Capítulo 20
1612palabras
2023-10-14 07:46
Capítulo Diecinueve
El Secuestro
Inspiré con fuerza antes de incorporarme y caminar hacia el salón. Estaba igual que todas las noches, sumido en semi oscuridad, lúgubre y hermoso. La figura de Camilla envuelta en un ajustado vestido negro se encontraba junto a una de las ventanas.
―Volviste ―dijo antes de que yo hablara.
―Sí ―murmuré sin acercarme.
―Me alegra que estés aquí. ―Se volteó y su rostro perfecto se vio iluminado por las escasas lámparas. Tenía una extraña expresión feroz que deformaba sus bellos rasgos. Esbozó una sonrisa que me hizo estremecer al dejar al descubierto sus dientes marfileños.
Instintivamente di un paso hacia atrás.
―¿Sucede algo? ¿Ahora me temes?
―No, es solo que… ―titubeé sin saber qué responder, sentía que la atmósfera de la casa era tan pesada que podía aplastarme. Comenzó a fallarme la respiración y Camilla hizo un gesto al notar mi extraño comportamiento―. No me he sentido muy bien hoy.
―Se te ve un poco sofocada. ¿Quieres tomar algo?
―No, gracias. ―La sensación de que una extraña presencia nos rodeaba a ambas se intensificó. Esta vez no era solo la fantástica mujer que tenía frente a mí la que parecía llenar la habitación, había algo más.
O alguien.
―Tal vez deberías regresar a tu casa ―señaló Camilla―. Aunque… ―Sus ojos se clavaron en los míos y noté que su color negro era despiadado, como si se tratase de la profundidad de un lago oscuro en el que podía hundirme de solo mirarlo.
―¿Aunque?
―Sería una pena porque tengo una sorpresa para ti. ―Su voz fue tan suave y profunda que su eco quedó en mi cabeza. El gesto de su rostro se endureció aún más y sus ojos relucieron con intensidad. Un terror inusual se apoderó de mí y ella lo notó de inmediato. Esbozó una sarcástica sonrisa y desvió la mirada hacia algún punto a mis espaldas.
―Parece que te ha detectado ―dijo en son de burla―. ¿Crees que eso es posible? Sí, después de todo, tú nunca pasas desapercibido, ¿verdad?
No quería ver lo que había detrás, puesto que había sentido su presencia desde el primer instante sin ser consciente del todo. A pesar de ello me volteé con el corazón en un puño y la respiración agitada.
Antes de que apareciera con todo su esplendor, lo reconocí. Su nombre quedó atascado en mi garganta y no pude evitar sorprenderme de verlo allí.
―¿Anthony? ―dije cuando por fin pude hablar.
―¿Anthony? ―hizo eco Camilla―. Cambias de nombre con demasiada frecuencia. ―Rio por lo bajo.
Mis ojos bailaban entre ambos sin poder comprender qué sucedía, entonces él dio dos pasos adelante y se paró frente a la ventana. En ese momento pude observarlo con cuidado. Era el francés, no cabía ninguna duda, pero había sufrido una transformación radical. Su cuerpo parecía más grande, como si hubiera crecido y ocupara gran parte del cuarto, e intimidaba con su porte. Su cabello azabache ondulado y rebelde le caía a los costados del rostro y algunos mechones sobre la frente, lo que le daba un aspecto salvaje, y su blanca piel reflejaba con intensidad la luz plateada. En sus ojos se había producido el mayor cambio, ya no eran negros, sino de un intenso y profundo color gris claro, como nubes de tormenta arremolinadas en torno a las pupilas.
La verdad cayó sobre mí como un baldazo de agua fría. ¿Cómo no me había dado cuenta? Me llevé las manos a la boca para contener un gemido al percatarme que me encontraba en aquella habitación con dos vampiros.
―Tú usas siempre el mismo ―respondió él a la acusación de Camilla. Su voz era profunda, grave, deliciosa a los oídos, pero la amenaza implícita en su tono logró que me estremeciera.
―Hay tanta historia detrás de este nombre. Sería una pena que se perdiera, me gusta mi pasado, no intento huir de él.
―A veces el cambio es bueno.
―Puede ser bueno mientras no olvides quién eres, Vlad. ―Remarcó las últimas palabras con cuidado para que yo no me las perdiera. Mi reacción fue instantánea y esta vez no pude evitar lanzar un grito ahogado.
―Le contaste ―dijo Anthony―. Debí imaginar que lo harías.
―Era la única forma de atraerla, ella estaba a la espera de conocer esa historia, ¿verdad? ―Se volvió hacia mí con una sonrisa maléfica dibujada en su rostro y me pareció que su belleza desaparecía―. Y también de atraerte a ti, sabía que vendrías cuando ella decidiera aparecer.
―Maia.
Di un paso atrás cuando él intentó acercarse.
―Ella sabe lo que eres y quién eres ―dijo Camilla con satisfacción.
―No entiendo qué pasa aquí, no… ―Cerré los ojos en un intento de que todo desapareciera. Pero eso no sucedió.
―Puedo explicarlo si te calmas ―replicó Anthony con suavidad.
―¿Qué le vas a explicar? ―rio la mujer vampiro―. Sabes por qué te llamé y sabes por qué la tengo a ella, ahora haz lo que tienes que hacer.
Miré a Camilla confundida, el desafío en su tono hizo que el engranaje de mi cerebro, que se había detenido a causa de la impresión, volviera a funcionar. Comencé a pensar en la forma de escapar de allí, no quería más explicaciones.
La mirada de Anthony me atrajo hacia él, era imposible no mirarlo, resistirse a la profundidad grisácea y difusa de sus ojos. Me hundí en ellos.
―Confía en mí Maia —susurró en mi cabeza—. Debes correr hacia la salida cuando te diga, ¿de acuerdo?
―¿Vas a dejar que se vaya? ―Camilla rompió el encanto.
―¿Qué quieres de ella?
―Eso ya lo sabes, tú también puedes ver su aura.
―No te entiendo, ¿en verdad pensaste que ganarías algo al hacerme venir? ―preguntó él con desprecio. Lanzó una carcajada que resonó en la estancia―. Qué poco me conoces Juliette, me extraña que no hayas aprendido nada en tantos años.
―¿Estás lista? ―dijo la voz en mi mente, haciéndose oír sobre la conversación―. A la cuenta de tres.
Un gruñido llamó mi atención mientras posicionaba el cuerpo para correr. Era Camilla cuyos ojos refulgían con odio hacia Anthony. Observé el espacio que había hasta la puerta de la sala por encima de mi hombro. No era mucho.
―He aprendido más de lo que puedes imaginar. ¿Tú a qué te has dedicado? A refugiarte y revolcarte como un reptil. Patético.
―Uno… ―Enfoqué la salida.
―Lamento que llames aprender a lo que has hecho ―respondió él con una sonrisa.
―¡Y yo lamento que olvidaras tu verdadera esencia! ―gritó ella.
―Dos… ―Los músculos de mis piernas se tensaron.
―¿Tú hablas de esencia? Creo recordar tus comienzos y me parece que fuiste tú quien se perdió en el camino. ―Anthony endureció su expresión.
―¡El que se perdió eres tú! Mira lo que te he traído y no puedes matarla. ¡Tendré que hacerlo yo! ―Su labio superior se curvó y dejó al descubierto su dentadura coronada por dos largos y afilados colmillos.
Las palabras y la visión de aquellos dientes aterradores lograron que mis pies pegaran un salto. Me catapulté hacia la salida y recorrí el pasillo. Sentí un fuerte ruido detrás y los gritos pronto se convirtieron en gruñidos. La distancia que había hacia la entrada me pareció de mil kilómetros, como si el corredor fuese una enorme serpiente que se alargaba con cada paso que daba para nunca llegar a mi destino.
Mis manos golpearon contra la puerta y tantearon hasta encontrar el picaporte. La abrí de un tirón y me lancé hacia la calle saltando los escalones y la cerca de madera, y sentí el aire fresco golpear mi rostro y airear mi cerebro.
Las pisadas sobre el asfalto resonaban con fuerza. Sin saber muy bien lo que hacía pasé mi casa de largo y continué la carrera. ¿Hacia dónde me dirigía? Era obvio que no podía refugiarme allí porque ellos estaban enfrente.
―Lisa. ―Pensé. Me concentré en respirar al sentir que me dolían los pulmones y la garganta―. Solo son tres cuadras.
El farol verde de la casa de Lisa me dio la pauta de que había llegado. Me detuve en la puerta y me llevé la mano al pecho en un intento por recuperar el aliento. Miré hacia la calle y no vi a nadie. Toqué el timbre.
―¿Quién es?
―Soy Maia, señora Zirello.
―Pasa, querida. ―El rostro de la madre de mi amiga apareció en el umbral―. ¡Vaya estás muy pálida! ¿Te encuentras bien? ―preguntó alarmada. Sentí que su mano me tomaba el brazo y tiraba de mí hacia adentro. Debía verme fatal porque así me sentía.
―Salí a correr y me mareé.
Elsa me sirvió un vaso con jugo muy azucarado mientras llamaba a gritos su hija. Lisa no tardó en bajar y entre las dos me atendieron. Solo fui capaz de balbucear algunas respuestas sin sentido y después Lis insistió para que me quedara a pasar la noche. Acogí la idea de buen agrado.
Acostada boca arriba en la cama noté cómo la cabeza me daba vueltas mientras me empeñaba en no pensar en nada. Los suaves ronquidos de mi amiga me sirvieron de arrullo para que pudiera dormir con facilidad.
Creí que habían pasado apenas unos segundos cuando percibí que una mano se posaba sobre la mía.
―Estaba dormida ―murmuré sin despegar los párpados. Entonces tomaron mi brazo y me percaté de que los ronquidos de Lisa aún llenaban la habitación. Abrí los ojos sobresaltada y traté de incorporarme, pero fue en vano, una mano me tapó la boca y me sostuvo con fuerza contra el colchón.
―Silencio ―susurró una voz en mi oído―. No querrás despertar a todos. Es hora de que vengas conmigo.
Me arrastraron fuera de la litera y me hundí en las sombras.