Capítulo 27
2811palabras
2022-08-08 15:00
—¡Dios! No puedo creer que digas eso. —le lanzo una mirada que solo tengo reservada para Lorena y eso hace que bajar la guardia—. Pero para tu paz mental. Y como te interesa tanto saber los detalles. Estaba decidida a coger con Alex esa noche en el auto. Incluso antes de saber que Mateo iba a volver. Si no lo hice, fue porque tú apareciste. No podías ser una persona normal y seguir con tu camino. Tenías que quedarte y meter tus narices en mi vida como has hecho siempre. —tomo un poco de aire y la voz, en el rincón oscuro de mi cerebro, me pide que pare. Pero ahora que empecé, no puedo—. ¿Dices que me acosté con él porque una chica me pone insegura? ¡No sea ridícula! Me conoces desde los tres años. Sabes que yo puedo ser cualquier cosa, pero jamás una acomplejada. Tú ya cargas con las inseguridades de las dos. —soy testigo de cómo Sam pierde la batalla contra el llanto y aunque la culpa me recorre como un pequeño choque eléctrico, continuo—. Y si aún te queda la menor duda. La primera vez que me acosté con él —le digo señalando a Alex—, cogimos en la oficina del profesor José. Lo hicimos de pie, sentados, en el escritorio, contra la puerta, y te confieso querida amiga —le digo con sarcasmo—. Jamás imaginé que el sexo pudiera sentirse así. —volteo hacia Alex, temerosa de que se enfade conmigo por hablar de nuestra intimidad, pero para mi sorpresa, en su rostro hay un tinte de orgullo y una clara sonrisa que me tranquiliza y me anima a seguir—. Todo eso, paso antes de que me enviaras el mensaje, contándome que Mateo había llegado con su novia. Así que no Sam. No estoy cogiendo por despecho, ¡estoy cogiendo porque da la gana! Por qué puedo. Por qué me gusta. Y no vas a hacer que me sienta avergonzada. Si no te lo dije, es porque tú no lo puedes entender. Por más que lo intentes, nunca me vas a poder entender, no hasta que alguien te haga temblar de la forma que Alex me hace temblar a mí con solo mirarme. Acepto que mi situación con Mateo es complicada. Pero que ni por segundo pase por tu mente que Alex es un premio de consolidación. Y no sé a dónde me vaya a llevar todo esto, pero no te preocupes, si en algún momento necesito de alguien que me escuche, prefiero buscar a Dilan que buscarte a ti. —eso último es una estaca al corazón. Pero es lo que siento y tengo que decirlo.
Sam despeja sus ojos, que ahora parecen las Cataratas de Niágara. Toma aire he insiste en seguir con la discusión.
—Desde que consciente a ese tipo, hemos peleado más en una semana, que en los años que llevamos siendo amigas. No me culpes por sentir desagrado hacia él.
—Él no te ha hecho nada —defiendo a Alex—. Ni siquiera te has tomado cinco minutos para conocerlo. De lo único que es culpable Alex, es de mostrarme que hay más personas en el mundo aparte de ustedes cuatro.
—¡Si vez! Te está poniendo en contra de nosotros. —Sam mira a Alex con odio, pero él solo la observa con lástima.
—Claro que no. Solo me ha demostrado que las palabras de Carlos; del director Samper; del psicólogo de la prepa; inclusos, de nuestros propios padres, son ciertas. Nuestra relación no es sana. Esta dependencia y ese derecho que creemos tener sobre la vida de los otros, es tóxico. Y lo tóxico destruye Sam. Muy lento, y tal vez, primero a unos que otros, pero a la larga, todos vamos a tener que decidir hasta qué punto aguantamos respirar un aire tan lleno de mierda. Y por lo menos yo, ya me harté.
—Ósea que ya no quieres que seamos amigas. —Sam comienza a mirar de un lado a otro, como si buscara algo perdido.
—Si, claro que quiero —bajo un poco la intensidad de mi voz para calmarla—. Lo que no quiero es que nos sigamos comportando como si tuviéramos doce años. Me gustaría que encontremos una forma de respetarnos, de ser amigas incondicionales sin caer en la dependencia. Pero, sobre todo, ser adultos que respetan las decisiones y la vida personal del otro.
—Yo respeto tu vida personal. Jamás he compartido con nadie las cosas que si me has confiado. Y siempre intento ayudarte en todo lo que necesitas. ¿Qué tiene eso de tóxico?
—No compartir la vida privada de los demás, no es respeto, es prudencia —la corrijo, y no puedo creer que lo deba hacer, porque Sam sabe diferenciar muy bien ambas cosas, lo que me demuestra que está ansiosa, y que no procesa la información muy bien. Debería detenerme, pero recuerdo el concejo de mi hermano mayor, “Si va a doler, es mejor que sea rápido, de lo contrario el dolor se convierte en agonía.” O algo así por el estilo. El punto es, que, si no terminó con esto hoy, tal vez no lo pueda hacer nunca—. Tú no me respetas Sam. Si lo hicieras, no estarías convirtiendo mi vida sexual en una desgracia tuya. Si me respetaras, no buscarías con cada uno de tus regaños, disfrazados de consejos, que actúe de la forma que crees correcta. Sam, yo necesito una amiga, no una madre —pienso muy bien las palabras que voy a pronunciar a continuación. Intento buscar una forma de decirlo y que no la destruya. Pero no lo logro. Mis emociones están a flor de piel y la coherencia no hace parte de mis virtudes en este momento—. Desde que murió tu papá Sam, te has convertido en una madre sobreprotectora para todos. Tu obsesión por cuidarnos, por mantenernos juntos, por aferrarte a nosotros como si tu vida dependiera de ello. Quieres que vivamos protegidos bajo la misma coraza que tú te creaste para no enfrentar el dolor que llevas sintiendo por años. Y eso es algo enfermo.
Sam niega con la cabeza desesperadamente como si no pudiera cree lo que le digo.
—¿Todos creen que estoy loca? —pregunta con la voz y los ojos llenos de miedo.
—No. No estás loca. Pero… no has querido aceptar ninguna clase de ayuda.
—¡Porque no la necesito! ¡Todo ha estado bien! ¡Todos hemos estado bien! ¡Hasta que este tipo llego y tú nos comenzaste a hacer a un lado! ¡Primero lastimas a Juan y ahora me haces esto a mí! —Sam llora de tal forma que se queda sin aire y creo que se va a desmallar. Alex y yo nos preocupamos y tratamos de sostenerla—. NO ME TOQUEN.
Sam se incorpora y ahora que tiene a Alex tan cerca, le da una cachetada tan fuerte, que enrojece su rostro.
—TODO ES TU MALDITA CULPA. —le grita en la cara al chico que solo trata de ayudarla.
Nunca la había visto así.
Sam se va contra Alex he intenta golpearlo de nuevo, pero tomo su mano con tanta fuerza que me hago daño con mis propias uñas.
“No lo puedo soportar más.”
—YA NO MÁS SAMARA —al gritar su nombre completo, un atisbo de cordura vuelve a sus ojos—. ¡No lo metas a él en esto! Si de verdad quieres saber, quien es el culpable de tanta mierda. Déjame contarte tres secretos —No me gusta la idea de romper una promesa. Y mucho menos si se la hice a un amigo, pero necesito que Sam ponga los pies sobre la tierra y para eso debo reventar la burbuja en la que vive hace casi dos años—. Empecemos con Juan. Estudiamos con él desde que estabamos en el jardín infantil. Siempre fue el peor estudiante de todos. Gracias a Dilan y su falta de escrúpulos para romper las reglas, fue que, haciendo trampa en los exámenes, Juan se logró graduar. Tú nunca te enteraste, porque sabíamos que te ibas a poner como una fiera e intentarías todo para ayudarlo, pero a tu manera. Lo obligarías a estudiar, si fuera necesario, le abrirías el cerebro he introducirías a la fuerza el conocimiento requerido para que aprobara sus materias. Arias cualquier cosa para ayudarlo Sam. Menos comprenderlo, y entender un hecho tan simple como lo es que, Juan odia estudiar. Y eso tú siempre lo has sabido, pero lo ves como un defecto, simplemente porque es algo que tú no concibes como posible. Y a pesar de que durante doce años lo viste llorando porque no sabía si iba a aprobar el curso. Lo obligaste, de forma indirecta, a matricularse en una universidad.
—Yo no…
—El sueño de Juan, siempre ha sido viajar por el mundo —no le permito defenderse porque eso aria más larga la discusión y aún tengo mucho por decirle—. Tener las aventuras más locas. Ir a China y comer insectos; internarse en la selva Amazónica con una tribu indígena; explorar Chernóbil; Pasar días y noches en Las Vegas sin dormir; ir a un retiro espiritual en la India. Y quería hacer todo eso mientras producía pequeños documentales. ¿Por qué crees que se llevaba tan bien con Simón? Porque su meta era tener lo que él ya tenía. Marcas que patrocinaran sus videos. Pero ahí está. En una universidad que odia, estudiando una carrera que odia, porque te informo, que el hecho de que le guste tocar el bajo, no significa que quiera estudiar la historia de la música. Y todo eso, es gracias a ti.
—Pero…
—Pero, él no es el único. Sigamos con Dilan. —Sam continúa llorando, suelto su mano y ella la toma para sobar su muñeca—. El caso de Dilan es el que más me sorprende, porque no sé si es que en realidad estás demasiado encerrada en tu propio mundo o es que de un momento para otro te volviste estúpida. Si alguno de nosotros, siempre ha sabido que hacer con su vida, ese es Dilan. Porque así sea un rebelde y quiera llevarle la contraria a sus padres. En lo único que siempre han estado de acuerdo, es que Di iba a seguir el legado de su familia y estudiaría medicina para convertirse en cirujano.
—Pero Dilan estudia medicina. —se excusa mientras se ahoga en lágrimas, porque sé que muy en el fondo reconoce que ese no es el problema.
—Sam. Estudia medicina aquí. Por qué tú enviaste su solicitud con la excusa de que él es un rebelde, que no iría a estudiar a Harvard solo para disgustar a su padre. Y como tú no podías permitir que desperdiciara su vida y su talento, lo inscribiste sin siquiera preguntarle. —Sam ya está un poco más calmada, pero ahora su labio inferior tiembla—. No tienes ninguna excusa para esto Sam. Sí, es cierto que Dilan rechazaba la idea de estudiar en una de las mejores universidades del mundo, con tal de fastidiar a su papá. Pero las dos lo hablamos una vez y sabíamos perfectamente que, detrás de sus palabras, solo había miedo a que lo rechazaran. Sin embargo, ¿qué crees Samara? —ella agacha la mirada y niega con la cabeza—. Lo aceptaron. Se enteró dos días después de lo de tu padre y por eso no te dijo. Luego comenzaste a hacer planes como una desquiciada, para el futuro de todos y él, al verte tan mal, los rechazo.
Sam se cubre la cara y su llanto esta vez es diferente. Ya no está histérica. Ahora sus lágrimas son de tristeza.
—¿Por qué no me lo dijo?
—Porque es tu amigo. Porque te quiere y no quería dejarte sola en un momento así. Es la misma razón por la que Juan se levanta todos los días a hacer algo que odia. Y es la misma razón por la que yo termine con Mateo.
—¿Tú qué? —pregunta en un susurro.
Esta vez soy yo la que no puede controlar el llanto.
No estoy muy segura de querer confesar esto delante de Alex. Pero ya no hay marcha atrás.
—Que Mateo y yo no terminamos porque la relación a distancia nos haya quedado grande. Nuestra relación se vino abajo por culpa mía. Porque rompí una promesa. Nosotros teníamos planes para reencontrarnos una vez yo terminara la prepa. Yo Iba a mudarme con él y estudiaría cine en Australia. A los únicos que les contamos nuestros planes fue a mis padres. Y ellos me apoyaron. Y luego paso lo que paso y no tuve corazón para decirte que no iba a ir a la universidad contigo. Entonces decidí pedirle a él un poco más de tiempo. Todos pusimos en pausa nuestros sueños, pero con la esperanza de que ibas a aceptar ayuda, y que algún día superarías el dolor que te hunde, pero que camuflas al vivir atreves de nosotros. Mateo te quiere, trato de entender la situación, pero no acepto que yo te pusiera a ti sobre la relación que teníamos él y yo. Comenzamos a discutir, y con cada discusión, la energía que invertíamos en hacer que lo nuestro funcionara, se fue apagando. Hasta que terminamos.
Me sequé las lágrimas y siento como si el peso de un elefante, se quitara de mi pecho.
—Y esa es la verdad Sam. Los tres hicimos a un lado nuestros sueños y nos dejamos consumir por ti, para que no fueras tú la consumida. Los tres decidimos aceptarlo todo, porque te amamos. Pero también somos humanos. Tenemos nuestros propios monstruos acorralándonos en la noche. Y mientras tú sigues ignorando los tuyos, nosotros debemos luchar el doble. Y eso Sam, es el porqué, de toda la mierda que está viendo ahora. La única culpa de Alex, es ser el detonante. Pero nosotros somos los que construimos la bomba que ahora nos está explotando en la cara.
—Yo… —Sam se sorbe la nariz— Lo siento.
Dice antes de salir corriendo y perderse al doblar la esquina.
El instinto me hace querer salir tras ella, pero Alex me toma en sus brazos y me lo impide.
Su contacto me recuerda el golpe que recibió hace unos minutos.
—¿Estás bien? —le pregunto mientras acaricio el lugar donde Sam lo lastimo.
—Tranquila. Los golpes pasan. Pero las palabras…
—Lo siento —no estoy muy segura porque lo digo, pero seguro algo de lo que dije lo molesto—. Tengo este feo hábito de retener y retener mis emociones hasta que no doy abasto y exploto llevándome por delante a quien esté cerca. Casi nunca me pasa. Aunque esta es la segunda vez en la semana que no me puedo controlar.
—No me refiero a mí. No tienes que disculparte. Lo digo por ti. Sé que no conozco toda la historia, pero creo que en tu vida hay muchas palabras que hicieron heridas muy hondas.
—Sam nunca me ha tratado mal.
—Cariño. Los insultos no son la única forma de herir. Es más, las malas palabras son como puños. Dejan resentida la mente, pero con el tiempo las olvidamos. Pero cuando alguien constantemente está intentando cambiarte, disfrazando sus juicios y críticas, de consejos y buenas intenciones. Eso se vuelve como un virus y se propaga a tal punto, que tu misma comienzas a normalizar la enfermedad. —Alex acomoda mi cabello tras la oreja y despaja mi rostro— Iv. Sé que de verdad quieres ayudar a tu amiga. Y todo lo que has hecho por ella es increíble. Pero la única forma en que pueden hacer algo que sirva, es convenciéndola de que busque ayuda de un profesional.
—Ya lo hemos intentado.
—Imagino que sí. Déjala que asimile todo lo que paso hoy. Pero apenas tengas la oportunidad, vuelve a intentar. Ella no está bien. Y solo un profesional puede hacer algo al respecto. Tú y tus amigos no pueden seguir viviendo así, a la sombra de una persona enferma. Y peor aún, una persona que no sabe que está enferma. Ya sé que tú estás intentando salir de ese círculo vicioso. Pero si los quieres, habla con ellos y entre los cuatro busquen como convencerla de que vea a un psicólogo.
Rodeo la cintura de Alex. Lo abrazo con fuerza y me permito llorar.
Él me consuela, mientras acaricia mi cabello en silencio.
En sus brazos me siento segura. Y a pesar de toda la tormenta, encuentro paz.
Tenerlo cerca, sentirlo, es medicina suficiente para borrar cualquier dolor. Sobre todo, si este se ubica en lo más profundo del alma.
Todo mi ser quiere quedarse a vivir en este abrazo.
“Estoy jodida.”
No tiene sentido que lo niegue más.
Lo que tengo con Alex no ha sido solo sexo.
Y nunca va a poder ser solo sexo.
Pero…
¿Estoy dispuesta a confesárselo y correr el riesgo de que él termine con todo?
“¿Qué prefieres Ivana? La certeza de noches cargadas de pasión y deseo. O la posibilidad de noches llenas de amor.”
No lo sé.
Pero va a ser mejor que lo descubra pronto.