Capítulo 24
2219palabras
2022-08-07 15:00
Cuando entro al edificio donde están las oficinas de la empresa de que mi padre es dueño, la recepcionista me reconoce y me deja pasar sin ningún problema.
Anderson, el asistente de mi papá, me mira desde su cubículo y se acerca a mí cuando nota que me dirijo a la oficina como si fuera mía.
“Y es que, de cierta forma, si lo es. Todo lo de mis padres también es mío… y de mis hermanos”
—¿A dónde crees que vas? —dice poniéndose en frente de mí para obstaculizar mi camino.
—¡Por Dios! —digo exhausta. Anderson es un joven muy talentoso, según mi padre, pero para mí, solo es un creído, con delirios de superioridad, que se toma atribuciones que no le corresponden—. Voy a ver a mi papá —no quiero hablar con él. Intento pasar por un lado, pero vuelve a poner su cuerpo como si fuera un muro. Me molesta su presencia, y su colonia, junto con el olor de su jabón o desodorante, provocan un hedor en él, que me irrita los ojos.
—Para hablar con el Señor Ferrer, te debo anunciar primero.
—No empieces Anderson —Me masajeo la cien—. Es mi papá y no necesito permiso para entrar a su oficina.
—No sé cómo serán las reglas en tu casa. Pero estas en la empresa. Aquí la norma es que, todo el mundo debe ser anunciado —arquea una ceja y me mira como si midiera 60 centímetros más que yo —No querrás ser la responsable de que este país tenga un desempleado más—. Su sonrisa falsa me saca de quicio, pero no pienso discutir con él.
—Tratándose de ti, no me importaría, pero okey. Anúnciame entonces —digo resignada.
—No puedo —comienza a jugar con un lápiz y me observa por encima de sus anteojos.
Me está provocando. Y el que busca… encuentra.
—¿A caso tu novio no te dio por el culo hoy y crees que por eso debes joderme a mí?
—¡Hay chiquita! Ni en tus sueños más remotos. A mí siempre me ha gustado más el plátano que la papaya. Y llegando al caso, de que algún día cambie de opinión, estoy seguro de que tu pulpa debe estar rancia.
Anderson trabaja para mi padre hace dos años. Tiene dos años más que yo. Me odia, y nunca he entendido por qué. Al principio pensé que yo le gustaba y que, como todo niño, intentaba llamar mi atención, pero en poco tiempo supe que es gay y esa conclusión quedo descartada.
En la empresa, se les da la oportunidad a estudiantes con diferentes perfiles profesionales para que comiencen a familiarizarse con su oficio. Y mi padre, desgraciadamente, vio un potencial en Anderson, y no basto con que le diera un puesto de pasante, sino que lo ascendió a asistente personal en menos de un año.
Desde eso, es insufrible. Y delira con un poder que en realidad no tiene. Además, es la razón por la que evito venir a este lugar.
—Ten mucho cuidado Anderson —me acerco a él para que vea que no me intimida con su estatura ni su actitud—. Puede que mi padre te aprecie mucho, y que seas muy eficiente en el trabajo. Pero yo soy su hija, y también soy una perra —le recuerdo para que no olvide quien es quien—. Si de verdad me lo propongo, puedo hacer que salgas de aquí con la reputación tan manchada, que ni siquiera una carta de recomendación te van a dar.
El hombre frente a mí se pone tan pálido, y minúsculo, que creo que incluso perdió centímetros de altura.
—¿Qué está pasando aquí? —la voz tras de mí, me hace entender que el asistente no está intimidado por mis palabras sino por la aparición de mi hermano mayor.
—Señor Ferrer yo… —Anderson acomoda sus gafas y evita los ojos de mi hermano.
Es tan patético.
Puedo decirle a mi hermano todo lo que me dijo. Y seguro él lo podría en su lugar. Pero mi venganza va a ser tortúralo y que crea que cuando menos piense, le caerá el infierno encima.
—Vuelve a tu puesto. Yo me encargo de mi hermana —la voz de Carlos es carente de emoción. Puede intimidar a cualquiera que no lo conozca, pero yo sé que esa es su voz para todo. Mi hermano llegó tarde a la repartición de sentimientos y muy temprano a la repetición de inteligencia.
El asistente o “secretario” como yo lo llamo para molestarlo, vuelve a su silla con el rabo entre las piernas.
Satisfecha porque se sienta como una cucaracha, retomo mi camino a la oficina de mi padre, pero una mano grande y fuerte me sostiene del brazo para evitarlo.
—¿A dónde vas?
—¿Qué? ¿Tú también? —miro a mi hermano furiosa. A mí no me va a minimizar con su pose de policía malo—. Necesito hablar urgente con papá.
—No puedes. Está entrevistando a alguien que va a trabajar para él y se va a demorar.
Fulmino con la mirada un punto específico entre los ojos del hombre escondido en el cubículo frente a mí.
“¿Por qué no podía simplemente haberme dicho eso?”
—Entonces voy a ver mamá —retiro mi brazo del agarre de mi hermano e intento retomar mi camino.
—Ella no está en la oficina. Salió temprano para terminar de organizar los detalles del viaje —mi hermano mete sus manos en los bolsillos del pantalón, y me mira como si fuera una niña de cinco años—. ¿Te metiste en problemas? —me pregunta.
—No.
—Entonces ¿Por qué no llamaste ates de venir? Así no pierdes tu tiempo.
Agacho mi cabeza avergonzada.
Fui una tonta, debí llamar. Mis padres son personas muy ocupadas y siempre están haciendo algo.
Noto como varias mujeres y algunos hombres, incluido Anderson, observan a mi hermano, mientras susurran y ríen por lo bajo.
Carlos es un hombre muy guapo. O eso podrían decir las chicas antes de interactuar con él y darse cuenta de que, en vez de corazón, tiene un pedazo de titanio.
Mi hermano es alto, de cabello oscuro, barba definida, su piel da la impresión de que es un surfista de tiempo completo, y sus ojos son entre grises y azules. Verlo me recuerda a una de esas fotos, donde muestran a hombres árabes super sexis. Pero para mí, que lo he visto en sus peores momentos, solo es Charlie el Robot.
—Vamos a mi oficina —me ordena al notar también las miradas de sus empleados. Él es de esas pocas personas que llama la atención donde quiera que vaya y que en realidad odia que eso pase.
Camino tras él y entramos a su lugar de trabajo. Un espacio minimalista, muy bien diseñado y con unas ventanas enormes que hacen del paisaje una obra de arte.
—Algún día tengo que venir a tomar fotos —hago una nota mental en voz alta.
—¿Qué? – pregunta mi hermano confundido.
—Nada. Es muy triste que hasta ahorita conozca tu oficina. ¿No te parece?
Mi hermano hiso dos pregrados simultáneos. Uno en finanzas y otro en derecho. Cuando se graduó, decidió ejercer su carrera como abogado, trabajo para un bufete importante. Pero desde que papá decidió abrir una nueva sucursal de la empresa en otro país, lo convenció para que ejerza su otra profesión de tiempo completo, y ocupe su lugar en el negocio familiar, porque quiere que Charli dirija una de las sucursales, y hace un par de meses ocupa su puesto como socio y vicepresidente. Y yo no he tenido tiempo de visitarlo en su nuevo cargo.
—No. Tú no trabajas aquí. Es más, no tienes nada que hacer aquí. Si necesitas a mamá y a papá, para lo que sea, lo pueden resolver en la casa.
—Lo que debo hablar con ellos, tengo que resolverlo antes de las cuatro.
—¿Qué pasa a las cuatro? —me pregunta mientras se sienta en su trono. Una silla negra y grande tras un escritorio de cristal.
Lo miro y trato de decidir si contarle mis planes antes que a mis padres.
“Él no se lo va a decir a nadie. Es más, si existiera una caja fuerte humana en donde guardar secretos, se llamaría, Carlos Ferrer.”
—Tengo una cita, con un arrendatario… —Lo miro para ver su reacción, y no me extraña encontrarme con lo mismo de siempre. Nada—. Quiero probar como es vivir sola, y ya que nuestros padres se van a ir por un tiempo, creo que es una buena oportunidad.
—No quieres quedarte sola conmigo y con David —deduce Carlos enseguida.
—No es eso —respondo algo nerviosa—. Solo me gustaría tener la experiencia. Ya sabes. Algún día voy a estudiar en el extranjero y sería interesante hacer una prueba.
—Los dos sabemos que ese día no va a llegar hasta que no cortes el cordón umbilical que te une a Sámara —Carlos acerca su silla y me ve más serio que antes. Como si eso fuera posible—. Yo entiendo. Tampoco quiero ser la niñera de David. Pero no tienes que incomodarte. Si quieres estar sola, puedes usar mi casa.
—Gracias hermano —me conmueve su ofrecimiento—, pero tu casa está muy lejos y yo necesito seguir asistiendo a la universidad. Y siéndote muy sincera, no hay nada que odie más, que conducir en hora pico.
—Entonces yo me iré a mi casa. David se la pasa más en casa de su novia que en la nuestra, y si alguna noche le da por aparecer, solo tienes que huir y esconderte en casa de Samara.
—Carlos… ese no es el punto. Sé lo que crees, y no voy a negar que, en parte es uno de los motivos por los quiero hacer esto. Pero no es el único y ni siquiera es el más importante. De verdad quiero intentarlo. Voy a usar mi propio dinero. Ya conseguí un apartamento amoblado cerca de la facultad; Martha me ha enseñado a cocinar y sé que puedo sobrevivir sola. Hacer todo por mí misma —doy mi discurso muestras camino de un lado a otro y mi hermano me sigue con los ojos.
—Muy bien. Entonces no voy a impedírtelo. Pero si de verdad lo quieres hacer. No puedes decirle a mamá.
—¿Qué? —no puedo creer lo que insinúa —de verdad me estás pidiendo que mantenga esto en secreto.
—No es un secreto. Yo lo sé. Y debes decirle a nuestro padre. Pero estoy seguro de que él va a aconsejarte lo mismo que yo. No le digas a mamá. Si lo haces se va a poner histérica y va a cancelar su viaje.
—¿Y si se entera?
— No lo va a hacer. Yo no se lo voy a decir, nuestro padre tampoco, y David vive en su propio mundo. Ni cuenta se va a dar. Y si lo hace, ya miraremos que le inventamos.
—¿En serio vas a ayudarme?
Me siento conmovida.
—Ya te dije. Entiendo tus motivos. Pero tu problema de independencia, no se va a solucionar solo con experimentar por un mes, lo que es vivir sola y sin el apoyo de nadie.
Se a lo que se refiere.
Sam.
El director de la escuela no fue la única persona en mencionar que le preocupaba la relación que tengo con mi grupo de amigos.
Carlos también lo hizo. En más de una ocasión pronuncio la frase “amistad tóxica” pero, sobre todo, mi hermano mayor, odia a Sam.
O bueno, no la odia, más bien, no la tolera. Él siempre ha visto todo lo que, hasta ahora, yo estoy comenzado a notar. Pero entes, le plantaba cara y defendía a mi amiga a capa y espada.
Es por eso que siempre estamos en casa de ella y nuca vamos a la mía. Porque la actitud de Carlos asusta a Sam. Y la presencia de Sam, saca lo peor de mi hermano.
—Eso también lo estoy solucionando —le confieso. Y por primera vez, Charlie el Robot, se ve sorprendido—. Es otra de las razones por las que quiero hacer esto. Ya no quiero correr a esconderme bajo la cama de Sam. Y cuando digo que deseo la independencia, me refiero a todos los sentidos.
En sus ojos puedo ver un atisbo de orgullo.
—Me alegra bastante que por fin deje atrás a esa niña —la última palabra la pronuncia como si quisiera vomitar.
—No vamos a dejar de ser amigas Charlie —lo bajo de su nube—. Solo estoy… cortando el cordón, como dijiste. Lentamente, pero lo estoy haciendo. Y eso es lo que cuenta.
—Si algo va a doler, es mejor que pase rápido. De lo contrario será una agonía.
—Como sea —digo restándole importancia a su frase rebuscada—. Si de verdad vas a ayudarme, entonces dile tú a papá. Yo debo ir a mi cita con el arrendatario y en la casa no puedo hablar con él sin que mamá se meta.
—Sí. Yo hablo con él cuándo salga de la reunión.
Con la promesa de mi hermano mayor, salgo de la oficina reluciente.
Hago un par de gestos con mis dedos al pasar por el cubículo de Anderson y le dejo claro que no se me olvida su ofensa.
Le envió un mensaje a Alex para contarle el resultado, comparto la dirección del que va a ser mi hogar durante el próximo mes y le digo que allí lo espero.