Capítulo 44
1967palabras
2024-04-15 21:41
Capítulo Cuarenta y tres
La Orden Negra II
―¿Me explicas qué es lo que buscas? ―Miré por encima de su hombro el libro que Anthony ojeaba a una velocidad increíble.
Al principio me había quedado sin habla al encontrarme con la biblioteca más grande que había visto en mi vida. Durante los primeros minutos me limité a recorrer la estancia con la mirada, en un vano intento de que mis ojos abarcaran todo. El lugar donde estaban los «Archivos Secretos de la Historia» parecía un laberinto armado con paneles de madera de una altura increíble, como edificios, atiborrado con todo tipo de libros que se perdían en la penumbra donde la luz no estaba encendida.
Cuando por fin dejé de observar lo que me rodeaba, me di cuenta de que Anthony había recogido varios tomos de distintos estantes para colocarlos sobre una mesa redonda. Desde ese momento se había enfrascado en su lectura, pasando las páginas con una rapidez anormal.
―Ya casi lo tengo ―respondió aún concentrado en lo que leía. Asentí en silencio y me limité a adentrarme por uno de los pasillos. Los libros eran antiguos, de tapas de cuero, letras doradas en los lomos de algunos de ellos y otros sin indicación alguna. Estiré el brazo y tomé el que tenía más cerca, era un volumen grande y pesado con tapa marrón. Al abrirlo me encontré con unas letras manuscritas que ponían algún título en latín. Las hojas eran gruesas, amarillentas por el tiempo pero casi intactas, en perfecto estado de conservación a pesar de que se notaba que databan de cientos de años atrás. Lo ojeé con cuidado, la caligrafía prolija era estilo gótico, intercalada con pequeños dibujos pintados a mano que ocupaban hojas enteras.
Sin poder imaginar los años que tenía aquel libro lo dejé en su lugar y volví donde Anthony seguía con su lectura. Me senté a su lado y lo miré inquisitiva, a la espera de que me contara cuál había sido el descubrimiento en el que yo había formado parte sin saberlo.
―Bien. ―Se volvió hacia mí con los ojos encendidos. Me sonrió triunfador y yo le hice un mohín ansiosa.
―¿Puedes decirme qué has descubierto?
Asintió y tomó uno de los ejemplares que había estudiado. Lo abrió en una página donde había un dibujo del símbolo que habíamos visto en la cripta y que yo reconocí de mi sueño.
―La svástica o cruz gamada ―comenzó a explicar―, es un símbolo que nació mucho antes de que Hitler lo utilizara como estandarte. No se sabe con exactitud dónde pero está relacionado con varias religiones antiguas. Hay dos tipos, la svástica dextrógira que gira hacia la derecha y representa para los budistas la espiritualidad, el poder del sol y la iluminación; y la svástica sinistrógira, que gira hacia la izquierda y es el símbolo de la destrucción, relacionada por algunos con la diosa Shiva o Kali. Sin embargo muchos de los míos creen que este símbolo fue creado hace siglos por el primer vampiro que habitó la tierra y que él fundó una orden con sus vástagos para que esparcieran nuestra raza por el mundo. No sé si eso es verdad, pero dicha orden ha existido durante siglos y quienes pertenecen a ella tienen inclinaciones oscuras que los relacionan con ciencias ocultas. El sire de Hitler pertenecía a esta orden y lo inició en ella, por eso él tomó la cruz como símbolo, quería revelar de alguna forma su verdadero objetivo en lo que hacía. Cuando Hitler cayó y tuvimos que encargarnos de sus seguidores, los miembros de la orden se dispersaron.
―¿Y Camilla formó parte de esta orden?
―Ella actuó escondida junto a Hitler, nunca admitió su participación, ahora sé que estuvo allí. Tu sueño me confirmó lo que yo había imaginado, pero nunca investigué. Camilla perteneció a la Orden Negra y es probable que dicha hermandad nunca haya dejado de existir. Si es así, los planes de Camilla pueden ser peor de lo que imaginamos y quienes están con ella, tal vez, sean aquellos que escaparon en la Segunda Gran Guerra.
―¿Qué haremos entonces? ―pregunté alarmada. La idea de un grupo de vampiros milenarios con el objetivo de «purificar» la humanidad se me hacía tan aterradora como imposible.
―Lo que debimos hacer con los miembros del Clan hace muchos años, seguir el rastro de los que pertenecieron a la orden. No sé con exactitud cuántos son, pero conozco a algunos de los antiguos miembros; ellos serán a quienes visitaremos primero. De allí podré sacar más información para ver qué camino seguir.
Asentí en silencio y desvié la mirada de Anthony para pasearla por los estantes de madera. Una pregunta revoloteaba en mi interior y luchaba por salir.
―¿Estás bien? ―preguntó con tono preocupado. Admití distraída mientras su mano acariciaba mi mejilla―. Si quieres quedarte aquí puedes hacerlo. No debes tener miedo Maia, pero debes saber que lo que hagamos de ahora en adelante no será fácil y puede llevarnos por caminos peligrosos.
―Lo sé ―susurré―. Es solo que… ―titubeé unos segundos antes de continuar, temía escuchar la respuesta―, entiendo lo que dices, pero hay una cosa que no me cierra ―tragué saliva―, ¿qué tengo que ver yo en esto? ¿Por qué Camilla me quiso desde el principio y me busca con tanto ahínco? Anoche en el sueño me dijo unas palabras que no puedo sacar de mi cabeza y estoy casi segura que tanto tú como Alejandro no me han dicho todo lo que saben.
Anthony me observó durante unos segundos, sus ojos grises se arremolinaron, se oscurecieron como si una nube los hubiera cubierto, y luego volvieron a brillar con una tenue luz que me transmitió preocupación.
―Era la pregunta que esperaba desde que dejamos París. ―Tomó mi mano entre las suyas.
―Alejandro dijo que me explicarías lo que necesito saber.
―Sí ―asintió él―. El problema es que… no sé si quieres escuchar lo que tengo para decir.
Lo miré confundida, a sabiendas de que fuera lo que estuviera a punto de contarme, le costaba hacerlo.
―Quiero saber―respondí por fin. Él asintió en silencio y se puso de pie para dar un rodeo a la mesa y colocarse frente a mí.
―La verdad Maia es que parte de lo que te voy a contar son conjeturas mías y de Alejandro. Estamos casi seguros de que las cosas son como pensamos, pero queda un margen de error. Hace varios siglos, incluso antes de que yo existiera, los de mi raza pasamos por una peligrosa época donde fuimos buscados, estudiados y cazados para que la humanidad pudiera librarse de nosotros. Había muchos más vampiros que en la actualidad, hasta casi podría decirse que éramos una plaga. Convertían a diestra y siniestra, y los sires no se encargaban de sus vástagos, los dejaban vagar de un pueblo a otro sembrando el terror y el pánico. Debido a esto muchos humanos se encargaron de buscar una forma de destruirnos. Pasaron por todas las técnicas convencionales que conoces por las leyendas, hasta que se toparon con una que resultaba.
―¿Una forma de matarlos? ―pregunté angustiada.
―En realidad, para ustedes los mortales, solo hay dos: una es cortándonos la cabeza, cosa que se puede volver muy complicada si tienes en cuenta nuestros rápidos reflejos. Casi nadie puede acercarse lo suficiente a un vampiro como para cortarle la cabeza. La otra es la incineración, pero hablamos de cremación absoluta, nuestro cuerpo debe ser reducido a cenizas, si no, se regenera con el tiempo. Como notarás ninguna era muy útil para los humanos, no tenían posibilidad ante nosotros. Sin embargo, un grupo reducido de mortales descubrió otra manera de destruirnos y que tiene que ver con la espiritualidad tanto del cazador como de la criatura contra la que se lucha.
―¿Objetos benditos? ―aventuré. Anthony asintió despacio―. Entonces lo de la cruz bendecida o el agua bendita…
―No es así como funciona. En realidad un solo objeto bendito es el que puede destruirnos y es la plata. En aquella época utilizaban una flecha con punta de plata bendecida o un cuchillo de plata bendecido clavado directo en el corazón. El problema es que este sistema funcionaba solo para algunos cazadores. Depende de dos cosas: de la fe del que utiliza el objeto y del vampiro que se quiere combatir. Todos sabemos que las almas de los vampiros están corrompidas en mayor o menor medida, por ello resulta eficiente con vampiros de mayor poder y más antiguos, mientras más dañada está su alma mayor eficacia tiene el objeto, pero también mayor debe ser la fe del que lo porta. Por esto en la historia han existido pocos cazadores de vampiros verdaderos. No solo se debe querer matar, sino que se debe estar preparado para ello, tener una energía especial y la fuerza suficiente para contrarrestar nuestro poder. Aquello fue algo que se volvió peligroso durante muchos años, pero varios de los de mi raza se dieron cuenta de que había una forma de descubrir quiénes eran posibles cazadores: el aura.
Me erguí en la silla y tragué saliva con dificultad ante sus palabras.
―Ustedes pueden ver el aura de las personas ―susurré―. Así los reconocían.
―Así es, veíamos su aura especial y así sabíamos que era un cazador en potencia, que tenía la habilidad de matarnos. Por eso lo supe apenas te vi ―dijo sin apartar su mirada―. Tú tienes esa aura especial, esa espiritualidad tan profunda que está arraigada a tu alma, esa energía fuera de lo normal que te protege.
―No, Anthony ―negué enérgicamente―. Eso no puede ser verdad ¿Yo matando vampiros? Es la tontería más grande que he oído.
Intenté despegar mis ojos de los suyos que me tenían atrapada, pero no lo conseguí. Su intensidad me envolvía y por más que en mi interior tratara de restar importancia a sus palabras, sabía que decía la verdad.
―Camilla debió impresionarse al verte. Hace mucho tiempo que no aparece nadie así. En realidad, yo nunca me había topado con un aura como la tuya. Creo que su plan, y aquí es donde entra la conjetura, era acercarse a ti para matarte o convertirte en vasalla suya. Ella te ve como un posible peligro para su plan, como una cazadora en potencia capaz de vencerla, por ello si no te unes a ella, debe destruirte.
―Bueno tengo que admitir que cada vez me convenzo más de que Camilla está desquiciada ¿Me imaginas enfrentándome a ella? Qué ridiculez.
―Lo has tomado con más humor del que pensé. ―Anthony acunó mi rostro entre sus manos y me acarició con sus dedos suaves y cálidos. Se acercó e inhaló mi olor con satisfacción antes de besarme con ternura―. No te preocupes, mientras estés conmigo no hará falta que te enfrentes a ella.
―Lo sé, no tengo miedo ―susurré contra sus labios. El silencio nos envolvió durante unos segundos en los que dejé que toda su presencia me envolviera. Volví a la realidad embriagada de él y extasiada por su cercanía―. ¿Y tú qué piensas de todo esto? ―inquirí con la cabeza recostada sobre su pecho―. ¿Crees que en verdad podría matar vampiros?
―Sí, pero no deberás hacerlo, no te dejaré.
Su aliento rozó mi piel y me estremecí de placer. Me sentía segura en sus brazos, sabía con certeza que Anthony no permitiría que nada malo me ocurriera; sin embargo lo que acababa de decirme había abierto dentro de mí una puerta hacia lo desconocido.
De pronto me asaltó una idea que me envolvió como un manto oscuro para luego dejarme con la duda carcomiéndome por dentro. Si lo que Anthony decía era verdad entonces no solo nos separaba el hecho de ser humano y vampiro, o mortal e inmortal; sino que yo tenía la habilidad de destruir a los de su raza.
¿Eso nos convertía en enemigos?