Capítulo 18
2191palabras
2022-11-01 17:50
Ella se dobló de dolor cuando esa z*rra la golpeó. Mi cuerpo se puso tenso y mi mandíbula temblaba con ira contenida.
Seguramente ese golpe le dejaría un moretón, lo que me hizo enojar aún más.
Yo era la única persona que tenía derecho a lastimarla. Nadie más debía hacerlo.
Solo yo tenía derecho a dejar mi huella en su delicada piel.
Me mostraba tan posesivo con ella que algunas veces esa actitud mía me asustaba, y además cada día se acentuaba más esa conducta mía.
Yo sabía que ella había presenciado todo afuera del salón de clases cuando yo le estaba dando una advertencia a Brittany. No tenía necesidad de verla para saber que estaba allí.
Ella era la única persona cuya presencia yo podía advertir sin verla.
Salí corriendo de ese lugar pensando en que simplemente debía ignorarla, pero no pude hacerlo.
Mi cuerpo sentía la imperiosa necesidad de verla, de tocarla.
¡M*ldición! Me había vuelto demasiado dependiente de ella. Se había convertido en mi obsesión.
Me volví con la intención de ir tras ella. Cuando ella estaba a punto de entrar en el salón de clases yo la detuve.
Ella había tenido la mala suerte de encontrarse conmigo. Lo sentía por ella.
La agarré del brazo con firmeza para arrastrarla al lugar ideal para nuestro encuentro, el cual yo había elegido previamente.
Allí nadie nos molestaría porque estaríamos los dos solos, lejos de los ojos inquisidores de los demás.
La empujé dentro del armario del conserje y ahora ambos estábamos dentro de aquel armario.
Pude ver que el miedo asomaba a su mirada cuando ella retrocedió.
"Es una lástima que no haya suficiente espacio acá, conejita", pensaba yo para mis adentros con una sonrisa cruel en los labios.
"Así que estabas allí escuchando mi conversación con ella furtivamente", le dije.
Ella tragó saliva lentamente y negó con la cabeza frenéticamente.
Di un paso más con la intención de estar más cerca de ella.
La tiré del cabello e inhalé profundamente el olor que emanaba del mismo.
Debo admitir que incluso su pelo tenía un olor maravilloso que me deleitaba.
"Acabas de hacerte merecedora de dos castigos, conejita", comenté con una sonrisa.
"Uno de esos castigos es por mentirme y el otro por no decir palabra alguna", expliqué.
Ella se puso rígida como un maniquí y parecía que quería aplastarse contra la pared, como si hacer eso la protegiera de mí.
"Pero...pero... yo no...no... no hice nada", dijo ella en tono vacilante tratando de defenderse de mí.
Al notar el temor que ella sentía sonreí de manera sádica. Definitivamente ella era una mujer muy inocente, pues pensaba que yo solo la castigaría si hacía algo malo.
Las palabras que ella acababa de pronunciar no eran ciertas.
Ella sí había hecho algo malo, así que no era cierto lo que estaba diciendo.
"¿Te duele?", le pregunté al tiempo que señalaba su vientre lastimado.
Ella abrió los ojos desmesuradamente como si estuviera sorprendida por la actitud que yo acababa de adoptar.
"Creo que eso es algo que a ti no te importa en lo más mínimo", dijo ella.
Ella se estremeció cuando golpeé la pared junto a mí al oír tales palabras. Las venas de mi nuca eran muy notorias en ese momento.
"¡Pues sí me importa! Tú eres solo mía y yo soy la única persona que tiene derecho a lastimarte. ¡De hecho ni siquiera tú misma tienes derecho a lastimarte!", gruñí. Ella estaba muy sorprendida al ver cuán agresiva había sido mi reacción a sus palabras.
En realidad yo mismo me sentí sorprendido por la violencia con la que había actuado.
"No soy tuya, Hayden", murmuró ella en voz baja, pero aun así logré entender las palabras.
Decidí ignorarla por el momento y luego, sin la menor señal de advertencia, le arranqué la camiseta para examinar el moretón de su vientre.
Contemplé la mancha roja de su vientre al tiempo que la tocaba suavemente con un dedo.
Ella gimió de dolor, así que retiré mi dedo de su vientre de inmediato.
Noté que era una herida leve, así que no le quedaría cicatriz alguna. La z*rra que le había hecho eso tenía suerte, pues si el golpe le hubiera dejado una cicatriz entonces yo habría tenido que matar a la maldita mujer que le había hecho eso.
Luego de haber examinado su vientre me enderecé y vi que me miraba confundida. Clavé la mirada en sus labios. Yo ansiaba sentirlos.
Presa del deseo la besé en los labios con gran pasión.
Junté mis labios a los de ella, mordiendo con fuerza su labio inferior, besándola apasionadamente.
¿Cómo era posible que los labios de una mujer tuvieran un sabor tan dulce? Eso era prácticamente un crimen.
Exploré cada rincón de su boca con mi lengua, saboreando, mordisqueando, hasta que ella me aferró por los hombros, aparentemente debido a que le faltaba el aire.
Me aparté con renuencia mientras ambos jadeábamos tratando de recuperar el aliento.
Yo contemplaba sus mejillas sonrosadas y sus labios hinchados. Era una visión maravillosa que me hacía desearla aún más.
"¿Cómo conociste a mi papá?", me preguntó ella de repente.
Me quedé atónito por unos instantes al oírla formular aquella pregunta.
"Estoy segura de que lo conoces, pues vi una fotografía de él en la cual tú estás a su lado. Noté que en esa fotografía tenías aproximadamente seis años de edad", explicó.
¿Estaba diciendo que me tomaron una foto con él? Odiaba la idea de estar junto a ese desgraciado, aunque fuera solo en una fotografía. Ese pensamiento hizo que yo apretara los dientes.
A pesar de que estaba muy enfadado traté de fingir que sus afirmaciones me tenían sin cuidado.
"Nunca me tomé ninguna foto con tu papá", dije, y no estaba mintiendo, pues que yo supiera jamás me habían tomado una foto junto al hombre que ella creía que era su padre.
Hasta aquel día ella jamás se había enterado de toda la verdad.
"¡Estás mintiendo! Estoy segura de que tú y esa niña son hermanos. No sabía que tuvieras una hermana", replicó ella.
La sangre se heló en mis venas al oír sus palabras. Parecía estar convencida de que la niña de la fotografía y yo éramos hermanos.
"¡Pues la verdad es que yo sí tenía una hermana!", vociferé. Pero la había perdido por culpa del hombre que era su verdadero padre, aunque ella no sabía que lo era.
Noté que su semblante se había transformado. Ahora me miraba con consideración.
Pero yo no necesitaba que nadie, y mucho menos ella, me tratara con consideración. Yo haría que ella pagara por el terrible error que su padre había cometido y, en efecto, ella ya había empezado a hacerlo.
"Créeme que lo siento mucho, Hayden. Supongo que eso ha sido algo muy doloroso para ti. Imagino que es por esa razón que me has tratado así", reflexionó ella.
Un arrebato de ira se apoderó de mí al oír aquella declaración y me abalancé sobre ella. La agarré por el pelo mientras ella estaba de espaldas a mí.
"Estás equivocada, conejita, pues no hay nada que pueda lastimarme. A mí nadie me lastima; siempre he sido yo el que lastima a los demás y ahora deseo lastimarte, así que eso es lo que haré", comenté con desprecio.
Presioné su trasero a través de nuestra ropa y apreté sus senos cubiertos por su blusa.
"Tú no me odias, ¿verdad? Estoy segura de que en realidad no me desprecias", dijo ella.
Sin embargo, su apreciación era incorrecta. Ella estaba muy equivocada si creía que yo no la despreciaba.
"¡Cállate la boca! ¡Deja de decir tonterías de una buena vez!", le advertí con furia.
"Creo que en realidad me quieres. Me quieres mucho pero no sabes cómo actuar cuando estás conmigo. Aún no sé por qué estás haciendo esto pero debes dejar de hacerlo. Por favor ya deja de actuar así", observó ella.
La azoté contra la pared, lo que hizo que gimiera de dolor. Tiré de su pelo con más fuerza hasta hacerla llorar.
Ella tenía razón. Mi deseo de poseerla era tan intenso que en ocasiones me asustaba ver la forma en que me comportaba con ella.
"Tú también me odias pero eso no impide que me desees, lo que hace que te odies a ti misma aún más de lo que me odias. Se trata de un sentimiento mutuo", susurré hundiendo mi cara y mis fosas nasales en su cuello.
Ella comenzó a luchar contra mí ferozmente cuando metí la mano en sus pantalones y comencé a juguetear con la banda elástica de sus bragas.
Introduje dos de mis dedos en sus pliegues y noté que estaba cálida y húmeda allí abajo.
"¡Ya basta! ¡Contrólate o gritaré!", dijo ella apretando las piernas, probablemente para impedir que yo continuara con aquellos movimientos de mi mano.
En aquel momento una sonrisa cruel se dibujó en mi rostro y le di una fuerte palmada en sus nalgas. Tras haberlo hecho mis dedos estaban adoloridos, así que seguramente su trasero debía dolerle aún más de lo que me dolían mis dedos.
"Si quieres hazlo, pero te aseguro que no pienso detenerme. Vamos a ofrecer un espectáculo que todos van a disfrutar", declaré.
Agarré con fuerza su brazo y comencé a avanzar hacia la puerta.
"¡Espera...por favor...detente!", exclamó ella intentando lograr que yo desistiera de mi propósito.
"¿Acaso no vas a gritar pidiendo que alguien te ayude?", le dije en tono de burla y desprecio, y luego le di un par de nalgadas para castigarla.
Sin embargo para mí todo aquello no había sido suficiente.
Ansiaba ver cada rincón de su cuerpo y palpar cada centímetro de su piel.
La hice girar de modo que pudiera mirarla a los ojos y observé que estaba hecha un mar de lágrimas. Sin embargo, ello no me importaba en lo más mínimo, pues ella me pertenecía y le iba a demostrar que ella era solo mía.
Le arranqué la blusa y arrojé su sostén al suelo. Luego, apreté sus deliciosos senos con mis manos y noté que eran suaves y cálidos. Le pellizqué con fuerza los pezones, retorciéndolos entre mis dedos.
Sin advertencias previas procedí a devorar sus senos con mi boca, chupando y mordiendo cada centímetro de ellos hasta que sus pezones estuvieron erectos.
Me despojé de la camisa para poder sentir su piel desnuda en contacto con la mía. Luego, me desabroché el cinturón y me quité mis pantalones vaqueros, liberando mi m*embro viril, cuyo extremo brillaba debido al fluido.
Le bajé bruscamente hasta las rodillas sus endebles pantalones deportivos.
Ella soltó un grito ahogado cuando la punta de mi m*embro viril se deslizó dentro de su vagina.
Yo tenía en esos momentos una fuerte erección causada por el placer que había experimentado al besar su boca y su cuerpo.
El hecho de que su cuerpo estuviera muy mojado en ese momento aumentaba mi deseo sexual.
Ella me tomó con fuerza por los hombros y sacudió su cabeza frenéticamente, negándose a acceder a mis pretensiones. Yo estuve a punto de burlarme de su reacción.
El único pensamiento que yo tenía en ese momento era destrozar la barrera intacta que me impedía tener acceso al interior de su cuerpo. De todos modos tarde o temprano yo iba a derribar esa barrera.
Presioné mi m*embro viril contra aquella barrera a modo de prueba.
"Por favor, Hayden, no lo hagas. Detente, te lo ruego", dijo ella cuando yo hice eso.
Yo no sabía si ella era demasiado estúpida o demasiado ingenua, pero en todo caso al parecer ignoraba que sus súplicas surtían el efecto contrario al que ella pretendía lograr.
Sus ruegos no hacían más que intensificar mi deseo de poseerla. Mi m*embro viril aumentó de tamaño y yo sentía que estaba a punto de llegar al org*smo.
Sin embargo, hice un esfuerzo para reprimir el org*smo y conseguí evitarlo, pues yo consideraba que aún no era el momento para tener un org*smo con ella.
Entonces procedí a hacer mi siguiente movimiento, pues aún no quería que todo concluyera.
"Ahora ponte de rodillas", le ordené. Pero antes de darle tiempo para decidir si me obedecía o no la tomé por los hombros y la empujé hacia abajo.
Ella se veía muy seductora de rodillas. Sus pezones estaban enrojecidos y prominentes y las lágrimas corrían abundantemente por sus mejillas. Una gota de s*men escapó de mi p*ne y rodó por sus senos hasta su vientre. Yo esparcí mi fluido por todo su rostro, cubriendo con él sus labios trémulos antes de explorar la parte baja de su vientre, que era lo que verdaderamente me interesaba.
Dejé que mi s*men se deslizara por sus senos, lo cual era una extraña forma de demostrar que ella me pertenecía. Era como marcarla con mi fluido.
"Ahora sostén tus senos juntos", le ordené. Ella sacudió la cabeza para indicar que se negaba a hacerlo, lo cual me hizo sentir muy enfadado.
"Pues entonces voy a f*llarte y créeme que te va a doler", le dije con desprecio.
Su rostro traslucía vergüenza y las lágrimas rodaban por sus mejillas, lo que hizo que casi sintiera lástima por ella. Casi.