Capítulo 32
1400palabras
2023-10-30 11:07
Era un día soleado en Londres. El verano estaba en su apogeo y la gente no aguantaba el calor del clima, por lo que muchos decidían ir a la playa para escapar de la realidad por un momento.
Sin embargo, el mundo para Graham siempre había sido diferente. No había momento en el que no estuviera inundado de trabajo en su empresa. Ni siquiera Naín, quien anhelaba tomarse unas vacaciones, podía quejarse de su situación. Como presidente de la empresa, estaba a cargo de cuatro grandes sucursales del Grupo Liu y, aunque las sucursales en China era manejado por su padre, era su responsabilidad inspeccionar todo antes de llevar a cabo las tareas.
En cuanto a Naín, dado que era el único asistente que Graham tenía, y era la persona en la que más confiaba, debía quedarse con él sin importar nada. Ser asistente de Graham era un trabajo exigente e incluso el ambiente laboral era todo un desafío; sin embargo, el salario y los beneficios eran considerables.
Aquel día, en medio de una jornada ajetreada, Rita se dirigió a su oficina con prisa y una vez en la puerta, exclamó: "¡Presidente, la señorita Hidalgo se encuentra abajo!"
El hombre le había dicho a los miembros de la empresa trabajando el edificio Liu que cada vez que llegara Elvira a la empresa, debían hacer todo lo posible por detenerla de inmediato.
El que ella estuviera ahí en ese momento se debía a aquel beso en medio del tráfico. Desde aquel preciso momento, Elvira había comenzado a molestarlo nuevamente, y seguía haciéndolo, a pesar de que todo aquello había ocurrido dos semanas atrás. Durante ese momento hasta aquel preciso momento, Elvira se había comportado y había hecho muchas cosas intrigantes que a él nunca se le hubieran ocurrido.
"¿Qué? ¿Cómo pudo pasar eso?", respondió Graham confundido y disgustado con las palabras que acaba de escuchar mientras se levantaba de su asiento con una severa expresión.
Rita no se atrevía a mirarlo a los ojos, pero aun así respondió a su pregunta, su mirada fija en sus zapatos: "Presidente, esta vez vestía uno de nuestros uniformes. Los guardias pensaron que era uno de nuestros empleados".
"¿Y qué hay de su identificación? ¿Llevaba una identificación cuando entró?" Para aquel punto, Graham ya se encontraba agitado ante la idea de la mujer en el edificio.
En la medida de lo posible, Graham no quería que Elvira fuera a la empresa, ya que pensaba que, de alguna manera, las posibilidades de que su verdadera identidad sea expuesta ante ella eran mucho más elevadas.
Antes de que su asistente pudiera responder dicha pregunta, una voz se escuchó atrás de ella: "Por supuesto que llevo una identificación. ¡Dios, Thiago, tu seguridad es demasiado estricta!"
Los ojos de Rita se abrieron mientras miraba de reojo a su jefe, quien se encontraba apretando los labios con seriedad y cuyo rostro reflejaba una expresión oscura.
"¡Retírate!", Graham exclamó con un tono frío, y sin pensarlo dos veces, Rita obedeció; sin embargo, antes de que pudiera llegar a la puerta, la voz del hombre la detuvo.
"¡Tú no! ¡Vuelve aquí! ¡Tú! ¡Vete!" Graham rugió a las dos mujeres. Ambas, llenas de confusión, se miraron la uno a la otra sin saber qué hacer.
Rita solo podía notar que, cada vez que el presidente mencionaba la palabra "vete", ella caminaba de un lado al otro y, luego, volvía a su lugar. Aquella situación era muy confusa para ella. No sabía qué realmente hacer.
Estaba a punto de llorar por la confusión, así que, se dio vuelta y le pidió a Graham que fuera más específico. "Señor, ¿me voy o me quedo?
Los ojos de Graham se cerraron mientras se masajeaba las sienes, aún de pie frente su escritorio. El hombre soltó un profundo suspiro y luego pronunció: "¡Rita, vuelve a tu escritorio!"
"Debería habérmelo dicho antes. ¿Cuál era la necesidad de hacerme dar vueltas y marearme como una tonta?", soltó molesta la mujer mientras se alejaba dando pasos fuertes llenos de molestia.
"¿Qué dijiste?" Graham no pudo evitar sorprenderse con las palabras de su asistente.
"Lo siento, señor, ¡volveré a mi escritorio ahora!" exclamó Rita al notar lo que había dicho y, antes de que su jefe pudiera decirle algo más, caminó apresuradamente hacia su escritorio.
Elvira, aún de pie en la oficina de Graham, siguió con la mirada a la mujer de forma altanera. Cuando se dio la vuelta, su nariz tocó un pecho duro, provocando que su cabeza rebotara con un poco de fuerza hacia atrás.
"¡Ay! ¡Eso duele!", exclamó mientras se tapaba la nariz.
Graham simplemente la observó con las manos en los bolsillos. Luego de unos segundos, comenzó a caminar alrededor de ella, analizándola de pies a cabeza y, de un momento a otro, sus cejas se alzaron y una sonrisa maliciosa apareció en sus delgados labios.
"¿Qué opinas de mi uniforme?" Elvira preguntó con alegría, mostrándole aquel gesto característico de ella. Elvira balanceó sus caderas mientras sostenía el dobladillo de su camisa.
"Replicaste uno de los uniformes de nuestra empresa, ¡nada mal! Realmente es una talentosa diseñadora de moda, señorita Hidalgo", dijo juguetonamente el hombre mientras sus ojos miraban fijo a la mujer, quien se mostraba realmente encantada de verlo.
"¡Gracias por el cumplido, mi guapo representante!" Elvira dijo alegremente mientras con su dedo índice le daba un dulce toque en la punta de la nariz del hombre.
"¿Me veo bien con este uniforme? Si alguna vez trabajara aquí con esta ropa, ¡probablemente sería la persona más hermosa de esa área", la mujer continuó diciendo con orgullo mientras acomodaba un mechón de cabello detrás de su oreja.
Graham solo asintió mientras aprovechaba para tomar entre sus manos la identificación falsa que colgaba del cuello de la mujer; sin embargo, al leer el nombre que en esta figuraba, no pudo evitar entrecerrar los ojos por la confusión. "¿Mía, mamá?" finalmente dijo mientras soltaba una pequeña risa.
"Bueno, no sabía qué nombre poner, solo pude pesar en ese. Creativo, ¿no? ¡Mía, Mama, Mama Mía!", exclamó la mujer mientras sostenía su identificación y balanceaba las caderas.
Graham estaba esforzándose para no soltar una carcajada ante el actuar de la mujer. Luego de unos segundos, fingió aclarar su garganta y cubrió su boca con su puño en un intento por evitar que en su rostro comenzara a notarse la sonrisa que tanto trabajo le estaba costando disimular.
"Bueno, mi querido Thiago, estoy lista para trabajar. ¿Qué voy a hacer?", preguntó alegremente la mujer mientras se dejaba caer en el sofá. "¡Esto es vida!", suspiró mientras estiraba las manos sobre su cabeza.
"¿Te preparo el café? ¿O reviso tus horarios y tus citas para hoy? Una vez vi a Jael haciendo nuestros horarios y es bastante eficiente. ¡Así que aprendí un poco de ella!", continuó hablando mientras rebuscaba las cosas de que Graham tenía sobre su escritorio.
De repente, su ceja derecha se levantó al encontrar y leer el horario que Graham tenía para aquel mes. Sin mucho esfuerzo debido a su ágil memoria, la mujer memorizó de inmediato las citas que el hombre tenía programadas mientras una leve sonrisa aparecía en la comisura de sus labios, aquellos labios que incitaban a besarlos.
"Entonces, ¿quieres trabajar en nuestra empresa hoy?", respondió Graham, mientras su ceja se alzaba con diversión.
"¡Sí! Así que dime, ¿tienes una reunión hoy? ¿Cuáles son los papeles que necesitas?" ella respondió con emoción mientras lo miraba.
"¡Muy bien! ¡Te concederé tu deseo!" Graham se burló mientras marcaba un número rápido. "Dile a Cintia que entre. ¡Tiene una nueva subordinada!"
Elvira sintió que algo andaba mal pero no podía entender qué era exactamente; sin embargo, cuando una mujer de mediana edad entró en la habitación vistiendo el mismo uniforme que ella, finalmente entendió lo que estaba pasando.
"Cintia, hoy tienes un nuevo personal en tu área. ¡Asegúrate de que trabaje bien!" Graham sonrió, la burla presente en su rostro. Luego, miró a Elvira, quien todavía estaba estupefacta por el giro de eventos.
Cintia asintió y comenzó a retirarse del lugar, pero al notar que Elvira no se movía, exclamó: "¡Oye! Ven ahora. ¿Qué estás esperando? Tienes que actuar rápido. ¡Aún no hemos terminado de limpiar algunos pisos!", le ordenó a la mujer. Aquella voz firme la sobresaltó y, al procesar las palabras que acaba de escuchar, sintió cómo un peso caía sobre ella.
"¡¿Qué?!", no pudo evitar exclamar Elvira.