Capítulo 56
1273palabras
2024-03-04 11:00

"¡Anda, qué sorpresa! ¿No has conducido tú hoy?", le preguntó Raelynn a Rodrigo mientras el chófer del joven se detenía junto a la entrada principal con su Porsche Cayenne, antes de bajarse.
"Sí, no he podido... Tenía demasiados correos que atender.", dijo Rodrigo, abriéndola la puerta a su esposa para que se montara.

"Llévanos al restaurante indochino más cercano, que sirvan rápido y bien.", le instruyó al conductor, para luego rodear a Raelynn con el brazo y disculparse con ella, prometiéndole que la próxima vez la llevaría al mejor sitio que hubiera. Ella, por su parte, ni siquiera se había esperado que su marido accediese a su antojo. Lyla y los demás toleraban bastante mal el picante y aquellas especias en particular, por lo que nunca mostraron interés alguno en probar de nuevo.
Se le colmó el cuerpo entero de tórrida calidez ante lo afectuoso de la voz y el tacto del hombre, tanto que apenas se le hicieron dos minutos los quince que tardaron en llegar a su destino. Entraron en un comedor bastante bullicioso, abarrotado de familias dicharacheras que hablaban entre sí a voz casi en grito y una cocina y camareros acaloradamente activos.
"¡Qué bien huele!", se relamió Raelynn con emoción, quien viendo que su acompañante se mostraba algo reacio a internarse en semejante ambiente, le agarró de la mano para guiarle hacia delante.
"La ciudad en la que vivía antes no tenía muchas opciones de este tipo, ¿sabes? Solía ​​tener que conducir hasta Tampa cuando me daba un antojo muy fuerte de comida, pero poco más. Tienes una suerte inmensa de vivir en Bay Area, con tantos sitios de comida rica."
"Bueno..., yo tampoco la catalogaría de 'rica' tan a las bravas, la verdad. La Sra. Marlow me ha hecho poner el listón muy alto con sus manjares, así que cuando voy a un restaurante que no está a la altura, me cuesta disfrutar.", rebatió él con un deje de esnobismo.
"La Sra. Marlow cocina como si la sal y la pimienta fuesen más selectas y escasas que el caviar. De hecho, me juego lo que quieras a que hasta cuenta los granos de sal fina que le pone a cada cosa.", dijo ella, comiéndose con los ojos la carta mientras Rodrigo la contemplaba a ella, divertido.

El camarero llegó antes de que él hubiese mirada siquiera una página de la carta siquiera, mientras que Raelynn se apresuró a pedir comida para un regimiento, para 'su' regimiento. Habiéndole enumerado al mesero cosa de una docena de platos, Raelynn le preguntó a Rodrigo si le apetecía algo más a él.
"Imagino que habrás pedido para mí, el chófer y los cinco guardaespaldas aparte de ti, porque si no, no sé cómo va a lidiar ese estomaguillo tuyo con semejante tonelaje de alimentos."
"Tú me ayudas a terminarme todo; invito yo.", respondió ella, analizando ávidamente el menú de postres.
"De acuerdo, mi señora. ¿La saco a comer por primera vez, y ya quiere pagar de su bolsillo? Qué considerada."

"Ya te tocará a ti el desembolso cuando me lleves a algún mesón francés gourmet del centro de la ciudad."
"¿Ah, sí? ¿Y cuándo se me otorgará semejante bendición de ocasión, si puede saberse? Porque me encantaría...", alargó la mano como para ir a rozar la de ella, pero se detuvo, recordando que ya había tenido un desliz en el coche pese a haberse comprometido a guardar las distancias por el momento.
"¿Te parece poco motivo mi cumpleaños? Por si no te acordabas, te hago saber que se acerca la fecha."
"No me digas..." Rodrigo se sacó el teléfono para comprobar por qué su dichosa ayudante no se lo habría marcado en el calendario. No obstante, vio que la fecha sí que estaba resaltada, si bien enterrada entre quintales de reuniones y tareas pendientes. "Vale, ¡así se hará, pues! Bueno, ¿y qué te gustaría de regalo, entonces? ¿Un coche en condiciones, por ejemplo, en lugar de esa cascarria de juguete con ruedas?"
"No te mofes de mi deportivo sin siquiera haberlo conducido para disfrutar de su esplendor... Y no, no me interesa la oferta, gracias.", contestó ella, disimuladamente anonadada de que alguien le ofreciese con tanto desparpajo comprarle un vehículo de alta gama por su cumpleaños. Si es que parecía que le estaba proponiendo comprarle un llavero, por amor de Dios.
"Este pescado con chile tiene una pinta bestial... ¿Cómo es que no lo he visto antes?", murmuró, revisando de nuevo el menú para no perderse nada.
"Sabes que puedes pedirle a tu nuevo cocinero que te lo prepare, ¿no? Es más, ¿por qué no lo haces?"
"Como se dice en mi tierra: 'ghar ki murgi, dal barabar'. Cuando era pequeña, mi mamá solía hacer pollo solo los domingos, y reservaba el pescado y la cabra para ocasiones especiales de la luna azul. Nosotros..."
Rodrigo, que había abierto el traductor de Google para descifrar el dicho, la interrumpió sin pensarlo: "¿Que montabais un pollo en casa? ¿Qué?"
"¿Quieres prestarme atención a mí, en lugar de mirarlo en internet?"
"Es que en cuanto has empezado con lo de 'cuando era pequeña', me has perdido... No tiene pinta de ir a durar poco la historia, la verdad."
"¡Anda ya! Tú y tus tonterías... Si en el fondo te encanta oírme hablar, y lo sabes."
Así, ella continuó con su relato, al tiempo que Rodrigo ponía los ojos en blanco.
"Vamos, que el pollo se considera algo superior y el ingrediente para las comidas más delicioso y esperado. Al principio le acabamos cogiendo tirria al dhal de lentejas porque prácticamente no comíamos otra cosa, pero cuando papá al fin fue sacando su negocio a flote con el paso de los años, empezamos a comer pollo cada vez con mayor frecuencia... hasta el punto de tenerlo en la mesa las mismas veces que antes teníamos el dhal."
Se detuvo de repente, tratando de recapitular y averiguar a qué venía toda aquella turra que le estaba soltando.
Al ella preguntarle eso mismo, Rodrigo le respondió: "Imagino que porque te encanta darle a la sin hueso, hasta donde yo sé... Bueno, entonces lo que saco en claro es que el refrán ese ininteligible de antes es como aquello de que 'en todas partes cuecen habas', solo que en vez de explicarlo con las habas, te has ido a enrollarte con no sé qué de cuando naciste, que las estrellas se iluminaron, el cielo se desplomó y el pollo escaseaba, y bla, bla, bla... Te ha costado ir al grano, ¿eh?"
"¡Oye! Qué grosero...", le dio ella una palmada en el hombro, para acto seguido pasar de él completamente en cuanto vio la comida servida a la mesa. Rodrigo frunció el ceño ante la sopa y los aperitivos que rodeaban a los platos principales, pero Raelynn ni siquiera se dio cuenta.
"Mm... Este cordero de Szechwan parece que va a estar de muerte...", apuntó ella, embelesada, antes de lanzarse a por ello sin prestar atención a los entrantes.
Media hora de banquete ininterrumpido más tarde, a excepción de esporádicas interjecciones para alabar la exquisitez de la comida, la muchacha cobró consciencia de repente de que el motivo principal de haber ido a aquel lugar era para que su esposo le contara algo importante.
"Mejor déjalo, que hay mucho barullo aquí y ya va siendo hora de irse. Lo hablaré contigo a la noche.", se levantó él, mientras ponía el móvil en sonido.
En el coche se puso a trabajar en dicho teléfono con suma concentración, mientras Raelynn le escrutaba con la mirada.
"Gracias por llevarme a comer.", le rodeó ella con los brazos cuando se acercaban a su oficina.