Capítulo 68
734palabras
2024-01-28 00:02
Elisa nunca esperó que la historia tomara ese curso.
La inesperada aparición de Luna había sido como una espina que le atravesó el corazón.
"Señorita Marques, hemos llegado", anunció Lucía cuando el auto se detuvo.
"¡Buenas noches! Me voy primero", contestó Elisa apartando la mirada.
La asistente quiso decir algo, pero al ver que la expresión de la joven no había cambiado, prefirió no hacerlo.
"Señorita Marques".
Elisa escuchó una voz familiar apenas salió del vehículo. Se dio la vuelta y vio a Fernando saliendo de un auto deportivo.
"¿Qué tal, señor Dawson?", lo saludó la joven con una sonrisa.
Elisa pensó que el hombre por fin se había rendido, ya que no lo había visto en unos días. Para su asombro, había venido a visitarla aquella noche.
"La luna está hermosa esta noche. ¿Qué te parece si damos un paseo?", propuso mirándola a los ojos.
Su mirada parecía resplandecer. "Está corriendo un poco el viento, señor Dawson", contestó la joven apartando la vista.
"No estoy de buen humor", tosió Fernando. "¿Por qué no me acompañas un rato?"
Elisa tampoco se encontraba muy bien que digamos.
La joven lo miró por un momento y dijo lentamente; "¿Y si no quiero?"
El hombre no respondió, sólo abrió la puerta de su vehículo y dijo: "Sube".
Elisa esbozó una sonrisa y se subió al auto.
El deportivo azul se desplazaba velozmente por la carretera principal. Elisa bajó la ventana y el aire frío le refrescó el rostro.
La muchacha no dijo palabra alguna desde que se subió al auto. Fernando se detuvo al llegar al semáforo y se volvió para mirar su rostro. "No estás de buen humor, ¿verdad?"
La joven apartó la mirada. "¿Por qué? ¿Quieres animarme?"
"Podríamos animarnos el uno al otro", dijo el hombre.
"A ver, dime, ¿tú por qué estás de malas?", preguntó Elisa con una sonrisa.
"Porque, al parecer, no soy digno de mi futura novia", contestó él.
"No pensé que fueras tan inseguro", dijo la joven sin poder contener la risa.
"De hecho, soy un poco inseguro, señorita Marques", dijo Fernando con una sonrisa ladina.
"No tienes que mentir para animarme", dijo la joven.
La idea de que la familia Torin no pudiera hacerle frente a la familia Marques le parecía muy graciosa.
Fernando prefirió no insistir con el tema. "¿Por qué no me dices qué causó tu mal humor?", preguntó.
De inmediato, la sonrisa del rostro de la muchacha se desvaneció. "Porque alguien me apuñaló de la nada, y me siento un poco extraña".
"¿Fabián?", inquirió el hombre.
"¿Tan obvio es?", replicó ella.
Fernando la miró con una sonrisa, pero no dijo nada.
Elisa apartó la vista hacia la ventana. "¿Conoces a Luna?"
"¿También lo sabes?", resopló Fernando.
"¿También?", repitió la joven, muy pendiente de cada una de sus palabras.
Al parecer, el hombre también lo sabía.
¡Qué estúpida había sido!
Durante todos esos años, había pensado que la persona que amaba Fabián era Cecilia. Recién ahora se enteraba de que era Luna.
Elisa se sentía más enojada que triste con Fabián por haberla tratado como si fuera una tonta.
Él sabía que ella lo amaba, pero se mostró indiferente por tres años.
Con razón la joven nunca pudo ganarse el afecto del hombre. Era imposible, pues ya había alguien más en su corazón.
Pero, ¿por qué no le había dicho nada?
Elisa nunca se hubiera negado a dejarlo libre.
Fernando la miró y esbozó una sonrisa burlona. "No hay nadie que desconozca el escándalo de Diego".
"Por lo visto, todo Los Ángeles está al tanto", señaló con una expresión de aflicción.
Pero ella no era de la ciudad.
"¿Crees que puedas soportar esa realidad?", preguntó el hombre mientras entrecerraba los ojos.
"¡No!", exclamó la muchacha apretando lo dientes.
No había forma de que pudiera soportarlo.
"Está bien, vamos", dijo él.
Una vez dicho esto, Fernando inició la marcha con rumbo a la casa de Fabián.
Después de un momento, Elisa logró despabilarse y dijo: "¿Fernando?"
"Dime", respondió el hombre con despreocupación, como si no comprendiera a qué se refería la joven.
El viento soplaba con fuerza fuera del vehículo, proporcionando un refrescante alivio a Elisa. "No, nada", dijo ella.
Ella y Fabián ya no estaban casados. Confrontarlo sólo le traería más miseria.
"¿Por qué? ¿No estás enojada?", preguntó Fernando con un resoplido.
El hombre no tenía la más mínima intención de detener el auto o cambiar de dirección.