Capítulo 30
1093palabras
2022-02-23 15:20
En realidad, Frederick era un hombre normal y sano, por lo que resultaba un poco difícil entender el porqué de tanta indiferencia. Sin embargo, este era también un caballero, y como Sheryl estaba muy herida, no se atrevió a hacer nada que pudiera lastimarla aún más. Por lo tanto, decidió contener sus impulsos y no se sintió tranquilo hasta terminar de aplicarle la medicina.
—¿Aún te duele? —le preguntó al terminar.
En ese momento, Sheryl intentó estirar la pierna, que al parecer ya no le dolía tanto.
—Me siento mucho mejor —respondió.
Luego, Frederick asintió y tomó la bolsa de hielo que acababa de dejar a un lado.
—Esto es una bolsa de hielo, tómala y úsala como compresa fría para disminuir la hinchazón en tu rostro.
Entonces, Sheryl tomó la bolsa de hielo y, al colocarla en su rostro, pudo ver como Frederick exhalaba un suspiro de alivio. Después, salió con el botiquín y no volvió en un largo rato. Al ver que no regresaba, Sheryl se sintió de repente un poco desanimada. «¿Lo habré asustado? No puede ser. ¡Con las ganas que tengo de dormir con él esta noche!», pensó.
En ese momento, Frederick estaba tomando una ducha en la habitación de invitados. Luego, salió del baño en zapatillas y con una toalla alrededor de la cintura, y comenzó a secarse el cabello. Además, tenía gotas de agua en su abdomen y en su fino cabello negro, lo que le daba un aspecto muy sensual. Después, se sentó en el sofá y dejó escapar un suspiro de alivio. Se había quedado en la habitación de invitados porque no quería estar cerca de Sheryl. Frederick sabía controlar muy bien sus impulsos, y, de hecho, esto lo hacía sentir muy orgulloso, pues siempre había permanecido impasible ante cualquier mujer que intentara seducirlo. Sin embargo, unos minutos antes, en el baño y en la habitación, estuvo a punto de fallar en su autocontrol al ver a Sheryl desnuda, y solo cuando recordó que estaba asustada y herida, pudo contener su lujuria.
Frederick se levantó y miró con pereza la habitación de invitados. Después, recordó que, tiempo atrás, había dejado allí una botella de vino tinto, pero, al no verla por ninguna parte, pensó que quizás los sirvientes la habían recogido. Cuando estaba a punto de irse, su mirada se posó sin darse cuenta en unas maletas que estaban en una esquina de la habitación. «¿Qué están haciendo esas maletas aquí? ¿Por qué nadie las ha recogido?», pensó Frederick, pero no le dio mucha importancia, pues pediría a los sirvientes que se ocuparan de eso al día siguiente. Entonces, pasó por al lado de las maletas para ir a la bodega a buscar vino, pero de repente notó sobre el escritorio un cuaderno de notas negro, que le llamó mucho la atención. Al parecer, el cuaderno era bastante nuevo; tendría quizás menos de un mes de uso. Al principio, lo tomó con curiosidad para hojearlo, pero después, su rostro se tornó sombrío y comenzó a pasar las páginas cada vez más despacio.
En la primera página encontró una firma con forma de flor, que resultó ser de Sheryl. Luego, al pasar la página, Frederick se dio cuenta de que habían escrito las notas después de su casamiento, y cuando continuó hojeando, encontró poemas de amor muy hermosos. El primero lo habían escrito el día después de su casamiento. «Has vivido en mis heridas durante todo este tiempo. Aunque haya renunciado a todo, jamás podré renunciar a ti. Este largo y arduo viaje mío es mi último adiós para ti». Al ver esto, Frederick no pudo evitar sentirse un poco angustiado. «¿A quién está dirigido el poema? ¿De quién se está despidiendo?», pensó. Luego, continuó leyendo y encontró otro capítulo, que parecía ser la continuación del primero. «Este largo y arduo viaje mío es mi último adiós para ti. Tal vez nuestros recuerdos perdidos se queden grabados en el tiempo, o quizás desaparezcan, pero la esencia de mi conciencia se hará eco a través de los valles. Dime, ¿llorarás por mi muerte en silencio o me dejarás libre y sin ataduras? Aún recuerdo aquella desventura en el río Danubio, cuando nos abalanzamos el uno hacia al otro, a la velocidad del sonido».
A medida que seguía leyendo, la expresión en el rostro de Frederick se tornaba cada vez más seria. Entonces, al llegar al tercer capítulo, se dio cuenta de que en este no había un poema, sino una simple frase: «Jamás renunciaré a ti». Al ver esto, Frederick se enojó mucho, y de un golpe cerró el cuaderno y lo lanzó hacia el escritorio. Furioso, se odió a sí mismo por haber sido tan ingenuo y haber creído en ella. Las últimas acciones de Sheryl le habían hecho pensar que finalmente había cambiado, y que había aceptado su función de esposa. Sin embargo, esos poemas demostraban lo contrario, y, de cierta forma, destruyeron todas sus ilusiones. La única persona por la que Sheryl podría sentir algo, incluso después del casamiento, era William.
En ese momento, el corazón de Frederick parecía una bola de plomo pesada, que caía despacio en las profundidades del mar, y se hundía poco a poco. «¿Por qué haría algo así? No tiene por qué fingir de esa manera, y yo no tengo por qué seguirle el juego», pensó con una sonrisa amarga en el rostro. Entonces, de repente, se escuchó un ruido en la puerta de la habitación de invitados, y Frederick se levantó de inmediato del escritorio. En ese instante, Sheryl empujó la puerta y entró.
—Frederick, ¿qué estás haciendo aquí? Te he estado buscando —le preguntó confundida al verlo solo en el cuarto de invitados.
—¿Qué estás haciendo tú aquí? —preguntó Frederick, y la expresión en su rostro era fría como un témpano de hielo.
Al escuchar su áspero tono de voz, Sheryl se quedó muy sorprendida, y entonces percibió la sombría expresión de su rostro. «¿Qué sucede? Hace un momento parecía estar bien. ¿Acaso alguien lo habrá molestado?», pensó.
—Frederick... me gustaría dormir contigo esta noche. ¿Puedes venir conmigo a la habitación? —preguntó Sheryl.
—Sheryl, no tienes que seguir actuando —respondió Frederick con tono de burla.
«¿Qué le pasa? ¿Por qué diría algo así?», pensó Sheryl confundida.
—¿De qué actuación estás hablando? —preguntó.
Entonces, al ver que insistía en seguir con aquella farsa, Frederick se dio la vuelta enojado. «¿Por qué sigue fingiendo que se interesa por mí? ¿Con qué objetivo insiste en seguir engañándome?», pensó, y luego caminó hacia ella con una expresión sombría en el rostro.