Capítulo 57
1342palabras
2023-12-11 10:30
"¿Qué? ¿Ferran vendrá a Londres?", exclamó Elvira, quién hablaba por teléfono con su madre.
"¡Sí! Irá a revisar que todo esté en orden con nuestros hoteles. ¿Por qué suenas tan sorprendida. ¡Hasta parece que no quieres ver a tu hermano!", respondió la madre, con los ojos entrecerrados, como si tuviera frente a sí a su hija.
"¡Mamá, no es eso!", se defendió Elvira, aunque su progenitora había dado en el clavo.

Para ella, Ferran era un estricto hermano mayor que solo quería controlar todo lo que hacía y pensaba. El simple hecho de saber que lo vería durante dos semanas era una pesadilla. ¡Y lo peor era que no podría ver a Graham!
Apenas terminó la llamada, siguió trabajando. Llevaba tan buen ritmo que ya había terminado el vestido de cumpleaños de Jacinta, que era para la siguiente semana.
"Amabel, envíale un mensaje a Naín. Dile que le entregaremos el vestido hoy", indicó, mientras colocaba la prenda, un chal de seda y un bolso moderno en una caja.
"Entendido", contestó la empleada. Después de hablar con Naín, se comunicó con su jefa.
"Señorita Hidalgo, el señor Beltran dijo que el cliente quiere que usted le entregue el vestido personalmente", contó.
"¿Qué? ¡Qué hombre tan exigente!", se quejó Elvira.

Sin perder tiempo, agarró la caja con el vestido y se fue directo a su carro. Se lo entregaría a Naín en Grupo Liu.
Apenas llegó al lugar le sorprendió que todos la trataran como invitada distinguida: desde el personal de seguridad hasta los recepcionistas. ¡Hasta le indicaron que tomara el elevador presidencial!.
«¡Qué raro! ¡La última vez que vine aquí los guardias me sacaron a rastras!», pensó.
Mientras el aparato la llevaba a su destino, recordó la vez en la que hizo enojar a Graham y Jacinta por mojar el piso y cómo la pusieron a trapear. Luego se enteró de que Graham se había resbalado en el piso mojado y le indicó al personal de seguridad que si la volvían a ver, la sacaran inmediatamente.

Se rio al recordar aquello y sin perder tiempo se dirigió al escritorio de Naín.
"¡Buenas tardes!", saludó al atareado asistente que clasificaba una pila de documentos.
"¡Señorita Hidalgo! ¿Qué hace aquí?", preguntó el sorprendido hombre.
"¿No me pediste que trajera personalmente el vestido de la señorita Ávila?", contestó la confundida mujer.
Al darse cuenta de la situación, Naín se levantó, se aclaró la garganta y dijo: "¡Ah, claro! ¡Muchas gracias, señorita Hidalgo!".
Acto seguido, tomó con cuidado la caja. Estaba en eso cuando Graham entró a la oficina y al ver la escena exclamó: "¿Qué creen que hacen?".
"Pre... Quiero decir, jefe. ¡La señorita Hidalgo vino a entregar el vestido de la señorita Ávila!", respondió el subordinado. Del susto, el rubor de sus mejillas había desaparecido.
Graham caminó lentamente hacia ellos. Naín estaba tan nervioso que tenía la frente perlada en sudor. Con discreción, sacó su pañuelo y clavó los ojos en el piso.
Elvira contemplaba entretenida la escena, aunque no entendía por qué Graham estaba molesto y Naín asustado. Y de repente una idea cruzó por su cabeza.
"Gracias por una tarde tan maravillosa, Naín. Te prometo que seré yo quien pague la cena la próxima vez. ¡Escríbeme cuándo estarás libre para coordinar!", dijo la mujer. Luego le guiñó el ojo y se dirigió a la puerta.
"Señorita Hidalgo, ¿qué... qué acaba de decir?", preguntó en un hilillo de voz el hombre. La situación ya era complicada y Elvira le había echado más leña al fuego.
«¡Si las miradas mataran, ya estaría muerto!», pensó el empleado, secándose el sudor y tragando saliva.
"Termina todo eso hoy", indicó Graham, señalando los documentos sobre el escritorio de Naín.
El empleado se relajó al escuchar las palabras de su jefe.¡Por un momento pensó que lo castigarían!
"A partir de esta semana, quiero que revises todos los proyectos del país y me entregues un informe con todos los pormenores. ¡A primera hora de la mañana tienes que comenzar!", añadió casualmente Graham.
"Pero jefe...", murmuró el sorprendido Naín, que no entendía como su placentero trabajo en la oficina había terminado así.
Tenía unas ganas inmensas de mald*cir a Graham y a Elvira, pero como eran sus superiores no podía hacer nada más que insultarlos mentalmente, pasarse la mano por el pelo y frotarse la cara.
Por su parte, Graham, satisfecho con el resultado, se dirigió al elevador. Cuando vio que Elvira estaba a punto de presionar el botón para cerrarlo, gritó: "¡Espera!".
La mujer volteó a verlo, dándole tiempo a su amigo de entrar. Él la agarró de la mano y la sacó de allí.
"¿A dónde vamos?", preguntó la resignada diseñadora. De repente una mueca apareció en su rostro: su amigo la apretaba tan fuerte del brazo que estaba segura de que le dejaría marcas.
Graham no respondió, pero cuando entraron al elevador privado y presionó el botón que llevaba al sótano, Elvira se imaginó a dónde iban.
"¿A dónde vamos?", insistió la joven, en un tono que no sonaba a demanda.
"¡Ya lo verás! Métete al carro. Y no te preocupes por el tuyo, que aquí no le pasará nada", contestó él con frialdad.
"¿Ya me vas a decir a dónde vamos?", se quejó Elvira, adentro del Maybach de su amigo.
"¡A mi mansión!", contestó Graham, encendiendo el motor y manejando.
"¿Qué? ¿Otra vez? No me digas que...", comenzó ella aterrada, al recordar que la última vez que estuvo ahí, él intentó enseñarle defensa personal.
"¿Qué?", respondió en tono burlón Graham, acelerando.
"Thiago, ya no quiero aprender más de eso. ¡Ya me enseñaste a usar un arma y hasta la fecha no he necesitado pasar de la teoría a la práctica!", contestó Elvira. Sin embargo, Graham no parecía dispuesto a ceder.
Cuando llegaron a la mansión eran casi las dos de la tarde. Apenas entraron, Heidi los saludó e informó: "¡Joven, todas las pertenencias de la señorita Hidalgo están en el cuarto de invitados!"
"¡Gracias, Heidi!", contestó educadamente Elvira.
Por su parte, Graham le dijo: "¡Pon todas sus cosas en mi clóset!".
La empleada no podía creer lo que acababa de escuchar. No obstante, logró sobreponerse, sonrió y se puso a trabajar en ello.
"Tengo dos preguntas. Y más te vale que me las contestes, ¡o atente a las consecuencias!", lanzó una furiosa Elvira apenas ambos se quedaron solos.
Graham, completamente entretenido, la miró.
"Primero, ¿qué hacen mis cosas en tu casa?", soltó con impotencia. Sin embargo, para mostrar su enojo, también tenía las manos en la cintura.
"¡Todo es nuevo! Te compré cosas para que no tengas que traer las tuyas cada vez que me visites!", contestó tranquilamente el hombre, con las manos metidas en los bolsillos.
Elvira se impactó por la respuesta. Decidió que le preguntaría la razón de su decisión más tarde.
"¡Más tarde tendrás que decirme por qué!", le advirtió ella con la ceja levantada.
Graham alzó una ceja.
"Y en segundo lugar, ¿por qué pediste que llevaran todas mis cosas a tu clóset?", soltó ella, en un tono que intentaba sonar autoritario. Para completar la escena, cruzó los brazos y alzó la barbilla.
Graham sonrió y con la burla en el rostro, le susurró al oído: "¿Ya se te olvidó que deseas estar en mi cuarto? ¿A qué viente tu pregunta?".
La actitud de Elvira se desmoronó en ese instante. Tenía unas ganas inmensas de salir corriendo por la vergüenza. Sin embargo, no era una cobarde, así que se quedó allí parada, con la boca abierta y los ojos desorbitados.
"Es tu castigo por coquetearle a mi asistente, Elvira, así que ahórrate tus preguntas, porque la respuesta siempre será ¡ES TU CASTIGO!", dijo él con severidad, antes de irse.
Apenas se quedó sola, Elvira sonrió. "¡Mi actuación es magnífica! Y vaya que el señor Thiago Zhang, no tiene idea de la situación en la que se metió, aunque una cosa es segura: siempre he soñado con este momento. ¡Ya veremos qué pasa esta noche!", murmuró.
Acto seguido, subió las escaleras, entró al cuarto de Graham y se dejó caer en la cómoda cama.