Capítulo 32
1207palabras
2022-02-23 15:20
No se sabía cuánto tiempo había pasado, pero el horizonte se teñía de azul y aquel duro momento por fin había acabado. Frederick separó su cuerpo del de Sheryl, se bajó de la cama y se puso un traje. Luego empujó la puerta y salió; mientras que Sheryl se quedó en la tranquila habitación, acurrucada en la cama, con las piernas cerradas y llorando en silencio. El cuerpo le dolía, pero más le dolía el corazón. No sabía qué había sucedido de principio a fin. No entendía por qué Frederick la trataba así. Se sentía muy agraviada por lo que acababa de suceder, mientras seguía diciéndose a sí misma una y otra vez que no podía llorar porque se había buscado todo aquello.
Al mismo tiempo, recordaba que, en el pasado, había herido a Frederick y que él había sufrido mucho por su culpa. Hoy, solo había asumido su deber de esposa, y su dolor no era comparable con el de él.
Una vez que bajó las escaleras, y después de toda una noche de desahogo, la ira en los ojos de Frederick se desvaneció. Fue a la nevera por una botella de agua, tomó dos grandes sorbos y, cuando el líquido frío pasó por su garganta, por fin se calmó. Se dio la vuelta y miró arriba. Al ver las luces de la habitación aún encendidas, no pudo evitar recordar lo violento que había sido y como había dejado a Sheryl toda temblorosa y acurrucada en la cama. Para ella, la noche no había sido de disfrute, sino de tortura. A Frederick se le notó una pizca de simpatía en la mirada mientras recapacitaba sobre su comportamiento; aunque no soportaba pensar en eso, sabía que había otra persona en el corazón de Sheryl. No estaba destinado a tener el amor y el afecto de ella; así que, al final, optó por alejarse sin mirar atrás.
Después de aquella mañana, Sheryl pasó dos días sin verlo; al igual que después de la noche del compromiso. Suspiraba mientras lo recordaba y sabía que había vuelto a estropearlo todo.
Lo más triste era que no entendía la razón del comportamiento de Frederick, ni por qué se había enfadado tanto aquella noche. No creía que él fuera el tipo de persona que se enojara tan fácilmente; a menos que hubiera algo que lo agitara. Era tarde en la noche, y Sheryl aún no tenía ni idea de qué lo había hecho enojarse tanto. En esos últimos dos días, el estado mental de Sheryl estaba al límite; estaba deprimida hasta en la escuela. Encima de eso, Rainie seguía importunándola: no la dejaba tranquila. La molestaba siempre que tenía la oportunidad y, al terminar la clase, Rainie se dirigió hacia ella a toda prisa:
 —Sheryl, ¿sabías que tu asunto ha afectado mucho a nuestro departamento? —La reprendió en cuanto la tuvo enfrente.
—Profesora, ya he dicho que la reescribiré. ¿Podría dejarme tranquila un rato? —contestó Sheryl casi sin energía.
A pesar de que Rainie vio que Sheryl estaba débil, quiso desahogarse y le preguntó:
—¿Crees que es momento para que te deje tranquila? Ya toda la escuela sabe que pagaste para que te hicieran la tesis. Eso ha afectado el ambiente de nuestra clase. ¿No tienes nada que decir a tus compañeros?
Sheryl no tuvo más remedio que frotarse la frente con impotencia, pues parecía que el asunto se había puesto serio.
—¿Qué pasó?
—Ve y échale un vistazo al foro de la escuela. El tema está candente, y debes una explicación a nuestros compañeros, ya que no puedes dejar que tu asunto los afecte. —La voz de Rainie se volvió más aguda.
«¿El foro de la escuela?». Sheryl rara vez leía el foro, pero como Rainie le dijo que lo leyera, fue a echar un vistazo por sí misma y quedó petrificada en cuanto entró a la página web. No esperaba ser el centro de atención de todas las noticias, y todos los mensajes populares estaban relacionados con ella: «Sheryl Taylor pagó para que le hicieran la tesis», «Los estudiantes de finanzas no valen nada», «¡Qué poca vergüenza tiene al contratar a alguien!».
Una de las publicaciones era demasiado exagerada. El que la escribió, en su afán de demostrar que la conducta de Sheryl era lamentable, primero difundió la noticia de que ella estaba buscando contratar a alguien que le hiciera la tesis. Luego anunció que Sheryl escribiría una tesis en público para demostrar su inocencia. Los comentarios al final de las publicaciones eran lo más triste de todo, ya que sus detractores aprovecharon la ocasión para escribir tropecientas injurias: «Sheryl es una tonta. Es mala en todo, excepto en el aspecto físico. No me extraña que haya contratado a alguien para eso», «He oído que Sheryl tiene mal carácter. Es arrogante, dominante, no tiene modales y no toma a los demás en serio. Es la que más odio de toda la escuela», «Tiene el cociente emocional e intelectual bajísimos. En realidad, no sé cómo esa clase de persona entró en nuestra universidad. Lo único que ha traído es vergüenza para nuestra institución», «No entiendo cómo Julia Simons, una chica tan inteligente y hermosa, puede ser su amiga», «He oído que la vida privada de Sheryl es un desastre, que se enreda con cualquiera y que es una ramera que no es leal al marido. ¡Es una asquerosa!», «Espero que la bella Julia no vuelva a tener contacto con ella en lo adelante...», «¡Creo que la tesis de Sheryl bien podría ser una copia de la de Julia!», «Julia es la verdadera genio. ¿Sheryl?, ¡vaya impostora!». Sheryl casi se echó a reír de rabia al ver los comentarios debajo de cada publicación.
A decir verdad, tanto Sheryl como Julia eran chicas conocidas en la escuela. Podría decirse que eran las chicas más famosas del Departamento de Finanzas. Sheryl, en particular, era reconocida por su belleza, mientras que Julia conquistaba otros aspectos con sus propios talentos. Sin embargo, tras la difusión de los rumores, todo el mundo maldecía, calumniaba y criticaba a Sheryl; algunos incluso le deseaban la muerte. Julia, en cambio, había sido muy alabada en la sección de los comentarios. Pareciera como si la luna y las estrellas giraran a su alrededor, o que fuera una poderosa diosa. ¡Era ridículo que hubiera una disparidad tan grande entre ellas!
En ese momento, Julia se acercó y, al ver que Sheryl estaba navegando por el foro, se alegró en secreto.
—Sheryl, no leas esos comentarios. Sé tú misma. No debe importarte lo que digan los demás. Lo que importa es que yo creo en ti —le dijo Julia para consolarla.
En cuanto escuchó su voz, Sheryl levantó la cabeza, la miró y se sintió asqueada al ver su rostro hipócrita. «¿Acaso cree que soy tonta?», pensó Sheryl.
La publicación era anónima, y muchas de las cuentas desde donde publicaron los comentarios ni siquiera tenían nombre o foto de perfil. Sheryl estaba casi segura de que alguien había creado perfiles falsos y la había calumniado en Internet para arruinar la impresión que todos tenían de ella. Nadie en la escuela, excepto Julia, se atrevería a tramar un plan tan sórdido para inculparla. «Esta cínica no pierde oportunidad para empañar mi reputación», pensó Sheryl.