Capítulo 51
2395palabras
2022-08-28 15:00
Mateo me deja en casa y luego va a la suya para despedirse de Scarlett, que se va de viaje a visitar a unos amigos en New York. Me pregunta si quiero conocerla, pero le digo que no. Me excuso en que Carlos me está esperando y nos despedimos con la promesa de encontrarnos más tarde en casa de Sam.
Abro la puerta y me recibe con los brazos abiertos, el silencio y la oscuridad de la estancia.
Al parecer ninguno de mis hermanos está presente.

Llamo a Sam y me dice que está en camino, pero que todavía se demora. Y… me vuelvo a quedar sola con mis pensamientos impacientes para comenzar a torturarme.
“¿Qué vas a hacer cuando vuelvas a ver a Alex? Por qué no te vas a poder esconder siempre. Él te ha estado buscando y va a encontrar la forma de acercarse.”
“No sé…”
“¿Y Mateo? ¿De verdad quieres volver con él?”
“Si… Si encontramos la forma de solucionar el tema de la distancia y nos acoplamos de nuevo el uno a otro. No veo por qué no.”
“¿Qué tal? Porque tienes sentimiento por otro hombre y estás confundida.”

“No tengo futuro con ese hombre.”
“Eso no ha eliminado lo que sientes por él.”
“Solo han pasado cuatro días desde la última vez que lo vi. Con un poco más de tiempo, y estando otra vez cerca de Mateo, eso va a ser fácil.”
“Te recuerdo que con Alex el tiempo no aplica. Te gusto desde que lo viste y te enamoraste desde que te beso…”

“¡No estoy enamorada! Solo confundida…”
Abro mi computadora y busco algo que hacer para apartar las voces en mi mente. Decido revisar el correo electrónico, que tiene varios mensajes sin leer, pero solamente uno me interesa. Doy un grito agudo cuando leo el nombre de Brenda Sáenz en la lista de la bandeja de entrada.
Hago clic y el mensaje se abre.
<< Señorita Ivana.
Un placer saludarla.
Creo que el profesor José ya la puso al tanto de nuestra conversación. Me impresiono bastante su trabajo y quiero conocerla. ¿Qué le parece el lunes después de clase? Espero que pueda regalarme un par de minutos de su tiempo, pues en la noche viajo a Los Ángeles y no sé cuándo regrese a esta ciudad.
Quedo atenta a su respuesta.
Brenda Sáenz >>
“Brenda Sáenz quiere verme, ¡Brenda Sáenz quiere verme! BRENDA SÁENZ QUIERE VERME… Ahhhhh… VOY A CONOCER A BRENDA SÁENZ…”
Me paro en el sofá y comienzo a brincar como cuando era niña.
“¡Voy a conocerla! ¡Voy a conocerla!”
Trato de tranquilizarme y respondo su mensaje lo más neutral posible. Confirmo mi disponibilidad de tiempo y hacemos una cita para tomar un café a las tres de la tarde el lunes.
Me recuesto y pongo las manos en mi pecho. El corazón se me va a salir de la emoción, y creo que voy a sufrir de insomnio todo el fin de semana por la expectativa del lunes.
La puerta de la casa se abre y corro feliz a saludar a mi hermano para contarle la noticia. Aunque él no tenga idea de quien es Brenda y lo que significa para mí, si se lo explico se va a sentir orgulloso.
Pero me desilusiono al encontrarme con mi nuevo acompañante, y toda la felicidad que siento, se convierte en un espejismo.
—Así que te dignaste a aparecer. ¿Dónde hasta estado todos estos días? —me reclama David, como si, por primera vez, le importara lo que yo hago con mi vida.
—Eso no es asunto tuyo. Solo le debo explicación a mis padres y en caso de que ellos no estén, a Carlos y para tu paz mental, todos están informados de mis actividades en estos días.
—Si claro… quien sabe que mentiras abras dicho para hacer lo que se te da la gana.
—Hay David ¿Es en serio? ¿Tú, vas a venir a hablarme a mí de mal comportamiento? ¡Por Dios! —pongo los ojos en blanco y le restó importancia a sus palabras. “Ignóralo. Nada más ignóralo”—. ¿Qué haces aquí?
—Pues —se acerca despacio hasta quedar a pocos centímetros de mí—, a diferencia de ti —enfatiza la última palabra, señalándome con su dedo del medio—, yo si vivo en esta casa.
—No seas hipócrita. Tú vives en todos lados, menos aquí. —no pienso amedrentarme por su actitud, así que llevo mis hombros atrás y estiro mi cuello para marcar mi posición.
—Yo no soy el que ha estado por fuera de su casa dos semanas, haciendo que sabe qué. Pero me imagino… ahora que tu noviecito volvió, decidiste aprovechar el tiempo y abrir las piernas de una vez. ¿O qué? ¿Sigues siendo una calienta huevos?
Una de las tantas veces que Mateo y yo intentamos estar juntos, fuimos descubiertos por David. Estábamos en mi cuarto, semi desnudos, y yo, al borde de las lágrimas por la vergüenza de haberme echado para atrás otra vez. Esa tarde fue la primera única vez que David se comportó como mi hermano. Estaba drogado, lo supe desde el momento que abrió la puerta, porque antes había confundido mi habitación con la suya cuando se encontraba desorientado. Nos observó a los dos por un par de segundos intentando entender lo que sucedía, pero mi llanto lo hiso llegar a la conclusión de que Mateo se estaba aprovechando de mí.
Se puso como una fiera y lo golpeo en la cara hasta romperle la nariz. Comenzó a gritar que iba a matarlo, y al final fue mi hermano quien termino encima de mi novio, con las manos alrededor de su cuello y dispuesto a llegar a las últimas consecuencias.
Yo no sabía qué hacer; gritar, cubrir mis pechos o intentar separarlos.
Al final Mateo logro salir de la situación, y para que David se calmara, tuve que explicarle detalladamente lo que estaba pasando. En ese momento no importo, pues yo creía que cuando aterrizara del viaje en el que estaba, se le iba a olvidar todo. Su rabia se disipó, volvió a ser el mismo de siempre y se burló de ambos. A Mateo le dijo que era un inservible por no saber cómo manejar a una mujer y a mí me dijo calienta huevos. Salió de la habitación y nunca volvimos a hablar del tema. Yo juraba que, en efecto, lo había borrado de su mente, pero al parecer no…
—Estuve con Sam. ¿Feliz? —el rojo cubre mis mejillas, al recordar lo sucedido hace años, al igual que lo sucedido en estos últimos días, porque si me la he pasado abriendo las piernas, y no solo con Mateo.
—No seas mentirosa —dice apretando los dientes y teniéndolo tan cerca, puedo ver como por causa de la rabia, sus pupilas se dilatan más de lo que están—. Yo fui a buscarte a casa de esa amiguita zorra que tienes, y no estabas.
—Pero ¿a ti que te pasa? —mi cuerpo reacciona por inercia a la inestabilidad de David y doy un par de pasos hacia atrás— ¿Ahora me sigues?
—¡No lo hubiera hecho si te dignaras a contestar el puto celular! —su grito me pone en alerta, pero sigo manteniendo mi posición.
David está drogado. Es más que obvio. Pero lo peor es que, por alguna razón, está ansioso y esos son los dos ingredientes principales para detonar la bomba de tiempo que vive dentro de él.
“Tranquila… Carlos no debe de tardar. Mantenlo ocupado, hazle preguntas. Que no sienta tu miedo.”
—¿Y cuál es la razón, querido hermano, de tu repentino interés por mí?
David recorre la poca distancia que logre poner entre nosotros y lo vuelvo a tener, casi, nariz con nariz.
—Necesito el auto de papá —sus gritos son reemplazados por un tono suave, incluso, cómplice. —solo dame las llaves y diles que yo te las robe.
—Jajajajaj… Estás loco. —me percato muy tarde del error en mi elección de palabras.
Si los ojos de mi hermano tuvieran la capacidad de cambiar de color, estoy segura de que en este momento serian rojo sangre. Puedo sentir su ira como si fuera un campo de fuerza que lo rodea.
—¡Escúchame estúpida! —un poco de su saliva cae en mi cara, cuando vuelve a gritarme— ¡Yo tengo tanto derecho como tú a usarlo! PÁSAME LAS MALDITAS LLAVES.
—PERO ¿QUÉ CARAJOS PASA CONTIGO? —el sentido de supervivencia, me obliga a demostrarle que él no es el único que puede gritar— LA ÚNICA MALDITA REGLA QUE DEJARON NUESTROS PADRES ANTES DE IRSE, FUE QUE TÚ NO PODÍAS TOCAR NINGUNO DE LOS AUTOS. CRÉEME, YO FELIZ TE LAS ENTREGO PARA QUE PUEDAS IR A MATARTE Y LIBRARNOS DE UNA PUTA VEZ, DEL PROBLEMA QUE ERES, PERO NO… NO VALES LA PENA, COMO PARA CARGAR CON LA CULPA DE VER SUFRIR A MAMÁ.
“Te pasaste Ivana, te pasaste.”
Por un segundo… por un pequeño segundo veo algo parecido al dolor en los ojos de mi hermano, pero el momento es borrado cuando me toma con fuerza del brazo y comienza a inspeccionarme como si fuera un policía.
—Entrégame esas llaves Ivana. —su actitud es la de una persona fuera de sí. Antes había tenido comportamientos extraños, sobre todo ataques de rabia sin sentido. Pero esto ya está llegando demasiado lejos y no voy a negar que me asusta.
—No… te van a servir de nada —fracaso en evitar el temblor de mi voz—. El auto no está aquí.
—¿Dónde está? —su apretón se vuelve más fuerte y yo sigo pretendiendo que no tengo miedo.
—Eso no es asunto tuyo…
—Mira niña… no te conviene jugar conmigo. —los nudillos de David se tornan blancos por la fuerza ejercida en mi pobre y muy dolorido brazo—. No me importa hasta donde tengas que ir. Ve y trae el puto auto.
—Suéltame… —mis lágrimas comienzan a asomarse, pues ya no puedo ocultar ni mi dolor ni mi miedo.
“¿Dónde está Carlos?”
—Solo te voy a soltar, para ir junto por el auto. Entonces…
“Podría decirle que sí, que vamos a ir por el auto y cuando me suelte, correr y encerarme en mi cuarto hasta que alguien llegue.”
—Okey… Vamos por el auto. —digo como si intentara explicarle algo simple a un bebe. David relaja poco a poco su agarre hasta soltarme completamente, pero… de repente su mano aparece sin avisar y me quema la cara con un golpe.
Primero llega el shock y después el dolor, tanto físico como emocional.
Jamás, en mi vida, nadie se ha atrevido a pegarme.
Lo miro espantada. La boca me sabe a metal y cuando inspecciono el lugar del golpe, mis dedos quedan manchados de rojo.
—Estás loco…
—Eso es para que aprendas a no jugar conmigo.
La amenaza del demonio que tengo parado al frente recorre todos mis nervios y por instinto, salgo corriendo.
Alcanzo a llegar a las escaleras, pero cuando voy en la primera mitad, un jalón en mi cabello me detiene y devuelve hacia abajo y con la brusquedad del acto, me lastimo un tobillo.
—¡IVANA! —grita, iracundo— ¡Maldita sea! ¡Ya te lo advertí! NO JUEGUES CONMIGO ¡Mira lo que me haces hacer! —me observa de arriba abajo para ver que tanto daño me hizo, aunque en ningún momento me suelta— Pero, voy a conseguir esas llaves como sea y te voy a obligar a decirme donde está el auto.
David me sostiene del cabello y me arrastra por toda la sala, mientras grito de dolor y busca entre mis cosas las dichosas llaves.
Yo intento liberarme, pero lo único que logro es hacerme más daño.
A lo lejos escucho mi celular vibrar, pero no alcanzo a ver quién es.
—¡Suéltame maldito loco! —Lloro y grito, pero mi agresor solo me ignora y ejerce más fuerza en su agarre.
Unos fuertes golpes en la puerta ponen en alerta a David y yo por fin veo una pequeña salida de este infierno.
—¡Iv! —grita un hombre afuera.
—AYUDAAAA —no reconozco la voz, pero cualquiera es mejor que el monstruo con él que comparto ADN.
—¡Cállate! —David se pone muy nervioso y me empuja con fuerza.
Caigo sobre la mesa de centro y el cristal se rompe. Una de mis piernas comienza a arder y mi pantalón se llena de sangre a una velocidad alarmante.
El olor a hierro y el color rojo en mis manos me marea y siento como todo a mi alrededor se va volviendo borroso.
—¿QUÉ LE HICISTE MALDITO IDIOTA? —Grita alguien, pero siento que está… demasiado lejos.
Trato de enfocar mi visión.
Un hombre alto y de cabello oscuro golpea a David y de un solo puño lo deja en el suelo.
—Alex… —su nombre en mis labios es una súplica.
Mi rescatista camina sobre todo el desastre y llega a mi lado en un instante.
—Cariño, mírame —intento hacerlo, pero mis ojos pesan demasiado—. Dime que estás bien.
—Mi… pier… —quiero decir que la pierna me duele, pero la garganta se me cierra.
—Iv… ¡IV! —puedo sentir como la voz de Alex se rompe y mi corazón lo hace junto con ella— No te duermas amor.
—Iv ¿Dónde están las llaves? —David no se rinde e intenta acercarse a mí.
“Pedazo de mierda… Pero esto no se va a quedar así. No me importa que me quede sin familia. Voy a hacer que te quemes en el infierno.”
—No te le acerque. —lo amenaza Alex.
—¿Y tú quién eres? No te metas. Esto es entre esa zorra y yo…
David cae al suelo nuevamente, pero esta vez, no es Alex quien lo golpea.
—¿QUÉ DEMONIOS HICISTE? —grita Carlos.
“¡Gracias al cielo! Mi hermano… el único que debí haber tenido.”
—¡IV! —la voz de Mateo me da un pequeño impulso para intentar abrir bien los ojos, pero sigo sin lograrlo— ¡Carlos, su pierna!
—Llama a la mamá de Sámara. La vi entrando a su casa. —ordena mi hermano mayor, como si gestionara un problema en la empresa.
Supongo que Mateo hace lo que le ordenan, porque lo escucho hablar rápido con alguien por teléfono. Mientras tanto, Alex intenta que yo no me duerma, pero la idea es cada vez más tentadora.
“Dormirme en los brazos de Alex. ¿Qué podría ser mejor?”
—Cariño mírame… —su voz es cada vez más lejana y no puedo aguantar más. Las caras de mi hermano y los dos hombres que amo, se pierden en la oscuridad.