Capítulo 51
1288palabras
2023-08-13 00:02
No sé cómo hizo para decir las palabras perfectas y para apaciguar mis más profundos miedos por nuestra relación en segundos. A él no le importa que me ponga nerviosa con facilidad ni que desconozca mucho del ámbito s*xual. Simplemente quiere estar conmigo para siempre, y la sola idea hace que me conmueva y me sonroje.
De inmediato, coloco mis manos detrás de su cuello y acerco sus labios a los míos. Estoy tan feliz, que en lo único que puedo pensar es en Gonzalo. El beso comienza lento y sensual, pero rápidamente vuelve a al ritmo en que estaba antes de que me asustara.
Colocando sus manos en mi trasero, me atrae hacia su m*embro duro y, sin querer, dejo escapar un fuerte g*mido. Ante esto, él gruñe, y acerca sus caderas a las mías. El contacto es tal delicia, que comienzo a sentir un hormigueo, y una sensación inigualable en mi vientre. Si aun estando vestidos se siente así, entonces no puedo ni imaginarme cómo debe ser tener s*xo. Ahora entiendo a qué se referían todos.

Conforme aumenta la velocidad, la respiración se me entrecorta, y mis besos se van volviendo bruscos. Siento que estoy flotando, pues jamás había experimentado algo así.
“Gonzalo”, gimo, abriendo la boca. Mis ojos se cierran solos, al enfocarme en la creciente tensión en mi vientre. “Por favor”.
“¿Por favor qué?”, se burla de mí, pero en este momento no me importa. Necesito que me ayude a remediar este dolor que siento entre mis piernas.
“Por favor”, pido de nuevo.
De pronto, deja de frotarse contra mí, lo que provoca que abra los ojos y haga un puchero, mirándolo confusamente. ¡No entiendo por qué se detuvo!
“Pide lo que quieras. Estaré encantado de ayudarte”, dice. Me muerdo el labio, insegura de pedirle directamente lo que necesito, pero puedo ver al sonriente y cariñoso Gonzalo, quien no me presionaría para hacer algo que no quiero. Debo estar tardando demasiado en responder, ya que él recarga su frente en la mía.

“¿Confías en mí?”, susurra.
“Sí”, respondo enseguida.
“Bueno, entonces pídeme lo que sea que quieras. Te prometo que no te arrepentirás”. Todavía sigo algo nerviosa, pero me siento más cómoda luego de que él dice eso.
“Quiero que… me hagas v*nirme”, susurro. Es la cosa más sucia que he dicho en mi vida, y eso solo me hace desearlo más.

“Tus deseos son órdenes”, declara, y luego me besa de nuevo. Entonces nos gira en la cama, de modo que quedo boca arriba. Sus codos soportan casi todo su peso, así que, aunque no está acostado directamente sobre mí, nuestros cuerpos están en contacto.
Él sigue frotándose en mi región inferior, aumentando la tensión. Una de sus manos va hacia abajo, desde mi rostro, y la otra va hacia arriba, comenzando en mi muslo. Luego, al llegar a uno de mis s*nos, con el dedo índice acaricia mi p*zón. Ante la nueva sensación me estremezco, arqueando la espalda ligeramente. El hecho de que no traiga sostén en verdad aumenta el placer, pues aunque no me toca directamente, parece que sí lo hiciera.
Me hace soltar un g*mido cuando sube su pulgar y pellizca ligeramente mi p*zón, ya que un hormigueo surge desde este sitio y se extiende hasta mi centro. Gonzalo muerde mi labio y luego baja hacia mi mandíbula, mi cuello, y hasta mi otro p*zón. Lo lame a través de mi blusa y enseguida comienza a chuparlo. Con mis manos, enseguida lo agarro de la cabeza, y lo acerco aún más a mi cuerpo. ¡Se siente tan bien!
Si bien no creo que pueda soportar más, él se desliza desde mi muslo hasta mis pantalones cortos de pijama. No me los quita, pero pone su mano sobre mi centro, aún vestido, y frota mi cl*toris. La combinación de tocar y lamer, junto con su roce, me provoca una explosión sensorial.
Empieza a moverse todavía más rápido y con más fuerza contra mí, acelerando aún más mi respiración. Luego levanta la cara, para besar y lamer mi cuello, y al llegar a mi oído, me mordisquea suavemente el lóbulo de la oreja y me susurra al oído.
“C*rrete para mí”.
Como si fuera una orden, me v*ngo, dando un fuerte grito que Gonzalo ahoga con su beso. La sensación es embriagadora, y las olas de placer continúan cuando sigue frotando, al tiempo que me c*rro y suelto un suspiro entrecortado. Debo haberme desmayado por unos treinta segundos, y cuando vuelvo a mis sentidos, veo a Gonzalo, quien tiene una sonrisa arrogante en su rostro. Ni siquiera puedo reprochárselo, ya que él sabe bien que tiene dedos mágicos.
Sonriendo perezosamente, me giro hacia él. “Eso fue…”. Me detengo para encontrar las palabras que puedan describirlo. Pero él solo se ríe y me acuesta a su lado.
“¿Te quedaste sin palabras? Solo espera a que te toque de verdad. Mi boca puede hacer cosas que ni siquiera te imaginas”.
Escondo mi rostro en su pecho para ocultar mi sonrojo, pero estoy segura de que lo notó, pues él siempre se da cuenta de todo. Durante otro minuto más, nos quedamos acostados en la cama, hasta que un gruñido de mi estómago interrumpe groseramente nuestro momento.
“Cámbiate y luego iremos a que comas algo, ¿sí?”.
Asintiendo, le doy a Gonzalo un beso lento y que dura un poco más de lo que pretendía. Él es quien retrocede, gimiendo.
“No empieces algo que no podrás terminar”. Sacude la cabeza, mirando hacia su «parte», y levanto las cejas. ¿Cómo pude haber sido tan egoísta? Él me ayudó, ¿Por qué entonces no hice lo mismo por él? ¿Es eso lo que quiere?
“¿Quieres que… que yo…?”. Ni siquiera termino la oración, cuando Gonzalo ya está negando con la cabeza.
“No, amor. Hoy solo quería darte placer, y en verdad disfruté mucho ver que te c*rrieras gracias a mis manos”. Se levanta de la cama y se acerca a su cajón, sacando ropa interior limpia y un pantalón deportivo. Luego me los entrega, y me lleva hacia el baño, donde me cambio el atuendo… sucio… que traía puesto. ¿Cómo iba a adivinar que las cosas terminaban así?
Cuando por fin estoy limpia, abro la puerta del baño, encontrándome de frente con Gonzalo. Ya no me sorprende en este punto el que quiera estar siempre tan cerca de mí. Estoy segura de que, ahora que llegamos un poco más lejos, y tras mi experiencia cercana a la muerte, él no querrá dejarme sola ni un momento. Pero eso no me importa en absoluto.
Mirándome con una mezcla de adoración y afecto, me levanta en sus brazos para cargarme al estilo de una novia. Ni siquiera me resisto, solo me acurruco en su cuerpo musculoso y dejo que me lleve a la cocina.
Al llegar ahí, me sienta en uno de los taburetes y empieza a buscar en la nevera. “¿Se te antoja algo en particular?”.
Tengo tanta hambre que me comería una vaca, aunque acepto que suena repugnante. Lo que quiero decir es que, justo ahora, comería cualquier cosa. “Tengo mucha hambre, Gonz. ¿Podría ser algo que esté listo rápido?”.
Él asiente, saca un poco de queso y coloca una cacerola en la estufa. También va por una barra de pan y saca ocho rebanadas. Cinco minutos después, Gonzalo me pone enfrente una pila de cuatro sándwiches de queso a la parrilla. Tomando uno, inmediatamente me lo meto en la boca.
“Oh, Dios mío, está delicioso”, declaro, probando el queso derretido y el pan caliente.
“Triana”. Gonzalo emite un gruñido de advertencia, el cual no es amenazante, pero estoy insegura de por qué lo hace.
“¿Qué pasa?”, digo, con la boca llena de comida.
Pero él no me responde.