Capítulo 43
1481palabras
2023-11-28 00:01
Elvira terminó pasando alrededor de seis meses con su familia en China. Se había quedado en la mansión de los Qian junto a sus abuelos maternos, el señor Qian y la señora Artis Miao.
Llegó el invierno, por lo que el suelo estaba cubierto de una nieve esponjosa, espesa y resbaladiza. Los bonsáis del lugar tampoco se salvaron, pues parecía que tenían bolas de algodones blancas sobre ellos. Como si fuera poco, el jardín de la casa estaba envuelto en una capa de niebla.
La mansión estaba ubicada en la cima de una colina que estaba rodeada de villas de familias nobles, y a lo lejos se podía observar un enorme mar congelado.
Mientras que algunas mujeres se dedicaban a ir de compras y a divertirse en bares, Elvira hacía todo lo contrario: disfrutaba su soledad y se concentraba en perfeccionar sus habilidades de diseño.
Justo se encontraba dibujando algunos vestidos cuando un golpe en la puerta interrumpió su preciado «pasatiempo».
"¡Está abierta!", gritó debido a que su habitación era amplia e insonorizada. Aparte, se encontraba al lado de la ventana que estaba frente al paisaje brumoso del exterior. Por alguna razón, la inspiración siempre le llegaba cuando se hallaba cerca de la naturaleza.
De pronto, entró una criada con un teléfono en la mano y le informó: "Señorita, es una llamada de su madre". Enseguida, la mujer le entregó el dispositivo.
"Gracias, ya puedes retirarte", Elvira le respondió con una sonrisa, a lo que la sirvienta salió y cerró la puerta.
La joven Hidalgo miró hacia la ventana antes de atender su llamada. Como el viento helado se filtraba por su habitación, deslizó la cortina a la par que le hablaba a su progenitora: "¿Aló, mamá? ¡Me llamaste!". Sin soltar el teléfono, caminó despacio hasta su armario.
"Hola, Elvira. Hablé con la señora Sanz esta mañana y me dijo que su hijo, quien estudió en el extranjero, acaba de llegar a la ciudad. Quiero que lo conozcas", Mirta le indicó sin hacer ninguna pausa.
"Mamá, ¿me estás organizando una cita a ciegas?", los ojos de la joven se entrecerraron ante la idea.
"Así es… Quiero que te encuentres con él en Skyrise a las ocho de la noche, ¿de acuerdo?", continuó dándole instrucciones a su hija sin siquiera pedir su consentimiento.
"Mamá, ¿no crees que deberías preguntarme primero?", la señorita Hidalgo alzó una ceja al notar que su madre quería controlar todo.
"Elvira, no hay nada de malo en tener citas a ciegas, solo se trata de conocer a la persona. ¡Desde que fuiste a Londres, nunca más te he visto con novio!". Dado que Mirta sabía que su hija se negaría, preparó sus argumentos de antemano para refutar en su contra.
"Cuando estuve ahí, salí con muchísimos hombres. ¿No te lo contó la tía Tabita?", se empezaba a impacientar con el comportamiento tan autoritario de su progenitora. Sin dejar de hablar con su madre sobre la cita a ciegas de esa noche, sacó un conjunto de camisas y pantalones cortos de su guardarropa.
"¡Sí! Recuerdo que tenías tres pretendientes en Londres. ¿Cómo se llamaban? ¡Ah, ya me acordé! ¡Damen, Bagrat y Thiago!", exclamó, emocionada por la popularidad de su hija entre hombres de la alta sociedad.
A Elvira se le estrujó el corazón ante la mención del tercer nombre. Habían pasado meses desde la última vez que lo vio y habló con él. Además, su última interacción no fue para nada agradable.
Entonces, puso una mano sobre el pecho y suspiró levemente. "Está bien, mamá, aceptaré la cita a ciegas que me organizaste", accedió en un tono abatido.
"Muy bien. Ponte linda, ¿sí? ¡Adiós!", colgó al terminar de pronunciar aquello.
La joven sintió frustración e impotencia, por lo que dejó caer su cansado cuerpo sobre la cama de tamaño queen y miró al techo. "Me pregunto si me extraña. Lo más probable es que no… Quizá ya tenga novia. ¿Quién podría ser? ¡¿Jacinta Ávila?! ¡Es posible!", se dijo a sí misma antes de cerrar los ojos por unos instantes.
Al llegar la noche, Elvira se puso un sencillo pero elegante vestido midi de satén. La prenda era de un tono rosa pálido y el dobladillo le llegaba justo por encima de las rodillas. Combinó su hermoso atuendo con tacones cónicos de color rosa polvoriento y se hizo ondas desordenadas en el cabello.
Cuando arribó a Skyrise, la otra persona ya la estaba esperando. Se trataba de un hombre llamado Renato Sanz, era chino, venía de una familia prestigiosa y era dos años mayor que Elvira. Se había ido a estudiar al extranjero cuando cumplió los dieciocho años y era el único heredero de la joyería de su familia.
Al ver que Renato la saludó, ella sonrió y caminó con elegancia hasta la mesa reservada.
"Debes ser Elvira, ¿cierto?", inquirió con delicadeza y le extendió la mano para que se la estrechara.
"¡No es que «deba» serlo, sino que soy Elvira!", replicó en broma a la vez que le estrechaba la mano. Podían sentir la calidez y la suavidad de sus pieles con aquel contacto.
Renato se rio a causa de su sentido de humor y se presentó: "Me llamo Renato. Es un placer conocerte, Elvira".
"¡El placer es todo mío!", ella le devolvió el gesto.
Una vez que se sentaron, el camarero les entregó el menú y se retiró.
Después de un rato, Renato llamó al mesero. "Por favor, nos gustaría pedir el plato fuerte del restaurante y estos dos", pronunció a la par que señalaba el cangrejo real al horno y el filete a la plancha con mantequilla y ajo.
"Tráenos este vino también. ¡Gracias!", le sonrió al camarero antes de que este se alejara de la mesa.
"¿Qué ordenaste?", Elvira preguntó asombrada debido a que Renato no dejó que ella pidiera su comida, a lo que él solo le sonrió y la miró fijamente.
Cuando les sirvieron la comida una hora después, la señorita Hidalgo se quedó atónita al ver los platos que el hombre había elegido, así que le interrogó al caballero que se hallaba frente a ella: "¿Cómo supiste que eran mis favoritos?".
"La señora Mirta se lo contó a mi mamá, y ella me lo dijo a mí. ¿Por qué? ¿Te incomoda?", inquirió porque le preocupaba que aquello hubiese sido demasiado invasivo para ella.
"No, ese no es el caso. ¡Solo estoy impresionada!", Elvira replicó de inmediato y pensó que Renato se estaba tomando muy en serio la cita, hasta preguntó por su información antes de acudir al encuentro.
"¡Eso me alegra!", el hombre soltó un suspiro de alivio al escuchar su respuesta.
…
Mientras tanto, en Londres…
Naín fue a la oficina de Graham para informarle sobre Elvira. El empresario no la había visto ni hablado con ella durante los últimos seis meses. Pese a saber que estaba en China, lo cual era lo mejor para la mujer, no podía negar que la echaba mucho de menos.
Había transcurrido un semestre desde que nadie lo molestaba ni lo mareaba tanto como la señorita Hidalgo lo hacía. La extrañaba a tal grado que a veces se imaginaba que ella se aparecía frente a él o que se topaba con ella mientras trotaba en el parque cerca de su apartamento los fines de semana.
Incluso, Thiago llegó a visitar el departamento de limpieza para fantasear con que la mujer se sentaba en uno de los taburetes, pataleaba contra el suelo y hacía pucheros mientras se quejaba de él.
"Presidente, nos informaron desde China que la señorita Hidalgo está teniendo una cita a ciegas en Skyrise".
"¿Cita a ciegas?", el magnate se quedó estupefacto, y un miedo repentino envolvió sus sentidos ante la idea de que Elvira estuviera con otro hombre.
"Sí, señor. El nombre de la persona es Renato Sanz y es el heredero de Joyas Sanz en China".
Si bien Graham miraba fijamente a su asistente mientras este le informaba sobre los movimientos de la joven Hidalgo en su ciudad natal, no tardó en levantarse y caminar hacia la ventana. Una vez que observó el exterior, vio que nevaba intensamente y que los autos se quedaban estancados en la carretera.
Puso las manos sobre el pecho y contempló a la gente que buscaba de manera apresurada un refugio en los edificios y cafeterías aledaños. "Ve al estudio de Tabita y pide dos docenas de vestidos para Jacinta. Su cumpleaños va a ser en dos meses", ordenó con firmeza.
"Señor, ¡pero la señorita Ávila no usa otras marcas ni diseños que no sean creaciones de la señorita Hidalgo!", Naín exclamó e intentó comprender el plan de su jefe, y no fue sino hasta que Graham lo miró con sus profundos ojos marrones que entendió su propósito.
"¡Sí, señor! ¡Lo haré de inmediato! ¿Está seguro de que dos docenas bastan? ¿Qué tal si pedimos tres?", sugirió con entusiasmo.
Thiago se rio y dijo: "¡Me parece perfecto!".