Capítulo 63
1438palabras
2022-11-20 00:01
HAYDEN
La conversación con papá había terminado; me preguntaba cómo se habría enterado él de todo, a pesar de estar alejado; aunque, en realidad, no era necesario preguntármelo mucho, pues solo podría haber sido a través de una persona.
Él quería conocerlas..., sobre todo, a su nieta. No obstante, un ceño sombrío se instaló en mi rostro, pues yo pensaba que ellas todavía no estaban preparadas para eso; más importante aún, yo quería pasar cada parte de mi tiempo con ellas, sobre todo después de nuestra conversación de esa mañana. Sentía un pequeño cambio en mí, como una leve sensación de tranquilidad que se extendía por mi corazón.

Ella me necesitaba... y no me dejaría. Por mi parte, yo no quería arruinar nada decepcionándola; me parecía demasiado pronto para hacerle saber sobre nuestro negocio y el tipo de cosas que hacíamos; temía que esa información pudiera asustarla; yo no quería eso. M*erda. Esto iba a ser mucho más difícil de lo que jamás hubiera imaginado.
Deseaba quedarme en ese ático aislado, juntos los tres, para así poder olvidarnos del cruel y sucio mundo exterior... Con ese sentimiento dando vueltas, deslicé mi teléfono celular dentro del bolsillo del pecho y regresé a la sala de estar.
Allí, solo estaba Hazel. Ella levantó la vista un instante, mientras yo me acercaba; parecía dedicada a mezclar colores en hojas de papel esparcidas por todas partes. Me agaché hasta quedar a su nivel para mirar el trabajo que la mantenía absorta.
"¿Qué estás haciendo, princesa?", pregunté, afirmando lo obvio. Demonios, a veces solo necesitaba escuchar su voz para convencerme de que no se trataba de un hermoso sueño que se desvanecería sin dejar rastro en cuanto me despertara.
"Es un dibujo", contestó ella.
"Entonces, ¿puedes mostrármelo?". Cuando ella asintió despacio con su cabecita, aproveché para echar un vistazo a la hoja de papel que me pasaba.

"¡Mami, Hazel y el tío Hayden!", describió, con una sonrisa feliz. Luego, se quedó mirándome, expectante, sin percatarse del repentino estallido de emociones desatado dentro de mí. A pesar de que apenas se podía distinguir algún parecido entre el dibujo y nosotros tres, seguía siendo la imagen más perfecta que yo jamás había visto; por un momento, me resultó imposible apartar la mirada.
"Es perfecto, me encanta, ¿puedo quedármelo para mí?", celebré.
"Puedes quedártelo si quieres", ofreció ella.
Asentí, decidido a mantenerlo siempre cerca de mi corazón; no mentía, era lo más hermoso que alguien me había regalado, mejor todavía porque venía de ella. Sin embargo, sus hombros se hundieron, y su rostro se puso triste; sin comprender, se me hizo un nudo en el estómago. Yo estaba dispuesto a hacer que todo el mundo ardiera en llamas con tal de devolverle la sonrisa a su rostro.

"Me encantaría dibujar a papi, pero mami dijo que papi se fue y ya no volverá", explicó ella.
Sus palabras fueron como mil cuchillos clavándose en lo profundo de mi corazón; se trataba del peor dolor que yo había experimentado, no recordaba nunca haberme sentido así..., excepto quizá esa noche cuando ella me dejó.
"Pero como eres amigo de mami, siempre puedo ponerte en mi dibujo, ¿verdad?", concluyó ella, con un renovado brillo de esperanza en sus ojos. Su mirada se parecía tanto a la mía que quedé atrapado en ella. ¡Esa era mi chica! Ella nunca sería relegada por mucho tiempo, siempre encontraría la manera de permanecer feliz; además, yo siempre me encargaría de asegurar esa felicidad.
"Correcto", respondí.
"Entonces, ¿puedes ser mi papá?", preguntó en voz alta, con esperanza en su rostro. Su pedido me sorprendió al principio; luego, me inundó un mar de emociones. Quería gritar que era su padre, pero no lo hice; tal vez el motivo de mi silencio era que sentía no merecerla, tal vez se trataba solo de temor a herir sus sentimientos.
"Puedo ser tu papá si quieres...", convine. Apenas salieron esas palabras de mi boca, una radiante sonrisa llena de dientes hizo eclosión en su rostro, un chillido encantador escapó de sus labios mientras sus diminutos brazos se envolvían alrededor de mi cuello. Por un momento, quedé paralizado; luego, despacio, mi mano se extendió por sí sola para acariciarle la espalda con suavidad. Pasado un rato, nos separamos, pero nos quedamos en un cálido silencio.
"Amaba a tu mami, pero no supe... no pude demostrárselo..., creo que lastimé a su hija", susurré después. Ella se quedó observándome sin decir nada; yo no sabía por qué había mencionado eso; tal vez, confiaba en que su mente joven e inocente pudiera entender cómo me sentía yo en el fondo...
Quizá, esto era todo lo que necesitaba desde el principio, un vínculo cercano con ella... Incluso siendo tan pequeña, yo podía aprender de ella. Adoraba tanto a Gracie que podría seguirle los pasos...
"No creo que seas una mala persona", aclaró mi princesita, con el ceño fruncido como si todavía estuviera analizando en profundidad mis palabras anteriores.
"¿Cómo es eso?", indagué. No sabía por qué, pero de alguna manera imaginaba su respuesta.
"Mamá dijo que cualquiera que tuviera ojos como los míos nunca podría hacer cosas malas", respondió, muy confiada. Entonces, las comisuras de mis labios se curvaron en una pequeña sonrisa que se transformó en una carcajada, a pesar de las turbulentas emociones que me azotaban.
"Entonces tu madre se equivocó", murmuré en voz baja, pues yo sí había hecho cosas muy malas. No pensé que la niña me escucharía, pero lo hizo.
"¡No! ¡Mamá siempre tiene razón!", argumentó como defensora de Gracie. Otra vez, yo tenía el corazón en un puño; miedo y preocupación, emociones que nunca antes había sentido, pulsaban a través de mí.
"Te amo, niña", se confesaron solas las palabras. No me molestó porque todo era cierto. 
En ese instante, escuché un leve sonido detrás de mí, me di la vuelta solo para encontrarme con su mirada nublada de lágrimas... Aunque alcancé a llamarla, no esperó y salió corriendo por la puerta.
GRACIE
Escuché que él me llamaba, pero no me detuve; seguí moviéndome, a pesar de que podía escuchar sus pasos justo detrás de mí. Me había largado a llorar, sin entender por qué; no podía parar; no me sentía triste ni nada, quizá no sabía cómo me sentía... solo un desbarajuste de emociones dispersas. Inhalé y exhalé con fuerza, tratando de contener los sentimientos furiosos en mi interior.
Si tan solo no hubiéramos sido enemigos desde el principio.... Si él no me hubiera odiado, ¿quizás habríamos terminado mejor que esto? O no habría habido nosotros en primer lugar. Como ese pensamiento me entristecía, lo deseché. Cuando sentí un apretón en mi brazo y me giré para mirarlo, percibí la tensión y la urgencia en su mirada.
"Yo no le dije que me llamara así, ella me lo pidió y tuve que aceptar", intentó explicar.
"Yo no te estoy acusando, Hayden", me justifiqué, aunque tuve que tragar saliva, pues tenía un nudo en la garganta. Por un momento, la confusión y algo parecido al alivio atravesaron su rostro.
"¿Entonces por qué lloras?", preguntó él.
"No es nada", murmuré, limpiándome la cara con las palmas de las manos. Mi respuesta solo ensombreció su mirada, él me tomó de los brazos con más fuerza y me arrinconó contra la pared.
"¡No me mientas!", gruñó con una voz autoritaria, tan familiar para mí que no pude evitar estremecerme. Frustrado, él murmuró una maldición, pero esta vez, de alguna manera, supe que no iba dirigida a mí; su mirada se suavizó y él se apresuró a soltar mis brazos. "Solo dime qué está mal para que pueda corregirlo, ¿de acuerdo?", explicitó.
"En verdad, no es nada, solo pensé que eras tan perfecto con Hazel, y mis emociones simplemente...", comenté, hasta que no pude seguir pues en su mirada relampagueó la sorpresa. Entonces, agregué: "De veras, lo estás haciendo bien... solo desearía que siguiera siendo así".
"Nunca las mereceré a ustedes dos", confesó con una exhalación, desviando su mirada de la mía. Sin más, tomé su barbilla; cuando sentí la aspereza de su barba incipiente contra mis palmas, de mi boca se escapó un suspiro.
"Pero de todos modos tú nos perteneces, tampoco tú nos vas a dejar ir", aseguré. Podía percibir en sus ojos vidriosos un deseo no disimulado, mientras él, con ambas manos, tomaba la mía y tiraba de mí hacia su duro pecho.
"Nunca", sentenció él. Su áspera voz llena de emoción hizo que mis piernas se debilitaran. "Ámame, Gracie", gruñó, hundido contra la vulnerable piel de mi cuello.
"Te amaré", prometí; envolví su cuello con mis brazos, y sellé mi promesa con mis labios contra los suyos.
********************************