Capítulo 49
1174palabras
2022-02-23 15:22
De inmediato, Sheryl se puso de buen humor, aceleró el paso y llegó al lugar en poco menos de tres minutos. Una vez allí, vio el llamativo Maserati y corrió hacia él con una sonrisa de satisfacción. Frederick estaba dentro del auto y su rostro se volvió aún más frío cuando la vio sonreír con alegría desde la distancia. «¿Acaso estar con William la hace tan feliz?». La sonrisa en su rostro era más brillante que nunca, pero era del tipo que nunca le mostraba a él. Entonces, su mirada se llenó de enfado y decepción. Un momento después, ella llegó al auto, abrió la puerta y subió. En cuanto estuvo dentro, exclamó con una sonrisa:
—Frederick, ¡estoy tan contenta de que hayas venido a recogerme!
«Ah, ¿sí?», pensó él con frialdad, pero no la miró; solo se limitó a ordenarle a Zayne:
—Zayne, conduce el auto.
Este asintió ligeramente y pisó el acelerador de inmediato. Tampoco miró a Sheryl; era como si fuese invisible.
Como ella era tan perspicaz, al instante percibió que había algo extraño en el ambiente. Los dos habían actuado con indiferencia hacia ella desde el momento en que subió al auto, ni siquiera la habían mirado con el rabillo del ojo. Podría entenderlo si solo se tratara de Frederick, pues después de todo, él solía ignorarla de ese modo. Sin embargo, ni siquiera Zayne, que iba en el asiento delantero, la había saludado. Era como si hubiesen vuelto a la época anterior a su renacimiento, cuando ambos se comportaban indiferentes y distantes con ella, pero eso era cosa del pasado. Además, ella no había hecho nada malo. ¿Por qué mantenían una mirada tan fría? Por más que le daba vueltas al asunto no podía entenderlo, así que preguntó:
—Frederick, ¿pasó algo?
—No —respondió él con frialdad sin siquiera dudar.
«¡Eso es aún más extraño!». Ella lo miró y dijo, contrariada:
—Zayne ni siquiera me saludó desde que entré al auto. Además, su rostro parece tan frío, como si fuera un témpano de hielo, ¿cómo puedes decir que no ha pasado nada? —preguntó ella mientras estiraba la mano de forma inconsciente para tocar el rostro de Frederick.
Al segundo siguiente, él se abalanzó sobre ella con una fuerza violenta, le apretó la muñeca con saña y, mirándola fijo, le advirtió con tono gélido:
—No me toques.
Ella se sobresaltó porque pudo ver con claridad el odio reflejado en sus ojos, que observaban su mano con repulsión.
—Eres mujer, Sheryl. ¿Acaso no sabes cómo comportarte? —Después de decir eso, apartó su mano con desdén. Por supuesto que odiaba esas manos que estaban a punto de entrar en contacto con su rostro, ya que estaban impregnadas del olor de otro hombre debido a su jueguito en público con William.
Ella se sintió aturdida y perdida al mismo tiempo, pues no sabía qué había hecho para que él se enfadara tanto. Al fin y al cabo, era su mujer. «¿No es normal que las parejas tengan intimidad? ¿Por qué tengo que ser tan correcta con él? ¿Será que... nunca creyó en mi cambio?». Al pensar en eso, se sintió impotente y un sentimiento amargo se apoderó de su corazón. Sin embargo, no había nada que pudiera hacer, pues ella era la única culpable de la desconfianza de Frederick. Por tanto, no tuvo otra opción que apartarse, decepcionada.
—Lo siento. Solo quise acariciarte el rostro porque no quería que te vieras tan enojado. Resulta que fue un error de mi parte —admitió con tono distante pero cortés—, pero no lo hice porque soy una desvergonzada, sino porque pensé que, como esposos que somos, no teníamos que ser tan correctos el uno con el otro. No te preocupes, si no te gusta, no lo voy a volver a hacer. Lo siento. —Luego de pronunciar la última palabra, sintió un escozor en la nariz, se atragantó y luego resolló.
El ambiente en el auto quedó paralizado después de aquello. Ella permanecía en silencio, mientras él seguía con su rostro de enojo. Zayne, que presenció la escena a través del espejo retrovisor, no pudo evitar estremecerse. Por primera vez, se dio cuenta de que la señorita tenía unas habilidades interpretativas excelentes. Parecía tan realista que era una pena que no fuera actriz. Estaba claro que hacía unos minutos, ella había estado con otro hombre en la puerta de la escuela, renuente a separarse de él; sin embargo, en ese momento estaba fingiendo ser pura e inocente. Dejaba a los demás sin poder recuperarse después de engañarlos, luego se hacía la víctima y, peor aún, podía cambiar de rostro con gran destreza. «¡Las mujeres cambian de opinión con tanta facilidad!», exclamó Zayne sorprendido para sus adentros.
Dentro del auto, todavía reinaba un silencio inquietante. Sheryl había dejado de discutir y Zayne no podía acostumbrarse a la idea. Ese momento incómodo duró unos diez minutos, hasta que el auto llegó a su destino: la gran mansión Lance.
Como se trataba de una familia adinerada, la residencia había sido remozada y se veía muy diferente a la casa de la familia Lance, cuyo diseño era algo así como una mezcla entre el estilo europeo y el americano. Desde el plano de construcción, hasta el color de las paredes de la casa, incluso la lámpara de araña que colgaba del techo, todo tenía un toque europeo, lo cual le encantaba a la generación más joven. En cambio, la gran mansión Lance tenía un diseño más solemne y clásico. Era muy espaciosa y contaba con una majestuosa fachada de color marrón. Cada rincón había sido diseñado con gran ingenio y, con solo una mirada, cualquiera se sentiría muy cómodo y a gusto. Incluso la puerta estaba hecha de una madera preciosa, por lo que uno podía imaginar lo magnífica que sería por dentro.
Frederick salió del auto, pero no se dirigió directo a la casa. Sheryl salió tras él y se puso a su lado. Cuando él notó su presencia, la miró de reojo con inquietud y le recordó:
—Por mucho que aborrezcas el matrimonio, Sheryl, los mayores de nuestra familia no han hecho nada en tu contra. Hoy hemos venido aquí solo para cenar y no nos vamos a demorar más de dos horas. Espero que puedas contener tu temperamento y no desahogarte con ellos. —Era obvio que él estaba muy preocupado porque ella podría arruinar la cena de esa noche con su carácter.
Ella, por su parte, se molestó bastante al escuchar su comentario, pues a juzgar por su tono, parecía como si de veras le preocupara que ella pudiera causar un alboroto, de tal manera que consideró necesario hacerle una advertencia. «Yo solo quiero cenar en paz sin provocar ningún problema, ¿por qué tuvo que decirme eso?», se preguntó con impotencia. Sin embargo, pensándolo bien, en su vida anterior solía llevar la contraria a los mayores bastante seguido y tenía grandes discusiones ya fuera con su padre, su madrastra o su profesor, lo cual era muy inapropiado. Al final, asintió con obediencia:
—No te preocupes. Me voy a comportar.