Por la noche, en un hotel de cinco estrellas, un camarero se acercó a una de las mesas para atender una orden.
—¿Ya están listos para pedir? —preguntó con amabilidad.
—¿Qué quieres comer? —le preguntó Frederick a Sheryl.
Sin embargo, ella lo miró con seriedad y le respondió con otra pregunta:
—¿Por qué me trajiste aquí?
—Es solo una cena. ¿Debo tener un motivo específico para invitarte a comer? —contestó Frederick.
—Está bien. —Sheryl se quedó sin palabras.
Sin embargo, aunque él no lo admitiera, ella dedujo que aquella invitación era una disculpa por lo que había sucedido la noche anterior. En realidad, ella no era una persona rencorosa y, por la tanto, ya había olvidado lo sucedido. No obstante, como no quería decepcionarlo, ordenó varios platos para hacerlo sentir mejor. Cuando la cena estuvo servida, la mesa estaba llena de platos deliciosos. Sheryl tenía mucha hambre y, al ver tanta comida, se le hizo la boca agua. Entonces, tomó los cubiertos de inmediato y empezó a comer. Frederick, por su parte, se sintió muy satisfecho al verla comer con tanto deseo. Enseguida terminaron la cena, y Sheryl estaba tan llena que incluso dejó escapar un eructo. Después, se le ocurrió de repente una idea.
—Frederick, hace tiempo que no hacemos ejercicio. ¿Qué te parece si damos un paseo, para digerir mejor la comida?
—¿Adónde quieres ir? —preguntó Frederick, que estaba muy de acuerdo con aquella idea.