Capítulo 30
949palabras
2023-10-27 14:29
Jacinta ya estaba preparada cuando Graham fue a recogerla para ir a cenar. Él aún llevaba puesto el traje que tenía en la oficina, presumiendo de poseer el aura magnífica de un joven trasnochado, pero, aun así, de aspecto encantador.
Por otro lado, Jacinta llevaba un sencillo vestido negro con tirantes y con una ligera abertura en el lado derecho del dobladillo, que estaba justo por encima de la rodilla. Su sexi vestido combinaba con sus tacones altos y abiertos. Y su peinado característico, una simple cola de caballo, daba realce a su rostro ovalado.
Fueron a un flamante restaurante de lujo que era propiedad de un extranjero. El restaurante era nuevo y siempre había cola para entrar, lo que significaba que la comida era deliciosa y poco costosa.
La ubicación también lo favorecía, ya que estaba situado en uno de los lugares más atractivos de la ciudad. Frente al restaurante, de dos pisos, estaban las torres gemelas, cuyo dueño era el hombre más rico de todo Londres.
Graham había reservado una mesa para dos, así que cuando llegaron a la entrada, el camarero los llevó a su puesto de inmediato. En medio del comedor había una fuente artificial con nenúfares. Y como si fuera poco, su llamativa vista se completaba con unos peces koi que nadaban libremente en el agua.
Graham decidió sentarse cerca de la fuente y ambos disfrutaron de su comida mientras contemplaban la espectacular vista a su lado.
"Fui al atelier de Tabita esta tarde y compré algo de la nueva colección de la señorita Hidalgo. Voy a ser honesta, estoy impresionada con sus diseños. Este que tengo puesto fue creado por ella", dijo Jacinta con orgullo. El vestido que llevaba estaba hecho exactamente para ella, que tenía un aspecto informal, pero regio.
"¡Oh! Te ves hermosa con ese vestido", dijo Graham con solo echarle un vistazo. Luego volvió a su comida.
"Y me enteré de algo. Alguien la llevó a su atelier, un hombre". Lo dijo con toda intención, para ver cómo Graham reaccionaba.
Sin embargo, para su sorpresa, él no dijo nada. Estaba concentrado en su comida.
"Creo que el hombre es su novio porque se tratan con dulzura". Continuó hablando mientras mecía la copa de vino en su mano.
Él la reprendió. "Deja de mecer la copa. Podrías mancharte la ropa".
Jacinta quedó atónita. Dejó lo que estaba haciendo y también se concentró en su comida.
Mientras disfrutaban de su cena, resonó el suave sonido de un piano en todo el restaurante. Era una de las sinfonías de Mozart.
Graham y Jacinta se detuvieron. Se sorprendieron al ver cómo la pianista tocaba una de las músicas más famosas del siglo. Jacinta, como pianista internacional, no se contuvo y mostró una expresión de desprecio. Tal vez sea una música famosa, pensó.
Graham, por otro lado, cerró los ojos despacio y vivió la canción. Sus notas y cadencia colmaron su espíritu. La sintió plenamente. Cada sonido cautivó su alma perdida.
Cuando el piano dejó de sonar, la multitud se paralizó, como la escena de un filme. Cuando volvieron en sí, la pianista ya estaba de pie, haciendo su reverencia.
Los comensales la aplaudieron sin parar y hasta le pidieron otra pieza. No obstante, antes de que pudiera responder, un hombre apuesto de unos veintitantos años fue hacia ella.
"Mis queridos comensales, gracias por apoyar incesantemente mi nuevo restaurante. Espero que disfruten la comida", exclamó con entusiasmo. Dicho eso, miró a la hermosa mujer que estaba a su lado y la presentó a la multitud.
"Por cierto, la persona que ejecutó esa dulce y apacible pieza se llama Elvira Hidalgo, es mi novia", proclamó con orgullo, poniéndole la mano en su esbelto hombro y besando su sonrosada mejilla.
Los comensales quedaron asombrados, admirados y deslumbrados. Unos aplaudieron y otros silbaron. Hubo quienes les pidieron que se besaran.
El sentir de Graham era diferente al de Jacinta. Ella estaba molesta y envidiosa de Elvira, por sus talentos. Y los celos tenían a Graham al borde de la ira.
Mientras tanto, en el escenario, Damen le preguntó a Elvira si podía darle un beso en los labios para satisfacer a sus comensales. Como él la había ayudado mucho durante los últimos días, ella accedió, con una sonrisa. Los ojos de Damen brillaron de alegría. No podía creer que ella hubiera aceptado.
"¿No hay problema con que te bese?", le preguntó una vez más, para confirmar que ella no hubiera cometido un error.
"Sí, está bien. Por ayudarme tanto, esta es tu recompensa", respondió Elvira gentilmente.
Su sonrisa era dulce y cándida, lo que hizo que Damen deseara besarla intensamente. Pero él era un caballero, y no era más que un besito. Mientras hacía contacto con sus suaves labios, cerró los ojos. Aunque fue sólo un segundo, a él le pareció un minuto.
Los comensales hicieron aún más ruido. Una pareja ideal, decían.
Ellos disfrutaban del espectáculo, pero había alguien que lo detestaba. Graham apretó los puños con fuerza, al punto de clavarse los dedos en la palma de las manos. Apretó los labios con rabia y su mandíbula se puso rígida. Todo en su rostro acusaba ira, pero sus ojos mostraban sufrimiento. "Elvira", murmuró, mirando a la tierna pareja en el escenario.
Damen acariciaba con cariño el delicado rostro de Elvira, que, sin dejar de mirarlo, sonrió con dulzura.
La mirada iracunda de Graham era enigmática. Su mente estaba llena de los recuerdos de él con Elvira. Aunque nunca la vio como su mujer, pensó que al menos habían compartido algunos buenos momentos.
Pero todo eso era borrón y cuenta nueva. Los labios y el suave rostro que una vez besó y acarició ahora pertenecían otro hombre.