Capítulo 51
1124palabras
2022-03-22 15:00
La cena le causó a Mandy una gran ansiedad. «Sheryl está actuando de forma muy extraña. ¿Cómo es posible que de repente se haya vuelto tan atenta? ¿Dónde está la arrogante y rebelde señorita Taylor?». Mientras más pensaba en ello, menos lo entendía. Al terminar la cena, se llevó a Frederick al piso de arriba, para poder preguntarle sobre sus sospechas.
—¿Qué le ocurre a ella? ¿Por qué de pronto parece otra persona?
—No lo sé —le contestó Frederick con impotencia.
—¿No lo sabes? —No estaba convencida. Lo pensó durante un momento y solo pudo añadir—: Está bien, pero debes recordar ser más cuidadoso en el futuro. Por favor, no permitas que te engañe, que esa chiquilla está llena de trucos.
Él asintió suavemente al escucharla, pero su mirada estaba cargada de una mezcla de emociones complejas. Había planeado que Sheryl no causara problemas, y que todo saldría bien, pero no se esperaba que fuera tan atenta. De repente, sintió que ya no la comprendía.
Mientras, ella se divertía con sus abuelos políticos en el salón. Era franca y extrovertida, lo cual le causaba ataques de risa a la señora. En cuanto al señor, preparaba el té con paciencia junto a ellas. No tenía ninguna afición en particular, pero amaba preparar y probar el té. Ya el agua estaba hirviendo, y no tenía nada que hacer, así que dijo:
—Preparar té requiere de paciencia. No se puede preparar un buen té si estás ansioso, de la misma manera que no se puede lograr grandes cosas si eres impaciente.
Sheryl lo escuchó y asintió, ya que podía identificarse con el significado de su frase. De repente, se ofreció de voluntaria.
—¿Le preparo el té, abuelo?
—¿Sabes cómo? —El anciano no pudo evitar preocuparse al escucharla.
La anciana también se sintió confundida, pero Sheryl les respondió con optimismo:
—Aunque no tengo mucha experiencia bebiendo té, mi padre lo ama; lo disfruta como un pasatiempo. Lo he visto hacerlo, así que es probable que no sea difícil.
—Pues bien, inténtalo —respondió el anciano, asintiendo tras escucharla, y le ofreció tomar asiento.
No se esperaban que ella hiciera tan buen trabajo. Primero, lavó la tetera con agua hervida antes de añadir la cantidad correcta de hojas de té. Luego añadió el agua hirviendo y las dejó remojar. Unos minutos después, cuando casi estaba listo, tomó la tetera con unas tenazas, lista para filtrarlo en otro recipiente. Los abuelos se sintieron aliviados al observar que lo hacía muy bien. Sin embargo, justo cuando fue a alzar la tetera, la dejó caer sobre la bandeja porque no tenía suficiente fuerza.
—¡Ah! —gritó de dolor. Se había derramado agua por todas partes, y el té hirviendo le había salpicado la mano.
Los ancianos se asustaron al verla y corrieron a ayudarla.
—¿Te hiciste daño? ¿Estás bien?
Ella no quería preocuparlos, así que hizo un gesto despreocupado de negación.
—Todo está bien, estoy bien. —Pero, de inmediato, aparecieron ampollas en su mano.
La señora sintió ansiedad y llamó a gritos a un sirviente:
—¡Tráiganme el botiquín de primeros auxilios!
El grito también llamó la atención de Frederick, que estaba en el piso de arriba. Escuchó que Sheryl se había hecho daño y corrió escaleras abajo.
—¿Qué pasó?
—¡Estábamos preparando té y se quemó por accidente con el agua hirviendo! —El señor y la señora estaban muy preocupados, pero Sheryl no estaba para nada afectada.
—No pasa nada. Me voy a poner algo de ungüento más tarde.
Frederick la tomó de la mano de forma repentina y la llevó directo al baño.
El agua fría corría sobre la quemadura, lo cual aliviaba mucho el dolor.
—¿Te sientes mejor? —preguntó él.
—Mucho mejor —respondió ella asintiendo.
Pero él no pudo evitar reñirle con voz fría:
—La próxima vez, no hagas cosas que no tienes la capacidad de hacer. —Aunque le estaba riñendo, ella sintió un tanto de dulzura en su corazón.
Si no se hubiera quemado, nunca habría sabido que él se preocupaba tanto por ella. Tras enjuagar la quemadura con agua fría, él mismo le aplicó el ungüento. Quizás tenía miedo de hacerle daño, y se lo aplicaba con cuidado y suavidad. Al observarlo, ella sintió calidez en su corazón.
Ella no pudo evitar morderse los labios y susurrar:
—Resulta que te preocupas por mí…
—Lo estás sobrevalorando. —Él se sorprendió y dio un paso atrás.
«¿Por qué se comporta así?». Sheryl frunció los labios y pensó que él a veces podía ser muy arrogante. Era obvio que le importaba, y estaba preocupado por ella, pero se negaba a admitirlo. «¡Mmm!». Pero, después del incidente, sentía que de veras era una inútil. Era tan torpe que no podía hacer nada bien. ¿Cómo podría continuar así? Quería ser alguien que mereciera a Frederick en todos los aspectos.
Al parecer, tendría que prepararse aún más en el futuro, tomar clases de etiqueta, cocina y pastelería… ¡No podía seguir desperdiciando su vida! Si fuera necesario, aprendería taekwondo, o algunas habilidades de defensa personal. De esta forma, si volvía a encontrarse a alguien como William, podría lanzarlo de inmediato por encima de su hombro. «¡Ja, ja!». Disfrutaba imaginando el rostro golpeado de William.
El tiempo y la marea no esperan por nadie, y muy pronto se hizo de noche. Frederick quería llevarla a casa, así que comenzaron las despedidas.
—Abuelo, abuela, mamá, papá, se hace tarde, ya nos vamos.
La anciana no estaba contenta con que se fueran, pero no podía hacer nada al respecto.
—Entonces, en el futuro, debes traer a Sheryl con más frecuencia.
—No te preocupes, abuela. Regresaré pronto —contestó él con una sonrisa.
La señora asintió, mientras que Sheryl lo tomó del brazo y se fueron. Pero, en cuanto la puerta se cerró tras ellos, él de repente se separó de ella, y el rostro de Sheryl se cubrió de confusión. Había pensado que las cosas iban muy bien hasta ese instante. ¿Por qué de repente tenían problemas?
—¿Qué te ocurre? —preguntó insatisfecha.
Él la ignoró y llamó a Zayne para que trajera el auto. Este llegó en unos minutos y Frederick le ordenó:
—¡Lleva a la señorita a casa!
—¿Qué quieres decir? ¿Me voy sola? ¿Adónde vas? —Ella se sintió desconcertada al escucharlo.
—Vete tú primero, que tengo una cita —contestó él mientras entraba a otro auto que se encontraba parqueado cerca y se alejó de inmediato sin mirar atrás.
Ella no pudo evitar sentirse triste. «¿Cómo pudo irse así, sin más? ¿Será que me detesta tanto? ¿Tanto odia estar conmigo?». No pudo evitar fruncir las cejas al verlo partir. «¿Será que de veras ha ocurrido algo?». Dio media vuelta para interpelar a Zayne:
—Dime la verdad. ¿Pasó algo?
—No lo sé. Señorita, por favor, entre al auto —contestó este con frialdad.