Capítulo 53
1420palabras
2024-01-09 02:21
Nora se sintió confundida y sorprendida por la revelación del doctor Smith. No entendía por qué después de tanto tiempo, el médico decidía compartir esa información con ella. Sus pensamientos comenzaron a correr a toda velocidad, tratando de encontrar una explicación lógica para esta repentina revelación.
¿Por qué ahora? ¿Por qué esperar tanto tiempo para decirme esto? Se preguntó Nora en silencio. Sus sospechas se intensificaron, y comenzó a preguntarse si había algo más detrás de todo esto. ¿Había alguna otra razón por la que el doctor Smith había decidido compartir esta información ahora? Se le ocurrieron diferentes teorías, pero ninguna de ellas parecía tener mucho sentido.
Decidida a obtener respuestas, Nora miró fijamente al doctor Smith y le preguntó.

—Doctor, no entiendo por qué me está diciendo esto ahora. Ha pasado mucho tiempo desde el procedimiento, ¿por qué decidir revelar esta información después de cinco años?
El doctor Smith pareció un poco incómodo por la pregunta, pero respondió con calma.
—Señora Nora, lamento sinceramente el haber esperado tanto tiempo para compartir esta información con usted. La verdad es que me llevó un tiempo investigar y confirmar estos hechos, y quería asegurarme de tener todos los detalles correctos antes de decírselo.
Nora no quedó convencida con la respuesta del médico. La falta de claridad y la incertidumbre solo aumentaron su preocupación.
—No puedo evitar sentir que hay algo más detrás de esto, doctor. ¿Hay alguna razón en particular para que me esté diciendo esto? —inquirió.
El doctor Smith pareció vacilar por un momento antes de responder.

—Entiendo su inquietud, pero le aseguro que esta información no tiene ninguna implicación adicional. Simplemente descubrí este error al revisar los registros y sentí que era mi deber informarle —se acomodó las gafas encima del puente de su nariz.
Nora suspiró, aunque no estaba satisfecha con la respuesta del médico, decidió dejar el tema por ahora. Sin embargo, estaba determinada a investigar más a fondo esta revelación y descubrir si había algo más detrás de todo esto.
—¿Sabe quién es el donante? —indagó.
El doctor hizo una mueca, negando con la cabeza.

—No, me temo que esa información no la tenemos.
—Entiendo —asintió lentamente.
Después de agradecer al doctor Smith y despedirse, Nora salió de la clínica con la mente llena de preguntas. Sentía que no podía confiar plenamente en las palabras del médico y que algo no encajaba. Decidió que necesitaba buscar más pruebas y respuestas por su cuenta.
Por otro lado, Sheyla miraba con decepción a su padre quién parecía bastante satisfecho con lo que le había dicho a Nora.
—¿Por qué le has metido? Debiste contarle la verdad, padre. Que fuí yo quien cometió el error y no hacerte cargo tú mismo —le reprochó.
—No seas malagradecida, si lo hice es porque no quiero que nada de esto afecte mi clínica. ¿Sabes lo que pasaría si todos se enteran de este error? Estaríamos en un gran lío, así que mejor cierra la boca —emitió tajante, mientras su hija lo miraba con lágrimas en los ojos.
—¿Fue esa mujer, no? Te está lavando el cerebro para que hagas todo esto —concluyó espetando.
El doctor Smith se quedó callado, y su silencio fue la respuesta.
Sheyla salió del consultorio dando un portazo, estaba enojada con su padre por permitir que aquella mujer lo manipulara a su antojo. No era más que una víbora y la iba a poner en su lugar.
Pero antes, debía hacer algo. Se había propuesto investigar el origen del esperma utilizado en el procedimiento de inseminación. Quería asegurarse de que este error que había cometido no tuviera ninguna implicación oculta. Comenzó a contactar a otras clínicas de fertilidad, revisar registros y buscar cualquier información que pudiera ayudarla a entender la verdad detrás de la muestra de esperma que se utilizó.
***
Jeremiah, sentado en su despacho, intentaba concentrarse en su trabajo mientras Zoe, la curiosa niña, comenzaba a explorar el lugar. No era ningún secreto que Jeremiah no era precisamente fanático de los niños, ya que encontraba su energía desbordante y su inquietud interminable como un constante desafío a su paciencia. Sin embargo, se había ofrecido a cuidar de Zoe para que Nora pudiera completar algunos asuntos pendientes.
Pero había tardado tanto y ya comenzaba a impacientarse.
Mientras intentaba concentrarse en su tarea, Jeremiah podía escuchar los pasos de Zoe acercándose cada vez más a su despacho. La curiosidad de la niña era evidente y no tardó en comenzar a husmear en cada rincón de la habitación. Las preguntas no paraban de fluir, interrumpiendo constantemente su concentración.
—Jeremiah, ¿qué es esto? —preguntó Zoe señalando un retrato en la pared.
—Es una pintura que me regaló mi abuelo —respondió Jeremiah, tratando de mantener la calma.
—¿Y por qué tienes tantos libros? —cuestionó nuevamente la niña, mirando con curiosidad la gran biblioteca del despacho.
Jeremiah intentó explicar con paciencia la importancia de la lectura y cómo los libros podían ser una fuente invaluable de conocimiento. Pero Zoe seguía haciendo preguntas sin cesar, algo que empezaba a ponerlo nervioso.
—¿Y ese objeto tan extraño que tienes allí? —indagó la niña, apuntando hacia una extraña escultura en una repisa.
Jeremiah, sintiendo que su paciencia se estaba agotando, decidió tomar una medida desesperada para recuperar la calma y el silencio.
—Toma, te presto mi tablet para que juegues. Hay muchos videojuegos aquí —le entregó el aparato a Zoe y le pidió que se entretuviera con un videojuego.
Estaba seguro de que eso la mantendría ocupada el tiempo suficiente para que él pudiera terminar su trabajo sin interrupciones. Sin embargo, la estrategia resultó ser efímera. Zoe, aburrida del videojuego, se acercó a Jeremiah quien suspiró al tenerla a pocos metros de él.
—No me gustan los videojuegos —le devolvió la tablet y agarró un bolígrafo que estaba en el escritorio —. Quiero dibujar.
—Bien, entonces dibuja —le dijo sin levantar la mirada de la pantalla de su laptop.
—¿Me das una hoja?
Jeremiah soltó un resoplido, frustrado por la interrupción de la niña.
—Busca en aquel cajón —señaló el estante negro que se hallaba cerca de la ventana.
Zoe obedeció, y abrió el cajón sacando una carpeta llena de muchos papeles importantes.
—Aquí hay muchas hojas, tomaré dos —informó la niña y él asintió, ajeno en su trabajo.
Minutos más tarde, Zoe se levantó del suelo y corrió hacia Jeremiah para enseñarle lo que había dibujado.
Se podían apreciar varios garabatos, y figuras algo extrañas.
—Eh, ¿qué es eso? —levantó una ceja en dirección de la niña.
—Eres tú, mi mamá y esta de aquí soy yo —apuntó a lo que parecía ser una princesa.
Una sonrisa se deslizó por su rostro, pero se borró enseguida al percatarse de que lo había dibujado con unos enormes cuernos y una larga cola.
—¿Y se supone que este horrible animal soy yo?
—Sí —afirmó la niña, sin nada de inocencia —. Eres un reptil malo que se quiere robar a la reina y a la princesa.
—Oh, claro, soy el malo —repitió nevando con la cabeza, desviando de nuevo la mirada a la pantalla.
Al cabo de un rato, después de terminar de revisar algunos documentos del hotel. Jeremiah se levantó de la silla, olvidando por completo la presencia de la pequeña, quién se había quedado dormida en el sofá. La imagen lo conmovió, y no pudo evitar acercarse para observar lo tranquila que lucía.
Su cabello rizado era de un color rubio brillante y le llegaba hasta los hombros, dándole un aire juguetón. Sus ojos, de un tono azul profundo, estaban enmarcados por largas pestañas que apenas rozaban sus pequeños pómulos cuando los cerraba para dormir. Sus mejillas, siempre sonrosadas y llenas de vida, resaltaban aún más su inocente expresión. Sus labios, de forma promedio, tenían un tono rojo natural que los hacía destacar en su rostro infantil. Su nariz, pequeña y respingada, le daba un encanto peculiar.
Poseía una tez tan blanca como la nieve, sin imperfecciones, como si no hubiera sido tocada por los rayos del sol. Debía admitir que con sus cinco años de edad, irradiaba una belleza angelical y una alegría contagiosa.
Era tan parecida a Nora, era como una mini versión de ella.
Jeremiah acercó su mano para apartar un mechón rebelde que cubría su frente, pero la niña se removió abriendo sus ojos y mirándolo.
—¿Mamá ya regresó? —fue lo primero que preguntó.
—No, aún no ha llegado. Pero de seguro estará aquí pronto —respondió él, sentándose a su lado.
—¿Terminaste de trabajar? —se acomodó en el sofá para mirarlo.