Capítulo 28
1179palabras
2022-02-23 15:19
Después de hablar por teléfono, Frederick volvió a la sala. Dentro, el doctor le estaba poniendo una venda a Sheryl en la rodilla, luego de haberla curado.
—Ya está todo listo —dijo al terminar, y luego, sacó un ungüento y se lo entregó a Frederick—. Esta medicina es para la circulación y también para reducir la estasis sanguínea, debe aplicarla cada cuatro horas en la zona afectada. Además, debe tener mucho cuidado de no mojar la herida a la hora de asearse.
—De acuerdo, gracias —asintió Frederick y luego tomó el ungüento.
—Por nada, ya pueden irse a casa —dijo el doctor, y luego guardó el botiquín en su lugar.
—Muy bien, vamos entonces a casa —le dijo Frederick a su esposa.
—Pero todavía no has terminado de trabajar —respondió Sheryl al recordar que él aún tenía trabajo por hacer.
—No te preocupes, vámonos a casa —dijo Frederick al pensar que Sheryl era más importante para él que su trabajo.
—Abrázame —dijo ella de repente.
En ese momento, su tono infantil y su deplorable aspecto hicieron que Sheryl pareciera una pobre pero adorable mendiga. Entonces, Frederick no dijo nada y la cargó en sus brazos. Luego Sheryl guardó silencio como una niña obediente; sin duda alguna, había pasado un gran susto. Por otra parte, Frederick no podía evitar sentirse culpable por lo que había sucedido. En su mente, no paraba de pensar que todo hubiera sido muy diferente si le hubiera dado las llaves del auto, o si la hubiera dejado quedarse con él en la oficina. Por fortuna, había llegado a tiempo para ayudarla, pues no quería ni imaginar lo que habría sucedido si esos hombres se hubieran llevado a Sheryl.
Al salir del hospital, Frederick llevó en brazos a su esposa hasta el auto, sin saber que, al otro lado de la calle, sentada en un sedán negro, Julia los observaba con detenimiento. Furiosa, apretaba fuerte las manos mientras recordaba todo lo que había pasado aquella noche. El ataque de Sheryl, la entrada triunfal de Frederick como un caballero que salva a la damisela en peligro, y, al final, su visita al hospital; todo, absolutamente todo, lo había presenciado desde aquel negro sedán.
—¡Montón de buenos para nada! ¡Tantos hombres y no pudieron ni llevarse a Sheryl ni derrotar a Frederick! ¡Aun así, se atreven a pedirme dinero! —exclamó en voz alta después de golpear con fuerza el volante del auto.
Al decir esto, Julia miró hacia el auto de Frederick con celos. Como la ventanilla no estaba subida, pudo ver con claridad como este le colocaba el cinturón de seguridad a Sheryl con delicadeza, lo que provocó que sus celos aumentaran aún más.
—Sheryl, en esta ocasión te saliste con la tuya, pero la próxima vez no tendrás tanta suerte —dijo llena de amargura y rechinando los dientes. Luego, pisó con fuerza el acelerador y se marchó.
Quince minutos después, en la residencia de la familia Lance, Frederick salió del auto con Sheryl en brazos, y, al verlos entrar, Cindy enseguida notó las vendas en las piernas de esta.
—Señorita, ¿está usted herida? —preguntó Cindy asustada.
Entonces, cuando Sheryl se acercó a ella, Cindy no pudo evitar sentirse aún más angustiada al ver su terrible aspecto, y al darse cuenta de que tenía más heridas en otras partes del cuerpo.
—¿Sucedió algo malo, señorita?
—No te preocupes, estoy bien —respondió Sheryl al ver a Cindy tan preocupada.
—Voy a buscar la medicina —dijo de inmediato Cindy, que no creía ni una palabra de lo que decía Sheryl.
—No es necesario, ya le aplicaron la medicina, puedes irte a descansar —explicó enseguida Frederick con un tono de voz autoritario.
Cindy no dijo ni una palabra más, y solo pudo ver como subían las escaleras. Por otra parte, al llegar a la habitación, Frederick notó que Sheryl estaba sucia por causa del ataque, así que le dijo:
—Ve a bañarte y avísame cuando hayas terminado.
Sheryl asintió y luego se dirigió al baño cojeando. Al verla así, Frederick no pudo evitar sentirse culpable por lo sucedido.
—Recuerda que no debes mojarte las heridas —le dijo.
—No te preocupes, tendré cuidado, recuerdo bien lo que dijo el médico —respondió Sheryl mientras sonreía y, al escucharla, Frederick se quedó más tranquilo.
Cuando llegó al baño, Sheryl primero probó la temperatura del agua, luego llenó la bañera con agua caliente y por último se acostó dentro de ella. Después, puso la pierna en el borde para evitar que la herida que tenía en esta se mojara. Una vez dentro, cuando consiguió relajarse un poco, sintió de repente un gran dolor en todo el cuerpo, sobre todo en el rostro, el cual le ardía mucho. Aunque había usado compresas de hielo, y en el hospital le habían aplicado algunos medicamentos, era imposible que la hinchazón disminuyera tan rápido. Luego, al recordar lo que había ocurrido esa noche, no pudo evitar sentirse muy angustiada. «¡Qué mala suerte la mía! Todo pasó tan rápido. No puedo creer que no hubiera nadie allí para ayudarme», pensó Sheryl, y luego se dio cuenta de que la forma de actuar de aquellos delincuentes era un poco sospechosa. Por otro lado, tenía la sensación de que la camioneta negra había estado allí esperando por ella específicamente, por lo que valoró la posibilidad de que alguien hubiera orquestado todo aquello para hacerle daño. Entonces, al pensar en personas que querían hacerle daño, se acordó enseguida de Julia, que era la única que en realidad la odiaba. Sin embrago, Sheryl no quiso creer que esta sería capaz de hacer algo así.
Después de que entrara al baño, Frederick volvió a la cocina. Una vez allí, abrió la nevera y buscó algunas bolsas de hielo para colocarlas en el rostro de Sheryl.
—Señorito, ¿desea comer algo? Dígame lo que quiere y se lo preparé enseguida —le preguntó de repente Cindy, que en ese momento se aproximó a él por detrás, y al verlo hurgando en la nevera, pensó que tenía hambre.
—No tengo hambre, Cindy. ¿Hay bolsas de hielo? —preguntó Frederick.
—Sí, por favor, permítame buscarlas —respondió Cindy luego de pensar por un momento.
Entonces, Cindy sacó de la gaveta del congelador una bolsa de hielo y se la entregó. Luego, cuando Frederick estaba a punto de volver a su habitación, se detuvo un momento.
—Cindy, prepara algo de comer y llévalo a la habitación más tarde —ordenó él al recordar que Sheryl debía tener hambre.
—De acuerdo. Como la señorita está herida, cocinaré algo ligero para ella —dijo Cindy de inmediato.
—Está bien; como quieras —asintió Frederick
Cindy sonrió y suspiró aliviada al pensar que Sheryl y Frederick se estaban llevando bien.
—Señorito, me tranquiliza ver que la relación entre usted y la señorita ha mejorado mucho.
Frederick hizo un gesto con los labios y no dijo nada, pero, en efecto, Sheryl se estaba comportando mucho mejor.
—Desde que se comprometieron, el carácter obstinado de la señorita ha cambiado mucho. Por cierto, ella cocinó el almuerzo para usted hoy, e incluso se quemó la mano mientras lo hacía —añadió Cindy.