Capítulo 29
2169palabras
2022-08-09 15:00
Fotos de Alex comienzan a llegar a mi teléfono. Una más sexi que la anterior. En cada una, se va quitando una prenda. Y en la última está sin una sola prenda de ropa, tal cual como llego a este mundo. Lo único que lo cubre es su guitarra.
—¿Qué pasa hija? —pregunta mi madre.
La miro avergonzada, porque me siento muy acalorada y me da la impresión de que todos en la mesa pueden leer mis pensamientos.

—No… nada… solo… nada.
—Cariño. Dijiste “¡oh! Por todos los dioses” Y estás roja como un tomate.
—¿Dije eso en voz alta?
—Si
“Piensa rápido, piensa rápido…”
—Seguramente estás viendo porno. —dice David burlándose.

Mi padre lo mira y mi mamá le da un golpe en el hombro, para que quede callado.
—Porque tienes que ser tan…
—Impertinente —dice mi papá.
—Maleducado —dice mamá.

—Mujer, tú fuiste quien me educo. Que tan bien o mal educado este. No es culpa mía.
De un segundo para otro, el restaurante paso de estar en el caribe a ubicarse en Alaska.
Con la amenaza de que David eche todo a perder, como de costumbre. Se me ocurre una respuesta creíble y que volverá a poner la atención en mí.
—Solo es Dilan y sus mensajes asquerosos. —digo recordando que una vez me envió un video de un accidente en motocicleta y el resultado fue horrible. Se lo mostré a mi mamá y a Martha y quedaron muy perturbadas. Por eso sé que mi madre no me pedirá que le muestre el mensaje—. Preferiría que fuera porno, pero ese chico está muy mal de la cabeza. Siempre nos comparte videos de operaciones, muertes horribles y asquerosas. Se me quito el apetito. —dejo los cubiertos a un lado haciendo demasiado drama. Pero mi familia me cree.
—Cariño tienes que hablar con tu amigo. Si te incomodan sus mensajes. Entonces que no los envié.
—Si mamá. Se lo voy a decir. Mientras tanto voy a ir un momento al baño a refrescarme.
Y con esas palabras, me levanto de la mesa, y busco un lugar más privado para usar mi celular.
“Esto me lo vas a pagar Alex.”
Este juego de provocación me resulta cada vez más divertido. Excitarnos sabiendo que no nos podemos tocar y tampoco hacer mucho al respecto porque yo estoy con mi familia en un lugar público y Alex está con Julián en un apartamento que no tiene habitaciones.
Entro al baño y encuentro un cubículo vacío.
Busco lugar para colgar mi bolso. Luego prendo la cámara de mi celular y lo acomodo para poder hacer algunas tomas, pero que no se me vea el rostro.
Ya no más fotos.
Vamos a comenzar con los videos.
En vista de que no tengo mucho tiempo, me muevo rápido. Bajo mis bragas y subo mi falda hasta la cintura. Dejo salir mis pechos del top y con una mano acaricio uno de mis senos y con la otra me toco mientras me imagino que es Alex quien lo hace.
Cierro los ojos y me muerdo los labios para no generar algún sonido.
Nunca en mi vida había sexteado, pero siempre hay una primera vez para todo, y últimamente he tenido muchas primeras veces.
Por lo menos con las que a sexo se refieren, me ha ido bastante bien.
No tardó mucho en devolverle la calma a mi cuerpo. Tomo el teléfono y veo como quedo el video.
Me gusta porque no se ve todo, pero si lo suficiente para que se entienda el contexto.
Se lo envió a Alex con un pequeño mensaje.
Yo:
“Cuando cierro los ojos, imagino que soy tu guitarra.”
Acomodo mi ropa, me lavo las manos y vuelvo a la mesa.
—¿Te sientes mejor? —pregunta mi madre.
—Sí, estoy excelente.
El resto de la noche transcurre con calma. Mi celular suena varias veces, pero lo ignoro. Si voy a seguir con esto, prefiero hacerlo en un lugar privado.
Al llegar a casa, nos damos las buenas noches y cada uno va a su habitación a continuar con sus asuntos. Cierro la puerta de la mía con seguro. No creo que nadie se atreva a entrar sin tocar, pero es mejor prevenir.
Saco mi teléfono y abro el chat.
No hay más fotos ni videos.
Solo mensajes.
Alex.
“El pene se me va a caer por tu culpa.”
“Por más que me lo jalo no logro desahogarme.”
“Tú eres la responsable. Ven y arregla esto.”
“Mejor no vengas. A Julián lo voto su novia y no podemos echarlo en el estado que esta. Va a ser una noche muy larga.”
“Espero que duermas. Descansa muy bien. Porque este fin de semana no te voy a soltar.”
El juego terminó. Y yo gané.
Y al parecer mi premio es la promesa de que me espera un fin de semana apasionado.
Con eso en mente, me dispongo a hacer mi maleta.
No me preocupo mucho por lo que voy a empacar. Después de todo no voy a mudarme a otra ciudad.
Abro y cierro cajones. Comienzo por empacar las cosas indispensables para mí. Ropa interior —me llevo la más cara y sexi que tengo—; outfits con lo que sé que me siento cómoda; material para la universidad… en fin. Si algo se queda, puedo volver por ello.
Busco una maleta lo suficientemente grande, para poder contener todas mis pertenencias. La más apropiada se encuentra hasta la parte de arria del armario. Debo esforzarme un poco para alcanzarla y cuando lo logro una caja cae por accidente.
Maldigo por lo bajo y comienzo a recoger todas las cosas que se regaron en el suelo y cuando detallo en ellas, el corazón me tiembla.
La caja fue un regalo de Sam, junto con todas las cosas que están adentro. Cartas, fotos, pulseras de la amistad que fueron evolucionando a medida que íbamos creciendo. Diarios que llevábamos juntas, y recuerdos más específicos como: entradas a nuestro primer concierto, varios recuerdos de nuestro primer viaje a Disney, pétalos de rosas secas que pertenecieron a un arreglo floral que nos obsequiaron los chicos un día de la mujer.
Y con todos los recuerdos de nuestra amistad en mis manos, me Invade un presentimiento terrible.
Repaso todo lo sucedido esta tarde. Cada palabra, cada gesto. La visión de Sam golpeando a Alex me vuelve a hacer hervir la sangre. Pero también, el recuerdo de mi amiga llorando fuera de sí y huyendo de mí, me dejan preocupada.
No sé qué hacer.
Tengo muchos sentimientos encontrados. Pero me asombro al darme cuenta de que la culpa no es uno de ellos.
Lo que hice fue por el bien de todos.
Nadie puede vivir demasiado tiempo en medio de un mar de mentiras. Juan, Dilan y yo, siempre supimos que en algún momento nos íbamos a cansar de fingir que todo está bien.
Y pues yo fui la primera.
No sé si la forma en cómo se dieron las cosas fue la más apropiada, pero ya pasó y ahora es lo que es.
Sin embargo, estoy preocupada. Miro por la ventana y en casa de Sam nada ha cambiado desde que me fije esta tarde.
No quiero llamarla. Pero si quiero saber cómo esta. Y en vista de que nadie ha llamado a decirme que se encuentra en algún tipo de hospital, supongo que está bien.
De igual forma, para cerciorarme, llamo a Dilan.
El teléfono suena y suena, pero no contesta.
“Hoy es viernes. Hoy es el día de Dilan.”
Recuerdo que hace mucho tiempo Dilan declaro un día libre de Sam y yo. Porque necesitaba en su vida, mujeres que le dieran lo que una amiga no está dispuesta a dar.
Por ende. Nunca contesta su celular los viernes en la noche.
Marco el número de la mamá de Sam y tengo la misma suerte. Nada.
“Tal vez está en el quirófano salvándole la vida a alguien.”
Y en vista de que a Katy no le permiten tener un teléfono celular, mi única y última opción es llamar a Juan.
Inspiro y aspiro con fuerza. Busco el contacto de mi ex amigo y oprimo el icono del teléfono.
—¿Hola? —pregunta Juan confundido.
—¿Estas en tu casa? —No quiero irme con muchos rodeos. Lo último que deseo es que crea que es una llamada de reconciliación.
—Si
—¿Has visto a Sam hoy?
—La vi en la tarde.
—¿Dónde?
—Entrando a su casa. Dijo que tenía migraña y quería dormir.
—Okey, gracias.
—Iv… —dice cuando estoy a punto de colgar.
—¿Si?
—¿Pasa algo?
No quiero quedarme en el teléfono a tener una conversación normal con él. No me siento cómoda. Pero Juan es amigo de Sam, y si quiero ayudarla, debo involucrarlo.
—Si —bajo un poco la guardia—. En la tarde tuve una conversación muy reveladora con Sam.
—¿Cómo la que tuviste conmigo?
—Peor.
—Jumm.
—Juan. Se lo dije todo. El motivo por el que tú estás en la universidad; el por qué Dilan sigue aquí y no en Harvard, que es donde debe de estar, y la razón de que mi relación con Mateo terminara —Por un minuto muy largo, al otro lado del teléfono solo se escucha una respiración pausada—. ¿No vas a decir nada?
—¿Qué quieres que te diga Iv? Todos sabíamos que esto iba a pasar algún día. Es más. Me sorprendió que esa noche en su casa no lo soltaras todo.
—Estuve a punto de hacerlo, pero no quise perder a dos amigos en la misma noche.
—¿Cómo crees que lo tomo? —pregunta Juan evadiendo mi último comentario.
—Pues mal. —recuerdo su llanto, sus gritos y su agresividad—. La verdad, muy mal. Empezamos a discutir por algo más y ella se puso…
—¿Loca?
—Muy loca… Juan, incluso golpeo a alguien. Gritaba cosas sin sentido. Parecía una niña de cinco años haciendo un berrinche porque alguien le quito su juguete favorito. Y no sé… yo solo me sentí exhausta y terminé gritándole todo en la cara. Ella salió corriendo, y ya no supe más.
—¿Y qué vamos a hacer?
Ese “vamos” y el rumbo que ha tomado la conversación, me hacen volver en el tiempo a antes de la confesión de amor de Juan. Cuando creí que era mi amigo.
—Intentar otra vez. Hacerla ver que está enferma. Que lo acepte y que busque ayuda. Pero esta vez sin rodeos. Sin intercambios ni manipulaciones. Y si sigue negándose a la realidad, vamos a tener que hablar muy seriamente con su madre. Si a ella también tengo que cantarle unas cuentas verdades para que abra los ojos y ayude a su hija, lo voy a hacer.
—No lo dudo.
—Pero no puedo hacer esto sola. Necesito que Dilan y tú me ayuden —Juan vuelve a quedarse callado y me saca de quicio— Oye, que ya no seamos amigos no significa que no queramos a Sam. Además, los tres estamos en esto desde hace mucho y debemos intentar arreglarlo.
—No. No es eso. Ya tendremos tiempo de hablar de nosotros luego —cuando dice “nosotros” no puedo evitar poner los ojos en blanco—. Esto se trata de Sam y cuando dijiste que los tres debemos ayudarla me pregunte si… ¿no has hablado con Mateo?
—No entiendo. ¿Qué tiene que ver él en todo esto?
—Tú lo dijiste. La relación que se arruinó fue la de los dos. Él también salió afectado.
—Su daño fue menor. Encontró consuelo muy rápido. O ¿Acaso se te olvido?
—Iv, deberías...
—No Juan. No voy a hablar de ese tema contigo. El único asunto que nos concierne es Sam. Mateo ha estado lejos mucho tiempo y no ha experimentado nada de lo que nosotros hemos tenido que vivir.
—¿Entonces así va a ser siempre? ¿Solo vamos a hablar si Sam está de por medio? Iv. Si me escucharas…
—Ahora no. Mira, esa noche hablé desde la rabia y la frustración que sentía. Sin embargo, te dejo bien claro, no me arrepiento de lo que dije. Pero tal vez, si un poco del cómo lo dije. No quiere decir que siempre vaya a ser así. Pero, por el momento, sí. La verdad no creo que podamos volver a lo de antes. Aunque tal vez, podamos encontrar un intermedio. Una especie de lugar como Suiza y tratarnos con respeto.
—Okey. No voy a insistir por el momento. Primero solucionemos lo de Sam.
—Sí. Y para comenzar, creo que deberías ir a su casa y cerciorarte de que está bien. No le digas que hablaste conmigo.
—Igual pensaba hacerlo apenas colgará.
—Okey, entonces te dejo para que vayas ahora. Bye.
—Te envió un texto cuando la vea. Bye.
A los diez minutos el mensaje de Juan llega.
Juan:
“Está en su cama. Insiste en que está enferma. Pero no te preocupes, ya llamé a su madre. Viene en camino y me voy a quedar con ella hasta que llegue.”
Me quedo más tranquila con todo el asunto de Sam. Termino de hacer mi maleta y me voy a dormir con la esperanza de que mañana será un día mejor.