Capítulo 2
1819palabras
2023-10-23 14:15
Elvira estaba medio dormida, tenía un terrible dolor de cabeza, balbuceaba cosas incoherentes y temblaba debajo de la cobija. Graham llamó a Nain para pedirle ayuda, y su asistente no solo le llevó algunas medicinas, sino también comida y ropa nueva.
"No me diga que ella es…", Nain analizó la identidad de la joven a la par que la observaba con los ojos entrecerrados a Elvira, quien se encontraba acurrucada en la cama.
"¡Ella será nuestra garantía!", el magnate respondió, sin dejar de concentrarse en la mujer que temblaba frente a ellos. "¡Pídele al doctor Heredia que venga ahora mismo! ¡Ah, y dile que mantenga esto en secreto!", le ordenó a su asistente, y cuando tocó la frente de la chica, notó que estaba ardiendo.
"¡Vamos, date prisa!", insistió a la vez que miraba al otro hombre.
El doctor Heredia llegó minutos después con un botiquín de herramientas médicas en las manos. Era el médico personal de Graham en Londres; tanto él como Nain empezaron a trabajar con el magnate desde que su abuelo, el viejo maestro Tao, lo nombró como sucesor del Grupo Liu hacía aproximadamente cinco años.
Si bien Elvira no dejó de temblar en ningún momento, algunas lágrimas comenzaron a correr por el rabillo de sus ojos.
"Presidente, ¡la joven tiene una fiebre muy alta y debemos mantenerla en revisión por unos días!", el doctor Heredia explicó.
"En ese caso, ¡prepara una habitación VIP en este preciso instante! ¡Ah, y más te vale que no menciones nada de esto a nadie!", Graham le instruyó con potestad y salió de la suite de inmediato.
Dado que el médico no entendía por qué debía mantenerlo en secreto, miró fijamente a Naín en busca de respuestas. "¡Es la hermana menor de su rival!", el asistente explicó a la vez que traía las manos en los bolsillos.
"¡Ah, con razón!", el doctor Heredia se quedó boquiabierto.
Cuando Elvira se despertó, vio que se hallaba dentro de una habitación cubierta de papel tapiz de color blanco, con un sofá negro de cuero de una capacidad aproximada de cinco personas, una mesa redonda con un florero encima y un enorme retrato de Alessia en una de las paredes.
Alessia era la prima mayor de Graham. Al igual que el empresario, ella también era una persona misteriosa. Aunque se había convertido en una celebridad muy reconocida y su nombre real era Lesath Exposito, nadie más que los Liu y los Exposito, sus parientes y familiares más cercanos, sabían sobre su verdadera identidad.
Los ojos débiles de Elvira brillaron y sus labios pálidos se curvaron con una sonrisa al mirar el cuadro: se trataba de una pintura de una mujer que se columpiaba bajo un árbol solitario y sobre la cima de una colina. Su cabello se balanceaba con el viento y su expresión era cautivadora. Aquella obra simbolizaba una vida feliz y grata. Detrás de ella, se encontraba un hombre apuesto que le sonreía con cariño mientras la observaba y la ayudaba a empujar el columpio con ambas manos. En el fondo se veía la puesta del sol; el color dorado y rojizo del ardiente horizonte era capaz de hechizar a cualquiera a primera vista.
"¡Qué obra tan perfecta!", murmuró.
De pronto, recordó que había presenciado un paisaje similar en el pasado, así que frunció el ceño y volvió a examinar el cuadro con atención. Justo en ese instante, Graham entró a su habitación y dijo en un tono indiferente: "¡Ya te despertaste!".
Como Elvira olvidó que tenía un suero intravenoso conectado a su muñeca, sintió un jalón doloroso cuando quiso levantarse. "¡Auch! ¡Eso dolió muchísimo!", chilló antes de añadir: "Por cierto, ¡gracias por traerme al hospital!". Pese a que su sonrisa era débil, su delicado rostro seguía siendo encantador.
Graham soltó una risita burlona y le informó: "Me temo que tendrás que quedarte aquí por un tiempo, señorita Hidalgo".
Elvira se asustó al escucharlo, por lo que preguntó con nerviosismo: "Me vas a acompañar durante mi estadía, ¿verdad?".
"¡No, no me gustaría hacerlo!", replicó con franqueza y sin apartar la mirada de la chica, quien lucía espantada y estresada. "¿Y bien? ¿Quién te estaba persiguiendo anoche?", preguntó de forma abrupta.
Elvira se sentó en el borde de la cama y observó su alrededor a propósito para evitar la fría y aterradora mirada del empresario. Por alguna razón, el comportamiento de aquel hombre tenía un fuerte impacto en ella: con tan solo percibir su mirada, sentía que se derretía como si fuera una vela que se consumía poco a poco.
"¡Oye, te hice una pregunta! ¡¿Quién te perseguía?!", Graham insistió con impaciencia. Una de las cosas que más odiaba era que alguien le hiciera repetir sus palabras.
"N-no lo conozco… ¡L-lo único que sé… es que me daba mucho miedo!", tartamudeó a causa del pavor y su semblante se volvió sombrío.
La tolerancia de Graham se estaba nublando y se iba esfumando, por lo que frunció el ceño, caminó hacia ella y le levantó la barbilla con brusquedad. "Dijiste que eras la hija de la familia Hidalgo. ¿Estás segura de que no sabes quién te perseguía?". La prepotencia en su expresión la estaba asustando demasiado.
"¡Te juro que no lo conozco!", respondió a la vez que sacudía la cabeza. Que ella recordara, jamás había visto a ese hombre en el pasado. "¡Alguien me secuestró, pero logré escapar en el mismo día!", la muchacha añadió con la voz temblorosa y sin dejar de pestañear con nerviosismo.
Graham arrugó la frente y advirtió: "¡Muy bien! Si no quieres decir la verdad, entonces te dejaré aquí sola. ¿Sabías que anunciar que eres la hermana del director Hidalgo es como sentenciar tu propia muerte?".
Elvira se quedó estupefacta. ¿Qué quiso decir aquel sujeto? ¿Era verdad que su hermano tenía muchos enemigos? ¿Había ofendido a mucha gente en su cargo de director? Ella nunca creyó en esos rumores. Si bien su hermano podía ser un hombre despiadado y déspota, también tenía un lado compasivo.
"¿Qué quieres decir?", se sentía abrumada.
"Señorita, no sé si eres ingenua o tonta, pero si fuera tú, no revelaría información de mi familia a cualquiera. ¡Puede que tus secuestradores sean enemigos de tu hermano!", removió con aspereza los dedos que sostenían su barbilla, le dedicó una sonrisa y cerró la puerta de golpe al salir, haciendo que ella se sobresaltara.
Un recuerdo de lo que le sucedió la noche anterior apareció en su temerosa imaginación. Elvira era una diseñadora de moda y trabajaba en el estudio de su tía Tabita, quien era la hermana mayor de su padre. La empresa en cuestión era una de las más grandes de esa industria en su ciudad, y tenían tanto trabajo que la mayoría de las ocasiones tenían que quedarse hasta las seis o siete de la noche para terminar algunos pedidos.
Elvira fue la última en salir del estudio aquella noche, y eran las siete y media cuando cerró el portón de hierro. Al darse la vuelta, un hombre la agarró y le tapó la boca con un pedazo de tela que tenía un olor fétido. Fue así como se mareó y se desmayó.
Cuando recuperó la conciencia, se percató de que se hallaba en una especie de almacén. Estaba sentada en una silla con las manos atadas a un poste que se encontraba detrás de ella, le habían tapado la boca con un trapo y sus pies también estaban amarrados. A como pudo, empezó a forcejear para desatar las cuerdas que tenía alrededor de las muñecas, y su rostro no tardó en llenarse de sudor y de lágrimas. Además, tenía el cabello revuelto.
La habitación era bastante pequeña, estaba hecha de metal y la única puerta que había parecía muy resistente.
Mientras examinaba su entorno con los ojos, escuchó que alguien se acercaba a la puerta, así que fingió estar dormida. Segundos más tarde, un hombre de unos veintitantos años entró y dijo: "Jefe, todavía está inconsciente". Al notar que el sujeto siguió hablando a pesar de que no alcanzó a oír ninguna respuesta de la otra persona, supuso que estaba conversando por teléfono.
"¡De acuerdo, jefe! ¡Lo haré ahora mismo!", exclamó antes de colgar. Después de un rato, Elvira sintió un chorro de agua fría en la cara, y su blusa no tardó en empaparse.
"¡Ah!", Elvira gritó y sacudió la cabeza de inmediato. Tras abrir los ojos, divisó a un hombre burlándose de ella.
De repente, la joven se sobresaltó al escuchar el impacto que el sujeto provocó al arrojar la cubeta a una de las esquinas. Enseguida, el desconocido se le acercó, levantó su rostro a la fuerza y le preguntó con una sonrisa: "¿Sabes por qué te estamos haciendo esto?".
Elvira parpadeó un par de veces y unas lágrimas rodaron por su delicado rostro. En su mirada se podía ver la ira, el miedo y la impotencia que sentía. Aun así, se dedicó a observar detalladamente a su secuestrador para memorizar cada uno de sus rasgos faciales. Cuando el hombre vio que ella estaba sollozando, la soltó, tomó una silla del almacén, la colocó a unos dos metros de la mujer y la giró antes de sentarse con las piernas abiertas. Procedió a usar el respaldar como reposabrazos y le quitó la mordaza de la boca a Elvira.
"¡Puaj!", la muchacha jadeó en busca de aire tan pronto como le removieron el pedazo de tela y tosió un par de veces. "¿Qué quieres de mí?", aunque su voz sonaba ronca y nerviosa, también traía una pizca de determinación.
"¡No queremos nada de ti, pero sí de alguien que conoces! ¡Por eso te vamos a usar como nuestra garantía!", respondió el sujeto con una expresión malvada.
Elvira se sorprendió por la revelación del hombre e intuía que el verdadero objetivo de los secuestradores era una persona que conocía o que era muy cercana a ella. A pesar de lo abrumadora que le resultaba la situación, no dejaba de pensar en que debía engañar al hombre para poder escapar. Sin embargo, le costaba planear una buena estrategia.
"Apuesto a que piensas que soy un monstruo, ¡pero la persona que conoces fue quien me hizo así!", el sujeto espetó con una furia insondable.
"¡No creo que alguien te supere en cuanto a bestialidad! ¡Mira lo que me has hecho: me ataste, me amordazaste y me echaste agua fría en la cara!", la joven apretó los dientes y lo miró con indignación.
El hombre se rio, se levantó y observó su rostro. Habían quedado tan cerca que por poco se besaban, así que ella apartó su cara para evitar que eso sucediera. Tan pronto como el hombre notó la repulsión que ella sentía, frunció el entrecejo. "Señorita Hidalgo, aunque eres hermosa, ¡no eres de mi tipo! ¡Espero que lo recuerdes!", le tocó la frente, se dio la vuelta y le dijo con una sonrisa: "¡Si en verdad fuera una bestia, ya te habría desnudado!".