Capítulo 11
2425palabras
2022-08-03 05:52
Abro el portón que da acceso a mi casa, digitando la contraseña.
Martha está esperándome en la entrada. Verla ahí, con su cabello blanco, ropa cómoda y su rostro radiante lleno de gentileza, transmite paz.
Ella se ha encargado por años de mantener el orden en nuestra casa. Nos vio crecer a mis hermanos y a mí. Todos la queremos y respetamos como si fuera una segunda madre.

—Hola, mi niña —Me saluda abriéndome sus brazos para que vaya hacia ella y yo lo hago de inmediato.
—Pensé que no venías hasta mañana.
Cuando era niña, Martha era parte del cuadro constantemente. Vivía en nuestra casa y se iba los sábados en la noche y volvía el domingo en la noche. Pero cuando llegue a la adolescencia y sus hijos comenzaron a tener hijos, negocio un nuevo acuerdo con mis padres. Ya solo viene a casa tres veces a la semana, el resto de días se los dedica a su propia familia.
Es una mujer llena de amor para dar. Mis hermanos y yo tuvimos mucha suerte al crecer con ella. Ahora es el turno de sus nietos que, según yo, son los niños más afortunados del mundo.
—Mi hijo tuvo un viaje de negocios y decidido irse con su familia. Y mi hija se tomó un par de días libres en el trabajo para acompañar a Lucy a un viaje escolar.
Al hijo mayor de Martha casi no lo conozco. Lo vi un par de veces cuando era niña y siempre pensé que era demasiado serio. Pero a Viviana su hija, sí. Ella tiene la misma edad de Carlos, mi hermano mayor, y es su mejor amiga. Pasaban mucho tiempo juntos porque vivió un tiempo con nosotros. Martha quería que fuera a una buna escuela y mis padres se ofrecieron a pagar su educación.

—Pues que suerte tenemos nosotros de que prefieras estar aquí a tomarte unos días libres. —le digo con el corazón, porque en esta casa no se come igual cuando Martha no está.
Termino de entrar a la casa, Martha me pregunta si quiero comer algo, pero yo solo quiero estar sola. Subir a mi cuarto, poner mi Playlist y ocupar mi mente en algo productivo.
Pero soy yo.
Darle vueltas a un asunto para intentar encontrarle sentido a las cosas que no entiendo, es como un método de supervivencia.

“¿Qué pude haber hecho para que Alex cambiara de opinión sobre mí?”
“Dicen que a los hombres les gustan los retos, y tú te le pusiste en bandeja de plata.”
La duda no me va a dejar en paz y ya me está dando migraña.
“Pues deja de suponer cosas. Llámalo y pregúntale a qué está jugando.”
“Eso me haría ver más desesperada.”
“Podrías preguntarle a otro hombre.”
Eso parece una buena idea, y mi primer instinto es llamar a Juan. Él siempre me ha ayudado a entender por qué los hombres hacen lo que hacen y dicen lo que dicen.
“Si estúpida, llama a Juan y como siempre, recuérdale que sufres por cualquier otro hombre, menos por él.”
¿En qué momento las cosas se complicaron tanto? ¿Por qué Juan tiene que estar enamorado de mí? Si las cosas fueran normales, solo tendría que salir de mi casa caminar un par de metros y hablar con mi amigo toda la tarde mientras comemos pizza y vemos alguna película.
“Dios, esto va a ser más difícil de que lo que pensé”
Camino hacia la ventana de mi habitación. Desde ahí puedo ver la casa de Juan, y justo en este momento Lorena aparece. Él abre la puerta, se dan un beso y desaparecen tras ella.
“Hoy es lunes, y son las cinco de la tarde. Juan esta solo”
La conclusión es obvia. Juan puede estar enamorado de mí, pero sigue siendo hombre. Además, Lorena puede ser odiosa, intensa, venenosa, mentirosa, y estar algo loca, pero fea no es.
Y por primera vez en mi vida, siento celos de ese ser humano despreciable.
“Ella va a tener sexo y yo no.”
*****
En la universidad ya estamos en la etapa final del semestre. Parciales, proyectos finales y exposiciones, están a la orden del día. Y a diferencia de la prepa, hacer los trabajos universitarios me resulta apasionante y divertido. Así que me pongo manos a la obra.
Comienzo con las fotografías. No tengo mucho que retocar y termino rápido. Continuo con el guion que debo entregar a final de mes. Cuando visualizo una historia, termino perdiéndome en ella y puedo ver con detalle todo lo que pasa, pero llevarlo al papel siempre me ha costado un poco. Poner en orden a mis ideas y que estén técnicamente bien estructuradas, es un desafío, pero me encanta porque los retos hacen que me concentre. Eso es lo que necesito en este momento, dejar de pensar en la indiferencia de Alex y dejar de imaginarme a Lorena desangrando a mi mejor amigo.
El sonido que notifica la llegada de un mensaje de texto, me desconcentra.
“Déjalo. Más tarde lo miras”
La concentración no es algo que logre con facilidad, así que debo aprovechar y adelantar todo lo que pueda.
Pero las notificaciones siguen llegando, una tras otra, y como mis amigos no son de enviar muchos mensajes, a menos de que sea necesario, levanto el teléfono y veo que tengo cinco mensajes de Dilan y uno de Alex.
Primero abro el chat con Dilan, porque pensar en que Alex quiere hablar conmigo, me da ansiedad.
Di:
QUE MALDITA ERES, ME ABANDONASTE, PERO NO SE ME VA A OLVIDAR JAMÁS IVANA. EL DÍA QUE ME NECESITES, SOLO A Mí, VOY A OLVIDAR QUE TE CONOZCO.
¡Carajo! Olvide por completo que Dilan y yo íbamos a ser equipo en el partido de Bádminton. Debí avisarle que no podía jugar y que le diera tiempo de buscar otro compañero. Seguro está furioso y su mensaje en mayúscula sostenida me lo confirma.
Sigo leyendo el resto de mensajes con un poco de miedo. Dilan es el único amigo que me soporta ahora mismo y no quiero pelarme con él por un descuido tan estúpido.
Di:
Ok te perdono… Sam me hizo recordar que ayer te lesionaste y es obvio no puedes jugar con la mano así. Lo había olvidado, pero oye… no me culpes por no haberlo notado, después de ver tus tetas, en lo último que me iba a fijar es en tu mano.
Que Sam me defienda de la ira de Dilan, hace que vea un pequeño rayo de Luz —tal vez nuestra amistad no esté arruinada del todo—. Por otro lado, el mensaje sobre mis senos me causa gracia. Dilan no tiene pelos en la lengua para decir lo que piensa. Pero si fuera otro hombre el que se atreviera a hablarme así, lo tacharía de pervertido y lo mandaría a la mierda.
Di:
Hablando de tus tetas… son tal cual me la imaginaba, si necesitas a alguien que las haga felices no está de más decirte que estoy disponible.
PD: Solo soy un profesional ofreciendo sus servicios.
Pongo los ojos en blanco y sigo leyendo.
Di:
En otras noticias… Y por favor… no me mates por no decírtelo antes.
Mateo llega mañana…
Pero que…
El corazón me palpita tan fuerte que lo siento en los oídos.
“¿Por qué va a volver? ¿Por qué justo ahora?”
Di:
Lo siento Iv. Me hizo prometer que no le diría a nadie. Quiere que sea una sorpresa. Ni siquiera sus padres lo saben. Pero pensé que tal vez la sorpresa se la podríamos dar nosotros. Yo lo recogeré en el aeropuerto, y ustedes tres podrían prepararle una fiesta sorpresa.
“¡Es en serio! ¿A caso este idiota no se entera de nada? ¿Cómo se le ocurre que yo voy a estar en una fiesta de bienvenida para Mateo?”
Es tan típico de Dilan ignorar lo que pasa a su alrededor.
Las cosas con Sam podrán arreglarse, pero Juan, No. Eso no es posible.
“Dilan no sabe lo que paso con Juan.”
“Y Sam tampoco. Cuando se entere se va a armar la de Troya.”
Di:
Sé que no vas a querer. Y decidí decírtelo por mensaje de texto para evitar tu ira, pero… Iv, no lo vemos hace más de dos años. Por favor… solo piénsalo. Ya es hora que hablen e intenten arreglar las cosas.
Mateo se mudó de Australia cuando apenas tenía cinco años, y vivió en casa de Dilan mientras sus padres terminaban los trámites para comprar una propia.
Dilan, a diferencia del resto de nosotros, es hijo único. Vivir con Mateo y su hermana Melissa lo ayudo a entender un poco lo que significa tener hermanos mayores.
Mateo se volvió su amigo, compartían habitación, juguetes y pasaban cada hora del día juntos. A donde iba Dilan, Mateo lo acompañaba. Y siguió siendo así incluso cuando se mudó al frente de mi casa.
Sus padres y los míos, compaginaron muy bien. Se hicieron amigos, y así, Mateo y su familia se volvieron parte de mi vida.
Melissa es tres años mayor que él. Sam y yo queríamos ser iguales a ella. Rubia, con los ojos azules. Su cabello perfecto y liso, vestía siempre de colores pasteles y era tan delicada que incluso su voz sonaba como una canción de cuna. Entre más crecía, más hermosa se volvía y nosotras la veíamos como una superestrella. Pero una desgracia, llamada David Ferrer —mi querido hermano—, le paso por encima como un tren de carga y la dejo hecha pedazos.
Melissa fue la primera en regresar a su país natal. Ella al tener más recuerdos de su vida allí siempre soñó con volver y cuando el neandertal de mi hermano le rompió el corazón, convenció a sus padres de que la dejaran ir de vacaciones con sus tíos. Una vez allá, decidió quedarse. Sus tíos la apoyaron y en vista de que solo faltaba un año para que se convirtiera en mayor de edad, sus padres no se opusieron.
Pero Mateo era muy pequeño cuando dejo su país natal, incluso se le dificultaba hablar el inglés. Toda su vida estaba aquí, cerca de nosotros.
Junto a mí.
Al ser el mayor, se graduó dos años antes que el resto. Y cuando lo hizo, le paso lo que a la mayoría. No tenía idea de qué hacer con su vida.
Sus padres lo entendieron. El último año de preparatoria fue difícil para él. Estaba cansado mentalmente y quería estar seguro de su elección de carrera antes de entrar a una universidad.
En su año sabático se dedicó a hacer deporte. Iba al gimnasio, practicaba natación, y de vez en cuando jugaba futbol con sus excompañeros. Pero también comenzó a pasar más tiempo con nosotros. Sobre todo, conmigo.
Al vivir tan cerca se nos hacía fácil saber cuándo estábamos en casa.
En el momento que yo llegaba de la prepa. Mateo se aparecía en mi casa con la excusa de que Martha cocinaba mejor que la empleada de su madre. Almorzaba conmigo, me ayudaba con los deberes y luego pasábamos la tarde hablando de todo y nada a la vez. Abecés íbamos a casa de Sam y nos encontrábamos con los demás. Pero sin darnos cuenta, poco a poco nos aislamos y decidíamos mejor pasar el tiempo solos.
Mi primer novio lo tuve a los trece años. Y desde ese momento mi vida amorosa fue un completo caos. Mis relaciones eran cortas, pero tormentosas. Siempre había un drama, que, debido a mi etapa adolescente, se potencializaba a mil. Con cada ruptura, infidelidad, mentira, o “amor” no correspondido; yo sentía que el mundo se iba a acabar y todos a mi alrededor sufrían las consecuencias.
A mis dieciséis años ya estaba cansada. No quería saber nada de chicos ni de citas. Iba a dedicarme solo a estudiar y a planear mi fututo después de la prepa, porque sabía que, si les decía a mis padres que me tomaría un año sabático igual que Mateo, seguro iban a matarme.
Pero al pasar tiempo de calidad con Mateo reconsidere seriamente mi decisión.
Primero comenzamos a estar más solos que acompañados. Luego andábamos tomados de la mano. Cuando íbamos a algún lugar y no había sitio suficiente, me sentaba en su regazo. A la hora de despedirnos los abrazos se volvían más largos. Los silencios y las miradas hablaban más por nosotros que las palabras. Y al final del día, siempre pensaba antes de dormir, que así era como se debía sentir tener un novio de verdad.
Él se preocupaba por mí, por cómo me sentía, sabía exactamente lo que significaban mis palabras. Cuando mi “no” era un sí, o un “no me pasa nada” significaba, “quiero matar a alguien”. Cuando salía de mi casa, pasábamos horas hablando por teléfono y al día siguiente nos enviábamos mensajes mientras yo estaba en la prepa.
La primera vez que deduje estar enamorada de él, pensé que estaba loca.
¡Era mi amigo por Dios! La felicidad, la paz y la comodidad que sentía al estar a su lado eran normales. Pero en el fondo sabía que jamás tendría una relación tan íntima he intensa con Dilan o con Juan.
Lo quería. Pero no importaba, porque todas mis relaciones amorosas eran un desastre y si las cosas salían mal, no podría soportarlo. No con él. Así que no se lo dije, incluso sabido en mi corazón que él sentía lo mismo que yo, mantuve en secreto mis sentimientos.
Un día, Dilan decidido celebrar su cumpleaños por todo lo alto. No con muchas personas, pero si con mucha comida y alcohol. La fiesta fue en la piscina de su casa, asistieron algunos compañeros de la escuela, amigos del gimnasio y por supuesto: Juan, Sam, Mateo y yo.
La celebración fue salvaje, como todo lo que Dilan planea, bebimos y comimos hasta la madrugada, y aunque yo no estaba ebria, si había tomado algunos cocteles y preferí no llegar a casa oliendo a licor.
Sam por otro lado estaba demasiado borracha. Dilan la reto a tomar y ella, por mostrar su valía, acepto.
De forma irremediable, mi amiga termino frente a un inodoro devolviendo hasta la última gota de tequila, y yo a su lado me percataba de que su cabello no sufriera las consecuencias.
La acosté en la cama de Dilan y me quede con ella para cerciorarme de que no se iba a ahogar en su propio vomito.
No recuerdo cuanto tarde en quedarme dormida, pero lo que nunca se me va a olvidar fue la forma en la que desperté.