mis ojos; parpadeé dos veces para aclarar mi visión borrosa. Una luz tenue, proveniente de una bombilla en el otro extremo de la habitación, iluminaba todo.

Para mis adentros, trataba de descifrar dónde estaría. 
Intenté mover las manos y los pies, pero no pude; entonces entré en pánico. ¿Por qué estaba atada? ¿Había sido secuestrada? Cientos de pensamientos corrían a gran velocidad por mi cabeza. 
Inhalé profundo, a la vez que trataba de recordar todo lo sucedido y cómo había terminado en ese estado.
Pronto, los recuerdos se precipitaron como un huracán e intensificaron el pánico en mis venas. 
¡Oh, Dios! 
¿Dónde estaba mi hija?

Mi mirada escudriñó a fondo la habitación, buscándola, pero no había señales de ella; la idea atormentó mi corazón. 
¿Y si hubiera resultado herida o…? No, ni siquiera pensaría en eso; era tan mala madre que ni siquiera podía proteger a mi hija.
Ambas habíamos salido de paseo no demasiado lejos, tal como le había comentado antes a Sebastian. Habíamos ido al parque infantil, a solo unos diez minutos a pie de la casa; todo había resultado normal, hasta que decidí que era hora de regresar pues sentía que estábamos siendo observadas.
En efecto, noté a dos hombres desconocidos vestidos de negro; me había convencido a mí misma de no entrar en pánico porque había mucha gente alrededor; yo solo tenía que encontrar una manera de alcanzar un lugar seguro para Hazel y para mí.

Entonces sucedió, todo pasó como en un borrón. 
Comenzó con un fuerte disparo, seguido de gritos y corridas de gente, en busca de su propia seguridad; yo cargué a mi niña y también corrí, solo que no llegué muy lejos. Cada vez había más hombres, todos muy bien preparados; por instinto, supe que venían justo por nosotras; eran como ocho. 
Me maldecía por no haber salido con mi teléfono, cuando una mano tocó mi hombro con brusquedad. Casi perdí el equilibrio, pero me estabilicé y evité la caída justo a tiempo.
"¿Qué quiere de nosotras?", alcancé a preguntar, antes de que una bestial bofetada me lanzara volando al suelo. 
Con rudeza, un hombre voluminoso y calvo arrancó a Hazel de mis brazos.
"¡No!", grité. Ella comenzó a llorar y yo continué con mis gritos, incluso sintiendo el peligro en el que estábamos.
"¡Mami!", gritó ella.
"¡Cállate, niña estúpida!", le espetó, justo en la cara, el hombre calvo. Un torbellino de ira roja se desató en mí, podría haberlo matado en ese instante si solo hubiera tenido los medios. 
"Nuestro jefe es el que te quiere", anunció.
No tuve tiempo de reflexionar sobre eso, pues tiró de mi cabello con vigor para obligarme a levantarme del suelo. Vi una furgoneta que ya estaba esperando; otros de sus hombres estaban allí; todos miraban hacia abajo con ansiedad, pero yo no me rendiría sin luchar.
Con los ojos llenos de lágrimas por el dolor punzante en mi cuero cabelludo, luché contra él; lo arañé y lo mordí en cada parte en la que podía poner mis manos y dientes hasta que me soltó.
"¡Pagarás por eso, estúpida p*rra!", gruñó.
Su puño se estrelló contra mi mandíbula; creí escuchar el sonido de los huesos rompiéndose. El dolor resultante era desgarrador; no pude contener el alarido que escapó de mi boca. Durante ese lapso, Hazel lloraba aún con más intensidad; su llanto me rompía el corazón, incluso más que el dolor punzante en mi maxilar.
"¡Deja de luchar o ella muere!", advirtió otra voz ronca, irradiando impaciencia. 
Sin más, el hombre sacó un arma y puso el cañón sobre la sien de la niña.
"Está bien si ella muere, el jefe solo pidió por ti, ¡no mencionó que traerías una m*ldita niña!". 
Mi cuerpo tembló de puro terror; si cometía más errores, podría perder a mi hija.
"¡No! ¡Déjala ir!", grité.
"¡Mami!", lloraba ella, todavía luchando contra el enorme hombre que la sujetaba.
Tres hombres más se acercaron a nosotras; lo siguiente que recordaba era un paño presionado sobre mi cara; el olor dulzón del cloroformo se infiltró en mis pulmones, quemándome, hasta que la energía fue abandonándome de a poco.
No otra vez lo mismo, consideré. 
¿Cuántas veces podría una ser secuestrada en una vida? 
Podía escuchar a Hazel llorar; aunque quería pelear, todo lo que pude hacer fue caer inerte en tanto la oscuridad me cubría.
Los recuerdos me impulsaban a luchar con más ahínco contra las ataduras en mis muñecas; estaban tan apretadas que se clavaban en mi carne, desgarrando la frágil piel; a pesar de todo, no podía rendirme, no en semejante momento, jamás. 
Después de lo que pareció una eternidad, por fin me liberé y comencé a soltar también el amarre en mis pies.
Me tambaleé hacia la salida; allí, mis dedos apretaron el pomo y tiré de él; para mi sorpresa, la puerta se abrió con facilidad. La habían dejado sin llave, eso solo mostraba su excesiva confianza en que no podría escapar.
No tenía tiempo de preocuparme por el peligro; toda mi voluntad se concentraba en un único objetivo: encontrar a mi hija. 
Con sigilo, caminé por un largo pasillo, sin cruzarme con nadie; se trataba de una casa enorme, quizás una mansión.
Me detuve en seco cuando escuché unas voces en acalorada discusión; me sonaban conocidas. Con cuidado y en silencio, di un paso, luego otro; desde mi posición, junto a una ventana, pude distinguir algunas cosas. Sin embargo, como la habitación estaba apenas iluminada, no podía distinguir sus rostros.
"¡Prometiste que no lo harías! Que solo quieres dinero y poder, ¡entonces por qué hacer esto!", reclamaba una voz femenina. Él le propinó una violenta bofetada; un estruendo resonó en el aire; por la fuerza del golpe, ella se tambaleó, chocó contra una enorme mesa y cayó al suelo; un siseo de dolor escapó de su boca.
"¡Niña tonta! ¡Qué sabes! ¡Absolutamente nada!", la amonestó la voz masculina.
"¡Ambos sabemos que cometiste un error al llevártela! ¡Vas a hacer que nos maten a los dos!". 
De nuevo, el sonido del crujido de huesos fue repugnante; mi estómago se revolvió con aversión.
"Todos los presentes en la escena han sido asesinados, ¡solo tienes que comportarte! Tengo grandes planes para ellas". 
Sus palabras sonaron como un tornado haciendo estallar mi adrenalina. 
¿A ellas? 
¿Como a mí y a Hazel?
Él se enderezó; aunque no podía ver su expresión, no quería ni imaginar la mirada de odio que tendría. 
"Si algo sale mal por tu culpa, ¡te mato! ¡Entonces irás con tu p*ta madre! ¡¿Eso está claro?!".
"Sí, padre", respondió ella, sumisa. 
Por un momento, ella levantó la mirada hacia la ventana y entonces me vio; mi corazón latía con frenesí contra mi pecho. 
Despacio, di un paso atrás, luego otro. 
Por alguna extraña razón, sentía que ella no me expondría. ¿Por qué permitiría que la golpearan dos veces mientras hablaba en mi defensa?
"¿Te vas? No creo que hayas mirado lo suficiente", expuso él, dándose la vuelta rápido para mirarme. 
¡Él sabía! Había estado consciente de mi presencia desde el principio.
Me quedé sin poder moverme de mi sitio entretanto muy lento él salía de las sombras, mostrándome la totalidad de su cara. Cuando pude ver con claridad la sonrisa malvada en su rostro, hice lo único que pude: corrí.
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