Capítulo 45
1117palabras
2023-11-30 00:01
Después de aquellas palabras, Elvira y Renato no se volvieron a hablar durante toda la exposición, sino que solo se dedicaron a examinar su alrededor y a admirar las pinturas de las paredes. Él estaba demasiado inquieto, mientras que ella se encontraba nerviosa. Cada vez que intentaban decirse algo, terminaban tosiendo de manera falsa o evitando la mirada del otro.
"¡Ejem!", Renato se aclaró la garganta a la par que se cubría la boca con el puño. "¿Y bien? ¿Cuándo vas a volver a Londres?", preguntó sin mirarla. En su lugar, se fijó en la pintura de un pescador que se encontraba en exhibición.
"Tal vez esta semana. Hicieron un pedido enorme y solo tenemos un mes para terminarlo", la señorita Hidalgo respondió. Ella también contemplaba el cuadro que estaba frente a ellos.
"La combinación de colores que usaron para pintar la puesta de sol es muy buena", comentó de repente, señalando la mezcla de tonos rojos, amarillos y dorados del atardecer de la obra.
"Sí, ¡también me parece majestuoso!", la chica asintió con una sonrisa.
Fue así como empezaron a buscar temas de conversación para aliviar la incomodidad entre ambos. Renato continuó hablando sobre el cuadro que tenían frente a ellos. "¡Apuesto a que hay un significado detrás de la postura del pescador!", complementó a la vez que metía la mano derecha en el bolsillo y señalaba la magnífica imagen con el índice de su mano izquierda.
"¿Ah, sí? ¿Qué crees que significa?", ella inquirió al sentirse interesada en conocer su opinión sobre el arte.
"Representa la independencia y la resistencia", el hombre replicó con una expresión intensa a la par que observaba a la jovencita. Era evidente que insinuaba algo.
Cuando Elvira lo notó, no pudo mirarlo a los ojos. Si bien Renato era bueno, divertido, bondadoso y caballeroso, ella debía irse de la ciudad y no estaba segura de cuándo se volverían a encontrar. Además, su corazón ya le pertenecía a alguien. Entonces, ella inclinó la cabeza y confesó con sinceridad: "Renato, eres un hombre maravilloso y te voy a ser honesta: aunque la he pasado muy bien contigo, amo a otra persona. ¡Alguien más se ha robado mi corazón!".
Pese a que él se sintió triste por su revelación, le dedicó una sonrisa: "Sin importar quién sea esa persona, es un idi*ta por despreciarte".
"En realidad, no lo hace, es solo que tiene sus propias razones y aún no sé cuáles son", ella se encogió de hombros y le sonrió de igual manera.
"En cualquier caso, no creo que te merezca", Renato añadió sin más.
A pesar de que Elvira no era muy buena consolando a otras personas, le dio un beso en la mejilla al sentirse mal por verlo tan abatido y perdido. Aquel contacto dejó atónito al muchacho.
"Gracias por todo, Renato. Si gustas, puedes visitarme en Londres cuando tengas tiempo".
Si bien el caballero sintió el impulso de devolverle el beso, optó por abrazarla con fuerza y acariciarle el cabello. Permanecieron en esa posición por un buen rato, sin darse cuenta de que una cámara los había estado captando desde que ingresaron al edificio.
El hombre que los seguía vestía una camisa y unos pantalones sencillos. Aparte, traía una identificación colgada en su cuello que demostraba que formaba parte de la prensa. Después de tomar las fotografías que necesitaba, abandonó la sala de exposiciones de inmediato y envió las fotos del encuentro entre Elvira y Renato por correo electrónico a alguien de Londres.
Cuando las imágenes aparecieron en el monitor de cierta persona, esta se congeló en el acto. Era la primera vez que se sentía indeciso desde que se convirtió en el asistente de Graham. No sabía si borrar las fotos o mostrárselas a su jefe.
"¡Aaah, como sea! De todos modos, tarde o temprano se va a enterar", se quejó a la vez que las enviaba al buzón de Thiago.
A los pocos minutos, el gruñido de su jefe se escuchó a través del intercomunicador: "¡Ven a mi oficina ahora mismo!".
"¡Sí, presidente!", se levantó de su asiento y se dirigió a su despacho con pasos rápidos. Al llegar, procedió a abrir la puerta con lentitud, sintiéndose como un cachorro indefenso al que su dueño lo regañaba.
Tan pronto como el magnate vio la expresión que traía su asistente, frunció el ceño y lo miró fijamente: "¿Por qué luces como si te estuviera maltratando?".
"Señor… ¿Surgió algún problema… con las fotos?", Naín inquirió con cautela.
Graham solo le echó un vistazo a cada una de las imágenes en silencio, y después de llegar a las fotografías donde mostraban el beso que le dio Elvira a Renato y el abrazo entre ambos, le preguntó con severidad: "¿Cuándo volverá?".
"¡Esta semana, señor!", Naín respondió. Era un asistente tan eficiente que ya se había enterado de que la joven Hidalgo regresaría pronto a Londres a pesar de que ella aún no había comprado ningún boleto.
"Bien, gracias. Puedes retirarte ahora", le indicó antes de ponerse de pie. Tan pronto como Naín se fue, el empresario soltó un profundo suspiro.
"¡Elvira Hidalgo!", susurró a la par que cerraba los ojos.
El hombre ya había perdido la cuenta de cuántas veces había pronunciado aquel nombre. Sin importar que lo hiciera con enfado o con cariño, el motivo siempre era el mismo: la extrañaba demasiado y se ponía celoso de casi todos los hombres con los que ella interactuaba.
Todavía seguía sumido en sus propios pensamientos cuando Rita entró: "¡Señor, la señorita Ávila se encuentra en el área de recepción!".
"De acuerdo, dile a la recepcionista que la deje entrar", le indicó de forma casual antes de cerrar las ventanas de su computadora y apagar el monitor.
"Thiago, me aburro mucho estando en casa. ¿Estás ocupado?", Jacinta se quejó al ver que Graham no hacía nada en su escritorio.
"¿A dónde quieres ir?", le preguntó a la par que caminaba hacia ella.
"Mientras me acompañes, no me importa el lugar al que vayamos", ella replicó a la vez que jugueteaba con la corbata del hombre. Entonces, la chica se le acercó y puso la mano sobre su hombro. Sus ojos de color avellana lo admiraban con amor y deseo.
"Está bien. Vayamos a la joyería entonces, te compraré un par de aretes como un regalo adelantado de tu cumpleaños", Graham propuso, lo cual hizo que Jacinta se sintiera sumamente feliz.
"¡Sé que no te puedes resistir a mí, jum!", ella dijo a la vez que fruncía los labios y lo sujetaba del brazo.
El magnate no le respondió, pues no dejaba de pensar en cierta mujer. Si bien antes consideraba que una semana era poco tiempo, en ese momento le resultaba como una eternidad.