Capítulo 78
1124palabras
2022-04-06 00:00
Sheryl sorprendió a los chicos con la guardia baja y gritaron de dolor. Levantaron la vista y vieron que ella los estaba golpeando de manera violenta con una rama. Si alguno levantaba un poco la cabeza, ella lo golpeaba al instante. No tenían tiempo para reaccionar, pues su acción era en extremo rápida y precisa. Era incluso más violenta que un hombre. No pudieron resistir su ataque y salieron corriendo con la cabeza entre las manos.
—¡Para! ¡Para! —gritaron.
—¡Oh Dios! ¡Nos disculpamos si te ofendimos! Nos equivocamos. ¡No nos atreveremos a hacerlo de nuevo! —No se atrevieron a levantar la cabeza y se limitaron a pedir clemencia en voz alta.
Ella resopló y continuó golpeándolos.
—Desgraciados, cabezas huecas, ¡solo saben intimidar a las chicas en lugar de comportarse! ¿Acaso son hombres? Si no les doy una lección hoy, seguro que volverán a intimidarla —gritó y los golpeó de nuevo con la rama.
Hasta ese momento Nancy estaba llorando asustada, pero ahora estaba perpleja, pues ella siempre pensó que Sheryl era una diosa. Con su cuerpo delgado y débil y su extraordinario temperamento, ¿cómo podía hacer eso? Ella nunca esperó que fuera tan violenta y brutal a la hora de pelear. Aquellos chicos no eran rivales para ella.
—Oh, por favor, en verdad sabemos que estamos equivocados. Por favor, detente, duele… —gimieron los chicos pidiendo clemencia al cabo de un rato.
—Ahora estamos hablando. ¿Quiénes estaban alardeando de ser ricos hace un momento? ¿Eh? ¿Cuál es el problema de ser rico? ¿Pueden hacer lo que quieran a los demás solo porque tienen mucho dinero? ¿Sus padres no les enseñaron a comportarse? —añadió ella sin detenerse. Sus gritos aún no la hacían sentir satisfecha, así que enloqueció y los golpeó de nuevo.
Nancy se sintió conmovida al ver lo que sucedía ante sus ojos, ya que sabía que nadie la ayudaría, excepto Sheryl. En ese momento, se oyeron pasos en la distancia. Nancy escuchó con atención. Parecía que había un buen número de personas acercándose, a juzgar por el sonido de los pasos y su conversación.
—Sheryl, ¡parece que viene alguien! —dijo nerviosa en estado de alerta.
Ella se detuvo. El sonido de los pasos se escuchaba cada vez más cerca. Entonces ella recordó que sus compañeros venían a ver la escena.
—No, no puedo dejar que me vean. Si no, no podré explicarme —gritó Nancy.
Sheryl dejó caer de inmediato su rama y la agarró de la mano.
—Ya vienen. ¡Ven conmigo! —le susurró y la ayudó a levantarse del suelo.
Enseguida echaron a correr a través del denso bosque como si fueran ciervos perseguidos por un cazador. El suelo estaba cubierto de palos secos, por lo que las dos tropezaron varias veces. Aunque se arañaron por el camino, no se detuvieron en absoluto.
Los que vinieron a ver la escena llegaron a toda prisa en un gran grupo poco tiempo después de que ellas se habían ido. Todos charlaban muy emocionados, pues pensaban que iban a ver un buen espectáculo. Sin embargo, solo vieron a los chicos maltratados con los rostros llenos de moratones sentados en el suelo y gritando de dolor. No había ni rastro de Nancy.
—¿No dijeron que Nancy estaba aquí? ¿Dónde está? —preguntó un estudiante.
—¡Qué espanto! ¡Y yo que pensaba verla con las manos en la masa haciendo «aquello» con esos chicos! —añadió otro estudiante.
—¿Un chico no acabó de decir que vio con sus propios ojos cuando la llevaban al bosque? —preguntó una de las chicas.
—¡¿Dónde está él?!
El ruido estalló y la escena se convirtió de inmediato en un desorden. ¡Nancy no estaba por aquellos lares! En ese momento, Julia, que estaba entre la multitud, miró la escena con un rostro sombrío. «¿Dónde está Nancy? ¿Por qué se fue? ¿Cómo escapó de los chicos? ¡Es imposible!». Ella no pudo evitar mirar a aquellos chicos con rabia. «Estos hombres ni siquiera pueden atrapar a una chica. ¡Son en verdad unos buenos para nada!».
—Oigan, ¿y qué pasó? —preguntó alguien. Como no veían a Nancy por ningún lado, centraron su atención en los chicos.
—¿No trajeron a Nancy aquí? ¿Dónde está?
—¿Dónde está? Ustedes conocen la situación mejor que cualquiera de nosotros —repitió la chica de la camisa blanca.
Todos miraron a los chicos esperando sus respuestas. Sheryl los había golpeado y en verdad tenían muchos reclamos, pero nunca esperaron atraer a tantas personas interesadas en ver la escena. Parecían tener miedo de ser expuestos, por lo que no tuvieron más remedio que escabullirse en silencio.
Sheryl y Nancy corrieron juntas agarradas de la mano hasta llegar poco después a una salida en el otro extremo del bosque y enseguida encontraron un lugar seguro donde esconderse. Por fin se detuvieron jadeando una vez que Sheryl se aseguró de que nadie las alcanzaría. Nancy recuperó el aliento y la miró.
—Sheryl, ¿por qué apareciste de repente?
Ella respiró profundo y respondió con calma:
—Alguien entró a la clase con la noticia de que te habían arrastrado al bosque, así que vine de prisa a rescatarte. —Suspiró aliviada y continuó—: Uf, eso estuvo muy cerca. La verdad es que no sé qué te hubiera pasado si me hubiera demorado. Si todo el mundo llegaba a ver la escena, entonces te hubiera sido difícil sobrevivir en esta escuela.
Al escuchar sus palabras, Nancy se quedó callada y empezó a ponerse pálida. Su amiga tenía razón. Si ella no la hubiera ayudado, esos chicos podrían haberla violado. La virginidad y la pureza de una chica eran de suma importancia. «Si ellos me hubieran desflorado, no tendría el valor de seguir viviendo en este mundo».
Sheryl vio su rostro pálido y supo que aún estaba asustada. Entonces se apresuró a consolarla:
—Oye, logramos escapar. Ahora estamos sanas y salvas. No pensemos más en eso.
Nancy sacudió la cabeza con los ojos llorosos.
—Sheryl, tienes razón. Si no hubieras venido a salvarme, tal vez yo, yo... Esos desgraciados me habrían humillado. Si hubiera sido el caso, no podría seguir viviendo en este mundo. Mi padre está en la cárcel y mi hermano no está a la altura de nuestras expectativas. Yo soy la única esperanza de mi madre. Yo, yo... Sheryl, no sé ni cómo agradecerte por salvarme la vida —tartamudeó y casi empezó a llorar.
Sheryl notó que ella estaba agradecida. Entonces, miró su rostro lloroso y sonrió.
—Nancy, no me des las gracias. Tú también me has ayudado mucho. Somos amigas. No tienes que ser tan cortés conmigo.
Nancy se sintió conmovida por sus palabras una vez más y asintió con fuerza con la cabeza varias veces. Sheryl sonrió.
—Bueno, regresemos al aula. Ya es casi la hora de salida. Vayamos a almorzar juntas.
Nancy aceptó y volvieron juntas al aula.