Capítulo 13
1776palabras
2022-11-01 16:39
Yo odiaba el frágil aspecto que ella ofrecía, que hacía que todos quisieran protegerla de cualquier peligro que la acechara.
Pero lo que más me hacía enojar era que yo estaba incluido en esa lista de peligros.
Su mirada era siempre tan cristalina e inocente que me daban muchas ganas de corromperla.

Quería que ella se convirtiera en una mujer realmente malvada.
Odiaba cada aspecto de ella. Bueno, casi todos, pues su cuerpo era bastante atractivo. De hecho su cuerpo era el más voluptuoso que yo haya visto jamás.
Deseaba intensamente lastimarla. No veía la hora de poder hacerle daño de alguna manera.
Sentía un intenso desprecio hacia ella porque la deseaba a pesar de odiarla tanto.
Quería tener un dominio completo sobre ella, pero a veces parecía que en realidad era ella la que me controlaba a mí, y su capacidad para manipularme a su antojo hacía que aumentar a el desprecio que sentía por ella.
Los dedos de ella temblaban mientras buscaba a tientas los botones de su camisa con los ojos desmesuradamente abiertos por el miedo que se había apoderado de ella.

Al verla mi pene parecía estar luchando por liberarse de la cremallera de mis pantalones vaqueros.
Ella estaba tendida boca abajo y las lágrimas rodaban por sus mejillas, pero a pesar de ello no sentí nada de lástima por ella, pues ella misma se lo había buscado. Le había advertido que se mantuviera alejada de ese idiota pero ignoró mi advertencia y ahora ambos tendrían que pagar las consecuencias.
Todavía estaba muy enojado con ella e iba a castigarla por haber osado desobedecerme.
Ella terminó de desabotonarse la camisa pero aún la sostenía contra su pecho.

"Déjala caer al suelo ahora", le ordené. La impaciencia con que le había dado aquella orden hizo que no tuviera más remedio que obedecerme.
Ella soltó un gemido pero de todos modos obedeció y dejó que su camisa cayera al suelo.
Mi respiración se aceleró mientras miraba su pecho medio descubierto, aún cubierto por el sostén. Podía advertir el contorno de sus pezones.
El líquido preeyaculatorio salía de mi p*ne y mi respiración se tornó más pesada.
Me sorprendió que pudiera desear tanto a alguien a quien odio.
"¡Quítate el resto ahora!", le ordené con un tono de voz que dejaba ver a las claras que la lujuria me consumía.
Ella me lanzó una mirada suplicante, probablemente esperando que yo me mostrara algo indulgente, pero estaba muy equivocada.
Me sentía muy impaciente porque ella estaba tardando demasiado tiempo en desvestirse.
Su falda cayó al suelo y entonces pude apreciar sus muslos bien torneados.
Con impaciencia tiré de ella hacia mí y desabroché el broche de su sostén. Cuando lo hice sus senos quedaron libres y sus pezones gruesos, rosados y polvorientos quedaron al descubierto.
Ahora ella estaba sollozando de manera incontenible mientras trataba de cubrirlos con sus dedos.
Definitivamente ella era una mujer demasiado estúpida. Podía darme cuenta de ello.
La arrojé sobre la cama y me lancé sobre ella sin darle tiempo para recuperar el aliento.
"H..Hayden por... favor.... no me... hagas..esto", dijo con dificultad.
Ella estaba suplicando piedad y sollozando en voz alta ahora mientras luchaba para liberarse de mí.
Al verla tan indefensa debajo de mí aumentó el deseo que sentía por ella.
La inmovilicé sujetándole firmemente ambas manos sobre su cabeza mientras con mis caderas la presionaba firmemente contra la cama, siguiendo sus movimientos.
"¿Sabes por qué te estoy castigando, conejita?", le pregunté.
Ella asintió con la cabeza, con lo que me demostró que no era tan estúpida.
"¡Dilo con palabras!", la insté y vi que ella se sentía sobrecogida.
"Yo....permití que él... que él te insultara", susurró ella. Las lágrimas rodaba por sus mejillas mientras me miraba con miedo. Toqué una de sus lágrimas con mis dedos antes de hundir mi cabeza en ella, usando mi lengua.
Me volví y hundí mi rostro en su cuello, inhalando profundamente su aroma.
Al hacerlo sentí el dulce e inocente olor del talco para bebés y mis labios rozaron su clavícula mientras yo susurraba.
"¿Él dijo que era tu protector?... ¿Tu novio?", dije vomitando las palabras.
Ella sacudió la cabeza frenéticamente negándolo mientras trataba de liberarse de mí. Aquella escena era casi risible.
"Te lo advertí", le dije con furia mientras ella luchaba contra mí.
Ella sollozaba ahogadamente mientras yo presionaba mi p*ne erecto contra su vag*na a través de su ropa interior. Ella temblaba debajo de mí mientras yo ejercía presión sobre ella lentamente.
De repente, le di la vuelta. Ahora ella estaba boca abajo y su cara presionaba la almohada. Arranqué el delicado material del que estaba hecha su ropa interior y su trasero y vagina vírgenes quedaron al descubierto.
Cuando la toqué con mi mano por primera vez ella lanzó un grito que fue amortiguado por las almohadas.
Me agradaba ver la marca roja que las palmas de mis manos habían dejado en su trasero.
Le di otra nalgada, pero esta vez lo hice con mayor fuerza que la primera vez.
Le di otra nalgada, pues quería seguir teniendo ese contacto íntimo con ella.
Una nalgada más. Estaba gozando mucho al darle nalgadas.
Seguí dándole nalgadas, pues hacerlo me excitaba demasiado y no quería detenerme.
No me detuve hasta que su trasero estuvo muy enrojecido. Ella no podía dejar de llorar y su rostro estaba contorsionado de dolor. Su voz era débil porque había gritado mucho.
Luego, me aparté de ella. Merecía ese castigo por haberme desobedecido.
Aquel castigo no sería el último. De ahora en adelante ella llevaría una marca para que todos supieran que me pertenecía.
Sin embargo, ella aún ignoraba las intenciones que yo tenía.
Necesité de toda mi fuerza de voluntad para lograr reprimir mi deseo de poseerla allí mismo.
Mi p*ne estaba hinchado por el deseo s*xual. Quería hundirlo en su apretada vag*na virgen en ese mismo instante pero yo sabía que aún no era el momento indicado para hacerlo.
Sería mejor que tuviera un poco de paciencia. Pronto podría hacer realidad ese deseo. 
Sin embargo, el hecho de que aún no pudiera poseerla no implicaba que no pudiera tocarla.
Ella dejó de llorar. Tenía los hombros caídos; probablemente creía que yo ya no quería continuar con aquello.
Ella se sobresaltó cuando rocé sus pezones con la punta de mis dedos.
Después de ello recorrí su vientre, sintiendo sus sedosos pliegues.
Ella empezó a forcejear contra mí otra vez, por lo que tuve que darle un par de nalgadas a modo de advertencia hasta que por fin se quedó inmóvil.
Ella estaba cálida y húmeda. Pasé mis dedos alrededor de su clít*ris lentamente hasta que oí que inhalaba profundamente.
Observé su rostro mientras reanudaba mi arremetida y advertí que sus ojos estaban vidriosos y que jadeaba.
Un ligero gemido escapó de su boca y sus fluidos corporales comenzaron a escurrir por la cara interna de sus muslos.
Era obvio que ella trataba de resistirse pero su cuerpo era bastante sensible, así que abrí sus piernas para poder lamer con más facilidad sus fluidos corporales.
Su cuerpo era realmente adorable, así que lamí su v*gina. Ella gimió ruidosamente y se retorció contra mí.
Ella me tomó con fuerza por el pelo, ofreciéndome aún más su cuerpo.
"H... Hayden... yo... yo...", gimió ella haciéndome sentir muy excitado.
"Estoy seguro de que quieres tener un org*smo, nena", me dijo él.
Ella bajó la mirada avergonzada cuando yo dije esas palabras.
Volví a lamer su v*gina, masajeando su clít*ris con lentitud.
Ella soltó un gemido en el momento en que dejé de hacerle ese masaje en su clítoris.
"Sí....sí", susurró ella ardiendo de deseo y arqueando su espalda hacia mí.
Al ver su apasionada reacción no pude dejar de sonreír con satisfacción.
"Pues entonces ruégame", dije sabiendo muy bien que ella se iba a arrepentir y a odiarse a sí misma por ello más adelante, que era exactamente lo que yo deseaba que sucediera.
"Por... por favor", me pidió ella. Había accedido a suplicarme que la hiciera llegar al org*smo.
Entonces procedí a cumplirle ese deseo y presioné con mis dientes su sensible vag*na, chupándola con pasión.
Los sonidos que ella emitía eran como música para mis oídos. Ella llegó al org*smo pronunciando mi nombre en el momento en que yo estaba lamiendo su vag*na.
Por primera vez llegué al orgasmo mientras tenía puesto el pantalón. Gemí ruidosamente mientras el semen salía de mi p*ne.
Chupé sus dulces fluidos corporales mientras ella luchaba por recuperar el aliento.
Ella era la única mujer que podía hacer que yo perdiera el control de esa manera.
Ella recobró lentamente el dominio de sí misma y me miró fijamente. Su mirada traslucía devastación, consternación y odio.
"¿Te arrepientes ahora de lo que acabas de hacer, conejita?", le pregunté con una sonrisa sardónica.
Ella trató sin éxito de agarrar las sábanas para cubrir su desnudez y yo me reí de sus esfuerzos inútiles.
"Creo que ya es demasiado tarde para ser modesta, considerando la forma en que acabas de llegar al org*smo en mi boca", señalé.
Sus labios temblaron como si estuviera a punto de echarse a llorar.
"Ya puedes marcharte. Ya no necesito tus servicios", le dije en tono de desprecio.
Ella me lanzó una mirada furiosa pero pude percibir que en realidad se odiaba más a sí misma que a mí.
"¡Te odio con toda mi alma! ¡Un día te arrepentirás de haberme hecho esto!", exclamó ella.
Me burlé de sus palabras. Jamás me arrepentiría de lo que le había hecho, pues se lo merecía.
Cuando estaba a punto de marcharme ella dijo algo que hizo que me detuviera.
"Si realmente me odias tanto, ¿por qué me quieres?", me preguntó ella.
Me había hecho esa pregunta una infinidad de veces sin poder responderla. No respondí su pregunta y la dejé desnuda en la cama. Quité el seguro de la puerta y me dirigí al baño.
De pie bajo el chorro de la ducha comencé a masturbarme recordando cómo ella se retorcía debajo de mí mientras gemía diciendo mi nombre y llegaba al org*smo.
Cuando volví a la habitación ella ya se había ido y su ropa interior rasgada tirada en una esquina de la habitación y la cama desordenada eran la única evidencia de que ella había estado allí.
Recogí su ropa interior inhalando su aroma profundamente.
Hice una mueca al darme cuenta de cuán obsesionado estaba con ella. Su ausencia había hecho que me pusiera de mal humor.
Tomé mi teléfono celular e hice algunas llamadas, pues había llegado la hora de darle una lección a ese b*stardo.
Nadie conseguiría salvarla de mí y ella pronto se daría cuenta de ello.