Capítulo 12
1389palabras
2022-11-01 16:26
Mamá se había ido al trabajo después del desayuno, así que solo estábamos Ashley y yo en casa.
Yo no había podido dormir la noche anterior, pues apenas había logrado conciliar el sueño una pesadilla me había despertado.
Había llegado el día que tanto había temido, es decir el día en que debía encontrarme con él.
Me di una ducha larga y tibia y me lavé el cabello. Luego, seleccioné un atuendo simple que consistía en una camisa de manga larga y una falda escocesa de lana.
Hacía bastante frío aquella mañana debido a la lluvia de la noche anterior, así que opté por abrigarme con un jersey.
Verifiqué que tuviera todas mis cosas. Los libros estaban allí.
Comprobé que además de mis libros tenía mi teléfono celular.
Por último, me aseguré de que también tuviera mi morral, el cual en efecto estaba allí.
Todo estaba en su lugar, lo único que me faltaba era una buena dosis de valentía.
Yo había advertido en su mirada la sed de venganza que lo consumía, así que ir a su casa sería una verdadera locura, pero por otra parte no podía fracasar en mi proyecto académico.
Él se negó a reunirse conmigo en una cafetería y tampoco aceptó que nos viéramos en mi casa.
Miré la dirección que me había enviado mientras me preguntaba cómo había conseguido mi número telefónico.
Había varias cosas que yo no lograba explicarme, como el hecho de que conocía mi casa, que sabía que mi mamá no estaba en casa el otro día, que me había enfermado y el hecho de que supiera cuál era el número de mi teléfono celular.
Ir a su casa era como hacerle una visita al mismísimo diablo, pero yo no tenía alternativa.
Debía interactuar con él si no quería que mi proyecto académico se fuera al traste.
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Hacía algunos minutos un hombre al que había visto en la puerta me había dado las indicaciones para llegar a su casa.
Sin embargo, a pesar de las indicaciones de aquel hombre, yo aún no lograba dar con la vivienda donde debía encontrarme con él.
Al cabo de un rato por fin logré identificarla. Finalmente había conseguido llegar a su casa.
La palabra "casa" no le hacía justicia a aquella vivienda. Más bien diría que ese lugar era una mansión.
Contemplé extasiada aquella casa que tenía frente a mí; era verdaderamente grande y hermosa. En ella se combinaban armoniosamente los estilos clásico y contemporáneo.
Los dedos de mis manos temblaban mientras presionaba el timbre de la puerta de entrada presa de una gran ansiedad.
Menos de cinco segundos después de que yo toqué el timbre la puerta se abrió para darle paso a él.
El hecho de que él me abriera la puerta tan pronto hizo que me preguntara si él había estado aguardando mi llegada.
Llevaba una camisa ajustada que realzaba sus músculos bien definidos y unos pantalones vaqueros desteñidos y holgados que no se ajustaban bien a su cintura.
Aparté la mirada rápidamente, pero antes de hacerlo advertí que en sus labios se dibujaba una sonrisa de autosuficiencia.
"Te he estado esperando. Vamos, entra. No estarás pensando quedarte afuera, ¿verdad?", dijo en tono despreocupado, pero me parecía que lo decía con un contexto subyacente.
"Estoy aquí para que llevemos a cabo nuestro proyecto", expliqué sujetando con mucha firmeza mi bolso.
Los latidos de mi corazón se aceleraron al estar frente a él.
"Pues entonces pasa para que podamos empezar a trabajar en el proyecto de inmediato", señaló él.
Él se hizo a un lado, pero yo todavía estaba allí inmóvil.
Él soltó un suspiro mientras me lanzaba una mirada furiosa.
"¿Acaso crees que si pretendo lastimarte y el hecho de que estés afuera me impedirá hacerlo? Por favor, no seas tan tonta. Si consideras que este proyecto es muy importante para ti entonces entra. De lo contrario puedes marcharte", comentó él.
Nos miramos el uno al otro durante un rato hasta que ya no pude seguir mirándolo a los ojos y aparté la mirada.
Él entró a la casa y lo seguí. El exterior de la casa era hermoso pero cuando vi el interior de la vivienda me quedé anonadada, pues me pareció maravilloso.
"Dónde están tus padres?", le pregunté al advertir que la casa estaba vacía y sumida en el silencio.
"Vivo solo, conejita. Bueno, al menos por ahora", explicó él.
Me sobresalté al oír aquel comentario, pues eso significaba que solo estábamos él y yo en aquella enorme casa. Las palmas de mis manos estaban cubiertas por un sudor frío.
"Ya deja de perder el tiempo y apresúrate", me dijo con desprecio.
"¿Por qué no nos quedarnos aquí en la sala de estar?", dije mordiéndome los labios nerviosamente.
"Prefiero que vayamos a mi habitación, donde no tendremos distracciones de ninguna clase", dijo él con un semblante inexpresivo.
Antes de que yo tuviera tiempo de responder a su propuesta él me sujetó con firmeza.
"¿Qué estás haciendo? ¡Suéltame el brazo, me estás lastimando!", grité.
Él chasqueó la mandíbula en un ademán de desprecio.
"Pero si aún no hemos comenzado, cariño. Te obsequiaré el paquete completo, créeme", dijo en un tono que era una mezcla de burla y amenaza.
Su conducta hizo que una oleada de terror invadiera mi cuerpo en ese momento.
Estaba luchando con todas mis fuerzas para conseguir liberarme de él. Lo único que me interesaba en ese momento era escapar de allí cuanto antes.
Me levantó y me cargó sobre sus hombros como si yo fuera un simple saco de papas.
"¡Bájame ya!", grité golpeando su espalda baja con mis puños pero él no me soltó. Luego, comenzó a subir las escaleras llevándome a cuestas.
Mientras yo trataba de liberarme él solo se reía de mis esfuerzos inútiles.
"Cálmate, nena. Será mejor que ahorres energías, porque te aseguro que pronto vas a necesitar hacer acopio de todas tus fuerzas", observó él.
Abrió la puerta de su habitación y entró en ella. Luego, escuché que la puerta se cerraba y él me colocó en el suelo con tanta violencia que estuve a punto de perder el equilibrio.
"¡Vaya, vaya, mira lo que tenemos aquí!", exclamó él dando un paso hacia mí. Entonces pasé corriendo junto a él y me precipité hacia la puerta. Traté de abrirla pero la perilla no se movía.
Aferré la perilla intentando desesperadamente abrir la puerta, pero no lo logré: él me había encerrado allí.
Sentí su aliento caliente en mi cuello y me quedé paralizada de terror.
"Apenas ayer actuabas con gran osadía, pero veo que hoy estás temblando como una hoja. ¿De qué tienes miedo?", me preguntó.
Él me tomó con fuerza por el cabello y escuché que inhalaba profundamente.
"Estás en serios aprietos en este momento y lo peor es que no tienes forma de escapar. Voy a hacer que lamentes tu suerte", dijo él en tono amenazante.
Él me hizo girar lentamente para obligarme a mirarlo. Lo miré a los ojos buscando al menos una leve señal de compasión pero no advertí ni un ápice de conmiseración en su mirada.
"Hayden...", comencé a decir dominada por los nervios cuando él puso un dedo en mis labios.
"No digas una sola palabra; seré yo quien hable. Tú limítate a obedecer mis órdenes, pues te aseguro que no querrás verme enfadado", me amenazó.
Me estremecí de miedo al escuchar aquellas palabras amenazantes con las que pretendía lograr que yo me sometiera a sus caprichos.
Su mirada se había tornado sombría y amenazante. Era como el océano poco antes de que se desencadene una violenta tempestad. Su boca se torció en una sonrisa siniestra cuando advirtió que el temor me inundaba. Parecía estar disfrutando el miedo que veía en mí y al ver mi reacción se mostraba cada vez más osado.
"No te asustes tanto. Te aseguro que vas a disfrutar lo que les hago a las mujerzuelas como tú", me dijo en tono de enfado y a continuación me ordenó: "¡Desvístete!"
Mi cara se quedó sin sangre mientras yo estaba allí inmóvil contemplándolo, lo que al parecer hizo que se enfadara mucho más conmigo.
"Estoy contando los segundos que han pasado desde que te ordené desvestirte y te aseguro que será mejor que no dejes que mi paciencia se agote", dijo en tono siniestro. ¡Desvístete ahora mismo!", me ordenó acto seguido.