Capítulo 76
970palabras
2022-04-04 00:00
—No. —Frederick pensó un rato y se negó.
Sheryl lo miró con desazón. «¿Por qué no? De todos modos, ya estamos casados. ¡Tendré que obligarlo entonces!». Ella se mordió los labios con coquetería sin dejar de mirarlo. Se levantó de un salto del sofá a pesar de que le temblaban las piernas de dolor y rodeó su cintura con las piernas como un koala.
Su inesperada acción lo sorprendió y trató de quitársela de encima.
—¿Qué estás haciendo?
Ella seguía aferrada a él y se negaba a soltarlo.
—¿Qué pasa? Solo quiero que me lleves a la ducha. ¿No puedes?
Él se sintió impotente.
—Suéltame —repitió.
—No me importa... Cariño, tienes que llevarme a la bañera ahora. ¡No te soltaré hasta que no lo hagas! —gritó.
—¡Sheryl Taylor! —Su dolor de cabeza empeoró mientras se preguntaba qué trucos se guardaba ella bajo la manga.
Ella siguió siendo terca y descarada.
—Frederick, ¿no estamos casados? Además, eres un hombre. No puedo obligarte a hacer nada. Solo quiero que me lleves. No es tan difícil, ¿verdad? —Lo engatusó poco a poco, ya que sabía que él siempre cedía.
Él la ignoró y la apartó de su cuerpo con fuerza.
—Quítate.
—¡No, no lo haré! —Ella no se rendía.
—Quítate —repitió.
—No quiero. Esposo mío, eres el mejor. No lo haré…
Ninguno cedía. Por fin, ambos perdieron el equilibrio y cayeron sobre el sofá. Sus rostros estaban tan cerca que podían oír la respiración del otro. Ella ahora estaba sentada sobre su pecho. Una posición que podría hacer que otros... hicieran volar su imaginación.
La señora Cindy salió de la cocina y vio la escena. Al instante se puso roja. Se cubrió los ojos con las manos y volvió a la cocina.
Él también se sonrojó, pues no esperaba que ella cayera sobre su cuerpo.
—Levántate —le ordenó con el rostro ensombrecido.
—No. —Ella tampoco esperó acabar sobre su pecho, pero ya que había sucedido, se dijo a sí misma que debía aprovechar el momento.
—¿Qué planeas hacer? —Él se mostró impotente.
—No me levantaré hasta que me cargues —continuó ella.
Él suspiró y exhaló profundo. Parecía que trataba de ocultarle algo.
—Levántate —dijo con voz baja y ronca.
Ella estaba indecisa. Se preguntó si él estaba enfadado con ella por haberse pasado de la raya. De repente, sintió que el cuerpo de él se estremeció. Con más precisión, en algún lugar entre sus piernas… Ella se quedó petrificada cuando por fin se dio cuenta de lo que estaba pasando. Él se levantó en cuanto vio su rostro. Sin decir nada, la cargó en brazos y subió las escaleras. Ella se sonrojó. Podía sentir que el corazón le latía con fuerza en el pecho al recordar la sensación. «¿Y si él no puede contenerse?». Podía sentir el dolor en cada uno de sus músculos. No creía que pudiera soportar más «ejercicio». Resultó que pensó demasiado, pues él la llevó al baño y se marchó a toda prisa. Su lenguaje corporal mostraba que estaba un poco ansioso y nervioso. «Esto... ¿es todo?». Ella lo vio alejarse y se sintió un poco molesta. Aunque no estaba en óptimas condiciones, estaba dispuesta a pasar un buen rato con él. Pasó un rato antes de que empezara a bañarse.
En cuanto a él, después de dejarla en el baño, se dirigió de prisa al baño de la habitación de invitados y se dio una ducha fría. Le costó mucho apagar el fuego que ardía en su interior. Suspiró profundo aliviado cuando salió del baño, pues había estado a punto de perder la cabeza. Ella no podría salir de la cama durante al menos un par de días si lo hacían de verdad. Él se recompuso y decidió dormir en esa habitación esa noche.
Ella estaba en la cama y se preguntaba dónde estaría él. «Puedo aprovechar esta oportunidad para descansar bien. Hoy tuve un día largo», pensó.
Ambos se durmieron pronto en sus respectivas habitaciones. Al día siguiente, después de levantarse, ella bajó a desayunar.
—¿Frederick se fue a trabajar? —preguntó mientras comía.
—Sí, el presidente es un hombre ocupado. Se fue muy temprano esta mañana —asintió la señora Cindy.
Sheryl se sintió mal por él y no pudo evitar preguntar:
—¿Se va tan temprano todos los días?
—Sí —asintió la empleada y continuó con sinceridad—: El joven rara vez se toma un descanso. Es muy probable que pase la mayor parte de su tiempo en el trabajo.
«¿Será adicto al trabajo?». Ella, estupefacta, se guardó estos pensamientos.
Después de desayunar, se fue de inmediato a clase. Camino al aula, vio una multitud de personas alrededor del tablón de anuncios que charlaban entre ellos en voz alta. Llena de curiosidad, se unió a ellos para ver qué pasaba. Entonces vio el anuncio que colocó Rainie, el cual se refería a las medidas que tomarían con respecto a Nancy. Además de criticar sus acciones, Rainie la convirtió en un ejemplo clásico de mala estudiante.
—¡No puedo creerlo! ¡Debe haberlo heredado de su familia! —gritó un estudiante.
El aviso terminaba con: «Espero que a partir de ahora nadie repita su error».
Todos los alumnos empezaron a criticarla justo después de ver el aviso.
—¡Es comprensible! ¡Su madre recoge la basura! —dijo un alumno.
—Así es. Es obvio que consiguió un hombre rico porque ella es pobre —agregó otro.
Otra chica se metió en la conversación.
—Yo no haría eso. Con sus acciones, ella se buscó todo esto.
Al escucharlos, Sheryl no pudo evitar fruncir el ceño. «¡No! Ella no es así. La han perjudicado». Era evidente que el aviso distorsionaba la verdad, por lo que ella lo miró con rabia. «¡Rainie fue demasiado lejos! Es profesora y educadora. ¿Cómo pudo llegar a esa conclusión sin averiguar la verdad? Además, ¿cómo puede abusar de su poder y publicar algo así?».