Capítulo 2
1708palabras
2023-12-26 14:18
Dudé por un momento: si les mostraba los diamantes de la nada, los Rivera sabrían que había hecho todo lo posible para ayudar a los ladrones. Sin embargo, tenía muchas ganas de que los bandidos los tomaran. Era propiedad privada de los Rivera y no tenía la certeza de si estaba asegurada por la Corporación Federal de Seguro de Depósitos.
Me aclaré la garganta y exclamé, imitando la voz de un hombre: "¿Qué más hay aquí?". Los dos me miraron como si estuviera loca, a lo que yo les guiñé un ojo. Luego, con mi voz habitual, dije: "¿Qué quieres decir con qué más? ¡No hay nada más!". Me arrodillé, saqué la caja fuerte y la abrí. Adentro había un montón de bolsas de terciopelo. ¡Sí! Los diamantes seguían allí.
Dejé escapar un grito. "¡Ay! ¡Por favor! ¿Qué más quieren? ¿Qué quieren de mí?". Por supuesto que no me estaban haciendo daño, solo quería que sonara así para la grabación. Sin duda, parecía una demente, amenazándome a mí misma como si tuviera doble personalidad. No me quedaba de otra, pues debía aprovechar la oportunidad para j*der a los Rivera.
Saqué una de las bolsas y, cuando Júpiter hizo un gesto con su arma, vacié el contenido en mi mano y miré hacia arriba con fingida sorpresa. Eran los diamantes.
Thuner miró a Júpiter, luego se volteó hacia mí y exigió: "¡Muéstranos todo lo que hay o te mataremos! ¡Vamos, hazlo ahora mismo! ¡Sácalo todo!".
Asentí. Sabía que Thuner lo disfrutaba.
Júpiter se guardó los diamantes en el bolsillo mientras Thuner me gritaba un poco más: "¿Qué hay en esa caja? ¡Muéstramelo!".
"Por favor, no quiero morir", repliqué de una forma más llorosa. Me sentía parte de la pandilla.
Agarraron hasta el último diamante.
Thuner se puso rígido y se llevó el dedo a la oreja. "Se ha detectado una actividad sospechosa hacia esta dirección".
El tercer ladrón irrumpió e informó: "A un tipo se le cayó una moneda de diez centavos".
"¡M*ldita sea!", exclamó Júpiter.
Sentí que era un poco ridículo preocuparse por un centavo, puesto que ya se estaban llevando una gran cantidad de dinero y hasta diamantes.
No fue sino hasta segundos después que me di cuenta de que era un código secreto para decir «hizo una llamada telefónica». También me percaté de que los tres me estaban mirando. Era como si a todos se les hubieran ocurrido la misma idea al mismo tiempo o que habían recibido una señal grupal de la nave nodriza.
"No acostumbramos a tomar rehenes", dijo Júpiter.
«¿Qué? ¿Rehenes?».
"No nos queda de otra", argumentó el tercero de los malotes.
"Bien. De acuerdo". Acto seguido, Thuner me agarró del brazo con brusquedad.
¿Me iban a tomar como rehén? ¡Mi*rda! Varias escenas de películas que había visto cruzaron por mi mente: muchas veces mataban a los rehenes y en otras, los dejaban vivir. Aun así, me recordé a mí misma que solo era ficción y que la realidad era muy diferente. De todos modos, yo estaba de su lado y no me cabía dudas de que ellos lo sabían.
"¡Wuotan!". Júpiter le arrojó una bolsa al chico aterrador, luego otra.
«Así que su apodo es Wuotan. También es nombre de un dios».
Thuner me agarró del brazo y me puso una pistola en la cabeza antes de que saliéramos corriendo de la caja fuerte y camináramos por el pasillo trasero. Parecían conocer la estructura del lugar tan bien como yo.
Dado que el arma me asustó, dije: "No tienes que ser tan... ya sabes...".
"Sí que debo hacerlo", contestó Thuner a la par que salíamos por la puerta. Prácticamente me arrastró hasta el estacionamiento.
Wuotan tenía algo en la mano que parecía el control de una consola de videojuego. Presionó un botón y, sin más, un estallido que hizo temblar la tierra atravesó el aire.
Grandes llamas salieron de un vehículo que se encontraba en el aparcamiento y otra explosión se produjo en otra ala del estacionamiento. Todo parpadeaba y el humo brotaba desde todas partes.
"¡Ey!", me quejé. "¡Tengan cuidado, el banco está lleno de gente inocente!".
"No te preocupes, nadie saldrá lastimado", dijo Thuner, empujándome. "Son solo algunos fuegos artificiales".
Asentí, sintiéndome un poco triste de que consideraran que los autos que explotaban eran fuegos artificiales. ¿Nunca sus padres los habían llevado a las celebraciones del 4 de julio?
Al amparo del humo, salimos al callejón y nos dirigimos hacia una camioneta blanca con el nombre «Restaurante Frescomu» estampado en el costado. Si bien era un establecimiento real que quedaba a unas cuantas ciudades de allí, dudaba que esos tipos trabajaran en el local.
Alguien abrió una puerta, Thuner me llevó al asiento trasero y ordenó: "¡Cierra los ojos ahora mismos!".
Le hice caso, escuché que se cerraron las puertas y que el vehículo arrancó. Luego, oí el sonido de tela rasgándose.
"Voy a vendarte los ojos", dijo en voz baja, cinco sencillas palabras que me hicieron sonrojar como loca. ¿Cómo podía hacerme eso? "No podemos permitir que nos veas la cara o tendremos que matarte".
Asentí sin oponerme y me dije a mí misma que debería tener miedo. No obstante, lejos de asustarme, todo me resultaba emocionante; y no era precisamente porque pensara en s*xo.
Supuse que Wuotan y Júpiter estaban al frente y que se habían quitado las máscaras. A fin de cuentas, dos hombres disfrazados de zombis que conducían una camioneta no proyectarían la imagen de inocencia que probablemente buscaban.
Aun así, cuando sonaron las sirenas, me preparé con los ojos cerrados mientras la camioneta se movía y giraba.
"Todo va a estar bien", me aseguró Thuner, anudando la tela en la parte posterior de mi cabeza sin que se me enredara el cabello, una habilidad que me impresionó. Para alguien que no solía tomar rehenes, era bastante hábil a la hora de vendar los ojos de alguien. "Ninguno de nosotros quiere matar a nadie", confesó. "Lo mejor será que sigamos siendo extraños. Te dejaremos ir una vez que sepamos que no te necesitaremos, ¿entendido?".
"Sí, entendido".
"Dame las manos".
Extendí las manos y él me ató las muñecas. Sus movimientos fueron demasiado adiestrados para unos bandidos que no acostumbraban a tomar rehenes. Justo en ese momento, las sirenas se hicieron más fuertes, provocando que la tensión aumentara dentro de la camioneta. ¿En dónde estábamos?
"¡C*rajos!", exclamó alguien.
¿Las autoridades venían por nosotros?
A los pocos segundos, desaparecieron las sirenas.
"Todo está bien, ya pasaron", murmuró Thuner.
Cualquiera que fuera el ladrón que estaba al volante, Júpiter o Wuotan, conducía con sensatez, lo cual me agradó. Supuse que el mayor peligro vendría si se diera una persecución a alta velocidad.
Tras escuchar el sonido de un tren pasando por sus rieles, sentí que el vehículo iba más despacio y oí voces bajas al frente. Hasta sentí el retumbo a través de mi asiento.
"¿Nos hemos detenido por un tren?", pregunté en voz alta.
Enseguida, una puerta se abrió con un chirrido. ¿Qué estaba pasando? ¿Alguien se había bajado de la furgoneta?
"Si de verdad estamos frente a un tren, hay un puente cerca que podemos tomar", agregué.
"¿Crees que somos idi*tas o qué?", espetó Wuotan. Supe que era él porque Júpiter tenía una voz profunda y Thuner estaba justo a mi lado. Además, Wuotan tenía un acento muy particular. "Creo que sabemos muy bien cómo funciona el área", añadió Wuotan.
"Solo trato de ayudar".
"No lo hagas", contestó Wuotan. "Somos increíbles en esto y no necesitamos tu opinión de mi*rda". Wuotan alargaba la letra «g» al momento de pronunciarla, así que en lugar de sonar como «hagas», se escuchaba como «haggas».
Una puerta se cerró de golpe y el auto aceleró con un chirrido, dando una vuelta en U o, al menos, eso fue lo que sentí.
Thuner indicó en voz baja: "Tuvimos que deshacernos de esos rastreadores".
"¿Los arrojaron dentro de uno de los vagones del tren?", pregunté.
No hubo respuesta.
"Lo que trato de decir es que son muy inteligentes. ¡Bravo!".
Alguien en el frente refunfuñó. Quizás felicitaciones no era lo que un par de ladrones querían escuchar de su rehén.
"Quiero que sepan algo", anuncié. "No les causaré ningún problema. Mi prioridad es j*derle la vida al dueño de ese banco. Incluso si viera sus caras, cosa que juro que no he hecho, nunca los delataría. Más que nadie, quiero que ustedes se salgan con la suya". Al notar que ninguno comentó nada, complementé: "Solo lo digo por si acaso".
"Haz que se calle, ¿sí?", exigió Wuotan antes de iniciar una conversación en voz baja con Júpiter.
"Ah, está bien", susurré.
"No le hagas caso", me indicó Thuner. "Vamos a buscar un lugar en el que te podamos soltar. Vas a tener tus quince minutos de fama". Sentí que el asiento se hundía a mi lado cuando Thuner se acercó más a mí. Luego, bajó la voz y agregó en un tono provocativo y discreto: "Pero no te vamos a dejar en cualquier lado, debe ser en el lugar adecuado. Al fin y al cabo, le ponemos nuestro encanto a cada parte de esto".
Asentí. Había algo exquisito en su tono, como si me estuviera confiando algo sexy.
Aunque no les veía la cara, empezaba a diferenciarlos tanto por sus personalidades como por sus voces. Thuner era inteligente y fácil de tratar, y parecíamos estar en cierta sintonía; él fue el primero en entender por qué estaba hablando en diferentes voces en la caja fuerte y me siguió el juego.
Júpiter era el gran ladrón silencioso de ojos verdes que emanaba atractivo masculino.
Wuotan era quien más se comportó como un loco durante el robo. Era un chico malo con un acento único que no permitía que nadie cuestionara sus habilidades de ladrón. Pese a que los tres parecían cuerdos y tranquilos, sabía que eran tremendamente peligrosos. Después de todo, eran criminales. Debía admitir que hacían un buen equipo.
A los pocos segundos, volvieron a sonar sirenas. "¡No puede ser!", exclamé.
"No te preocupes, todo va a estar bien", me tranquilizó Júpiter. Lo imaginé allí al frente, con sus ojos verdes y su dominante presencia, teniendo el control de todo. Deseaba poder ver cómo era. Me moría de ganas de ver todas sus caras.