Capítulo 56
1058palabras
2022-03-23 00:00
—¿No solo eres sucia, sino también sorda? Por supuesto que hablo de ti. ¿Hay alguna otra Sheryl por aquí? —Natalie la miró con desdén mientras estaba convencida de sus palabras, y añadió sin mayor recato—: Yo no mencionaría esto si mostraras un poco de control y dejaras de coquetear con otros hombres a espaldas de mi primo, y no hubiera rumores inaceptables sobre ti. Todos saben las cosas que has hecho. Nunca te insultaría sin razón.
La multitud comenzó a reír y se cubrieron sus bocas para disimular. Algunas de las jóvenes detrás de Natalie, probablemente amigas suyas, miraron a Sheryl con especial desdén y superioridad.
—¡Cuida tus palabras! —Los ojos de Sheryl estaban llenos de furia—. Necesitas pruebas de las cosas que has dicho, ¿y qué pruebas tienes de esas calumnias?
—¿He dicho calumnias? —preguntó Natalie con sorna—. Eres muy graciosa. Pregunta a cualquiera de los aquí presentes. ¿Quién ignora que andas acostándote con diferentes hombres de noche y de día?
«¿Acostándome con hombres de noche y de día? ¡Qué montón de estupideces!». Sheryl temblaba de rabia, pero estaba en un lugar público, y no le convenía armar un escándalo, por tanto, respiró profundo y se obligó a calmarse antes de contestarle:
—Por el bien de tu primo, no voy a pelear contigo por esas calumnias, pero tienes que disculparte ahora mismo.
—¿Disculparme? ¿Te has visto en el espejo? ¿Quién te crees que eres? ¿Acaso mereces mis disculpas? —dijo Natalie con sorna mientras su mirada se llenaba de desdén. Luego se cruzó de brazos y continuó insultándola con arrogancia y una expresión de asco en su rostro—: ¿Crees que eres la noble señorita Taylor? ¡Encuentro muy asquerosas a las mujeres pervertidas e infieles como tú! No comprendo qué vio mi primo en ti para enamorarse de una chica de fiestas. Mírate bien; la hija de un apellido de renombre. ¿Cómo puedes tener tan mala reputación? Si dependiera de mí, una perdedora como tú apenas mereciera a mi primo. —Estaba disgustada con ella hacía mucho tiempo, y aprovechaba esa oportunidad para reñirle hasta hartarse.
—¡Cállate! —Sheryl estaba furiosa—. ¿Qué demonios he hecho para merecer que me maldigas así?
Aunque en el pasado solía ser rebelde y se relacionaba con todo tipo de personas, solo eran diversiones casuales. Podía jurar por Dios que jamás había coqueteado con otros hombres; ¡y mucho menos había cometido actos vergonzosos ni adulterio! ¡Eran calumnias maliciosas! Pero Natalie notó que por fin ella estaba enojada, y continuó provocándola.
—¿Qué pasa? ¿Te sientes culpable? ¿Enojada? ¡Todavía no he dicho lo peor! Te atreviste a estar con otros hombres a espaldas de mi primo. ¿Quién sabe con cuántos has estado haciendo cosas aborrecibles? Todo lo que he dicho sobre tu mal comportamiento es la punta del iceberg; no seas hipócrita. ¡Ah! —Antes de que pudiera terminar, una bofetada le hizo girar la cabeza al otro lado: Sheryl no pudo aguantar más.
—Soy tu prima política, y no he querido faltarte el respeto, ¡pero debes medir tus palabras!
—¿Cómo te atreves a golpearme? —Natalie giró la cabeza, incrédula. Le zumbaban los oídos y le lanzó una mirada iracunda y afilada como un puñal a Sheryl.
—Eres una joven de buena familia, pero eres muy grosera. ¿Crees que no mereces una lección?
Aunque Sheryl era famosa por su persistencia, Natalie no era alguien con quien se pudiera razonar, y perdió la cabeza al escuchar esas palabras.
—Nadie se ha atrevido a golpearme desde que era una niña; ¿cómo te atreves? ¡Estás jugando con la muerte! —Habiendo dicho eso, se abalanzó sobre Sheryl y la agarró por el cabello.
Esta tropezó hacia atrás y sintió un fuerte dolor en el cuero cabelludo, pero contratacó haciendo lo mismo.
—¡Suéltame!
Se enredaron ambas en un gran altercado, y se causaban tanto dolor que las expresiones de sus rostros se transformaron por completo, pero ninguna estaba dispuesta a soltar a la otra. La multitud estaba asombrada ante semejante escena, pero pronto disfrutaron de contemplarla. No era la primera vez que veían una riña entre mujeres, pero era más interesante cuando se trataba de dos jóvenes de familias de gran reputación.
Las dos estaban a mano: ninguna ganaba o perdía. Podría decirse que Sheryl llevaba ventaja, porque el rostro de Natalie estaba muy enrojecido. De repente, esta comenzó a gritar a sus amigas.
—¿Están ciegas? ¿Qué esperan? ¡Golpéenla!
Sus amigas por fin reaccionaron a lo que estaba sucediendo y, sin decir una palabra, se enrollaron las mangas y dieron un paso adelante. Y así comenzó la batalla entre mujeres. Todas estaban enredadas en una gran masa armando un alboroto. En un instante, el aire se llenó de malas palabras y gritos agudos. ¡Era difícil creer que se trataba de un grupo de jóvenes de familias acaudaladas! Pronto, todas parecían estar dementes. Sus cabellos eran un desastre y parecían nidos de gallinas. La ropa de Natalie estaba hecha jirones y no se sabía quién lo había hecho. Mientras, la multitud las contemplaba añadiendo comentarios graciosos:
—Parece que la señorita Taylor tiene habilidades de lucha y fuerza mayores de lo común.
—Las otras son muchas y ella una sola, pero ni siquiera siente miedo. ¡Es increíble!
Superaban a Sheryl en número, así que agarró a Natalie y la golpeó con agresividad. Esta comenzó a gemir y volvió a gritar a sus amigas para que la atacaran en grupo.
—¡Chicas, golpéenla!
Al principio, Sheryl pudo defenderse, pero a medida que se fueron sumando mujeres, se le hizo más y más difícil. De repente, sintió un dolor punzante en el brazo, por lo que no pudo evitar gruñir, mientras lo sostenía. «¡M*erda! ¿Se me dislocó?». Pero no gritó, en cambio, soportó el dolor mientras poco a poco fue a sentarse al suelo y su rostro perdió el color.
Al verla así, Natalie supuso que había perdido la energía ante tantas atacantes, y esto renovó sus fuerzas.
—¡Vamos, chicas! —Natalie la arrinconó con ayuda de las otras y le propinaron una buena golpiza.
Los guardias de seguridad avisaron al gerente, y este vio el tumulto en cuanto salió corriendo de la discoteca. No hubiera importado si fuera una pela común y corriente, pero podía notar que quien estaba siendo golpeada en el centro de la multitud era la señorita Taylor. «¡Oh, no!». Su corazón tembló al ver eso, dio media vuelta y subió las escaleras a toda prisa.