Capítulo 49
1118palabras
2022-08-21 00:00
Punto de vista de Dina
Era penosamente obvio que Dylan era el culpable. Tan obvio que casi llegué a sentirme avergonzada. ¿Quién más podría ser tan hábil como para mezclarse con la manada para luego salir de ella sin que nadie lo advirtiese? Él poseía un conocimiento pormenorizado de la rutina, los turnos, los entrenamientos; en resumen, sabía absolutamente todo al respecto. 
Conocía las fronteras de la manada como la palma de su mano. Y si había algún tipo de pasadizo secreto a través del cual se pudiese entrar y salir de la manada, yo podría jurar que él ya estaba enterado de su existencia. Le había oído alardear de ello más veces de las que podía recordar. Además, había sido gracias a su intervención que los vampiros y los pícaros habían logrado entrar a la manada y luego dejarla.

Yo me mostraba incrédula ante tal traición de mi hermano a su manada. No me interesaba saber las razones que lo habían movido a actuar así. Sin embargo, no me extrañaría que lo hiciera con ánimo de lucrarse, pues Dylan no tendría el menor escrúpulo para vender a su propia madre si ello le permitiese enriquecerse en poco tiempo. 
Había que agradecer a la diosa que sus padres ya no estaban y por lo tanto no podían ser testigos de la deplorable actitud que su hijo había asumido.
Mi loba estaba furibunda porque nuestro congénere había puesto en peligro la integridad de nuestro congénere. Era un maldito por atreverse a ello. Si ella lograba ponerle las patas encima él estaría muerto. ¿O sería yo? En cualquier caso, él era un lobo emplazado.
"Conque el Rey de los Vampiros quiere librarse de ti", expresó Rita, al tiempo que cruzaba los brazos. 
"Así es", admitió Levi de inmediato. Fruncí el entrecejo y mi loba lo advirtió. A él no parecía preocuparle demasiado la amenaza de muerte que se cernía sobre él por haberse granjeado la animadversión del vampiro más poderoso del mundo.
Mi loba sugirió que se trataba de un miembro alfa de la manada y que era probable que este no fuera su primer rodeo. 

Una sensación extraña y fría se apoderó de mí en cuanto me di cuenta de ello. No quería que nuestra vida se viera trastocada, pues él viviría en peligro permanentemente. Aquello no me gustaba. Pero si esa era el pecio que yo debía pagar por disfrutar de su compañía, tendría que acostumbrarme. Tal vez debería hacerme a la idea de que mi propia vida era un nuevo blanco, puesto que las Lunas eran la mayor debilidad de los Alfa.
Mi loba musitó que era hora de actuar agresivamente, preparada para arrojarse sobre alguien. Yo le sonreí a ella, sintiéndome aliviada por su confianza. Mi loba era fuerte y poderosa, y bastaría un tiempo de entrenamiento para que se convirtiese en una Luna con la que nadie querría tener conflictos.
"¿Por qué?", pregunté. Mi voz aún era ronca, pero afortunadamente recobraba paulatinamente su tono normal conforme la recuperación de mi loba se aceleraba. El ritmo de mi respiración también tendía a la normalidad desde el momento en que desperté.
"Aún estamos ocupándonos de ello", respondió él, evitando mi mirada. Entonces puse mala cara, pues yo sabía que él me estaba ocultando información. Creo que él lo sabía pero prefería callar, pues no quería causarme preocupación alguna.

Justo cuando me disponía a formular nuevas preguntas una enfermera entró y nos informó que Angela ya había despertado. Levi procedió entonces a pedirle a Michael que la interrogara. Un rato después un congénere mentalmente afín se hizo presente allí, lo que hizo que Levi se sintiera frustrado.
“Bien, ahora debo marcharme. Es preciso que vaya a la oficina” dijo con un gemido, y luego me miró, esperando mi señal de aprobación. 
"Creo que los guardias afuera de mi habitación a los que les has confiado mi custodia me mantendrán a salvo", dije, acompañando mis palabras con una sonrisa. Para entonces yo ya había recobrado el sentido del olfato, así que era capaz de percibir el olor de Ryder y Clyde, mis guardias gemelos,que se hallaban custodiando la puerta de mi habitación. "A menos, claro está, que tus hombres no hayan recibido el entrenamiento necesario para ser merecedores de tu confianza".
Levi intentó gruñir al oír mi declaración. Levi sí confiaba en ellos, pero prefería hacerse cargo personalmente de mi custodia. "Quédate tranquilo, Levi, ellos preferirían la muerte a decepcionarte", dije bromeando. "He matado por menos que eso", comentó Levi, encogiéndose de hombros. Volteé los ojos hacia él. Creía que él…
"Él lo dice con orgullo", se mofó Rita y meneó la cabeza. Luego, volviéndose hacia mí, me dijo: "Me encargaré de encontrar a Michael. Cuídate mucho, por favor".
"Michael está interrogando a un testigo", replicó Levi con un tono de voz que dejaba claro que no sería prudente molestar al Beta.
"¿Él estará en la oficina más tarde?", gimoteó ella. Levi asintió frunciendo el entrecejo. "Está bien, te acompañaré", aceptó Levi.
"He cambiado de parecer", dijo Levi con un gemido. Yo me reí. Por alguna razón Rita siempre lo irritaba sin siquiera habérselo propuesto. Yo estaba segura de que no se llevarían bien porque sus personalidades eran diametralmente opuestas. En ocasiones se comportaban como hermanos mimados.
"¡Hazlo!", le acicateé. "Te convendría conocer a tu futura Hembra Beta". Él le lanzó una mirada hostil a ella y luego me dirigió una mirada inexpresiva. "Al menos deberías mostrarte tolerante con ella", suspiré, dirigiendo la mirada hacia la puerta, desde la cual Rita me observaba con indiferencia. "Fíjense que ustedes sí pueden llegar a tolerarse, pues ya han transcurrido dos días y aún no ha habido una pelea a muerte entre ustedes".
Una sonrisa se dibujó en los rostros de ambos al oír aquellas palabras y Levi se levantó de su silla.
"Está bien", suspiró, y luego besó mi cabeza. "¡Trataré de ser paciente y tolerarla!"
"¡Eres un buen chico!", replicó Rita como quien felicita a un perro por su buen comportamiento. "Creo que a fin de cuentas él aún puede ser entrenado”.
"No tientes a la suerte, Rita, o haré que castren a Michael", le advertí. A pesar de que sus discusiones triviales me divertían, ya empezaba a cansarme de nuevo. Me estaba costando mucho eliminar la plata de mi organismo, así que mis fuerzas habían menguado.
"Pienso que me gustaría verlo abrir las piernas una vez siquiera", dijo ella con una sonrisa traviesa. Pero al percatarse de cuán agotada estaba yo, súbitamente abandonó su actitud juguetona. "Está bien, me portaré bien", prometió con seriedad, suspirando.
"Gracias", musité con una sonrisa. Luego, le di un beso de despedida a mi congénere y me acosté para entregarme a un descanso reparador.