Capítulo 30
1528palabras
2022-08-10 15:00
La alarma suena a las 7:00 am.
Lo primero que hago es guardar mi maleta en el auto. El plan es salir del aeropuerto directamente a mi nuevo hogar. Busco algo para cubrirla por si a mi madre se le ocurre abrir la cajuela.
Las primeras horas de la mañana son un poco caóticas. Mi mamá camina de un lado a otro verificando su lista de pendientes. Se cerciora de tener empacado todo lo necesario y de dejar en casa todo en orden.

Mientas tanto mi papá y yo la esperamos en el auto. Y aprovecho el momento para hablar con él.
—Oye. Ya sé que Carlos te contó mis planes. Te prometo que mi intención siempre fue hablarlo contigo, pero estabas muy ocupado.
—Tranquila. Lo sé. No te preocupes.
—¿De verdad estás bien con esto?
—Claro que si cariño. No hay nada más gratificante que ver a los hijos crecer. No digo que me haga feliz la idea de que te vayas de la casa. Pero tu hermano me explico los motivos y lo entiendo. Aunque, presiento que esa no es toda la verdad.
—Solo quiero hacer algo diferente. Toda mi vida siempre ha sido lo mismo. Estudio, estoy en casa, paso tiempo con mis amigos, tomo fotografías, y ya. Siempre es lo mismo. Siempre son las mismas personas. Y quiero experimentar algo más.

—Sí. Eso hace parte de crecer. Y me alegra mucho que abras tus puertas al resto del mundo. Alguna vez te dije que la vida estaba más haya de tu habitación o la de Samara. Y siempre tuve la esperanza de que tarde o temprano entenderías lo que eso significa.
Mi padre es un hombre poco hablador. No tanto como Carlos, pero prefiere comunicarse con pocas palabras. Si recuerdo que, en una ocasión, hablamos sobre mi amistad con Sam, Dilan, Juan y Mateo; y fue porque una vez, planeamos unas vacaciones familiares y yo me negaba con todas mis fuerzas a ir si por lo menos Sam no nos acompañaba. Mis padres no accedieron a mis caprichos. Y por primera vez en la vida estuve sin las personas más cercanas a mí. Al principio, la pasé muy mal. Como bien es sabido, el universo te devuelve lo que das, y yo solo entregaba amargura. Hasta que mi padre llego, me pidió que observa detalladamente el paisaje. Estábamos en la Isla Mauricio, uno de los lugares más bellos del mundo y yo estaba desperdiciando mi tiempo ahí, por estar pensando en lo que había dejado en casa. Me hizo entender que debía disfrutar lo que tenía en ese momento y me dijo que el mundo es muy grande y que, si me atrevía a salir de mi habitación, iba a llevarme una gran sorpresa.
En ese viaje nació mi sueño de viajar y fotografiar los lugares más interesantes del mundo. No es como si quisiera dedicarme a eso, como pretende hacer Juan. Pero desde entonces me tomo por lo menos un mes en el verano para viajar a algún lugar nuevo. Aunque eventualmente, los años siguientes, viaje con Sam. Incluso, una vez viajamos los cinco, debido a que por un tiempo estuvimos obsesionados con el anime y nos moríamos por conocer Japón.
—A ti tampoco te gusta mucho mi amistad con Sam ¿Verdad? —le pregunto a papá.

—Quiero que sepas que yo quiero a todos tus amigos. Y agradezco mucho que en ellos tengas una familia. Muy pocas personas logran mantener eso en sus vidas. Pero, todo en la vida son etapas cariño. Y tarde o temprano todos ustedes deben tomar su propio camino. —mi padre piensa un momento y toma una de mis manos—. No es que no me guste tu amistad con Sam. Pero no estoy de acuerdo en que renuncies a tu camino por permanecer en el de ella. Yo sé que casi nunca doy mi opinión, porque me gusta creer que eduque bien a mis hijos para que tomen las mejores decisiones. Pero lo que me falta en palabras, me sobra en observación. Me doy cuenta, de las cosas. Y tú llevas sufriendo en silencio por mucho tiempo.
—Si —reconozco, y se me llenan de agua los ojos— Las cosas no han resultado como quiero. Pero ya estoy haciendo algo al respecto. Te prometo que voy a encontrar mi camino y lo voy a seguir.
—Y yo te voy a apoyar en todo amor.
Abrazo con fuera a mi papá, y en mi mente, doy gracias por ser su hija, porque me da la esperanza de que, si alguien como él existe, la comunidad masculina no está perdida del todo.
—Oye. Y ya que hablamos de que tienes muy buena observación y te das cuenta de las cosas —digo cambiando de tema— No puedo creer que no veas la clase de persona que es Anderson.
—Iv…
—No pa, escúchame un minuto. Yo sé que puede sonar pretencioso de mi parte, pero soy tu hija, y él no me tiene ni el más mínimo respeto. No digo que tenga que agachar la cabeza cada vez que me ve, pero al menos debería hablarme con el respeto que merece cualquier persona. Yo, no le hice nada. Sí, es cierto que ahora le devuelvo el golpe, pero siempre es él quien comienza. Si en algún momento te has preguntado por qué no te visito con más frecuencia, Anderson es la razón. Y sabes qué. No me avergüenza verme como una soplona porque me tiene sin cuidado lo que ese individuo piense sobre mí. La última vez que fui a verte, en vez de decirme que estabas en una reunión, se me puso al frente, me tomo el pelo como le dio la gana y me insulto. No voy a repetirte lo que me dijo, porque me avergüenza mucho. Pero si no fuera porque Carlos llega, quien sabe que más hubiera pasado. Te juro que estuve a nada de cogerlo por el cabello y echarlo a calle.
Le cuento todo a mi padre, porque con él nunca he sentido la necesidad de mentir.
—Hija. Ahora escúchame tú. —suspira y mira el reloj— Sé que Anderson es muy difícil, bastante impertinente y grosero a la hora de socializar. Tú no eres la primera que se queja, varias de sus compañeras lo han hecho. Pero tú no lo conoces. No sabes su historia y yo no voy a entrar en detalles, porque no me corresponde. Pero su vida ha sido difícil cariño, de una forma en que tú no te puedes imaginar. Tiene varios problemas. Sobre todo, con los límites y la autoridad. Por alguna razón, él ve en mí a alguien a quien seguir y admirar. O, mejor dicho. Ve el padre que nunca tuvo. Yo lo noté desde el momento en que llego a la oficina. A los pocos días comenzaron las quejas. Mi responsabilidad era observar más de cerca y me di cuenta de que es un genio, que tuvo una muy mala educación. El día que lo ascendí a asistente, en realidad iba a despedirlo. Ya las quejas en gestión humana no daban abasto, y él sabía para qué lo cité en mi oficina. Pero antes de que yo hablara, me prometió que, si le daba una segunda oportunidad, se iba a convertir en el mejor financista del mundo. Tuvimos una conversación muy larga. Me contó su historia y decidí darle una oportunidad con la condición de que asistiera a un psicólogo, y este, al evaluarlo, lo transfirió a un psiquiatra. Anderson tiene un problema de raíces muy profundas hacia la mayoría de mujeres. Y aunque ha cumplido la parte del trato, su recuperación es lenta. Abecés, cuando trata mal a alguien, solo no lo puede evitar.
—Todo ya está listo. Podemos irnos. —mi madre irrumpe en el auto azotando la puerta y provocándonos un semi ataque a mi padre y a mí.
La conversación queda así.
Salimos hacia el aeropuerto, y durante todo el camino pienso en las palabras de mi progenitor. En todas ellas. Primero, me reafirma que estoy haciendo lo correcto con mi vida al escoger mi propio camino. Y segundo. Jamás imaginé que Anderson tuviera problemas tan serios, como para requerir un psiquiatra. Y si está viendo a uno hace tanto tiempo y sigue mal. Entonces cabe la posibilidad de que Sam no se recupere pronto.
El viaje dura cuarenta minutos y la despedida de mi mamá, otros veinte.
Me abraza, me dice feliz cumpleaños, llora un poco, me pide que tenga paciencia con David, que la llame todos los días. Y hubiera seguido de largo si mi papá no la obliga a soltarme.
—Aquí tienes las llaves del auto cariño. Ya sabes cuáles son las reglas. —dice mi papá.
—Sí. Entrégalo limpio, con el tanque lleno y por ningún motivo, dejar que David lo tome. —digo repitiendo las palabras que siempre cita antes de salir de viaje.
—Exacto. Las llaves de auto de tu madre están en la caja fuerte de su oficina. Si llegas a necesitarlas, dile a Carlos que las busque. Pero no le digas a David donde están.
—Okey.
No abrazamos y veo como ambos se pierden de camino a la sala de abordar.